Divino amor, la resistencia del cine brasileño

Divino amor, la resistencia del cine brasileño

Gabriel Mascaro es uno de los protagonistas del cine brasileño contemporáneo. En el país de Jair Bolsonaro, el cine ha sido un espacio de resistencia, uno disidente. Divino amor, su más reciente película, llega a la Cineteca Nacional.

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La ficción no es el arte de la profecía. Los artistas, por lo general, no crean libros y películas sobre el futuro para predecirlo sino para enfrentar desde un mañana imaginario los problemas que nos aquejan hoy. Probablemente el Brasil de 2027 no sea idéntico al que nos presenta Gabriel Mascaro en Divino amor (2019), pero la idea de una sociedad fuertemente orientada a la derecha donde los fetos se registran, y se tiene un fuerte control biométrico de la sociedad, bien puede ser una fantasía de alguien como el ultraconservador Jair Bolsonaro. Sin embargo, ese Brasil imaginario tan devotamente cristiano resulta menos sorprendente cuando se conoce bien al país y a su historia.

En entrevista con Gatopardo, Mascaro resume Divino amor como “una película que piensa en la relación del cuerpo y el Estado en un futuro cercano en un país que se vende como liberal, tropical, hermoso, caluroso”, pero esta imagen alegre contrasta con el fundamentalismo de grupos cristianos que Mascaro conoce desde su infancia. “Yo crecí en una comunidad en la periferia de Recife y, poco a poco, mis amigos de la infancia se empezaron a convertir en evangelistas. Lo interesante del fenómeno evangelista es que es una religión que de alguna manera está asociada a un perfil de clase social. Es una religión que empezó con la periferia, que consiguió una presencia muy fuerte donde no había la del Estado. Donde no hay Estado hay religión, hay evangelismo, especialmente en Brasil”. Divino amor es sólo una exageración de algo que ya existe.

La trama sigue a una trabajadora social que, aunque parece validada en sus creencias por un aparato distópico, excede sus límites profesionales al tratar de convencer de no divorciarse a las parejas que la visitan para formalizar su separación. De hecho, Joana (Dira Paes) pertenece a una secta cristiana donde se valora inmensamente la sexualidad —el intercambio de parejas es fomentado, incluso— pero siempre y cuando la concepción se dé dentro del matrimonio. El conflicto de esta mujer llega, primero, en la forma de la infertilidad, pero más adelante, cuando se logra embarazar, descubre que el bebé no es hijo de su esposo ni del hombre con quien tiene el contacto sexual permitido. Debe ser un milagro. “[Joana] es un personaje con una fe tan grande”, explica Mascaro, “que cuestiona la fe social, la fe institucional. Incluso es sobre las consecuencias del Estado que ella intentó apoyar, construir y que se vuelve contra ella”.

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