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Leer a Mónica Ojeda es caminar en una tormenta sin impermeable y sin paraguas. No le tiene miedo ni a las palabras ni a los temas: en dos de sus novelas Mandíbula y Nefando no escatima en recursos ni en temáticas para mantener a sus lectores en vilo.
Mónica Ojeda es originaria de Guayaquil, ese territorio que en otros tiempos podría pasar desapercibido, pero que a raíz de la pandemia se puso en el mapa por haber sido desbordada por la Covid-19. Ella no le tiene miedo ni a las palabras ni a los temas: en dos de sus novelas, Mandíbula (Candaya, 2018) y Nefando (Almadía, 2019), no se le escapan ni los recursos estilísticos ni las temáticas. Si en la primera uno de los temas centrales es la relación sadomasoquista entre dos chicas adolescentes, en la segunda el incesto, la pedofilia y la pornografía infantil mantienen a los lectores en vilo. Seleccionada en la lista Bogotá 39, del Hay Festival 2017, como una de las escritoras menores de 40 más prometedores de Hispanoamérica, supo desde muy niña que quería ser escritora. Así se lo dijo a Adriana Pacheco en el episodio que la académica de la Universidad de Texas, en Austin, le dedicó en “Hablemos Escritoras Podcast”. Así que en cuanto terminó la carrera de Literatura en Guayaquil, consiguió una beca y se fue a Barcelona a hacer un Máster en Creación Literaria. Regresó a su país durante unos años e impartió clases de Literatura en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, pero volvió a España y desde el 2011 vive en Madrid, en donde estudia un doctorado en Literatura Pornoerótica Latinoamericana. Con su primera novela, La desfiguración Silva (2014), ganó el Premio Alba Narrativa que entregan el Fondo Cultural del Alba y el Centro Cultural Dulce María Loynaz de La Habana, y que promueve la obra de latinoamericanos y caribeños menores de 40 años. En una charla virtual que formó parte de la iniciativa #DependientesDeLectores que organizaron Almadía, Sexto Piso y Era para tratar de paliar la crisis económica que se agudizó para las editoriales independientes a raíz de la pandemia, la autora confesó que, aunque no se considera una escritora de terror, cuando escribe su intención es estudiar el miedo a través del lenguaje y la escritura. “Como decía Lovecraft, el horror está en la atmósfera, y eso termina calando siempre”. Y así es. Porque cuando una lee a Ojeda no puede evitar que la temperatura descienda, que el cuerpo tiemble, que haya que voltear constantemente detrás del hombro para comprobar que no hay nadie detrás. Quizás esto se debe a la crueldad con la que sus personajes se desenvuelven, como si nada. A través de correo electrónico, responde que se siente atraída hacia los personajes que “se encuentran en un momento de experiencia extrema; es decir, que habitan o se ven propulsados hacia una zona liminal, una muda donde no hay palabras, donde son incapaces de construir una narrativa sobre aquello que han vivido. Supongo que porque cuando estamos en esa zona nos desnudamos mejor. Nuestra condición humana más animal, más opaca, emerge para decirnos no ya quien queremos ser, sino quienes somos en verdad”. Pero no juzga a sus personajes. No les pone calificativos ni etiquetas. La exploración que hacen de sí mismos es lo que le interesa. Como Annelise y Fernanda, las protagonistas de Mandíbula: un par de adolescentes de clase alta que acuden a un colegio del Opus Dei y que además de participar en un extraño culto al dios blanco (una deidad que una de ellas ha creado a partir de historias de terror de la deep web), disfrutan de hacer cosas que escandalizarían a muchos. “Mandíbula es una novela que va sobre el deseo entre mujeres, pero también un deseo violento. Dos de los personajes principales son dos chicas adolescentes de entre 15 y 16 años que están en un colegio femenino nada más, y son mejores amigas. Además, es un colegio de élite, y empiezan a descubrirse sexualmente entre ellas y comienzan a desarrollar deseos entre ellas mismas y esos deseos empiezan a devenir en una exploración física corporal sadomasoquista, en efecto. Especialmente porque hay una –no quiero arruinar la trama de la novela– que encuentra placer en recibir daño y otra que encuentra placer dándolo”.
"Si en la primera uno de los temas centrales es la relación sadomasoquista entre dos chicas adolescentes, en la segunda el incesto, la pedofilia y la pornografía infantil mantienen a los lectores en vilo".
Sin buscar spoilers, el título de la novela tiene mucho que ver con el tipo de daño (como lo describe la autora) al que se someten Fer y Annelise. Pero no sólo esta relación está marcada por una boca abierta: todo se engulle, se fagocita en Mandíbula. Se trata de regresar al origen: el vientre de la madre, el amor que de tanto amar acaba devorándose al otro. Asimismo, hay referencias constantes a la leche, al color blanco. En un ensayo que Annelise escribe para Miss Clara, en forma de carta, le confiesa su fascinación por Moby Dick, de Melville –la misma Ojeda ha dicho que leer la novela de la ballena blanca le cambió la vida–. Por ello, no es raro que la deidad monstruosa que crea a partir de las creepypastas (historias breves de terror que circulan en internet) sea el dios blanco. “Conforme vamos creciendo y entrando a la adultez nos volvemos más reacios a los cambios, menos flexibles. Esa rigidez, me da la impresión, viene del miedo. El miedo es un monstruo que crece con la edad. No es cierto que en la infancia estamos más asustados. No me refiero al miedo a los monstruos, sino a las cosas reales: el miedo a vivir, a sufrir, a morir. Mis personajes adultos muestran esta parte de lo que implica crecer, ese miedo”. Nefando, publicada por la mexicana Almadía, transcurre en Barcelona. Seis jóvenes millenials comparten un departamento; tres de ellos son hermanos. Cada una de las habitaciones de este piso es un mundo distinto, oscuro y turbio, en el que suceden cosas por demás inquietantes. “El centro de la tensión narrativa es el videojuego”, reconoce la autora. De niños, los hermanos mexicanos Terán –Irene, Cecilia y Emilio– son violados repetidamente por su padre y obligados a tener relaciones sexuales entre ellos mientras éste los graba. Cuando se convierten en adultos, encontrarán la manera más extraña de vengarse, de “curarse”: utilizan sus videos y los de otros niños abusados en un videojuego de culto. Así responde Mónica Ojeda a nuestra pregunta de porqué los hermanos eligieron esta venganza: “aunque no se hable mucho de ello, cuando somos víctimas de algo somos los primeros en rechazar la categoría de víctima, los primeros en darle sentido o explicación a la violencia que hemos recibido. Creamos historias, narrativas que se ajusten a una descripción de identidad menos resquebrajada, en donde seamos más agentes de nuestra existencia. Los Terán hacen eso, al fin y al cabo”.
"Cuando una lee a Ojeda no puede evitar que la temperatura descienda, que el cuerpo tiemble, que haya que voltear constantemente detrás del hombro para comprobar que no hay nadie detrás".
A través del videojuego de culto Nefando, la deep web es el escenario en el que se pondrán al descubierto las perversiones. Si en Mandíbula Annelise encuentra la inspiración para crear a su propio dios blanco en las creepypastas de la red profunda, en Nefando el mismo soporte hace posible la venganza de los hermanos Terán. “La deep web no me interesa especialmente. Sólo que mis novelas trabajan con gente joven que está, cómo no, vinculada a internet. Internet es parte del paisaje contemporáneo, me parece incluso inorgánico sacarlo de mis tramas. Lo veo como algo natural en los temas que he abordado. Quiero decir, es imposible hablar de pornografía infantil hoy en día sin hablar de internet”. Otro elemento que sorprende en la escritura de esta ecuatoriana es su manejo del lenguaje. Como una anotación rápida en un cuaderno de notas, breve, incluso cortante, Mónica Ojeda responde a las preguntas que le llegan desde Ciudad de México. “Cada libro me supone una experiencia totalmente distinta con el lenguaje y, por lo tanto, estética. Eso se debe a que la palabra encuentra su motor en un estado mental y emocional determinado. Si ese estado cambia, la palabra también. Lo que se mantiene inamovible en mi literatura es mi voluntad por llevar a la prosa la experiencia de la escritura poética, es decir, un evento sensual, musical y sensible”. Si esa es su intención, Mónica Ojeda lo logra: puede narrar los hechos más abyectos, pero cuando la lees sientes que estás escuchando música sublime.
Leer a Mónica Ojeda es caminar en una tormenta sin impermeable y sin paraguas. No le tiene miedo ni a las palabras ni a los temas: en dos de sus novelas Mandíbula y Nefando no escatima en recursos ni en temáticas para mantener a sus lectores en vilo.
Mónica Ojeda es originaria de Guayaquil, ese territorio que en otros tiempos podría pasar desapercibido, pero que a raíz de la pandemia se puso en el mapa por haber sido desbordada por la Covid-19. Ella no le tiene miedo ni a las palabras ni a los temas: en dos de sus novelas, Mandíbula (Candaya, 2018) y Nefando (Almadía, 2019), no se le escapan ni los recursos estilísticos ni las temáticas. Si en la primera uno de los temas centrales es la relación sadomasoquista entre dos chicas adolescentes, en la segunda el incesto, la pedofilia y la pornografía infantil mantienen a los lectores en vilo. Seleccionada en la lista Bogotá 39, del Hay Festival 2017, como una de las escritoras menores de 40 más prometedores de Hispanoamérica, supo desde muy niña que quería ser escritora. Así se lo dijo a Adriana Pacheco en el episodio que la académica de la Universidad de Texas, en Austin, le dedicó en “Hablemos Escritoras Podcast”. Así que en cuanto terminó la carrera de Literatura en Guayaquil, consiguió una beca y se fue a Barcelona a hacer un Máster en Creación Literaria. Regresó a su país durante unos años e impartió clases de Literatura en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, pero volvió a España y desde el 2011 vive en Madrid, en donde estudia un doctorado en Literatura Pornoerótica Latinoamericana. Con su primera novela, La desfiguración Silva (2014), ganó el Premio Alba Narrativa que entregan el Fondo Cultural del Alba y el Centro Cultural Dulce María Loynaz de La Habana, y que promueve la obra de latinoamericanos y caribeños menores de 40 años. En una charla virtual que formó parte de la iniciativa #DependientesDeLectores que organizaron Almadía, Sexto Piso y Era para tratar de paliar la crisis económica que se agudizó para las editoriales independientes a raíz de la pandemia, la autora confesó que, aunque no se considera una escritora de terror, cuando escribe su intención es estudiar el miedo a través del lenguaje y la escritura. “Como decía Lovecraft, el horror está en la atmósfera, y eso termina calando siempre”. Y así es. Porque cuando una lee a Ojeda no puede evitar que la temperatura descienda, que el cuerpo tiemble, que haya que voltear constantemente detrás del hombro para comprobar que no hay nadie detrás. Quizás esto se debe a la crueldad con la que sus personajes se desenvuelven, como si nada. A través de correo electrónico, responde que se siente atraída hacia los personajes que “se encuentran en un momento de experiencia extrema; es decir, que habitan o se ven propulsados hacia una zona liminal, una muda donde no hay palabras, donde son incapaces de construir una narrativa sobre aquello que han vivido. Supongo que porque cuando estamos en esa zona nos desnudamos mejor. Nuestra condición humana más animal, más opaca, emerge para decirnos no ya quien queremos ser, sino quienes somos en verdad”. Pero no juzga a sus personajes. No les pone calificativos ni etiquetas. La exploración que hacen de sí mismos es lo que le interesa. Como Annelise y Fernanda, las protagonistas de Mandíbula: un par de adolescentes de clase alta que acuden a un colegio del Opus Dei y que además de participar en un extraño culto al dios blanco (una deidad que una de ellas ha creado a partir de historias de terror de la deep web), disfrutan de hacer cosas que escandalizarían a muchos. “Mandíbula es una novela que va sobre el deseo entre mujeres, pero también un deseo violento. Dos de los personajes principales son dos chicas adolescentes de entre 15 y 16 años que están en un colegio femenino nada más, y son mejores amigas. Además, es un colegio de élite, y empiezan a descubrirse sexualmente entre ellas y comienzan a desarrollar deseos entre ellas mismas y esos deseos empiezan a devenir en una exploración física corporal sadomasoquista, en efecto. Especialmente porque hay una –no quiero arruinar la trama de la novela– que encuentra placer en recibir daño y otra que encuentra placer dándolo”.
"Si en la primera uno de los temas centrales es la relación sadomasoquista entre dos chicas adolescentes, en la segunda el incesto, la pedofilia y la pornografía infantil mantienen a los lectores en vilo".
Sin buscar spoilers, el título de la novela tiene mucho que ver con el tipo de daño (como lo describe la autora) al que se someten Fer y Annelise. Pero no sólo esta relación está marcada por una boca abierta: todo se engulle, se fagocita en Mandíbula. Se trata de regresar al origen: el vientre de la madre, el amor que de tanto amar acaba devorándose al otro. Asimismo, hay referencias constantes a la leche, al color blanco. En un ensayo que Annelise escribe para Miss Clara, en forma de carta, le confiesa su fascinación por Moby Dick, de Melville –la misma Ojeda ha dicho que leer la novela de la ballena blanca le cambió la vida–. Por ello, no es raro que la deidad monstruosa que crea a partir de las creepypastas (historias breves de terror que circulan en internet) sea el dios blanco. “Conforme vamos creciendo y entrando a la adultez nos volvemos más reacios a los cambios, menos flexibles. Esa rigidez, me da la impresión, viene del miedo. El miedo es un monstruo que crece con la edad. No es cierto que en la infancia estamos más asustados. No me refiero al miedo a los monstruos, sino a las cosas reales: el miedo a vivir, a sufrir, a morir. Mis personajes adultos muestran esta parte de lo que implica crecer, ese miedo”. Nefando, publicada por la mexicana Almadía, transcurre en Barcelona. Seis jóvenes millenials comparten un departamento; tres de ellos son hermanos. Cada una de las habitaciones de este piso es un mundo distinto, oscuro y turbio, en el que suceden cosas por demás inquietantes. “El centro de la tensión narrativa es el videojuego”, reconoce la autora. De niños, los hermanos mexicanos Terán –Irene, Cecilia y Emilio– son violados repetidamente por su padre y obligados a tener relaciones sexuales entre ellos mientras éste los graba. Cuando se convierten en adultos, encontrarán la manera más extraña de vengarse, de “curarse”: utilizan sus videos y los de otros niños abusados en un videojuego de culto. Así responde Mónica Ojeda a nuestra pregunta de porqué los hermanos eligieron esta venganza: “aunque no se hable mucho de ello, cuando somos víctimas de algo somos los primeros en rechazar la categoría de víctima, los primeros en darle sentido o explicación a la violencia que hemos recibido. Creamos historias, narrativas que se ajusten a una descripción de identidad menos resquebrajada, en donde seamos más agentes de nuestra existencia. Los Terán hacen eso, al fin y al cabo”.
"Cuando una lee a Ojeda no puede evitar que la temperatura descienda, que el cuerpo tiemble, que haya que voltear constantemente detrás del hombro para comprobar que no hay nadie detrás".
A través del videojuego de culto Nefando, la deep web es el escenario en el que se pondrán al descubierto las perversiones. Si en Mandíbula Annelise encuentra la inspiración para crear a su propio dios blanco en las creepypastas de la red profunda, en Nefando el mismo soporte hace posible la venganza de los hermanos Terán. “La deep web no me interesa especialmente. Sólo que mis novelas trabajan con gente joven que está, cómo no, vinculada a internet. Internet es parte del paisaje contemporáneo, me parece incluso inorgánico sacarlo de mis tramas. Lo veo como algo natural en los temas que he abordado. Quiero decir, es imposible hablar de pornografía infantil hoy en día sin hablar de internet”. Otro elemento que sorprende en la escritura de esta ecuatoriana es su manejo del lenguaje. Como una anotación rápida en un cuaderno de notas, breve, incluso cortante, Mónica Ojeda responde a las preguntas que le llegan desde Ciudad de México. “Cada libro me supone una experiencia totalmente distinta con el lenguaje y, por lo tanto, estética. Eso se debe a que la palabra encuentra su motor en un estado mental y emocional determinado. Si ese estado cambia, la palabra también. Lo que se mantiene inamovible en mi literatura es mi voluntad por llevar a la prosa la experiencia de la escritura poética, es decir, un evento sensual, musical y sensible”. Si esa es su intención, Mónica Ojeda lo logra: puede narrar los hechos más abyectos, pero cuando la lees sientes que estás escuchando música sublime.
Leer a Mónica Ojeda es caminar en una tormenta sin impermeable y sin paraguas. No le tiene miedo ni a las palabras ni a los temas: en dos de sus novelas Mandíbula y Nefando no escatima en recursos ni en temáticas para mantener a sus lectores en vilo.
Mónica Ojeda es originaria de Guayaquil, ese territorio que en otros tiempos podría pasar desapercibido, pero que a raíz de la pandemia se puso en el mapa por haber sido desbordada por la Covid-19. Ella no le tiene miedo ni a las palabras ni a los temas: en dos de sus novelas, Mandíbula (Candaya, 2018) y Nefando (Almadía, 2019), no se le escapan ni los recursos estilísticos ni las temáticas. Si en la primera uno de los temas centrales es la relación sadomasoquista entre dos chicas adolescentes, en la segunda el incesto, la pedofilia y la pornografía infantil mantienen a los lectores en vilo. Seleccionada en la lista Bogotá 39, del Hay Festival 2017, como una de las escritoras menores de 40 más prometedores de Hispanoamérica, supo desde muy niña que quería ser escritora. Así se lo dijo a Adriana Pacheco en el episodio que la académica de la Universidad de Texas, en Austin, le dedicó en “Hablemos Escritoras Podcast”. Así que en cuanto terminó la carrera de Literatura en Guayaquil, consiguió una beca y se fue a Barcelona a hacer un Máster en Creación Literaria. Regresó a su país durante unos años e impartió clases de Literatura en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, pero volvió a España y desde el 2011 vive en Madrid, en donde estudia un doctorado en Literatura Pornoerótica Latinoamericana. Con su primera novela, La desfiguración Silva (2014), ganó el Premio Alba Narrativa que entregan el Fondo Cultural del Alba y el Centro Cultural Dulce María Loynaz de La Habana, y que promueve la obra de latinoamericanos y caribeños menores de 40 años. En una charla virtual que formó parte de la iniciativa #DependientesDeLectores que organizaron Almadía, Sexto Piso y Era para tratar de paliar la crisis económica que se agudizó para las editoriales independientes a raíz de la pandemia, la autora confesó que, aunque no se considera una escritora de terror, cuando escribe su intención es estudiar el miedo a través del lenguaje y la escritura. “Como decía Lovecraft, el horror está en la atmósfera, y eso termina calando siempre”. Y así es. Porque cuando una lee a Ojeda no puede evitar que la temperatura descienda, que el cuerpo tiemble, que haya que voltear constantemente detrás del hombro para comprobar que no hay nadie detrás. Quizás esto se debe a la crueldad con la que sus personajes se desenvuelven, como si nada. A través de correo electrónico, responde que se siente atraída hacia los personajes que “se encuentran en un momento de experiencia extrema; es decir, que habitan o se ven propulsados hacia una zona liminal, una muda donde no hay palabras, donde son incapaces de construir una narrativa sobre aquello que han vivido. Supongo que porque cuando estamos en esa zona nos desnudamos mejor. Nuestra condición humana más animal, más opaca, emerge para decirnos no ya quien queremos ser, sino quienes somos en verdad”. Pero no juzga a sus personajes. No les pone calificativos ni etiquetas. La exploración que hacen de sí mismos es lo que le interesa. Como Annelise y Fernanda, las protagonistas de Mandíbula: un par de adolescentes de clase alta que acuden a un colegio del Opus Dei y que además de participar en un extraño culto al dios blanco (una deidad que una de ellas ha creado a partir de historias de terror de la deep web), disfrutan de hacer cosas que escandalizarían a muchos. “Mandíbula es una novela que va sobre el deseo entre mujeres, pero también un deseo violento. Dos de los personajes principales son dos chicas adolescentes de entre 15 y 16 años que están en un colegio femenino nada más, y son mejores amigas. Además, es un colegio de élite, y empiezan a descubrirse sexualmente entre ellas y comienzan a desarrollar deseos entre ellas mismas y esos deseos empiezan a devenir en una exploración física corporal sadomasoquista, en efecto. Especialmente porque hay una –no quiero arruinar la trama de la novela– que encuentra placer en recibir daño y otra que encuentra placer dándolo”.
"Si en la primera uno de los temas centrales es la relación sadomasoquista entre dos chicas adolescentes, en la segunda el incesto, la pedofilia y la pornografía infantil mantienen a los lectores en vilo".
Sin buscar spoilers, el título de la novela tiene mucho que ver con el tipo de daño (como lo describe la autora) al que se someten Fer y Annelise. Pero no sólo esta relación está marcada por una boca abierta: todo se engulle, se fagocita en Mandíbula. Se trata de regresar al origen: el vientre de la madre, el amor que de tanto amar acaba devorándose al otro. Asimismo, hay referencias constantes a la leche, al color blanco. En un ensayo que Annelise escribe para Miss Clara, en forma de carta, le confiesa su fascinación por Moby Dick, de Melville –la misma Ojeda ha dicho que leer la novela de la ballena blanca le cambió la vida–. Por ello, no es raro que la deidad monstruosa que crea a partir de las creepypastas (historias breves de terror que circulan en internet) sea el dios blanco. “Conforme vamos creciendo y entrando a la adultez nos volvemos más reacios a los cambios, menos flexibles. Esa rigidez, me da la impresión, viene del miedo. El miedo es un monstruo que crece con la edad. No es cierto que en la infancia estamos más asustados. No me refiero al miedo a los monstruos, sino a las cosas reales: el miedo a vivir, a sufrir, a morir. Mis personajes adultos muestran esta parte de lo que implica crecer, ese miedo”. Nefando, publicada por la mexicana Almadía, transcurre en Barcelona. Seis jóvenes millenials comparten un departamento; tres de ellos son hermanos. Cada una de las habitaciones de este piso es un mundo distinto, oscuro y turbio, en el que suceden cosas por demás inquietantes. “El centro de la tensión narrativa es el videojuego”, reconoce la autora. De niños, los hermanos mexicanos Terán –Irene, Cecilia y Emilio– son violados repetidamente por su padre y obligados a tener relaciones sexuales entre ellos mientras éste los graba. Cuando se convierten en adultos, encontrarán la manera más extraña de vengarse, de “curarse”: utilizan sus videos y los de otros niños abusados en un videojuego de culto. Así responde Mónica Ojeda a nuestra pregunta de porqué los hermanos eligieron esta venganza: “aunque no se hable mucho de ello, cuando somos víctimas de algo somos los primeros en rechazar la categoría de víctima, los primeros en darle sentido o explicación a la violencia que hemos recibido. Creamos historias, narrativas que se ajusten a una descripción de identidad menos resquebrajada, en donde seamos más agentes de nuestra existencia. Los Terán hacen eso, al fin y al cabo”.
"Cuando una lee a Ojeda no puede evitar que la temperatura descienda, que el cuerpo tiemble, que haya que voltear constantemente detrás del hombro para comprobar que no hay nadie detrás".
A través del videojuego de culto Nefando, la deep web es el escenario en el que se pondrán al descubierto las perversiones. Si en Mandíbula Annelise encuentra la inspiración para crear a su propio dios blanco en las creepypastas de la red profunda, en Nefando el mismo soporte hace posible la venganza de los hermanos Terán. “La deep web no me interesa especialmente. Sólo que mis novelas trabajan con gente joven que está, cómo no, vinculada a internet. Internet es parte del paisaje contemporáneo, me parece incluso inorgánico sacarlo de mis tramas. Lo veo como algo natural en los temas que he abordado. Quiero decir, es imposible hablar de pornografía infantil hoy en día sin hablar de internet”. Otro elemento que sorprende en la escritura de esta ecuatoriana es su manejo del lenguaje. Como una anotación rápida en un cuaderno de notas, breve, incluso cortante, Mónica Ojeda responde a las preguntas que le llegan desde Ciudad de México. “Cada libro me supone una experiencia totalmente distinta con el lenguaje y, por lo tanto, estética. Eso se debe a que la palabra encuentra su motor en un estado mental y emocional determinado. Si ese estado cambia, la palabra también. Lo que se mantiene inamovible en mi literatura es mi voluntad por llevar a la prosa la experiencia de la escritura poética, es decir, un evento sensual, musical y sensible”. Si esa es su intención, Mónica Ojeda lo logra: puede narrar los hechos más abyectos, pero cuando la lees sientes que estás escuchando música sublime.
Leer a Mónica Ojeda es caminar en una tormenta sin impermeable y sin paraguas. No le tiene miedo ni a las palabras ni a los temas: en dos de sus novelas Mandíbula y Nefando no escatima en recursos ni en temáticas para mantener a sus lectores en vilo.
Mónica Ojeda es originaria de Guayaquil, ese territorio que en otros tiempos podría pasar desapercibido, pero que a raíz de la pandemia se puso en el mapa por haber sido desbordada por la Covid-19. Ella no le tiene miedo ni a las palabras ni a los temas: en dos de sus novelas, Mandíbula (Candaya, 2018) y Nefando (Almadía, 2019), no se le escapan ni los recursos estilísticos ni las temáticas. Si en la primera uno de los temas centrales es la relación sadomasoquista entre dos chicas adolescentes, en la segunda el incesto, la pedofilia y la pornografía infantil mantienen a los lectores en vilo. Seleccionada en la lista Bogotá 39, del Hay Festival 2017, como una de las escritoras menores de 40 más prometedores de Hispanoamérica, supo desde muy niña que quería ser escritora. Así se lo dijo a Adriana Pacheco en el episodio que la académica de la Universidad de Texas, en Austin, le dedicó en “Hablemos Escritoras Podcast”. Así que en cuanto terminó la carrera de Literatura en Guayaquil, consiguió una beca y se fue a Barcelona a hacer un Máster en Creación Literaria. Regresó a su país durante unos años e impartió clases de Literatura en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, pero volvió a España y desde el 2011 vive en Madrid, en donde estudia un doctorado en Literatura Pornoerótica Latinoamericana. Con su primera novela, La desfiguración Silva (2014), ganó el Premio Alba Narrativa que entregan el Fondo Cultural del Alba y el Centro Cultural Dulce María Loynaz de La Habana, y que promueve la obra de latinoamericanos y caribeños menores de 40 años. En una charla virtual que formó parte de la iniciativa #DependientesDeLectores que organizaron Almadía, Sexto Piso y Era para tratar de paliar la crisis económica que se agudizó para las editoriales independientes a raíz de la pandemia, la autora confesó que, aunque no se considera una escritora de terror, cuando escribe su intención es estudiar el miedo a través del lenguaje y la escritura. “Como decía Lovecraft, el horror está en la atmósfera, y eso termina calando siempre”. Y así es. Porque cuando una lee a Ojeda no puede evitar que la temperatura descienda, que el cuerpo tiemble, que haya que voltear constantemente detrás del hombro para comprobar que no hay nadie detrás. Quizás esto se debe a la crueldad con la que sus personajes se desenvuelven, como si nada. A través de correo electrónico, responde que se siente atraída hacia los personajes que “se encuentran en un momento de experiencia extrema; es decir, que habitan o se ven propulsados hacia una zona liminal, una muda donde no hay palabras, donde son incapaces de construir una narrativa sobre aquello que han vivido. Supongo que porque cuando estamos en esa zona nos desnudamos mejor. Nuestra condición humana más animal, más opaca, emerge para decirnos no ya quien queremos ser, sino quienes somos en verdad”. Pero no juzga a sus personajes. No les pone calificativos ni etiquetas. La exploración que hacen de sí mismos es lo que le interesa. Como Annelise y Fernanda, las protagonistas de Mandíbula: un par de adolescentes de clase alta que acuden a un colegio del Opus Dei y que además de participar en un extraño culto al dios blanco (una deidad que una de ellas ha creado a partir de historias de terror de la deep web), disfrutan de hacer cosas que escandalizarían a muchos. “Mandíbula es una novela que va sobre el deseo entre mujeres, pero también un deseo violento. Dos de los personajes principales son dos chicas adolescentes de entre 15 y 16 años que están en un colegio femenino nada más, y son mejores amigas. Además, es un colegio de élite, y empiezan a descubrirse sexualmente entre ellas y comienzan a desarrollar deseos entre ellas mismas y esos deseos empiezan a devenir en una exploración física corporal sadomasoquista, en efecto. Especialmente porque hay una –no quiero arruinar la trama de la novela– que encuentra placer en recibir daño y otra que encuentra placer dándolo”.
"Si en la primera uno de los temas centrales es la relación sadomasoquista entre dos chicas adolescentes, en la segunda el incesto, la pedofilia y la pornografía infantil mantienen a los lectores en vilo".
Sin buscar spoilers, el título de la novela tiene mucho que ver con el tipo de daño (como lo describe la autora) al que se someten Fer y Annelise. Pero no sólo esta relación está marcada por una boca abierta: todo se engulle, se fagocita en Mandíbula. Se trata de regresar al origen: el vientre de la madre, el amor que de tanto amar acaba devorándose al otro. Asimismo, hay referencias constantes a la leche, al color blanco. En un ensayo que Annelise escribe para Miss Clara, en forma de carta, le confiesa su fascinación por Moby Dick, de Melville –la misma Ojeda ha dicho que leer la novela de la ballena blanca le cambió la vida–. Por ello, no es raro que la deidad monstruosa que crea a partir de las creepypastas (historias breves de terror que circulan en internet) sea el dios blanco. “Conforme vamos creciendo y entrando a la adultez nos volvemos más reacios a los cambios, menos flexibles. Esa rigidez, me da la impresión, viene del miedo. El miedo es un monstruo que crece con la edad. No es cierto que en la infancia estamos más asustados. No me refiero al miedo a los monstruos, sino a las cosas reales: el miedo a vivir, a sufrir, a morir. Mis personajes adultos muestran esta parte de lo que implica crecer, ese miedo”. Nefando, publicada por la mexicana Almadía, transcurre en Barcelona. Seis jóvenes millenials comparten un departamento; tres de ellos son hermanos. Cada una de las habitaciones de este piso es un mundo distinto, oscuro y turbio, en el que suceden cosas por demás inquietantes. “El centro de la tensión narrativa es el videojuego”, reconoce la autora. De niños, los hermanos mexicanos Terán –Irene, Cecilia y Emilio– son violados repetidamente por su padre y obligados a tener relaciones sexuales entre ellos mientras éste los graba. Cuando se convierten en adultos, encontrarán la manera más extraña de vengarse, de “curarse”: utilizan sus videos y los de otros niños abusados en un videojuego de culto. Así responde Mónica Ojeda a nuestra pregunta de porqué los hermanos eligieron esta venganza: “aunque no se hable mucho de ello, cuando somos víctimas de algo somos los primeros en rechazar la categoría de víctima, los primeros en darle sentido o explicación a la violencia que hemos recibido. Creamos historias, narrativas que se ajusten a una descripción de identidad menos resquebrajada, en donde seamos más agentes de nuestra existencia. Los Terán hacen eso, al fin y al cabo”.
"Cuando una lee a Ojeda no puede evitar que la temperatura descienda, que el cuerpo tiemble, que haya que voltear constantemente detrás del hombro para comprobar que no hay nadie detrás".
A través del videojuego de culto Nefando, la deep web es el escenario en el que se pondrán al descubierto las perversiones. Si en Mandíbula Annelise encuentra la inspiración para crear a su propio dios blanco en las creepypastas de la red profunda, en Nefando el mismo soporte hace posible la venganza de los hermanos Terán. “La deep web no me interesa especialmente. Sólo que mis novelas trabajan con gente joven que está, cómo no, vinculada a internet. Internet es parte del paisaje contemporáneo, me parece incluso inorgánico sacarlo de mis tramas. Lo veo como algo natural en los temas que he abordado. Quiero decir, es imposible hablar de pornografía infantil hoy en día sin hablar de internet”. Otro elemento que sorprende en la escritura de esta ecuatoriana es su manejo del lenguaje. Como una anotación rápida en un cuaderno de notas, breve, incluso cortante, Mónica Ojeda responde a las preguntas que le llegan desde Ciudad de México. “Cada libro me supone una experiencia totalmente distinta con el lenguaje y, por lo tanto, estética. Eso se debe a que la palabra encuentra su motor en un estado mental y emocional determinado. Si ese estado cambia, la palabra también. Lo que se mantiene inamovible en mi literatura es mi voluntad por llevar a la prosa la experiencia de la escritura poética, es decir, un evento sensual, musical y sensible”. Si esa es su intención, Mónica Ojeda lo logra: puede narrar los hechos más abyectos, pero cuando la lees sientes que estás escuchando música sublime.
Leer a Mónica Ojeda es caminar en una tormenta sin impermeable y sin paraguas. No le tiene miedo ni a las palabras ni a los temas: en dos de sus novelas Mandíbula y Nefando no escatima en recursos ni en temáticas para mantener a sus lectores en vilo.
Mónica Ojeda es originaria de Guayaquil, ese territorio que en otros tiempos podría pasar desapercibido, pero que a raíz de la pandemia se puso en el mapa por haber sido desbordada por la Covid-19. Ella no le tiene miedo ni a las palabras ni a los temas: en dos de sus novelas, Mandíbula (Candaya, 2018) y Nefando (Almadía, 2019), no se le escapan ni los recursos estilísticos ni las temáticas. Si en la primera uno de los temas centrales es la relación sadomasoquista entre dos chicas adolescentes, en la segunda el incesto, la pedofilia y la pornografía infantil mantienen a los lectores en vilo. Seleccionada en la lista Bogotá 39, del Hay Festival 2017, como una de las escritoras menores de 40 más prometedores de Hispanoamérica, supo desde muy niña que quería ser escritora. Así se lo dijo a Adriana Pacheco en el episodio que la académica de la Universidad de Texas, en Austin, le dedicó en “Hablemos Escritoras Podcast”. Así que en cuanto terminó la carrera de Literatura en Guayaquil, consiguió una beca y se fue a Barcelona a hacer un Máster en Creación Literaria. Regresó a su país durante unos años e impartió clases de Literatura en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, pero volvió a España y desde el 2011 vive en Madrid, en donde estudia un doctorado en Literatura Pornoerótica Latinoamericana. Con su primera novela, La desfiguración Silva (2014), ganó el Premio Alba Narrativa que entregan el Fondo Cultural del Alba y el Centro Cultural Dulce María Loynaz de La Habana, y que promueve la obra de latinoamericanos y caribeños menores de 40 años. En una charla virtual que formó parte de la iniciativa #DependientesDeLectores que organizaron Almadía, Sexto Piso y Era para tratar de paliar la crisis económica que se agudizó para las editoriales independientes a raíz de la pandemia, la autora confesó que, aunque no se considera una escritora de terror, cuando escribe su intención es estudiar el miedo a través del lenguaje y la escritura. “Como decía Lovecraft, el horror está en la atmósfera, y eso termina calando siempre”. Y así es. Porque cuando una lee a Ojeda no puede evitar que la temperatura descienda, que el cuerpo tiemble, que haya que voltear constantemente detrás del hombro para comprobar que no hay nadie detrás. Quizás esto se debe a la crueldad con la que sus personajes se desenvuelven, como si nada. A través de correo electrónico, responde que se siente atraída hacia los personajes que “se encuentran en un momento de experiencia extrema; es decir, que habitan o se ven propulsados hacia una zona liminal, una muda donde no hay palabras, donde son incapaces de construir una narrativa sobre aquello que han vivido. Supongo que porque cuando estamos en esa zona nos desnudamos mejor. Nuestra condición humana más animal, más opaca, emerge para decirnos no ya quien queremos ser, sino quienes somos en verdad”. Pero no juzga a sus personajes. No les pone calificativos ni etiquetas. La exploración que hacen de sí mismos es lo que le interesa. Como Annelise y Fernanda, las protagonistas de Mandíbula: un par de adolescentes de clase alta que acuden a un colegio del Opus Dei y que además de participar en un extraño culto al dios blanco (una deidad que una de ellas ha creado a partir de historias de terror de la deep web), disfrutan de hacer cosas que escandalizarían a muchos. “Mandíbula es una novela que va sobre el deseo entre mujeres, pero también un deseo violento. Dos de los personajes principales son dos chicas adolescentes de entre 15 y 16 años que están en un colegio femenino nada más, y son mejores amigas. Además, es un colegio de élite, y empiezan a descubrirse sexualmente entre ellas y comienzan a desarrollar deseos entre ellas mismas y esos deseos empiezan a devenir en una exploración física corporal sadomasoquista, en efecto. Especialmente porque hay una –no quiero arruinar la trama de la novela– que encuentra placer en recibir daño y otra que encuentra placer dándolo”.
"Si en la primera uno de los temas centrales es la relación sadomasoquista entre dos chicas adolescentes, en la segunda el incesto, la pedofilia y la pornografía infantil mantienen a los lectores en vilo".
Sin buscar spoilers, el título de la novela tiene mucho que ver con el tipo de daño (como lo describe la autora) al que se someten Fer y Annelise. Pero no sólo esta relación está marcada por una boca abierta: todo se engulle, se fagocita en Mandíbula. Se trata de regresar al origen: el vientre de la madre, el amor que de tanto amar acaba devorándose al otro. Asimismo, hay referencias constantes a la leche, al color blanco. En un ensayo que Annelise escribe para Miss Clara, en forma de carta, le confiesa su fascinación por Moby Dick, de Melville –la misma Ojeda ha dicho que leer la novela de la ballena blanca le cambió la vida–. Por ello, no es raro que la deidad monstruosa que crea a partir de las creepypastas (historias breves de terror que circulan en internet) sea el dios blanco. “Conforme vamos creciendo y entrando a la adultez nos volvemos más reacios a los cambios, menos flexibles. Esa rigidez, me da la impresión, viene del miedo. El miedo es un monstruo que crece con la edad. No es cierto que en la infancia estamos más asustados. No me refiero al miedo a los monstruos, sino a las cosas reales: el miedo a vivir, a sufrir, a morir. Mis personajes adultos muestran esta parte de lo que implica crecer, ese miedo”. Nefando, publicada por la mexicana Almadía, transcurre en Barcelona. Seis jóvenes millenials comparten un departamento; tres de ellos son hermanos. Cada una de las habitaciones de este piso es un mundo distinto, oscuro y turbio, en el que suceden cosas por demás inquietantes. “El centro de la tensión narrativa es el videojuego”, reconoce la autora. De niños, los hermanos mexicanos Terán –Irene, Cecilia y Emilio– son violados repetidamente por su padre y obligados a tener relaciones sexuales entre ellos mientras éste los graba. Cuando se convierten en adultos, encontrarán la manera más extraña de vengarse, de “curarse”: utilizan sus videos y los de otros niños abusados en un videojuego de culto. Así responde Mónica Ojeda a nuestra pregunta de porqué los hermanos eligieron esta venganza: “aunque no se hable mucho de ello, cuando somos víctimas de algo somos los primeros en rechazar la categoría de víctima, los primeros en darle sentido o explicación a la violencia que hemos recibido. Creamos historias, narrativas que se ajusten a una descripción de identidad menos resquebrajada, en donde seamos más agentes de nuestra existencia. Los Terán hacen eso, al fin y al cabo”.
"Cuando una lee a Ojeda no puede evitar que la temperatura descienda, que el cuerpo tiemble, que haya que voltear constantemente detrás del hombro para comprobar que no hay nadie detrás".
A través del videojuego de culto Nefando, la deep web es el escenario en el que se pondrán al descubierto las perversiones. Si en Mandíbula Annelise encuentra la inspiración para crear a su propio dios blanco en las creepypastas de la red profunda, en Nefando el mismo soporte hace posible la venganza de los hermanos Terán. “La deep web no me interesa especialmente. Sólo que mis novelas trabajan con gente joven que está, cómo no, vinculada a internet. Internet es parte del paisaje contemporáneo, me parece incluso inorgánico sacarlo de mis tramas. Lo veo como algo natural en los temas que he abordado. Quiero decir, es imposible hablar de pornografía infantil hoy en día sin hablar de internet”. Otro elemento que sorprende en la escritura de esta ecuatoriana es su manejo del lenguaje. Como una anotación rápida en un cuaderno de notas, breve, incluso cortante, Mónica Ojeda responde a las preguntas que le llegan desde Ciudad de México. “Cada libro me supone una experiencia totalmente distinta con el lenguaje y, por lo tanto, estética. Eso se debe a que la palabra encuentra su motor en un estado mental y emocional determinado. Si ese estado cambia, la palabra también. Lo que se mantiene inamovible en mi literatura es mi voluntad por llevar a la prosa la experiencia de la escritura poética, es decir, un evento sensual, musical y sensible”. Si esa es su intención, Mónica Ojeda lo logra: puede narrar los hechos más abyectos, pero cuando la lees sientes que estás escuchando música sublime.
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