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En <i>Tierra de campeones</i>, la tercera novela del chileno Diego Zúñiga, un adolescente se convierte en el mejor cazador submarino en el Chile de los setenta, mientras el país está a punto de sufrir un cisma político. A partir de su libro, charlamos con el autor acerca de la disputa por dominar el relato sobre la dictadura y otras conexiones con el presente.
Entre las últimas fotografías que mi hermana le tomó a mamá, hay una en la que ella camina a la orilla de la playa de espaldas a la cámara. La contraluz al atardecer la difumina a ella y a las olas que tocan sus pies como un espíritu a punto de ser reclamado por el mar. Hoy mi madre está muerta, pero de alguna forma las palabras escritas por Diego Zúñiga la trajeron de nuevo a mi lado:
Estaba completamente solo.
La playa le pertenecía.
El mar lo invitaba, pero él sabía que no.
El agua hasta los tobillos, luego la espuma y volver a empezar.
Había un ritmo, un idioma, un tiempo.
Al momento de leer Tierra de campeones (Penguin Random House, 2023), desconocía que aquellas frases poéticas eran una evocación sutil de Zúñiga a los versos de Gabriela Mistral, José Ángel Cuevas o Gonzalo Millán; lo que sí tenía claro es que alguien capaz de acariciar el alma con palabras debía ser leído con detenimiento. De un momento a otro, uno se ve envuelto entre el oleaje narrativo y la historia de un adolescente que se convierte en el mejor cazador marino en los tiempos convulsos que llevaron a Salvador Allende a la Presidencia de Chile.
“Me interesa pensar la poesía no sólo desde el goce de la lectura, sino pensarla también para robar procedimientos de la poesía y llevarlos a la narrativa”, cuenta Zúñiga en entrevista para Gatopardo. “Las cosas que hace la poesía, que se pueden hacer igual en la narrativa de otra manera, son más lentas. Tiene obviamente que ver, por un lado, con la dimensión del lenguaje, pero también con otros juegos. Entonces me interesa ese juego”.
“El mar es cosa seria”, y el escritor chileno lo reconoce, lo respeta y, a lo largo de la novela, lo plantea como un personaje capaz de tomar lo que considera suyo. La anécdota central del libro surgió en una charla de sobremesa, cuando Zúñiga tenía 12 o 13 años; alguno de los comensales relató la historia de Raúl Choque, un pescador submarino de Iquique —una ciudad costera al norte de Chile, de donde es originario el propio Zúñiga— que fue campeón de la competencia individual en el Campeonato Mundial de Caza Submarina 1971. Tras la hazaña, Choque desapareció de la vida pública, pues se dice que en las aguas profundas halló un secreto espeluznante. Al mar no le agrada esconder los restos de la crueldad humana.
La anécdota de Choque se quedó rondando en la cabeza de Zúñiga. Solía contarla, divagar con ella. “Había un cineasta muy importante, Raúl Ruiz, y decía que nosotros los chilenos éramos muy buenos para irnos por las ramas”, recuerda el escritor. Y sí: llegaron otras novelas como Camanchaca (2009) y Racimo (2014), pero no hallaba cómo convertir la historia del pescador submarino en ficción.
“Pasé mucho tiempo dándole vueltas a eso, escribiendo cosas que no funcionaban, hasta que me di cuenta de que, en realidad, esa anécdota era un problema”. Y es que Zúñiga quería que su libro estuviera a la altura de lo extraordinario de aquel recuerdo. Cuando cambió su perspectiva, decidió partir desde otro punto para envolver la anécdota con narrativa. “Tuve la suerte, porque yo creo que fue un poco de fortuna, que se me aparece el personaje del Chungungo siendo niño [...]. La novela era seguirlo, verlo en la comunidad en la que se va a vivir hasta Caleta Negra, ver qué pasaba en el mar”.
Una vez que el escritor chileno enfocó sus esfuerzos en alejarse de la anécdota, exploró en la novela Los adioses (1954), de Juan Carlos Onetti, por un tipo de narrador. Deseaba que fuera en tercera persona, pero alejado de la tradición omnisciente. Entonces sería uno de los amigos del protagonista, quien a base de recuerdos y suposiciones traza el camino de este héroe.
“Cuando se me aparece el narrador (porque se me aparece el personaje por una parte), después se me aparece la sensación de que esta historia la va a contar un amigo que no lo va a conocer realmente”, puntualiza el escritor. “En mis talleres siempre les recomiendo fijarse muy bien quién cuenta la historia en Los adioses, pues se trata de alguien que no conoce la historia; incluso, me atrevería a decir que es el que no debiera contar la historia. Como que tiene menos herramientas para contar la historia realmente”.
La historia del niño es narrada en la primera parte sólo con el apellido Martínez, cuando vive una época luminosa, de iniciación, con los personajes de la localidad de Caleta Negra. Pasa de sumergirse en el río a explorar sus capacidades en el mar, luego de ser abandonado por su madre. Consigue cierto grado de maestría, al aprender de Violeta, una pescadora que a partir de ese momento ocupará la figura materna enseñándole a leer y a seguir el ritmo de las corrientes marinas.
En mis talleres siempre les recomiendo fijarse muy bien quién cuenta la historia en Los adioses, pues se trata de alguien que no conoce la historia.
Entonces Violeta lo observa moverse bajo el agua como la nutria que habita en las costas de Sudamérica llamada gato marino o chungungo. La metamorfosis del personaje es acompañada por el mismo narrador quien, a partir de ese momento, deja de llamar al protagonista por su apellido para referirse a él, justamente, como Chungungo. Desde ese punto queda atrás la niñez y comienza el rito iniciático del personaje en la adolescencia.
Zúñiga construye un andamiaje que desconfía de lo lineal, herencia de la lectura de Roberto Bolaño, con un narrador que en la primera parte juega con la complicidad del “nosotros”. De ahí que uno pueda avanzar y avanzar por las páginas con agilidad: “Luego se concentra mucho más en el Chungungo y parece una suerte como de tercera persona hasta cierto punto. Para mí, ese narrador es la flecha de la novela, por así decirlo”.
Quien conoce su aldea conoce el universo
En 2021, Zúñiga fue reconocido por la revista Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español. Forma parte de la colección Mapa de las Lenguas de Penguin Random House. No es poca cosa: hoy a sus 36 años escribe con una aparente sencillez, detrás de la que se esconden varias capas de talacha, correcciones y una virtud propia de los narradores que han recorrido cientos de millas náuticas.
“Cuando yo publico el libro, después me doy cuenta y digo ‘pero es que yo no escribo así, yo no escribo como ese narrador’. Si tú me vai a pedir un ensayo, si tú me vai a pedir una columna, yo no voy a escribir de la misma forma que ese narrador me pedía”. Este fenómeno se nombra de distintas maneras: para algunos escritores es el “modo dictado” o los “otros que susurran”; Zúñiga considera que el texto le habla, “y obviamente que el encontrar esa voz tiene que ver con un ensayo-error constante. Yo creo muy poco en la idea de la iluminación. Sí, he vivido, digo, iluminaciones, muy entre comillas y pequeñas”.
Al escribir sobre Juan Rulfo, Cristina Rivera Garza menciona que cada escritor tiene su Comala personal. En el caso de Zúñiga, se trata de Caleta Negra, el poblado costero donde se desarrolla parte de la novela. A diferencia del purgatorio rulfiano, aquí el escritor chileno utiliza frases poéticas para conformar su territorio: “Abajo, el mar era una pregunta negra, imposible”. Con todo, no deja a sus lectores flotando. Si se toma Tierra de campeones en un aparador, y se abre en cualquier capítulo, lo que se encontrará es una narración redonda, con la estructura clásica del cuento: con una idea central, un desarrollo y su desenlace.
Entre los recursos que Zúñiga utiliza para situarnos en las décadas de los sesenta y setenta, están las revistas Selecciones del Reader's Digest y la radio. También los viajes de los protagonistas de Caleta Negra a Iquique para enterarse del avance de la selección chilena en el Mundial de 1962, cuando el propio Chile fue anfitrión. Durante su infancia, Chungungo prefiere al boxeador Tani Loayza que a Arturo Godoy, el mejor pugilista chileno.
“Esa infancia, esa vida en la caleta, que es verdad que de pronto se va empezando a oscurecer, pero para mí tiene momentos de luminosidad”, recuerda Zúñiga. “Esa vida en comunidad que tienen ellos o el mismo Mundial de Caza Submarina que él ganó. Necesitaba esa luz porque para mí en esa luz también está la luz política, esa luminosidad es política, pensando en el contexto en el que estamos”.
El cisma político que vino con el derrocamiento de Salvador Allende es presentado por Zúñiga como quien arroja una piedra en el estanque. Esas ondas de graves sucesos alcanzan progresivamente al protagonista; también a los lectores, que nos vemos envueltos en las décadas de silencio y frustración:
Creo que todos sentimos que ese cuerpo éramos nosotros, que cualquiera podría haber estado ahí, al fondo del río, sin que nadie se diera cuenta de nuestra ausencia.
Los intentos negacionistas
La llegada al poder de personajes caricaturescos como Javier Milei obliga a charlar sobre la ultraderecha camaleónica que nunca se acaba de ir en Sudamérica. Aunque Tierra de campeones se desarrolla en la época de Salvador Allende, Zúñiga establece un diálogo entre las represiones del pasado y la convulsión actual: “Que saliera Milei en Argentina, pa’mí es una advertencia, o sea, me da terror porque además si vos lo pensabas 10 años atrás, era imposible que en Argentina eligieran a alguien así”.
Zúñiga considera que en la actualidad se vive una disputa por el dominio del relato acerca de las dictaduras. “El año pasado fue la conmemoración de los 50 años del golpe [de Estado], y nos pasó una conmemoración muy rara porque en los discursos negacionistas la derecha se robó la agenda”, lamenta el escritor. A pesar de que el presidente Gabriel Boric es un político que se inició como dirigente estudiantil, asociado a la nueva izquierda latinoamericana, sus opositores se han encargado de difundir paralelismos negativos con la Unidad Popular, aquella coalición de partidos de izquierda que en 1970 llevó a Salvador Allende al poder.
“La derecha, muy inteligente, hay que decirlo, llevó la conversación a la Unidad Popular y dijeron que el golpe era inevitable por culpa de esa coalición”, advierte Zúñiga. “La conversación fue esa: discutir la Unidad Popular y no discutir lo que fue la dictadura. El nivel de impunidad que sigue existiendo me lleva a pensar que justo ése es el gran problema de Chile, la impunidad”.
Mientras escribía Tierra de campeones, Zúñiga se dio tiempo para salir a las calles en octubre de 2019, cuando estallaron las protestas contra el gobierno de Sebastián Piñera. Al despliegue de militares lo acompañaba la sombra del pinochetismo. “Luego, con la pandemia, pasamos de dar revuelta en la calle a tener que encerrarnos. Ocurre el proceso constituyente, ganan casi todos de extrema derecha y arman un proyecto de extrema derecha. El miedo es que iban a aprobar una Constitución de extrema derecha, que por suerte se rechaza. Yo estaba escribiendo la novela y en un momento así me doy cuenta de que por supuesto era un momento muy efervescente políticamente, muy de una intensidad… como de una energía muy singular”, describe.
Lo loco es que te reescriban la historia en tu cara porque, digo, lo de la dictadura incluye a todas estas voces negacionistas, y pasó hace 30, 40, 50 años, pero la revuelta pasó hace tres años. Es muy raro vivir ese proceso negacionista.
Resistencia a la verdad histórica
El lingüista Teun A. van Dijk considera que aquellos que controlan “el discurso público, por lo menos parcialmente, controlan la mente pública”. Y ante ello, la literatura se convierte en resistencia. Zúñiga lo plasma en su libro con frases tan contundentes como poéticas: “Algo se estaba muriendo en un país donde los muertos pueden vivir; el cielo agujereado, roto, algún día los iba a iluminar”, o cuando el narrador ocupa la palabra “nosotros” para intimar con el lector en la historia, un recurso que invita a reflexionar sobre la justicia pendiente.
“Lo loco es que te reescriban la historia en tu cara porque, digo, lo de la dictadura incluye a todas estas voces negacionistas, y pasó hace 30, 40, 50 años, pero la revuelta pasó hace tres años. Es muy raro vivir ese proceso negacionista”, lamenta el escritor. “Para mí, había una conexión con el presente. Obviamente, yo no viví la Unidad Popular, pero sí la he leído, la he visto, la he escuchado”.
Con su novela, Zúñiga pone en la mesa la deuda histórica: jamás olvidar las atrocidades de la dictadura y luchar contra las verdades históricas. Sobre todo, ni hoy ni nunca permitir que la desmemoria esté por encima de las más de 40 000 víctimas del régimen de Pinochet, de 1973 a 1990. Tener presente que la extrema derecha de toda Latinoamérica no va a ceder el control sobre las economías: al final son los dueños del capital, aunque hoy se disfracen de libertarios buenaondita.
“En algún momento pensamos que la derecha efectivamente se había vuelto, no sé, más liberal, y que efectivamente podía denunciar la violación de los derechos humanos, asumir eso. Y que, en el fondo, no era una derecha pinochetista”, agrega el escritor. “Pero igual la derecha sigue siendo pinochetista y eso no se les va a pasar, porque también hay un tema de clase, o sea, es la clase alta, se van a cuidar la espalda [...]. Me encantaría pensar que hemos llegado a los mínimos civilizatorios de saber que cualquier golpe de Estado implica miles de muertes, siempre; pero no estoy tan seguro, no soy tan optimista en ese sentido”.
Sin embargo, la discusión sobre la dictadura es vigente: “Pa’mí el libro estaba hablando un poco de eso, o sea, no era una cosa planificada, sino que estaba ahí porque está vivo todo eso. Toda esa conversación está muy viva. No se acaba por más que escribamos un millón de libros que entren en esos años, en esa época”.
Tierra de campeones se resiste a que la historia sea trastocada por los intereses de quienes pretenden esconder en el mar sus infamias. Zúñiga es consciente de ello: “Es una conversación que no se va a acabar hasta que no se sepa dónde están los desaparecidos. Eso está abierto, no se puede callar, no se puede cerrar, hasta que los que saben dónde están, hablen. Y esos no hablan”.
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Ilustración inspirada en un fragmento del libro <i>Tierra de campeones</i>, por Fernanda Jiménez.
En <i>Tierra de campeones</i>, la tercera novela del chileno Diego Zúñiga, un adolescente se convierte en el mejor cazador submarino en el Chile de los setenta, mientras el país está a punto de sufrir un cisma político. A partir de su libro, charlamos con el autor acerca de la disputa por dominar el relato sobre la dictadura y otras conexiones con el presente.
Entre las últimas fotografías que mi hermana le tomó a mamá, hay una en la que ella camina a la orilla de la playa de espaldas a la cámara. La contraluz al atardecer la difumina a ella y a las olas que tocan sus pies como un espíritu a punto de ser reclamado por el mar. Hoy mi madre está muerta, pero de alguna forma las palabras escritas por Diego Zúñiga la trajeron de nuevo a mi lado:
Estaba completamente solo.
La playa le pertenecía.
El mar lo invitaba, pero él sabía que no.
El agua hasta los tobillos, luego la espuma y volver a empezar.
Había un ritmo, un idioma, un tiempo.
Al momento de leer Tierra de campeones (Penguin Random House, 2023), desconocía que aquellas frases poéticas eran una evocación sutil de Zúñiga a los versos de Gabriela Mistral, José Ángel Cuevas o Gonzalo Millán; lo que sí tenía claro es que alguien capaz de acariciar el alma con palabras debía ser leído con detenimiento. De un momento a otro, uno se ve envuelto entre el oleaje narrativo y la historia de un adolescente que se convierte en el mejor cazador marino en los tiempos convulsos que llevaron a Salvador Allende a la Presidencia de Chile.
“Me interesa pensar la poesía no sólo desde el goce de la lectura, sino pensarla también para robar procedimientos de la poesía y llevarlos a la narrativa”, cuenta Zúñiga en entrevista para Gatopardo. “Las cosas que hace la poesía, que se pueden hacer igual en la narrativa de otra manera, son más lentas. Tiene obviamente que ver, por un lado, con la dimensión del lenguaje, pero también con otros juegos. Entonces me interesa ese juego”.
“El mar es cosa seria”, y el escritor chileno lo reconoce, lo respeta y, a lo largo de la novela, lo plantea como un personaje capaz de tomar lo que considera suyo. La anécdota central del libro surgió en una charla de sobremesa, cuando Zúñiga tenía 12 o 13 años; alguno de los comensales relató la historia de Raúl Choque, un pescador submarino de Iquique —una ciudad costera al norte de Chile, de donde es originario el propio Zúñiga— que fue campeón de la competencia individual en el Campeonato Mundial de Caza Submarina 1971. Tras la hazaña, Choque desapareció de la vida pública, pues se dice que en las aguas profundas halló un secreto espeluznante. Al mar no le agrada esconder los restos de la crueldad humana.
La anécdota de Choque se quedó rondando en la cabeza de Zúñiga. Solía contarla, divagar con ella. “Había un cineasta muy importante, Raúl Ruiz, y decía que nosotros los chilenos éramos muy buenos para irnos por las ramas”, recuerda el escritor. Y sí: llegaron otras novelas como Camanchaca (2009) y Racimo (2014), pero no hallaba cómo convertir la historia del pescador submarino en ficción.
“Pasé mucho tiempo dándole vueltas a eso, escribiendo cosas que no funcionaban, hasta que me di cuenta de que, en realidad, esa anécdota era un problema”. Y es que Zúñiga quería que su libro estuviera a la altura de lo extraordinario de aquel recuerdo. Cuando cambió su perspectiva, decidió partir desde otro punto para envolver la anécdota con narrativa. “Tuve la suerte, porque yo creo que fue un poco de fortuna, que se me aparece el personaje del Chungungo siendo niño [...]. La novela era seguirlo, verlo en la comunidad en la que se va a vivir hasta Caleta Negra, ver qué pasaba en el mar”.
Una vez que el escritor chileno enfocó sus esfuerzos en alejarse de la anécdota, exploró en la novela Los adioses (1954), de Juan Carlos Onetti, por un tipo de narrador. Deseaba que fuera en tercera persona, pero alejado de la tradición omnisciente. Entonces sería uno de los amigos del protagonista, quien a base de recuerdos y suposiciones traza el camino de este héroe.
“Cuando se me aparece el narrador (porque se me aparece el personaje por una parte), después se me aparece la sensación de que esta historia la va a contar un amigo que no lo va a conocer realmente”, puntualiza el escritor. “En mis talleres siempre les recomiendo fijarse muy bien quién cuenta la historia en Los adioses, pues se trata de alguien que no conoce la historia; incluso, me atrevería a decir que es el que no debiera contar la historia. Como que tiene menos herramientas para contar la historia realmente”.
La historia del niño es narrada en la primera parte sólo con el apellido Martínez, cuando vive una época luminosa, de iniciación, con los personajes de la localidad de Caleta Negra. Pasa de sumergirse en el río a explorar sus capacidades en el mar, luego de ser abandonado por su madre. Consigue cierto grado de maestría, al aprender de Violeta, una pescadora que a partir de ese momento ocupará la figura materna enseñándole a leer y a seguir el ritmo de las corrientes marinas.
En mis talleres siempre les recomiendo fijarse muy bien quién cuenta la historia en Los adioses, pues se trata de alguien que no conoce la historia.
Entonces Violeta lo observa moverse bajo el agua como la nutria que habita en las costas de Sudamérica llamada gato marino o chungungo. La metamorfosis del personaje es acompañada por el mismo narrador quien, a partir de ese momento, deja de llamar al protagonista por su apellido para referirse a él, justamente, como Chungungo. Desde ese punto queda atrás la niñez y comienza el rito iniciático del personaje en la adolescencia.
Zúñiga construye un andamiaje que desconfía de lo lineal, herencia de la lectura de Roberto Bolaño, con un narrador que en la primera parte juega con la complicidad del “nosotros”. De ahí que uno pueda avanzar y avanzar por las páginas con agilidad: “Luego se concentra mucho más en el Chungungo y parece una suerte como de tercera persona hasta cierto punto. Para mí, ese narrador es la flecha de la novela, por así decirlo”.
Quien conoce su aldea conoce el universo
En 2021, Zúñiga fue reconocido por la revista Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español. Forma parte de la colección Mapa de las Lenguas de Penguin Random House. No es poca cosa: hoy a sus 36 años escribe con una aparente sencillez, detrás de la que se esconden varias capas de talacha, correcciones y una virtud propia de los narradores que han recorrido cientos de millas náuticas.
“Cuando yo publico el libro, después me doy cuenta y digo ‘pero es que yo no escribo así, yo no escribo como ese narrador’. Si tú me vai a pedir un ensayo, si tú me vai a pedir una columna, yo no voy a escribir de la misma forma que ese narrador me pedía”. Este fenómeno se nombra de distintas maneras: para algunos escritores es el “modo dictado” o los “otros que susurran”; Zúñiga considera que el texto le habla, “y obviamente que el encontrar esa voz tiene que ver con un ensayo-error constante. Yo creo muy poco en la idea de la iluminación. Sí, he vivido, digo, iluminaciones, muy entre comillas y pequeñas”.
Al escribir sobre Juan Rulfo, Cristina Rivera Garza menciona que cada escritor tiene su Comala personal. En el caso de Zúñiga, se trata de Caleta Negra, el poblado costero donde se desarrolla parte de la novela. A diferencia del purgatorio rulfiano, aquí el escritor chileno utiliza frases poéticas para conformar su territorio: “Abajo, el mar era una pregunta negra, imposible”. Con todo, no deja a sus lectores flotando. Si se toma Tierra de campeones en un aparador, y se abre en cualquier capítulo, lo que se encontrará es una narración redonda, con la estructura clásica del cuento: con una idea central, un desarrollo y su desenlace.
Entre los recursos que Zúñiga utiliza para situarnos en las décadas de los sesenta y setenta, están las revistas Selecciones del Reader's Digest y la radio. También los viajes de los protagonistas de Caleta Negra a Iquique para enterarse del avance de la selección chilena en el Mundial de 1962, cuando el propio Chile fue anfitrión. Durante su infancia, Chungungo prefiere al boxeador Tani Loayza que a Arturo Godoy, el mejor pugilista chileno.
“Esa infancia, esa vida en la caleta, que es verdad que de pronto se va empezando a oscurecer, pero para mí tiene momentos de luminosidad”, recuerda Zúñiga. “Esa vida en comunidad que tienen ellos o el mismo Mundial de Caza Submarina que él ganó. Necesitaba esa luz porque para mí en esa luz también está la luz política, esa luminosidad es política, pensando en el contexto en el que estamos”.
El cisma político que vino con el derrocamiento de Salvador Allende es presentado por Zúñiga como quien arroja una piedra en el estanque. Esas ondas de graves sucesos alcanzan progresivamente al protagonista; también a los lectores, que nos vemos envueltos en las décadas de silencio y frustración:
Creo que todos sentimos que ese cuerpo éramos nosotros, que cualquiera podría haber estado ahí, al fondo del río, sin que nadie se diera cuenta de nuestra ausencia.
Los intentos negacionistas
La llegada al poder de personajes caricaturescos como Javier Milei obliga a charlar sobre la ultraderecha camaleónica que nunca se acaba de ir en Sudamérica. Aunque Tierra de campeones se desarrolla en la época de Salvador Allende, Zúñiga establece un diálogo entre las represiones del pasado y la convulsión actual: “Que saliera Milei en Argentina, pa’mí es una advertencia, o sea, me da terror porque además si vos lo pensabas 10 años atrás, era imposible que en Argentina eligieran a alguien así”.
Zúñiga considera que en la actualidad se vive una disputa por el dominio del relato acerca de las dictaduras. “El año pasado fue la conmemoración de los 50 años del golpe [de Estado], y nos pasó una conmemoración muy rara porque en los discursos negacionistas la derecha se robó la agenda”, lamenta el escritor. A pesar de que el presidente Gabriel Boric es un político que se inició como dirigente estudiantil, asociado a la nueva izquierda latinoamericana, sus opositores se han encargado de difundir paralelismos negativos con la Unidad Popular, aquella coalición de partidos de izquierda que en 1970 llevó a Salvador Allende al poder.
“La derecha, muy inteligente, hay que decirlo, llevó la conversación a la Unidad Popular y dijeron que el golpe era inevitable por culpa de esa coalición”, advierte Zúñiga. “La conversación fue esa: discutir la Unidad Popular y no discutir lo que fue la dictadura. El nivel de impunidad que sigue existiendo me lleva a pensar que justo ése es el gran problema de Chile, la impunidad”.
Mientras escribía Tierra de campeones, Zúñiga se dio tiempo para salir a las calles en octubre de 2019, cuando estallaron las protestas contra el gobierno de Sebastián Piñera. Al despliegue de militares lo acompañaba la sombra del pinochetismo. “Luego, con la pandemia, pasamos de dar revuelta en la calle a tener que encerrarnos. Ocurre el proceso constituyente, ganan casi todos de extrema derecha y arman un proyecto de extrema derecha. El miedo es que iban a aprobar una Constitución de extrema derecha, que por suerte se rechaza. Yo estaba escribiendo la novela y en un momento así me doy cuenta de que por supuesto era un momento muy efervescente políticamente, muy de una intensidad… como de una energía muy singular”, describe.
Lo loco es que te reescriban la historia en tu cara porque, digo, lo de la dictadura incluye a todas estas voces negacionistas, y pasó hace 30, 40, 50 años, pero la revuelta pasó hace tres años. Es muy raro vivir ese proceso negacionista.
Resistencia a la verdad histórica
El lingüista Teun A. van Dijk considera que aquellos que controlan “el discurso público, por lo menos parcialmente, controlan la mente pública”. Y ante ello, la literatura se convierte en resistencia. Zúñiga lo plasma en su libro con frases tan contundentes como poéticas: “Algo se estaba muriendo en un país donde los muertos pueden vivir; el cielo agujereado, roto, algún día los iba a iluminar”, o cuando el narrador ocupa la palabra “nosotros” para intimar con el lector en la historia, un recurso que invita a reflexionar sobre la justicia pendiente.
“Lo loco es que te reescriban la historia en tu cara porque, digo, lo de la dictadura incluye a todas estas voces negacionistas, y pasó hace 30, 40, 50 años, pero la revuelta pasó hace tres años. Es muy raro vivir ese proceso negacionista”, lamenta el escritor. “Para mí, había una conexión con el presente. Obviamente, yo no viví la Unidad Popular, pero sí la he leído, la he visto, la he escuchado”.
Con su novela, Zúñiga pone en la mesa la deuda histórica: jamás olvidar las atrocidades de la dictadura y luchar contra las verdades históricas. Sobre todo, ni hoy ni nunca permitir que la desmemoria esté por encima de las más de 40 000 víctimas del régimen de Pinochet, de 1973 a 1990. Tener presente que la extrema derecha de toda Latinoamérica no va a ceder el control sobre las economías: al final son los dueños del capital, aunque hoy se disfracen de libertarios buenaondita.
“En algún momento pensamos que la derecha efectivamente se había vuelto, no sé, más liberal, y que efectivamente podía denunciar la violación de los derechos humanos, asumir eso. Y que, en el fondo, no era una derecha pinochetista”, agrega el escritor. “Pero igual la derecha sigue siendo pinochetista y eso no se les va a pasar, porque también hay un tema de clase, o sea, es la clase alta, se van a cuidar la espalda [...]. Me encantaría pensar que hemos llegado a los mínimos civilizatorios de saber que cualquier golpe de Estado implica miles de muertes, siempre; pero no estoy tan seguro, no soy tan optimista en ese sentido”.
Sin embargo, la discusión sobre la dictadura es vigente: “Pa’mí el libro estaba hablando un poco de eso, o sea, no era una cosa planificada, sino que estaba ahí porque está vivo todo eso. Toda esa conversación está muy viva. No se acaba por más que escribamos un millón de libros que entren en esos años, en esa época”.
Tierra de campeones se resiste a que la historia sea trastocada por los intereses de quienes pretenden esconder en el mar sus infamias. Zúñiga es consciente de ello: “Es una conversación que no se va a acabar hasta que no se sepa dónde están los desaparecidos. Eso está abierto, no se puede callar, no se puede cerrar, hasta que los que saben dónde están, hablen. Y esos no hablan”.
En <i>Tierra de campeones</i>, la tercera novela del chileno Diego Zúñiga, un adolescente se convierte en el mejor cazador submarino en el Chile de los setenta, mientras el país está a punto de sufrir un cisma político. A partir de su libro, charlamos con el autor acerca de la disputa por dominar el relato sobre la dictadura y otras conexiones con el presente.
Entre las últimas fotografías que mi hermana le tomó a mamá, hay una en la que ella camina a la orilla de la playa de espaldas a la cámara. La contraluz al atardecer la difumina a ella y a las olas que tocan sus pies como un espíritu a punto de ser reclamado por el mar. Hoy mi madre está muerta, pero de alguna forma las palabras escritas por Diego Zúñiga la trajeron de nuevo a mi lado:
Estaba completamente solo.
La playa le pertenecía.
El mar lo invitaba, pero él sabía que no.
El agua hasta los tobillos, luego la espuma y volver a empezar.
Había un ritmo, un idioma, un tiempo.
Al momento de leer Tierra de campeones (Penguin Random House, 2023), desconocía que aquellas frases poéticas eran una evocación sutil de Zúñiga a los versos de Gabriela Mistral, José Ángel Cuevas o Gonzalo Millán; lo que sí tenía claro es que alguien capaz de acariciar el alma con palabras debía ser leído con detenimiento. De un momento a otro, uno se ve envuelto entre el oleaje narrativo y la historia de un adolescente que se convierte en el mejor cazador marino en los tiempos convulsos que llevaron a Salvador Allende a la Presidencia de Chile.
“Me interesa pensar la poesía no sólo desde el goce de la lectura, sino pensarla también para robar procedimientos de la poesía y llevarlos a la narrativa”, cuenta Zúñiga en entrevista para Gatopardo. “Las cosas que hace la poesía, que se pueden hacer igual en la narrativa de otra manera, son más lentas. Tiene obviamente que ver, por un lado, con la dimensión del lenguaje, pero también con otros juegos. Entonces me interesa ese juego”.
“El mar es cosa seria”, y el escritor chileno lo reconoce, lo respeta y, a lo largo de la novela, lo plantea como un personaje capaz de tomar lo que considera suyo. La anécdota central del libro surgió en una charla de sobremesa, cuando Zúñiga tenía 12 o 13 años; alguno de los comensales relató la historia de Raúl Choque, un pescador submarino de Iquique —una ciudad costera al norte de Chile, de donde es originario el propio Zúñiga— que fue campeón de la competencia individual en el Campeonato Mundial de Caza Submarina 1971. Tras la hazaña, Choque desapareció de la vida pública, pues se dice que en las aguas profundas halló un secreto espeluznante. Al mar no le agrada esconder los restos de la crueldad humana.
La anécdota de Choque se quedó rondando en la cabeza de Zúñiga. Solía contarla, divagar con ella. “Había un cineasta muy importante, Raúl Ruiz, y decía que nosotros los chilenos éramos muy buenos para irnos por las ramas”, recuerda el escritor. Y sí: llegaron otras novelas como Camanchaca (2009) y Racimo (2014), pero no hallaba cómo convertir la historia del pescador submarino en ficción.
“Pasé mucho tiempo dándole vueltas a eso, escribiendo cosas que no funcionaban, hasta que me di cuenta de que, en realidad, esa anécdota era un problema”. Y es que Zúñiga quería que su libro estuviera a la altura de lo extraordinario de aquel recuerdo. Cuando cambió su perspectiva, decidió partir desde otro punto para envolver la anécdota con narrativa. “Tuve la suerte, porque yo creo que fue un poco de fortuna, que se me aparece el personaje del Chungungo siendo niño [...]. La novela era seguirlo, verlo en la comunidad en la que se va a vivir hasta Caleta Negra, ver qué pasaba en el mar”.
Una vez que el escritor chileno enfocó sus esfuerzos en alejarse de la anécdota, exploró en la novela Los adioses (1954), de Juan Carlos Onetti, por un tipo de narrador. Deseaba que fuera en tercera persona, pero alejado de la tradición omnisciente. Entonces sería uno de los amigos del protagonista, quien a base de recuerdos y suposiciones traza el camino de este héroe.
“Cuando se me aparece el narrador (porque se me aparece el personaje por una parte), después se me aparece la sensación de que esta historia la va a contar un amigo que no lo va a conocer realmente”, puntualiza el escritor. “En mis talleres siempre les recomiendo fijarse muy bien quién cuenta la historia en Los adioses, pues se trata de alguien que no conoce la historia; incluso, me atrevería a decir que es el que no debiera contar la historia. Como que tiene menos herramientas para contar la historia realmente”.
La historia del niño es narrada en la primera parte sólo con el apellido Martínez, cuando vive una época luminosa, de iniciación, con los personajes de la localidad de Caleta Negra. Pasa de sumergirse en el río a explorar sus capacidades en el mar, luego de ser abandonado por su madre. Consigue cierto grado de maestría, al aprender de Violeta, una pescadora que a partir de ese momento ocupará la figura materna enseñándole a leer y a seguir el ritmo de las corrientes marinas.
En mis talleres siempre les recomiendo fijarse muy bien quién cuenta la historia en Los adioses, pues se trata de alguien que no conoce la historia.
Entonces Violeta lo observa moverse bajo el agua como la nutria que habita en las costas de Sudamérica llamada gato marino o chungungo. La metamorfosis del personaje es acompañada por el mismo narrador quien, a partir de ese momento, deja de llamar al protagonista por su apellido para referirse a él, justamente, como Chungungo. Desde ese punto queda atrás la niñez y comienza el rito iniciático del personaje en la adolescencia.
Zúñiga construye un andamiaje que desconfía de lo lineal, herencia de la lectura de Roberto Bolaño, con un narrador que en la primera parte juega con la complicidad del “nosotros”. De ahí que uno pueda avanzar y avanzar por las páginas con agilidad: “Luego se concentra mucho más en el Chungungo y parece una suerte como de tercera persona hasta cierto punto. Para mí, ese narrador es la flecha de la novela, por así decirlo”.
Quien conoce su aldea conoce el universo
En 2021, Zúñiga fue reconocido por la revista Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español. Forma parte de la colección Mapa de las Lenguas de Penguin Random House. No es poca cosa: hoy a sus 36 años escribe con una aparente sencillez, detrás de la que se esconden varias capas de talacha, correcciones y una virtud propia de los narradores que han recorrido cientos de millas náuticas.
“Cuando yo publico el libro, después me doy cuenta y digo ‘pero es que yo no escribo así, yo no escribo como ese narrador’. Si tú me vai a pedir un ensayo, si tú me vai a pedir una columna, yo no voy a escribir de la misma forma que ese narrador me pedía”. Este fenómeno se nombra de distintas maneras: para algunos escritores es el “modo dictado” o los “otros que susurran”; Zúñiga considera que el texto le habla, “y obviamente que el encontrar esa voz tiene que ver con un ensayo-error constante. Yo creo muy poco en la idea de la iluminación. Sí, he vivido, digo, iluminaciones, muy entre comillas y pequeñas”.
Al escribir sobre Juan Rulfo, Cristina Rivera Garza menciona que cada escritor tiene su Comala personal. En el caso de Zúñiga, se trata de Caleta Negra, el poblado costero donde se desarrolla parte de la novela. A diferencia del purgatorio rulfiano, aquí el escritor chileno utiliza frases poéticas para conformar su territorio: “Abajo, el mar era una pregunta negra, imposible”. Con todo, no deja a sus lectores flotando. Si se toma Tierra de campeones en un aparador, y se abre en cualquier capítulo, lo que se encontrará es una narración redonda, con la estructura clásica del cuento: con una idea central, un desarrollo y su desenlace.
Entre los recursos que Zúñiga utiliza para situarnos en las décadas de los sesenta y setenta, están las revistas Selecciones del Reader's Digest y la radio. También los viajes de los protagonistas de Caleta Negra a Iquique para enterarse del avance de la selección chilena en el Mundial de 1962, cuando el propio Chile fue anfitrión. Durante su infancia, Chungungo prefiere al boxeador Tani Loayza que a Arturo Godoy, el mejor pugilista chileno.
“Esa infancia, esa vida en la caleta, que es verdad que de pronto se va empezando a oscurecer, pero para mí tiene momentos de luminosidad”, recuerda Zúñiga. “Esa vida en comunidad que tienen ellos o el mismo Mundial de Caza Submarina que él ganó. Necesitaba esa luz porque para mí en esa luz también está la luz política, esa luminosidad es política, pensando en el contexto en el que estamos”.
El cisma político que vino con el derrocamiento de Salvador Allende es presentado por Zúñiga como quien arroja una piedra en el estanque. Esas ondas de graves sucesos alcanzan progresivamente al protagonista; también a los lectores, que nos vemos envueltos en las décadas de silencio y frustración:
Creo que todos sentimos que ese cuerpo éramos nosotros, que cualquiera podría haber estado ahí, al fondo del río, sin que nadie se diera cuenta de nuestra ausencia.
Los intentos negacionistas
La llegada al poder de personajes caricaturescos como Javier Milei obliga a charlar sobre la ultraderecha camaleónica que nunca se acaba de ir en Sudamérica. Aunque Tierra de campeones se desarrolla en la época de Salvador Allende, Zúñiga establece un diálogo entre las represiones del pasado y la convulsión actual: “Que saliera Milei en Argentina, pa’mí es una advertencia, o sea, me da terror porque además si vos lo pensabas 10 años atrás, era imposible que en Argentina eligieran a alguien así”.
Zúñiga considera que en la actualidad se vive una disputa por el dominio del relato acerca de las dictaduras. “El año pasado fue la conmemoración de los 50 años del golpe [de Estado], y nos pasó una conmemoración muy rara porque en los discursos negacionistas la derecha se robó la agenda”, lamenta el escritor. A pesar de que el presidente Gabriel Boric es un político que se inició como dirigente estudiantil, asociado a la nueva izquierda latinoamericana, sus opositores se han encargado de difundir paralelismos negativos con la Unidad Popular, aquella coalición de partidos de izquierda que en 1970 llevó a Salvador Allende al poder.
“La derecha, muy inteligente, hay que decirlo, llevó la conversación a la Unidad Popular y dijeron que el golpe era inevitable por culpa de esa coalición”, advierte Zúñiga. “La conversación fue esa: discutir la Unidad Popular y no discutir lo que fue la dictadura. El nivel de impunidad que sigue existiendo me lleva a pensar que justo ése es el gran problema de Chile, la impunidad”.
Mientras escribía Tierra de campeones, Zúñiga se dio tiempo para salir a las calles en octubre de 2019, cuando estallaron las protestas contra el gobierno de Sebastián Piñera. Al despliegue de militares lo acompañaba la sombra del pinochetismo. “Luego, con la pandemia, pasamos de dar revuelta en la calle a tener que encerrarnos. Ocurre el proceso constituyente, ganan casi todos de extrema derecha y arman un proyecto de extrema derecha. El miedo es que iban a aprobar una Constitución de extrema derecha, que por suerte se rechaza. Yo estaba escribiendo la novela y en un momento así me doy cuenta de que por supuesto era un momento muy efervescente políticamente, muy de una intensidad… como de una energía muy singular”, describe.
Lo loco es que te reescriban la historia en tu cara porque, digo, lo de la dictadura incluye a todas estas voces negacionistas, y pasó hace 30, 40, 50 años, pero la revuelta pasó hace tres años. Es muy raro vivir ese proceso negacionista.
Resistencia a la verdad histórica
El lingüista Teun A. van Dijk considera que aquellos que controlan “el discurso público, por lo menos parcialmente, controlan la mente pública”. Y ante ello, la literatura se convierte en resistencia. Zúñiga lo plasma en su libro con frases tan contundentes como poéticas: “Algo se estaba muriendo en un país donde los muertos pueden vivir; el cielo agujereado, roto, algún día los iba a iluminar”, o cuando el narrador ocupa la palabra “nosotros” para intimar con el lector en la historia, un recurso que invita a reflexionar sobre la justicia pendiente.
“Lo loco es que te reescriban la historia en tu cara porque, digo, lo de la dictadura incluye a todas estas voces negacionistas, y pasó hace 30, 40, 50 años, pero la revuelta pasó hace tres años. Es muy raro vivir ese proceso negacionista”, lamenta el escritor. “Para mí, había una conexión con el presente. Obviamente, yo no viví la Unidad Popular, pero sí la he leído, la he visto, la he escuchado”.
Con su novela, Zúñiga pone en la mesa la deuda histórica: jamás olvidar las atrocidades de la dictadura y luchar contra las verdades históricas. Sobre todo, ni hoy ni nunca permitir que la desmemoria esté por encima de las más de 40 000 víctimas del régimen de Pinochet, de 1973 a 1990. Tener presente que la extrema derecha de toda Latinoamérica no va a ceder el control sobre las economías: al final son los dueños del capital, aunque hoy se disfracen de libertarios buenaondita.
“En algún momento pensamos que la derecha efectivamente se había vuelto, no sé, más liberal, y que efectivamente podía denunciar la violación de los derechos humanos, asumir eso. Y que, en el fondo, no era una derecha pinochetista”, agrega el escritor. “Pero igual la derecha sigue siendo pinochetista y eso no se les va a pasar, porque también hay un tema de clase, o sea, es la clase alta, se van a cuidar la espalda [...]. Me encantaría pensar que hemos llegado a los mínimos civilizatorios de saber que cualquier golpe de Estado implica miles de muertes, siempre; pero no estoy tan seguro, no soy tan optimista en ese sentido”.
Sin embargo, la discusión sobre la dictadura es vigente: “Pa’mí el libro estaba hablando un poco de eso, o sea, no era una cosa planificada, sino que estaba ahí porque está vivo todo eso. Toda esa conversación está muy viva. No se acaba por más que escribamos un millón de libros que entren en esos años, en esa época”.
Tierra de campeones se resiste a que la historia sea trastocada por los intereses de quienes pretenden esconder en el mar sus infamias. Zúñiga es consciente de ello: “Es una conversación que no se va a acabar hasta que no se sepa dónde están los desaparecidos. Eso está abierto, no se puede callar, no se puede cerrar, hasta que los que saben dónde están, hablen. Y esos no hablan”.
Ilustración inspirada en un fragmento del libro <i>Tierra de campeones</i>, por Fernanda Jiménez.
En <i>Tierra de campeones</i>, la tercera novela del chileno Diego Zúñiga, un adolescente se convierte en el mejor cazador submarino en el Chile de los setenta, mientras el país está a punto de sufrir un cisma político. A partir de su libro, charlamos con el autor acerca de la disputa por dominar el relato sobre la dictadura y otras conexiones con el presente.
Entre las últimas fotografías que mi hermana le tomó a mamá, hay una en la que ella camina a la orilla de la playa de espaldas a la cámara. La contraluz al atardecer la difumina a ella y a las olas que tocan sus pies como un espíritu a punto de ser reclamado por el mar. Hoy mi madre está muerta, pero de alguna forma las palabras escritas por Diego Zúñiga la trajeron de nuevo a mi lado:
Estaba completamente solo.
La playa le pertenecía.
El mar lo invitaba, pero él sabía que no.
El agua hasta los tobillos, luego la espuma y volver a empezar.
Había un ritmo, un idioma, un tiempo.
Al momento de leer Tierra de campeones (Penguin Random House, 2023), desconocía que aquellas frases poéticas eran una evocación sutil de Zúñiga a los versos de Gabriela Mistral, José Ángel Cuevas o Gonzalo Millán; lo que sí tenía claro es que alguien capaz de acariciar el alma con palabras debía ser leído con detenimiento. De un momento a otro, uno se ve envuelto entre el oleaje narrativo y la historia de un adolescente que se convierte en el mejor cazador marino en los tiempos convulsos que llevaron a Salvador Allende a la Presidencia de Chile.
“Me interesa pensar la poesía no sólo desde el goce de la lectura, sino pensarla también para robar procedimientos de la poesía y llevarlos a la narrativa”, cuenta Zúñiga en entrevista para Gatopardo. “Las cosas que hace la poesía, que se pueden hacer igual en la narrativa de otra manera, son más lentas. Tiene obviamente que ver, por un lado, con la dimensión del lenguaje, pero también con otros juegos. Entonces me interesa ese juego”.
“El mar es cosa seria”, y el escritor chileno lo reconoce, lo respeta y, a lo largo de la novela, lo plantea como un personaje capaz de tomar lo que considera suyo. La anécdota central del libro surgió en una charla de sobremesa, cuando Zúñiga tenía 12 o 13 años; alguno de los comensales relató la historia de Raúl Choque, un pescador submarino de Iquique —una ciudad costera al norte de Chile, de donde es originario el propio Zúñiga— que fue campeón de la competencia individual en el Campeonato Mundial de Caza Submarina 1971. Tras la hazaña, Choque desapareció de la vida pública, pues se dice que en las aguas profundas halló un secreto espeluznante. Al mar no le agrada esconder los restos de la crueldad humana.
La anécdota de Choque se quedó rondando en la cabeza de Zúñiga. Solía contarla, divagar con ella. “Había un cineasta muy importante, Raúl Ruiz, y decía que nosotros los chilenos éramos muy buenos para irnos por las ramas”, recuerda el escritor. Y sí: llegaron otras novelas como Camanchaca (2009) y Racimo (2014), pero no hallaba cómo convertir la historia del pescador submarino en ficción.
“Pasé mucho tiempo dándole vueltas a eso, escribiendo cosas que no funcionaban, hasta que me di cuenta de que, en realidad, esa anécdota era un problema”. Y es que Zúñiga quería que su libro estuviera a la altura de lo extraordinario de aquel recuerdo. Cuando cambió su perspectiva, decidió partir desde otro punto para envolver la anécdota con narrativa. “Tuve la suerte, porque yo creo que fue un poco de fortuna, que se me aparece el personaje del Chungungo siendo niño [...]. La novela era seguirlo, verlo en la comunidad en la que se va a vivir hasta Caleta Negra, ver qué pasaba en el mar”.
Una vez que el escritor chileno enfocó sus esfuerzos en alejarse de la anécdota, exploró en la novela Los adioses (1954), de Juan Carlos Onetti, por un tipo de narrador. Deseaba que fuera en tercera persona, pero alejado de la tradición omnisciente. Entonces sería uno de los amigos del protagonista, quien a base de recuerdos y suposiciones traza el camino de este héroe.
“Cuando se me aparece el narrador (porque se me aparece el personaje por una parte), después se me aparece la sensación de que esta historia la va a contar un amigo que no lo va a conocer realmente”, puntualiza el escritor. “En mis talleres siempre les recomiendo fijarse muy bien quién cuenta la historia en Los adioses, pues se trata de alguien que no conoce la historia; incluso, me atrevería a decir que es el que no debiera contar la historia. Como que tiene menos herramientas para contar la historia realmente”.
La historia del niño es narrada en la primera parte sólo con el apellido Martínez, cuando vive una época luminosa, de iniciación, con los personajes de la localidad de Caleta Negra. Pasa de sumergirse en el río a explorar sus capacidades en el mar, luego de ser abandonado por su madre. Consigue cierto grado de maestría, al aprender de Violeta, una pescadora que a partir de ese momento ocupará la figura materna enseñándole a leer y a seguir el ritmo de las corrientes marinas.
En mis talleres siempre les recomiendo fijarse muy bien quién cuenta la historia en Los adioses, pues se trata de alguien que no conoce la historia.
Entonces Violeta lo observa moverse bajo el agua como la nutria que habita en las costas de Sudamérica llamada gato marino o chungungo. La metamorfosis del personaje es acompañada por el mismo narrador quien, a partir de ese momento, deja de llamar al protagonista por su apellido para referirse a él, justamente, como Chungungo. Desde ese punto queda atrás la niñez y comienza el rito iniciático del personaje en la adolescencia.
Zúñiga construye un andamiaje que desconfía de lo lineal, herencia de la lectura de Roberto Bolaño, con un narrador que en la primera parte juega con la complicidad del “nosotros”. De ahí que uno pueda avanzar y avanzar por las páginas con agilidad: “Luego se concentra mucho más en el Chungungo y parece una suerte como de tercera persona hasta cierto punto. Para mí, ese narrador es la flecha de la novela, por así decirlo”.
Quien conoce su aldea conoce el universo
En 2021, Zúñiga fue reconocido por la revista Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español. Forma parte de la colección Mapa de las Lenguas de Penguin Random House. No es poca cosa: hoy a sus 36 años escribe con una aparente sencillez, detrás de la que se esconden varias capas de talacha, correcciones y una virtud propia de los narradores que han recorrido cientos de millas náuticas.
“Cuando yo publico el libro, después me doy cuenta y digo ‘pero es que yo no escribo así, yo no escribo como ese narrador’. Si tú me vai a pedir un ensayo, si tú me vai a pedir una columna, yo no voy a escribir de la misma forma que ese narrador me pedía”. Este fenómeno se nombra de distintas maneras: para algunos escritores es el “modo dictado” o los “otros que susurran”; Zúñiga considera que el texto le habla, “y obviamente que el encontrar esa voz tiene que ver con un ensayo-error constante. Yo creo muy poco en la idea de la iluminación. Sí, he vivido, digo, iluminaciones, muy entre comillas y pequeñas”.
Al escribir sobre Juan Rulfo, Cristina Rivera Garza menciona que cada escritor tiene su Comala personal. En el caso de Zúñiga, se trata de Caleta Negra, el poblado costero donde se desarrolla parte de la novela. A diferencia del purgatorio rulfiano, aquí el escritor chileno utiliza frases poéticas para conformar su territorio: “Abajo, el mar era una pregunta negra, imposible”. Con todo, no deja a sus lectores flotando. Si se toma Tierra de campeones en un aparador, y se abre en cualquier capítulo, lo que se encontrará es una narración redonda, con la estructura clásica del cuento: con una idea central, un desarrollo y su desenlace.
Entre los recursos que Zúñiga utiliza para situarnos en las décadas de los sesenta y setenta, están las revistas Selecciones del Reader's Digest y la radio. También los viajes de los protagonistas de Caleta Negra a Iquique para enterarse del avance de la selección chilena en el Mundial de 1962, cuando el propio Chile fue anfitrión. Durante su infancia, Chungungo prefiere al boxeador Tani Loayza que a Arturo Godoy, el mejor pugilista chileno.
“Esa infancia, esa vida en la caleta, que es verdad que de pronto se va empezando a oscurecer, pero para mí tiene momentos de luminosidad”, recuerda Zúñiga. “Esa vida en comunidad que tienen ellos o el mismo Mundial de Caza Submarina que él ganó. Necesitaba esa luz porque para mí en esa luz también está la luz política, esa luminosidad es política, pensando en el contexto en el que estamos”.
El cisma político que vino con el derrocamiento de Salvador Allende es presentado por Zúñiga como quien arroja una piedra en el estanque. Esas ondas de graves sucesos alcanzan progresivamente al protagonista; también a los lectores, que nos vemos envueltos en las décadas de silencio y frustración:
Creo que todos sentimos que ese cuerpo éramos nosotros, que cualquiera podría haber estado ahí, al fondo del río, sin que nadie se diera cuenta de nuestra ausencia.
Los intentos negacionistas
La llegada al poder de personajes caricaturescos como Javier Milei obliga a charlar sobre la ultraderecha camaleónica que nunca se acaba de ir en Sudamérica. Aunque Tierra de campeones se desarrolla en la época de Salvador Allende, Zúñiga establece un diálogo entre las represiones del pasado y la convulsión actual: “Que saliera Milei en Argentina, pa’mí es una advertencia, o sea, me da terror porque además si vos lo pensabas 10 años atrás, era imposible que en Argentina eligieran a alguien así”.
Zúñiga considera que en la actualidad se vive una disputa por el dominio del relato acerca de las dictaduras. “El año pasado fue la conmemoración de los 50 años del golpe [de Estado], y nos pasó una conmemoración muy rara porque en los discursos negacionistas la derecha se robó la agenda”, lamenta el escritor. A pesar de que el presidente Gabriel Boric es un político que se inició como dirigente estudiantil, asociado a la nueva izquierda latinoamericana, sus opositores se han encargado de difundir paralelismos negativos con la Unidad Popular, aquella coalición de partidos de izquierda que en 1970 llevó a Salvador Allende al poder.
“La derecha, muy inteligente, hay que decirlo, llevó la conversación a la Unidad Popular y dijeron que el golpe era inevitable por culpa de esa coalición”, advierte Zúñiga. “La conversación fue esa: discutir la Unidad Popular y no discutir lo que fue la dictadura. El nivel de impunidad que sigue existiendo me lleva a pensar que justo ése es el gran problema de Chile, la impunidad”.
Mientras escribía Tierra de campeones, Zúñiga se dio tiempo para salir a las calles en octubre de 2019, cuando estallaron las protestas contra el gobierno de Sebastián Piñera. Al despliegue de militares lo acompañaba la sombra del pinochetismo. “Luego, con la pandemia, pasamos de dar revuelta en la calle a tener que encerrarnos. Ocurre el proceso constituyente, ganan casi todos de extrema derecha y arman un proyecto de extrema derecha. El miedo es que iban a aprobar una Constitución de extrema derecha, que por suerte se rechaza. Yo estaba escribiendo la novela y en un momento así me doy cuenta de que por supuesto era un momento muy efervescente políticamente, muy de una intensidad… como de una energía muy singular”, describe.
Lo loco es que te reescriban la historia en tu cara porque, digo, lo de la dictadura incluye a todas estas voces negacionistas, y pasó hace 30, 40, 50 años, pero la revuelta pasó hace tres años. Es muy raro vivir ese proceso negacionista.
Resistencia a la verdad histórica
El lingüista Teun A. van Dijk considera que aquellos que controlan “el discurso público, por lo menos parcialmente, controlan la mente pública”. Y ante ello, la literatura se convierte en resistencia. Zúñiga lo plasma en su libro con frases tan contundentes como poéticas: “Algo se estaba muriendo en un país donde los muertos pueden vivir; el cielo agujereado, roto, algún día los iba a iluminar”, o cuando el narrador ocupa la palabra “nosotros” para intimar con el lector en la historia, un recurso que invita a reflexionar sobre la justicia pendiente.
“Lo loco es que te reescriban la historia en tu cara porque, digo, lo de la dictadura incluye a todas estas voces negacionistas, y pasó hace 30, 40, 50 años, pero la revuelta pasó hace tres años. Es muy raro vivir ese proceso negacionista”, lamenta el escritor. “Para mí, había una conexión con el presente. Obviamente, yo no viví la Unidad Popular, pero sí la he leído, la he visto, la he escuchado”.
Con su novela, Zúñiga pone en la mesa la deuda histórica: jamás olvidar las atrocidades de la dictadura y luchar contra las verdades históricas. Sobre todo, ni hoy ni nunca permitir que la desmemoria esté por encima de las más de 40 000 víctimas del régimen de Pinochet, de 1973 a 1990. Tener presente que la extrema derecha de toda Latinoamérica no va a ceder el control sobre las economías: al final son los dueños del capital, aunque hoy se disfracen de libertarios buenaondita.
“En algún momento pensamos que la derecha efectivamente se había vuelto, no sé, más liberal, y que efectivamente podía denunciar la violación de los derechos humanos, asumir eso. Y que, en el fondo, no era una derecha pinochetista”, agrega el escritor. “Pero igual la derecha sigue siendo pinochetista y eso no se les va a pasar, porque también hay un tema de clase, o sea, es la clase alta, se van a cuidar la espalda [...]. Me encantaría pensar que hemos llegado a los mínimos civilizatorios de saber que cualquier golpe de Estado implica miles de muertes, siempre; pero no estoy tan seguro, no soy tan optimista en ese sentido”.
Sin embargo, la discusión sobre la dictadura es vigente: “Pa’mí el libro estaba hablando un poco de eso, o sea, no era una cosa planificada, sino que estaba ahí porque está vivo todo eso. Toda esa conversación está muy viva. No se acaba por más que escribamos un millón de libros que entren en esos años, en esa época”.
Tierra de campeones se resiste a que la historia sea trastocada por los intereses de quienes pretenden esconder en el mar sus infamias. Zúñiga es consciente de ello: “Es una conversación que no se va a acabar hasta que no se sepa dónde están los desaparecidos. Eso está abierto, no se puede callar, no se puede cerrar, hasta que los que saben dónde están, hablen. Y esos no hablan”.
En <i>Tierra de campeones</i>, la tercera novela del chileno Diego Zúñiga, un adolescente se convierte en el mejor cazador submarino en el Chile de los setenta, mientras el país está a punto de sufrir un cisma político. A partir de su libro, charlamos con el autor acerca de la disputa por dominar el relato sobre la dictadura y otras conexiones con el presente.
Entre las últimas fotografías que mi hermana le tomó a mamá, hay una en la que ella camina a la orilla de la playa de espaldas a la cámara. La contraluz al atardecer la difumina a ella y a las olas que tocan sus pies como un espíritu a punto de ser reclamado por el mar. Hoy mi madre está muerta, pero de alguna forma las palabras escritas por Diego Zúñiga la trajeron de nuevo a mi lado:
Estaba completamente solo.
La playa le pertenecía.
El mar lo invitaba, pero él sabía que no.
El agua hasta los tobillos, luego la espuma y volver a empezar.
Había un ritmo, un idioma, un tiempo.
Al momento de leer Tierra de campeones (Penguin Random House, 2023), desconocía que aquellas frases poéticas eran una evocación sutil de Zúñiga a los versos de Gabriela Mistral, José Ángel Cuevas o Gonzalo Millán; lo que sí tenía claro es que alguien capaz de acariciar el alma con palabras debía ser leído con detenimiento. De un momento a otro, uno se ve envuelto entre el oleaje narrativo y la historia de un adolescente que se convierte en el mejor cazador marino en los tiempos convulsos que llevaron a Salvador Allende a la Presidencia de Chile.
“Me interesa pensar la poesía no sólo desde el goce de la lectura, sino pensarla también para robar procedimientos de la poesía y llevarlos a la narrativa”, cuenta Zúñiga en entrevista para Gatopardo. “Las cosas que hace la poesía, que se pueden hacer igual en la narrativa de otra manera, son más lentas. Tiene obviamente que ver, por un lado, con la dimensión del lenguaje, pero también con otros juegos. Entonces me interesa ese juego”.
“El mar es cosa seria”, y el escritor chileno lo reconoce, lo respeta y, a lo largo de la novela, lo plantea como un personaje capaz de tomar lo que considera suyo. La anécdota central del libro surgió en una charla de sobremesa, cuando Zúñiga tenía 12 o 13 años; alguno de los comensales relató la historia de Raúl Choque, un pescador submarino de Iquique —una ciudad costera al norte de Chile, de donde es originario el propio Zúñiga— que fue campeón de la competencia individual en el Campeonato Mundial de Caza Submarina 1971. Tras la hazaña, Choque desapareció de la vida pública, pues se dice que en las aguas profundas halló un secreto espeluznante. Al mar no le agrada esconder los restos de la crueldad humana.
La anécdota de Choque se quedó rondando en la cabeza de Zúñiga. Solía contarla, divagar con ella. “Había un cineasta muy importante, Raúl Ruiz, y decía que nosotros los chilenos éramos muy buenos para irnos por las ramas”, recuerda el escritor. Y sí: llegaron otras novelas como Camanchaca (2009) y Racimo (2014), pero no hallaba cómo convertir la historia del pescador submarino en ficción.
“Pasé mucho tiempo dándole vueltas a eso, escribiendo cosas que no funcionaban, hasta que me di cuenta de que, en realidad, esa anécdota era un problema”. Y es que Zúñiga quería que su libro estuviera a la altura de lo extraordinario de aquel recuerdo. Cuando cambió su perspectiva, decidió partir desde otro punto para envolver la anécdota con narrativa. “Tuve la suerte, porque yo creo que fue un poco de fortuna, que se me aparece el personaje del Chungungo siendo niño [...]. La novela era seguirlo, verlo en la comunidad en la que se va a vivir hasta Caleta Negra, ver qué pasaba en el mar”.
Una vez que el escritor chileno enfocó sus esfuerzos en alejarse de la anécdota, exploró en la novela Los adioses (1954), de Juan Carlos Onetti, por un tipo de narrador. Deseaba que fuera en tercera persona, pero alejado de la tradición omnisciente. Entonces sería uno de los amigos del protagonista, quien a base de recuerdos y suposiciones traza el camino de este héroe.
“Cuando se me aparece el narrador (porque se me aparece el personaje por una parte), después se me aparece la sensación de que esta historia la va a contar un amigo que no lo va a conocer realmente”, puntualiza el escritor. “En mis talleres siempre les recomiendo fijarse muy bien quién cuenta la historia en Los adioses, pues se trata de alguien que no conoce la historia; incluso, me atrevería a decir que es el que no debiera contar la historia. Como que tiene menos herramientas para contar la historia realmente”.
La historia del niño es narrada en la primera parte sólo con el apellido Martínez, cuando vive una época luminosa, de iniciación, con los personajes de la localidad de Caleta Negra. Pasa de sumergirse en el río a explorar sus capacidades en el mar, luego de ser abandonado por su madre. Consigue cierto grado de maestría, al aprender de Violeta, una pescadora que a partir de ese momento ocupará la figura materna enseñándole a leer y a seguir el ritmo de las corrientes marinas.
En mis talleres siempre les recomiendo fijarse muy bien quién cuenta la historia en Los adioses, pues se trata de alguien que no conoce la historia.
Entonces Violeta lo observa moverse bajo el agua como la nutria que habita en las costas de Sudamérica llamada gato marino o chungungo. La metamorfosis del personaje es acompañada por el mismo narrador quien, a partir de ese momento, deja de llamar al protagonista por su apellido para referirse a él, justamente, como Chungungo. Desde ese punto queda atrás la niñez y comienza el rito iniciático del personaje en la adolescencia.
Zúñiga construye un andamiaje que desconfía de lo lineal, herencia de la lectura de Roberto Bolaño, con un narrador que en la primera parte juega con la complicidad del “nosotros”. De ahí que uno pueda avanzar y avanzar por las páginas con agilidad: “Luego se concentra mucho más en el Chungungo y parece una suerte como de tercera persona hasta cierto punto. Para mí, ese narrador es la flecha de la novela, por así decirlo”.
Quien conoce su aldea conoce el universo
En 2021, Zúñiga fue reconocido por la revista Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español. Forma parte de la colección Mapa de las Lenguas de Penguin Random House. No es poca cosa: hoy a sus 36 años escribe con una aparente sencillez, detrás de la que se esconden varias capas de talacha, correcciones y una virtud propia de los narradores que han recorrido cientos de millas náuticas.
“Cuando yo publico el libro, después me doy cuenta y digo ‘pero es que yo no escribo así, yo no escribo como ese narrador’. Si tú me vai a pedir un ensayo, si tú me vai a pedir una columna, yo no voy a escribir de la misma forma que ese narrador me pedía”. Este fenómeno se nombra de distintas maneras: para algunos escritores es el “modo dictado” o los “otros que susurran”; Zúñiga considera que el texto le habla, “y obviamente que el encontrar esa voz tiene que ver con un ensayo-error constante. Yo creo muy poco en la idea de la iluminación. Sí, he vivido, digo, iluminaciones, muy entre comillas y pequeñas”.
Al escribir sobre Juan Rulfo, Cristina Rivera Garza menciona que cada escritor tiene su Comala personal. En el caso de Zúñiga, se trata de Caleta Negra, el poblado costero donde se desarrolla parte de la novela. A diferencia del purgatorio rulfiano, aquí el escritor chileno utiliza frases poéticas para conformar su territorio: “Abajo, el mar era una pregunta negra, imposible”. Con todo, no deja a sus lectores flotando. Si se toma Tierra de campeones en un aparador, y se abre en cualquier capítulo, lo que se encontrará es una narración redonda, con la estructura clásica del cuento: con una idea central, un desarrollo y su desenlace.
Entre los recursos que Zúñiga utiliza para situarnos en las décadas de los sesenta y setenta, están las revistas Selecciones del Reader's Digest y la radio. También los viajes de los protagonistas de Caleta Negra a Iquique para enterarse del avance de la selección chilena en el Mundial de 1962, cuando el propio Chile fue anfitrión. Durante su infancia, Chungungo prefiere al boxeador Tani Loayza que a Arturo Godoy, el mejor pugilista chileno.
“Esa infancia, esa vida en la caleta, que es verdad que de pronto se va empezando a oscurecer, pero para mí tiene momentos de luminosidad”, recuerda Zúñiga. “Esa vida en comunidad que tienen ellos o el mismo Mundial de Caza Submarina que él ganó. Necesitaba esa luz porque para mí en esa luz también está la luz política, esa luminosidad es política, pensando en el contexto en el que estamos”.
El cisma político que vino con el derrocamiento de Salvador Allende es presentado por Zúñiga como quien arroja una piedra en el estanque. Esas ondas de graves sucesos alcanzan progresivamente al protagonista; también a los lectores, que nos vemos envueltos en las décadas de silencio y frustración:
Creo que todos sentimos que ese cuerpo éramos nosotros, que cualquiera podría haber estado ahí, al fondo del río, sin que nadie se diera cuenta de nuestra ausencia.
Los intentos negacionistas
La llegada al poder de personajes caricaturescos como Javier Milei obliga a charlar sobre la ultraderecha camaleónica que nunca se acaba de ir en Sudamérica. Aunque Tierra de campeones se desarrolla en la época de Salvador Allende, Zúñiga establece un diálogo entre las represiones del pasado y la convulsión actual: “Que saliera Milei en Argentina, pa’mí es una advertencia, o sea, me da terror porque además si vos lo pensabas 10 años atrás, era imposible que en Argentina eligieran a alguien así”.
Zúñiga considera que en la actualidad se vive una disputa por el dominio del relato acerca de las dictaduras. “El año pasado fue la conmemoración de los 50 años del golpe [de Estado], y nos pasó una conmemoración muy rara porque en los discursos negacionistas la derecha se robó la agenda”, lamenta el escritor. A pesar de que el presidente Gabriel Boric es un político que se inició como dirigente estudiantil, asociado a la nueva izquierda latinoamericana, sus opositores se han encargado de difundir paralelismos negativos con la Unidad Popular, aquella coalición de partidos de izquierda que en 1970 llevó a Salvador Allende al poder.
“La derecha, muy inteligente, hay que decirlo, llevó la conversación a la Unidad Popular y dijeron que el golpe era inevitable por culpa de esa coalición”, advierte Zúñiga. “La conversación fue esa: discutir la Unidad Popular y no discutir lo que fue la dictadura. El nivel de impunidad que sigue existiendo me lleva a pensar que justo ése es el gran problema de Chile, la impunidad”.
Mientras escribía Tierra de campeones, Zúñiga se dio tiempo para salir a las calles en octubre de 2019, cuando estallaron las protestas contra el gobierno de Sebastián Piñera. Al despliegue de militares lo acompañaba la sombra del pinochetismo. “Luego, con la pandemia, pasamos de dar revuelta en la calle a tener que encerrarnos. Ocurre el proceso constituyente, ganan casi todos de extrema derecha y arman un proyecto de extrema derecha. El miedo es que iban a aprobar una Constitución de extrema derecha, que por suerte se rechaza. Yo estaba escribiendo la novela y en un momento así me doy cuenta de que por supuesto era un momento muy efervescente políticamente, muy de una intensidad… como de una energía muy singular”, describe.
Lo loco es que te reescriban la historia en tu cara porque, digo, lo de la dictadura incluye a todas estas voces negacionistas, y pasó hace 30, 40, 50 años, pero la revuelta pasó hace tres años. Es muy raro vivir ese proceso negacionista.
Resistencia a la verdad histórica
El lingüista Teun A. van Dijk considera que aquellos que controlan “el discurso público, por lo menos parcialmente, controlan la mente pública”. Y ante ello, la literatura se convierte en resistencia. Zúñiga lo plasma en su libro con frases tan contundentes como poéticas: “Algo se estaba muriendo en un país donde los muertos pueden vivir; el cielo agujereado, roto, algún día los iba a iluminar”, o cuando el narrador ocupa la palabra “nosotros” para intimar con el lector en la historia, un recurso que invita a reflexionar sobre la justicia pendiente.
“Lo loco es que te reescriban la historia en tu cara porque, digo, lo de la dictadura incluye a todas estas voces negacionistas, y pasó hace 30, 40, 50 años, pero la revuelta pasó hace tres años. Es muy raro vivir ese proceso negacionista”, lamenta el escritor. “Para mí, había una conexión con el presente. Obviamente, yo no viví la Unidad Popular, pero sí la he leído, la he visto, la he escuchado”.
Con su novela, Zúñiga pone en la mesa la deuda histórica: jamás olvidar las atrocidades de la dictadura y luchar contra las verdades históricas. Sobre todo, ni hoy ni nunca permitir que la desmemoria esté por encima de las más de 40 000 víctimas del régimen de Pinochet, de 1973 a 1990. Tener presente que la extrema derecha de toda Latinoamérica no va a ceder el control sobre las economías: al final son los dueños del capital, aunque hoy se disfracen de libertarios buenaondita.
“En algún momento pensamos que la derecha efectivamente se había vuelto, no sé, más liberal, y que efectivamente podía denunciar la violación de los derechos humanos, asumir eso. Y que, en el fondo, no era una derecha pinochetista”, agrega el escritor. “Pero igual la derecha sigue siendo pinochetista y eso no se les va a pasar, porque también hay un tema de clase, o sea, es la clase alta, se van a cuidar la espalda [...]. Me encantaría pensar que hemos llegado a los mínimos civilizatorios de saber que cualquier golpe de Estado implica miles de muertes, siempre; pero no estoy tan seguro, no soy tan optimista en ese sentido”.
Sin embargo, la discusión sobre la dictadura es vigente: “Pa’mí el libro estaba hablando un poco de eso, o sea, no era una cosa planificada, sino que estaba ahí porque está vivo todo eso. Toda esa conversación está muy viva. No se acaba por más que escribamos un millón de libros que entren en esos años, en esa época”.
Tierra de campeones se resiste a que la historia sea trastocada por los intereses de quienes pretenden esconder en el mar sus infamias. Zúñiga es consciente de ello: “Es una conversación que no se va a acabar hasta que no se sepa dónde están los desaparecidos. Eso está abierto, no se puede callar, no se puede cerrar, hasta que los que saben dónde están, hablen. Y esos no hablan”.
Ilustración inspirada en un fragmento del libro <i>Tierra de campeones</i>, por Fernanda Jiménez.
En <i>Tierra de campeones</i>, la tercera novela del chileno Diego Zúñiga, un adolescente se convierte en el mejor cazador submarino en el Chile de los setenta, mientras el país está a punto de sufrir un cisma político. A partir de su libro, charlamos con el autor acerca de la disputa por dominar el relato sobre la dictadura y otras conexiones con el presente.
Entre las últimas fotografías que mi hermana le tomó a mamá, hay una en la que ella camina a la orilla de la playa de espaldas a la cámara. La contraluz al atardecer la difumina a ella y a las olas que tocan sus pies como un espíritu a punto de ser reclamado por el mar. Hoy mi madre está muerta, pero de alguna forma las palabras escritas por Diego Zúñiga la trajeron de nuevo a mi lado:
Estaba completamente solo.
La playa le pertenecía.
El mar lo invitaba, pero él sabía que no.
El agua hasta los tobillos, luego la espuma y volver a empezar.
Había un ritmo, un idioma, un tiempo.
Al momento de leer Tierra de campeones (Penguin Random House, 2023), desconocía que aquellas frases poéticas eran una evocación sutil de Zúñiga a los versos de Gabriela Mistral, José Ángel Cuevas o Gonzalo Millán; lo que sí tenía claro es que alguien capaz de acariciar el alma con palabras debía ser leído con detenimiento. De un momento a otro, uno se ve envuelto entre el oleaje narrativo y la historia de un adolescente que se convierte en el mejor cazador marino en los tiempos convulsos que llevaron a Salvador Allende a la Presidencia de Chile.
“Me interesa pensar la poesía no sólo desde el goce de la lectura, sino pensarla también para robar procedimientos de la poesía y llevarlos a la narrativa”, cuenta Zúñiga en entrevista para Gatopardo. “Las cosas que hace la poesía, que se pueden hacer igual en la narrativa de otra manera, son más lentas. Tiene obviamente que ver, por un lado, con la dimensión del lenguaje, pero también con otros juegos. Entonces me interesa ese juego”.
“El mar es cosa seria”, y el escritor chileno lo reconoce, lo respeta y, a lo largo de la novela, lo plantea como un personaje capaz de tomar lo que considera suyo. La anécdota central del libro surgió en una charla de sobremesa, cuando Zúñiga tenía 12 o 13 años; alguno de los comensales relató la historia de Raúl Choque, un pescador submarino de Iquique —una ciudad costera al norte de Chile, de donde es originario el propio Zúñiga— que fue campeón de la competencia individual en el Campeonato Mundial de Caza Submarina 1971. Tras la hazaña, Choque desapareció de la vida pública, pues se dice que en las aguas profundas halló un secreto espeluznante. Al mar no le agrada esconder los restos de la crueldad humana.
La anécdota de Choque se quedó rondando en la cabeza de Zúñiga. Solía contarla, divagar con ella. “Había un cineasta muy importante, Raúl Ruiz, y decía que nosotros los chilenos éramos muy buenos para irnos por las ramas”, recuerda el escritor. Y sí: llegaron otras novelas como Camanchaca (2009) y Racimo (2014), pero no hallaba cómo convertir la historia del pescador submarino en ficción.
“Pasé mucho tiempo dándole vueltas a eso, escribiendo cosas que no funcionaban, hasta que me di cuenta de que, en realidad, esa anécdota era un problema”. Y es que Zúñiga quería que su libro estuviera a la altura de lo extraordinario de aquel recuerdo. Cuando cambió su perspectiva, decidió partir desde otro punto para envolver la anécdota con narrativa. “Tuve la suerte, porque yo creo que fue un poco de fortuna, que se me aparece el personaje del Chungungo siendo niño [...]. La novela era seguirlo, verlo en la comunidad en la que se va a vivir hasta Caleta Negra, ver qué pasaba en el mar”.
Una vez que el escritor chileno enfocó sus esfuerzos en alejarse de la anécdota, exploró en la novela Los adioses (1954), de Juan Carlos Onetti, por un tipo de narrador. Deseaba que fuera en tercera persona, pero alejado de la tradición omnisciente. Entonces sería uno de los amigos del protagonista, quien a base de recuerdos y suposiciones traza el camino de este héroe.
“Cuando se me aparece el narrador (porque se me aparece el personaje por una parte), después se me aparece la sensación de que esta historia la va a contar un amigo que no lo va a conocer realmente”, puntualiza el escritor. “En mis talleres siempre les recomiendo fijarse muy bien quién cuenta la historia en Los adioses, pues se trata de alguien que no conoce la historia; incluso, me atrevería a decir que es el que no debiera contar la historia. Como que tiene menos herramientas para contar la historia realmente”.
La historia del niño es narrada en la primera parte sólo con el apellido Martínez, cuando vive una época luminosa, de iniciación, con los personajes de la localidad de Caleta Negra. Pasa de sumergirse en el río a explorar sus capacidades en el mar, luego de ser abandonado por su madre. Consigue cierto grado de maestría, al aprender de Violeta, una pescadora que a partir de ese momento ocupará la figura materna enseñándole a leer y a seguir el ritmo de las corrientes marinas.
En mis talleres siempre les recomiendo fijarse muy bien quién cuenta la historia en Los adioses, pues se trata de alguien que no conoce la historia.
Entonces Violeta lo observa moverse bajo el agua como la nutria que habita en las costas de Sudamérica llamada gato marino o chungungo. La metamorfosis del personaje es acompañada por el mismo narrador quien, a partir de ese momento, deja de llamar al protagonista por su apellido para referirse a él, justamente, como Chungungo. Desde ese punto queda atrás la niñez y comienza el rito iniciático del personaje en la adolescencia.
Zúñiga construye un andamiaje que desconfía de lo lineal, herencia de la lectura de Roberto Bolaño, con un narrador que en la primera parte juega con la complicidad del “nosotros”. De ahí que uno pueda avanzar y avanzar por las páginas con agilidad: “Luego se concentra mucho más en el Chungungo y parece una suerte como de tercera persona hasta cierto punto. Para mí, ese narrador es la flecha de la novela, por así decirlo”.
Quien conoce su aldea conoce el universo
En 2021, Zúñiga fue reconocido por la revista Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español. Forma parte de la colección Mapa de las Lenguas de Penguin Random House. No es poca cosa: hoy a sus 36 años escribe con una aparente sencillez, detrás de la que se esconden varias capas de talacha, correcciones y una virtud propia de los narradores que han recorrido cientos de millas náuticas.
“Cuando yo publico el libro, después me doy cuenta y digo ‘pero es que yo no escribo así, yo no escribo como ese narrador’. Si tú me vai a pedir un ensayo, si tú me vai a pedir una columna, yo no voy a escribir de la misma forma que ese narrador me pedía”. Este fenómeno se nombra de distintas maneras: para algunos escritores es el “modo dictado” o los “otros que susurran”; Zúñiga considera que el texto le habla, “y obviamente que el encontrar esa voz tiene que ver con un ensayo-error constante. Yo creo muy poco en la idea de la iluminación. Sí, he vivido, digo, iluminaciones, muy entre comillas y pequeñas”.
Al escribir sobre Juan Rulfo, Cristina Rivera Garza menciona que cada escritor tiene su Comala personal. En el caso de Zúñiga, se trata de Caleta Negra, el poblado costero donde se desarrolla parte de la novela. A diferencia del purgatorio rulfiano, aquí el escritor chileno utiliza frases poéticas para conformar su territorio: “Abajo, el mar era una pregunta negra, imposible”. Con todo, no deja a sus lectores flotando. Si se toma Tierra de campeones en un aparador, y se abre en cualquier capítulo, lo que se encontrará es una narración redonda, con la estructura clásica del cuento: con una idea central, un desarrollo y su desenlace.
Entre los recursos que Zúñiga utiliza para situarnos en las décadas de los sesenta y setenta, están las revistas Selecciones del Reader's Digest y la radio. También los viajes de los protagonistas de Caleta Negra a Iquique para enterarse del avance de la selección chilena en el Mundial de 1962, cuando el propio Chile fue anfitrión. Durante su infancia, Chungungo prefiere al boxeador Tani Loayza que a Arturo Godoy, el mejor pugilista chileno.
“Esa infancia, esa vida en la caleta, que es verdad que de pronto se va empezando a oscurecer, pero para mí tiene momentos de luminosidad”, recuerda Zúñiga. “Esa vida en comunidad que tienen ellos o el mismo Mundial de Caza Submarina que él ganó. Necesitaba esa luz porque para mí en esa luz también está la luz política, esa luminosidad es política, pensando en el contexto en el que estamos”.
El cisma político que vino con el derrocamiento de Salvador Allende es presentado por Zúñiga como quien arroja una piedra en el estanque. Esas ondas de graves sucesos alcanzan progresivamente al protagonista; también a los lectores, que nos vemos envueltos en las décadas de silencio y frustración:
Creo que todos sentimos que ese cuerpo éramos nosotros, que cualquiera podría haber estado ahí, al fondo del río, sin que nadie se diera cuenta de nuestra ausencia.
Los intentos negacionistas
La llegada al poder de personajes caricaturescos como Javier Milei obliga a charlar sobre la ultraderecha camaleónica que nunca se acaba de ir en Sudamérica. Aunque Tierra de campeones se desarrolla en la época de Salvador Allende, Zúñiga establece un diálogo entre las represiones del pasado y la convulsión actual: “Que saliera Milei en Argentina, pa’mí es una advertencia, o sea, me da terror porque además si vos lo pensabas 10 años atrás, era imposible que en Argentina eligieran a alguien así”.
Zúñiga considera que en la actualidad se vive una disputa por el dominio del relato acerca de las dictaduras. “El año pasado fue la conmemoración de los 50 años del golpe [de Estado], y nos pasó una conmemoración muy rara porque en los discursos negacionistas la derecha se robó la agenda”, lamenta el escritor. A pesar de que el presidente Gabriel Boric es un político que se inició como dirigente estudiantil, asociado a la nueva izquierda latinoamericana, sus opositores se han encargado de difundir paralelismos negativos con la Unidad Popular, aquella coalición de partidos de izquierda que en 1970 llevó a Salvador Allende al poder.
“La derecha, muy inteligente, hay que decirlo, llevó la conversación a la Unidad Popular y dijeron que el golpe era inevitable por culpa de esa coalición”, advierte Zúñiga. “La conversación fue esa: discutir la Unidad Popular y no discutir lo que fue la dictadura. El nivel de impunidad que sigue existiendo me lleva a pensar que justo ése es el gran problema de Chile, la impunidad”.
Mientras escribía Tierra de campeones, Zúñiga se dio tiempo para salir a las calles en octubre de 2019, cuando estallaron las protestas contra el gobierno de Sebastián Piñera. Al despliegue de militares lo acompañaba la sombra del pinochetismo. “Luego, con la pandemia, pasamos de dar revuelta en la calle a tener que encerrarnos. Ocurre el proceso constituyente, ganan casi todos de extrema derecha y arman un proyecto de extrema derecha. El miedo es que iban a aprobar una Constitución de extrema derecha, que por suerte se rechaza. Yo estaba escribiendo la novela y en un momento así me doy cuenta de que por supuesto era un momento muy efervescente políticamente, muy de una intensidad… como de una energía muy singular”, describe.
Lo loco es que te reescriban la historia en tu cara porque, digo, lo de la dictadura incluye a todas estas voces negacionistas, y pasó hace 30, 40, 50 años, pero la revuelta pasó hace tres años. Es muy raro vivir ese proceso negacionista.
Resistencia a la verdad histórica
El lingüista Teun A. van Dijk considera que aquellos que controlan “el discurso público, por lo menos parcialmente, controlan la mente pública”. Y ante ello, la literatura se convierte en resistencia. Zúñiga lo plasma en su libro con frases tan contundentes como poéticas: “Algo se estaba muriendo en un país donde los muertos pueden vivir; el cielo agujereado, roto, algún día los iba a iluminar”, o cuando el narrador ocupa la palabra “nosotros” para intimar con el lector en la historia, un recurso que invita a reflexionar sobre la justicia pendiente.
“Lo loco es que te reescriban la historia en tu cara porque, digo, lo de la dictadura incluye a todas estas voces negacionistas, y pasó hace 30, 40, 50 años, pero la revuelta pasó hace tres años. Es muy raro vivir ese proceso negacionista”, lamenta el escritor. “Para mí, había una conexión con el presente. Obviamente, yo no viví la Unidad Popular, pero sí la he leído, la he visto, la he escuchado”.
Con su novela, Zúñiga pone en la mesa la deuda histórica: jamás olvidar las atrocidades de la dictadura y luchar contra las verdades históricas. Sobre todo, ni hoy ni nunca permitir que la desmemoria esté por encima de las más de 40 000 víctimas del régimen de Pinochet, de 1973 a 1990. Tener presente que la extrema derecha de toda Latinoamérica no va a ceder el control sobre las economías: al final son los dueños del capital, aunque hoy se disfracen de libertarios buenaondita.
“En algún momento pensamos que la derecha efectivamente se había vuelto, no sé, más liberal, y que efectivamente podía denunciar la violación de los derechos humanos, asumir eso. Y que, en el fondo, no era una derecha pinochetista”, agrega el escritor. “Pero igual la derecha sigue siendo pinochetista y eso no se les va a pasar, porque también hay un tema de clase, o sea, es la clase alta, se van a cuidar la espalda [...]. Me encantaría pensar que hemos llegado a los mínimos civilizatorios de saber que cualquier golpe de Estado implica miles de muertes, siempre; pero no estoy tan seguro, no soy tan optimista en ese sentido”.
Sin embargo, la discusión sobre la dictadura es vigente: “Pa’mí el libro estaba hablando un poco de eso, o sea, no era una cosa planificada, sino que estaba ahí porque está vivo todo eso. Toda esa conversación está muy viva. No se acaba por más que escribamos un millón de libros que entren en esos años, en esa época”.
Tierra de campeones se resiste a que la historia sea trastocada por los intereses de quienes pretenden esconder en el mar sus infamias. Zúñiga es consciente de ello: “Es una conversación que no se va a acabar hasta que no se sepa dónde están los desaparecidos. Eso está abierto, no se puede callar, no se puede cerrar, hasta que los que saben dónde están, hablen. Y esos no hablan”.
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