Confesiones de un caníbal
Antonio Ortuño presenta en la FIL de Guadalajara su nuevo libro “El caníbal ilustrado”.
Los jóvenes escritores no viven preocupados por la angustia de las influencias narrativas, sino por quién diablos los van a publicar y quién diablos los van a leer. Una paradoja en la que “publicar un libro es lo más fácil del mundo: lo único que hace falta es haber publicado otro antes”. Así lo asegura Antonio Ortuño (Guadalajara, 1976) durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2019, mientras está sentado en el stand de la independiente Dharma Books con quien publicó recientemente El caníbal ilustrado, una compilación de artículos feroces que aparecieron en diferentes revistas, semanarios y periódicos entre los años 1997 y 2019 y cuyo eje principal es y fue discutir de literatura. Una edición con la que busca recuperar su vena periodística.
“Así que abrí la hemeroteca. Llevo 22 años escribiendo artículos en la prensa. Quería apostar por algo que siempre he defendido: la condición potencial de literatura de cierto periodismo, inteligente y agudo, que reflexiona desde otros lados, no desde el ensayo tradicional o el académico, pero sí con igual ironía y de pronto hasta con mala leche”, dice a Gatopardo, con un tequila en mano y vestido con sus singulares chaqueta de piel y gorra negras.
Si la literatura siempre fue su vocación, el periodismo fue su oficio. Hoy el narrador tapatío, autor de libros de relatos y novelas, finalista del Herralde de Novela 2007 y ganador del Bellas Artes de Cuento Hispanoamericano Nelly Campobello 2018, inició trabajando en redacciones de periódicos de Guadalajara. Publicó, lleva la cuenta, tres mil quinientos artículos en su mayoría columnas de opinión, aunque también tiene una mezcla de entrevistas, reportajes y crónicas. Para él ser periodista significó educarse en una materia diferente cada vez que escribía, “ser fatalmente un aprendiz”. El oficio le permitió tomarle el pulso de cerca a la realidad. Recuerda, por ejemplo, que su primera incursión fue la muerte de Diana de Gales, y de la que espera no sobreviva ningún ejemplar del tapatío Siglo 21 con la nota impresa. “El periodismo me permitió entender y aprender mucho de escribir, corregir, editar y tratar con el lenguaje, concebir que hay un lector que aunque no le puedas ver la cara, vas a pensar dos veces en lo que estás escribiendo porque sabes que lo va leer”, dice.
En El caníbal ilustrado, el escritor se inserta como un escéptico que habla de libros y de escritura; desacraliza el mundo literario al traer a colación sus mezquindades, viéndolo como algo absurdo y ridículo. De cuando, por ejemplo, se pensaba que los blogs iban a ser el futuro de la literatura y después vinieron las redes sociales a cambiarlo todo. Son los temas que lo sedujeron en su momento y a los que les dedicó horas de reflexión. Así que conviven artículos con otros que se escribieron un decenio después. Y como escribe en el prólogo, “los he escrito desde la postura de alguien que se acomoda en el balcón y mira el desfile por las calles y se sabe, al menos, de modo metafórico, un caníbal: ojos y boca repletos de carne humana, que se engulle feliz”.
Y ese sentido del humor con que vienen impregnados, no es una especie de condimento con el que Ortuño sazonó de chistes sus textos. La sátira, el sarcasmo y la ironía le sirvieron para hablar con distancia y “sin pelos en la pluma”, para retratar al crítico testarudo que no adora a sus predecesores pero que tampoco da su aprobación a los jóvenes; de los pocos riesgos que toman las editoriales transnacionales y de cómo ignoran a los autores inéditos, o de la inconveniencia de las listas literarias que salen cada fin de año. “Yo siempre he relacionado la ironía con la que tiene el periodista, que es descreído, que sabe mucho y por eso cree menos del mundo. El periodista tiene que ser un escéptico. A mi no me gusta la fe, no la entiendo, soy alguien que le va las Chivas sin esperanza”, concluye.
*Fotografía de protada: Víctor Benítez
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