Un conserje esculca el cuerpo famélico de un niño que yace en un andén ferroviario, muerto. Entre la ropa del difunto, el hombre encuentra su única pertenencia: una lata de caramelos. Pero al darse cuenta de que está vacía, la arroja fuera de la estación de trenes y, una vez en el suelo, de la vieja lata brota el espíritu de una niña, Setsuko, hermana del pobre chiquillo que acaba de morir por inanición en el andén y que se llamaba Seita. Rodeados por la luz que emanan las luciérnagas del campo, los dos hermanos se toman de la mano, contentos de que la muerte les ha permitido finalmente reencontrarse.
Antes de Takahata, muchos quisieron proponer adaptar al cine la obra homónima del escritor japonés Akiyuki Nosaka, que apareció por primera vez en 1967. Nosaka rechazó cada una de las ofertas; argumentaba que ninguna producción cinematográfica sería capaz de recrear fielmente los crudos escenarios que habitan la historia de Seita y Setsuko, dos hermanos que, a causa de los bombardeos aéreos perpetrados por el ejército estadounidense, quedan huérfanos y deben enfrentarse a la miseria y devastación que socavó Kōbe en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial. Sólo en Takahata, y en el animé, Nosaka encontró la ecuanimidad necesaria para dar imagen a su historia.
Nacido el 29 de octubre de 1932 en Ujiyamada (ahora Ise), Japón, Isao Takahata tenía sólo nueve años cuando él y su familia tuvieron que huir de un bombardeo estadounidense que mató a más de mil personas en la ciudad de Okayama. Aquel niño que se vio obligado a correr, descalzo y en pijama, entre montones de cuerpos humanos, años más tarde encontraría en el cine algunas líneas en blanco en las que plasmar su vivencia.
Cuando Takahata era estudiante de Letras Francesas en la Universidad de Tokio vio la película El rey y el ruiseñor (1952) —obra maestra del cine animado francés—, el joven estudiante quedó fascinado por la amalgama artística que el cineasta Paul Grimault había creado con la literatura y el cine. Fue entonces que descubrió la animación como un medio; más que ilustrar, estaba interesado en escribir y dirigir producciones animadas. Después de graduarse en 1959, probó suerte en el prestigioso estudio de animación Toei Animation, productora de Dragon Ball Z y Los caballeros del zodiaco; tuvo éxito en todas las pruebas de admisión y fue contratado como asistente de director. Sólo fue cuestión de tiempo para que, en el otoño de 1965, el estudio le ofreciera a Takahata la oportunidad de tener una película bajo su dirección: La gran aventura de Horus, príncipe del sol.
Desde entonces comenzó a construir un pulido y meticuloso estilo cinematográfico. Los altos estándares bajo los que él y su equipo de animación trabajaron los llevó a invertir tres años en la producción del filme, el cual se basó en The Sun Above Chikisani, obra de títeres escrita por el guionista japonés Kazuo Fukazawa a partir de una epopeya Yukar: sagas que conforman la tradición oral del pueblo indígena ainu. Takahata buscó que su ópera prima fuera un reflejo de los cambios sociales del Japón contemporáneo y de los ideales socialistas. Pero el exhaustivo quehacer cinematográfico de esa primera película no fue suficiente, ésta duró sólo diez días en cartelera. El fracaso en taquilla provocó que la relación laboral entre el director y Toei Animation terminara. Más, la crítica cinematográfica pronto redimió este filme como un trabajo pionero y fundamental para la evolución del animé japonés. Aunado a su mérito técnico, esta película posee un valor etéreo: unió por primera vez a Takahata con Hayao Miyazaki en una producción. La gran aventura de Horus, príncipe del sol no sólo fue el semillero de una amistad sino también de una fructífera dupla creativa que años más tarde fundaría Studio Ghibli, uno de los estudios de animación más plausibles y trascendentales no sólo de Japón sino a nivel mundial.
***
Todo comenzó en 1963, en una parada de autobuses en Nerima, Tokio, cuando Takahata se acercó a hablar por primera vez con Miyazaki mientras esperaba el transporte a la salida de su trabajo en Toei Animation. Desde ese primer contacto, los dos aprendices pasaron madrugadas enteras hablando sobre las cosas que querían hacer y que les dieran orgullo. Isao Takahata no fue una persona madrugadora, llegaba tarde al trabajo, era un fumador desmesurado y con frecuencia se veía obligado a escribir cartas a sus jefes para disculparse por tomar más días de los acordados para finalizar su trabajo. Sus compañeros lo apodaban Paku-san, porque cada que comía, apenas trozos de pan y agua directo del grifo entre jornada y jornada, sonaba igual que la onomatopeya japonesa “paku paku”, utilizada para aludir al sonido de las masticadas, como “ñam ñam”. Más sus hábitos erráticos no eran reflejo de su intelecto y su tenacidad.
En las dos décadas que separan su debut de la fundación de Studio Ghibli el 15 de junio de 1985, Takahata demostró sus habilidades al dirigir la caricatura Heidi (1974), vehículo que llevó al animé a recorrer el planeta: Alemania, Reino Unido, España, India, Estados Unidos, México, Italia, Filipinas, Sudáfrica y la esfera árabe son algunos de los rincones a los que llegó la historia de la niña de los Alpes, traducida a una veintena de idiomas. Los 52 capítulos que conforman esta caricatura permanecen como el máximo referente del animé infantil (denominado kodomo).
En el umbral de la fundación de Studio Ghibli, Takahata preparó el terreno con la película Goshu, el violoncelista (1982), la cual definió los ejes que encauzarían su filmografía dentro de Ghibli: la compresión de la naturaleza, la búsqueda de identidad y su defensa, la sanación y los conflictos intrapersonales y sociales. Dichas temáticas se verían replicadas, cada una de manera particular, desde La tumba de las luciérnagas, su primera película dentro de Ghibli, hasta sus siguientes producciones: Recuerdos del ayer (1991), Pompoko: La guerra de los mapaches (1994), Mis vecinos los Yamada (1999).
En Ghibli, Takahata se desempeñó como director, productor, guionista y artista de storyboard en un total de nueve películas, de cuales, como productor, compartió créditos con Hayao Miyazaki en El castillo en el cielo (1986), Kiki, la aprendiz de bruja (1989) y Nausicaä del Valle del Viento (1984) —a pesar de que ésta última fue estrenada un año antes de la fundación de Ghibli, es considera su primera película ya que el equipo de trabajo estaba conformado por las mismas personas que fundaron el estudio—.
Dedicaba meses a observar los detalles que conformaban las atmósferas y escenarios reales en los que se inspiraba para realizar sus películas; pasaba hasta ocho horas sentado, estoico, frente a la hoja en blanco y no trazaba ni una raya si no estaba completamente seguro de lo que iba a dibujar; tenía la osadía de desechar cualquier proyecto que no satisficiera sus expectativas, sin importarle si estaba próximo a completarlo o se hubieran invertido miles de dólares en la producción. Hasta su última película, Paku-san se mantuvo fiel a esta dinámica creativa. Después del fracaso en taquilla de Mis vecinos los Yamada, el director se negó, por años, a realizar una nueva producción. Existía una daga atravesada que no le permitía sosegar su voracidad artística.
***
Cuando era niño, Isao Takahata solía leer el texto japonés más antiguo que existe “El cuento del cortador de bambú”, el cual data del siglo X y es anónimo. En ese entonces, Takahata decía que no comprendía ni empatizaba con la leyenda, sin embargo, al paso de los años descubrió que el cine animado tenía la capacidad de desentrañar los insondables sentimientos de la princesa Kaguya, protagonista de la historia. Fue así como, en 1960, el director propuso su idea a Toei Animation, pero al ser sólo un “humilde empleado”, según el propio Takahata, todos ignoraron su concepto.
Un nuevo siglo llegó, en todos esos años Takahata había construido ya su reputación como creador de animé y fue ésta la que le permitió extraer su inquietante deseo de llevar al cine el legendario relato japonés que leía desde la infancia. El entonces presidente de la cadena televisiva japonesa Nippon TV, Seiichiro Ujiie estaba maravillado por el cine de Takahata, así que intervino con un donativo de aproximadamente 45 millones de dólares para que el cineasta realizara una nueva película. Durante ocho años, el cineasta invirtió todos los recursos materiales e intelectuales posibles en la producción de El cuento de la Princesa Kaguya, que terminó estrenándose el 23 de noviembre de 2013. Seiichiro Ujiie murió en 2011 y no llegó a presenciar la obra con la que Takahata se despediría para siempre de la dirección cinematográfica.
La preciosa e inquietante estética visual dibujada a mano en acuarela, así como la franqueza profunda con la que aborda un amplio abanico de temas, como la infancia, la crianza, el amor, el cautiverio de la mujer y el adultocentrismo, lograron que Takahata se retirara con dos nominaciones en el 67º Festival de Cine de Cannes, otra más por parte de los premios de la Academia y la aclamación universal de la crítica especializada.
El 15 de mayo de 2018, el museo de Studio Ghibli, a las afueras de Tokio, se llenó de flores silvestres de color pastel. Parecía el campo de Recuerdos del ayer o un bosque lleno de matorrales y árboles frutales de El cuento de la Princesa Kaguya, y no un homenaje luctuoso. Isao Takahata murió el 5 de abril de ese mismo año, a causa del cáncer de pulmón que padeció por años. Sus admiradores y colegas con los que compartió por años se despidieron de él, incluido su inseparable Hayao Miyazki: “Paku-san, en aquellos días, vivíamos con todo nuestro poderío. Te mantuviste de pie sin doblegarte ante ningún infortunio. Esa es la actitud que todos compartíamos. Gracias, Paku-san. Jamás olvidaré, hace 55 años, la primera vez que me hablaste en la parada del autobús después de la lluvia”, dijo Miyazaki.