Tiempo de lectura: 4 minutosFranz Kafka quería que al morir sus obras fueran quemadas. Pero lo traicionó su mejor amigo, Max Brod, quien le regaló una insolicitada fama póstuma con la publicación de sus 3,850 páginas manuscritas que se escondían en su estudio.
El escritor checo, nacido Praga el 3 de julio de 1883, era un obsesivo absoluto, un perfeccionista irremediable, necio, neurótico, compulsivo, torturado por su pasado, inseguro y genial. Sus dolencias y tormentos le permitieron construir un movimiento literario y algunas de las lecturas más importantes de la historia.
Tenía un grupo de amigos cercanos —entre ellos Brod, el traidor—, con quienes comentaba sus textos, pero no tenía la confianza de publicarlos. Podía terminar una novela en una sola noche, como lo hizo con La Condena (1913), escrita de las diez de la noche a las siete de la mañana, pero sufría de una indeterminación total para dar un texto por finito. Había que encontrar las palabras exactas para describir el mundo, sin usar símiles, hipérboles, juegos, adornos ni tropos; nada que diera indicios a que el lenguaje puro no es suficiente para narrar, que las historias también habrían de ser completas, profundas, realistas dentro de su misma ficción.
De todo lo que escribió, lo único que a Kafka le pareció publicable, y que vio la luz cuando seguía vivo, fueron las novelas y libros de relatos La condena, El fogonero, La metamorfosis, En la colonia penal, Un médico rural y Un artista del hambre. Eso es algo así como el 9% del trabajo literario producido a lo largo de sus 41 años, a pesar de que a su familia no le parecía adecuado que fuera escritor de profesión.
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Kafka creció entonces en una Praga que formaba parte del Imperio Austro Húngaro, en el seno de una familia de judíos asquenazíes. Fue el mayor de seis hermanos, tres hombres y tres mujeres, aunque ambos varones murieron antes de que él cumpliera los siete años. Era un ávido lector, con particular gusto por Flaubert, Dickens, Cervantes, Goethe, Nietzsche, Darwin y Haeckel. Le iba muy bien en la escuela, mucho mejor que a sus compañeros.
Estudió Derecho en la Universidad de Praga por decisión de su padre, que era un hombre autoritario y prepotente, con cargadas expectativas hacia sus hijos, especialmente hacía Franz por ser el primogénito y varón. En Carta al padre (1952), Kafka admite el miedo que le tenía y la pequeñez que le provocaba. También admite que se identificaba mucho más con su mamá, que pertenecía a una baja aristocracia y se juntaba con bohemios, profesores y artistas. Hermann Kafka, el padre, venía de una familia rural de carniceros y en Praga tenía una tienda de textiles.
“Franz Kafka quería que al morir sus obras fueran quemadas. Pero lo traicionó su mejor amigo, Max Brod, quien le regaló una insolicitada fama póstuma con la publicación de sus 3,850 páginas manuscritas que se escondían en su estudio”.
“En cualquier caso”, escribió Kafka a su padre, “éramos tan dispares y en esa disparidad tan peligroso el uno para el otro que, si se hubiese podido hacer una especie de cálculo anticipado de cómo yo, el niño de tan lento desarrollo, y tú, el hombre hecho y derecho, íbamos a comportarnos recíprocamente, se habría podido suponer que tú me aplastarías simplemente de un pisotón, que no quedaría nada de mí”.
La tormentosa relación que llevaba con su padre —que continuamente lo menospreciaba, le llamaba débil, ingrato y raro— tuvo mucho que ver en sus obras. Le generó muchas obsesiones y traumas, y también lo inspiró a estudiar diversos asuntos sobre la psicología humana como la subordinación y la culpa. En La metamorfosis (1915) explora estas relaciones y emociones humanas, al tener un personaje que aún convertido en cucaracha se preocupa por perder el tren y no llegar al trabajo a tiempo.
Tras obtener el título como doctor en Derecho, Franz Kafka comenzó a trabajar en una agencia de seguros. Un trabajo para pagar las cuentas, le llamaba, pero su verdadero interés era la escritura; y un interés particular por los libros de viajes (como los de Darwin) y soñaba con quizás, algún día, ganarse la vida escribiendo guías para viajeros con presupuestos breves.
Sin embargo, Kafka no era un gran viajero. Lo que más visitó fueron hospitales. Desde antes de contraer la tuberculosis que lo mató, el escritor era enfermizo y también hipocondríaco. Se abatía con facilidad y las emociones lo arrebataban. Cuando sus borradores literarios no lograban tomar forma, se sumergía en pequeñas depresiones que lo dejaban exhausto, ingrávido, casi muerto.
“Franz Kafka era un obsesivo absoluto, un perfeccionista irremediable, necio, neurótico, compulsivo, torturado por su pasado, inseguro y genial”.
Después de la primera hemoptisis (toser sangre) en 1917 que confirmó que su cuerpo estaba habitado por la bacteria de la tuberculosis, sus viajes a los sanatorios se hicieron cada vez más frecuentes. De hecho ahí fue donde conoció a muchas de las que fueron sus novias. Tuvo muchas relaciones, casi siempre complicadas, pero su gran amor fue Dora Diamant, una joven periodista y actriz polaca descendiente de una familia judía ortodoxa que huyó de su pueblo natal y que tuvo mucha influencia en el interés de Kafka por la religión y el misticismo. Vivieron juntos en Berlín y tenían planeado irse a Palestina, donde tendrían un restaurante en el que ella cocinara y él fuera el mesero.
En diciembre de 1923, Kafka contrajo una pulmonía brutal. Regresó a Praga, a la casa de su padre, pero pronto se agravó la enfermedad y lo internaron en un sanatorio cerca de Viena. Su laringe quedó completamente destruída y ya no podía tragar nada que no fuera líquido. Su cuerpo, siempre un poco escuálido, apenas y podía moverse. Fue trasladado a otro hospital en el centro de la capital y el 3 de junio de 1924 murió, pidiendo que sus textos nunca fueran publicados.
De no haber sido por la traición de Max Brod, la humanidad hubiera conocido tan solo una pequeñísima parte de todo lo que escribió. Quizá Jorge Luis Borges nunca hubiera escrito un prólogo para La Metamorfosis y no se hubiera inspirado en los mundos kafkianos. O Albert Camus jamás hubiera inventado personajes a los que la vida se les escapa en mundos paralelos; probablemente tampoco Sartre ni García Márquez hubieran crecido con el nombre de Kafka como referencia.
Hay quienes consideran que él logró descifrar, casi como premonición, lo absurdo del siglo XXI. “Prefiguró las pesadillas del siglo pasado, pero también las de este”, escribió Marta Rebón poco después de que se resolviera el paradero de los últimos manuscritos en disputa. Un pleito entre la Biblioteca Nacional de Israel (que los consideraba un bien cultural del pueblo judío) y el Archivo Literario de Marbach (quien quería conservar los manuscritos al tratarse de un escritor en lengua alemana).
Kafka discernía en sus textos sobre la psicología humana, la filosofía del absurdo y el existencialismo, la culpa, la sumisión laboral, la ansiedad y la violencia. Murió de tuberculosis a los 41 años. Su muerte, 3 de junio, fue el mismo día que el de Gregorio Samsa, el personaje de su libro más famoso, La metamorfosis.