Desde hace varias décadas gran parte de la literatura del Caribe nos ha brindado algunas de las páginas más célebres de América Latina. Desamparadas por mucho tiempo de todo seguimiento crítico exhaustivo, lo que ocurrió a la par de las álgidas situaciones político-sociales en varios de los lugares que integran geográficamente esta región, las literaturas caribeñas (un término que empleo por comodidad de síntesis, pero que no logra abarcar la gran pluralidad cultural, étnica y social de estos territorios) han resistido, desde su vastedad y complejidad, al gran silencio editorial que en el pasado las mantuvo enmudecidas fuera de sus países.
Primero que nada, me detendré en la división territorial, pues presentaré como ejemplo la obra de tres escritoras del Caribe insular, que está integrado por trece (a veces) “distantes” países: Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Cuba, Dominica, Granada, Haití, Jamaica, República Dominicana, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía y Trinidad y Tobago; dentro de esa subregión, hablaré de tres en específico: Cuba, República Dominicana y Haití. En la literatura de estos últimos, algunas categorías gozan de particular renombre y han merecido la atención específica de editoriales, críticos, académicos y lectores, lo que refleja la mayor difusión de ciertas obras. Ése es el caso del primer país: la isla de Cuba.
Sin lugar a dudas —por razones históricas que provienen desde su tardía independencia del Imperio español en 1898, pasando por la dictadura de Fulgencio Batista a principios de la década de los cincuenta del siglo pasado y hasta la Revolución de 1959—, Cuba ha sido el país caribeño más connotado a nivel político y cultural dentro y fuera de las fronteras de la región. De allí proviene una de las tres autoras de las que me interesa hablar: la periodista y narradora María Elena Llana, cuya obra, en su mayoría, ha sido adscrita por los críticos al género fantástico.
En segundo lugar, transitaré por fronteras cercanas al caso cubano para detenerme en la literatura de la dominicana Rita Indiana, una de las voces más jóvenes, audaces e interesantes de la actualidad caribeña en lo que se refiere no sólo a la literatura, sino también a la música y la cultura performática del Caribe. Rita Indiana es una artista que, desde sus composiciones, ya sean narrativas, musicales o visuales, ha planteado varios de los conflictos sociales que aquejan a su país y a la zona y también ha mostrado su abierta posición como disidente sexual frente a una sociedad tan religiosamente heteronormada como la dominicana.
Finalmente, hablaré de Mona Guérin, dramaturga, poeta y feminista haitiana, quien nació en Puerto Príncipe en 1934 y murió en esa misma ciudad en 2011. En este último caso estamos frente a la presencia de una de las voces francófonas más poderosas de su país que, también desde su labor como educadora, contribuyó a fortalecer algunos cambios sustanciales en los derechos de las mujeres haitianas, un tema que, aun en la actualidad, sigue siendo materia pendiente. No es menor que la extrema pobreza y las constantes crisis políticas de Haití —por cierto, el primer país del continente americano en obtener su independencia— fueran ilustradas de manera tácita, junto con varias de sus contradicciones y problemas sociales, desde lo real maravilloso literario por el autor cubano Alejo Carpentier en su prólogo a El reino de este mundo (1949), su segunda novela, que habla sobre el cruento proceso de la independencia haitiana a partir del código estructural de esa ontología literaria.
Llana y sus proezas fantásticas
María Elena Llana nació en Cienfuegos en 1936 y será testigo y partícipe de las profundas transformaciones que se desarrollarán en Cuba, fundamentalmente a mediados del siglo XX. Recorrerá los diversos y complejos caminos por los que tendrá que transitar su país desde la trinchera que mejor le acomoda: la autenticidad de la palabra. Tanto en su experiencia como periodista y como creadora, Llana siempre logra acoplar con tenacidad ambos rubros y enseña permanentemente a sus lectores que las dos entidades son elementos inseparables para comprender su trayectoria escritural. Desde sus primeros pasos como periodista, a finales de los años cincuenta en el periódico Revolución, oficio al que llegó por vocación y servicio a la sociedad, como ha manifestado en varias entrevistas, hasta sus últimas publicaciones como escritora de ficción, la narradora caribeña declara su compromiso con una realidad compleja, que no se queda simplemente en el devenir del argumento temático o discursivo, sino que lo acompaña con elegancia técnica, un sentido amplio del montaje textual de sus relatos y una fineza expresiva, que sabe recrear con el vocablo preciso, depositada en una variedad espléndida de múltiples y complejos personajes.
Esta destreza técnica nos deja siempre la impresión de estar frente a una obra en la que no se escatima la artesanía textual. Llana construye atmósferas desafiantes, escenarios enigmáticos, tramas sensibles y argumentadas bajo un sentido estético capital que profundiza con agudeza en sus relatos. Como señala Helen Hernández, en su literatura “se dedicó a contar parte de la vida de los que no estaban presentes en los medios o en la narrativa de por entonces; se dio a retratar la imagen —tierna, frustrada y decadente a la vez— de los integrantes de la pequeña burguesía cubana, refugiados en su entorno imaginado dentro de sus enhiestas mansiones, magníficas evidencias del pasado”. El llamado “insilio” (un exilio hacia el interior), que produjo la condición fantasmal de estos seres descolocados dentro de un nuevo modelo de sociedad, es uno de los temas nodales de uno de sus libros de cuentos más importantes: Casas del Vedado, publicado originalmente en 1983 y que estrena primera edición mexicana con el Fondo de Cultura Económica en 2022, una prueba clara de su importancia y vigencia dentro de las literaturas del Caribe.
Autora pionera en el género fantástico latinoamericano, Llana opta por tomar el camino menos cómodo, el menos funcional para los tiempos que corrían, en el que las literaturas vinculadas a los temas de irrealidad —y en particular, a lo fantástico— tenían la etiqueta nociva de la “evasión”. En una etapa histórico-social en la que sólo se entendía a las obras vinculadas con el realismo como las verdaderas intérpretes y transmisoras de un momento comprometido con los enérgicos cambios políticos de América Latina y el Caribe, escribir literatura fantástica desde la región y demostrar que a través de ella se podía observar un plano complejo de la realidad resultó una empresa de temple provocador por parte de la escritora.[1]
Fotografía de Sandra Eleta.
Rita Indiana: literatura de hit
La mucama de Omicunlé, novela publicada por la editorial española Periférica en 2015, es el relato consagratorio de la autora dominicana Rita Indiana. En ella, la autora redimensiona las posibilidades discursivas del relato caribeño al instaurar sus sedimentos en la denuncia social, las marcas políticas de la violencia, la marginalidad cultural de los grupos afrodescendientes en la isla y la revalorización de sus tradiciones, adquiridas a partir del gran entramado sincrético que conforma no sólo a República Dominicana, sino a varias de las zonas del Caribe. Es así como la política, la santería y la expresión de escenarios apocalípticos, representantes de un modelo capitalista en crisis social, económica y ambiental (para nada lejano al lector contemporáneo), entablan una necesaria relación crítica que no está exenta de la parodia ni del humor.
Si bien su autora lleva algunos años residiendo en Nueva York, tras la pista de las huellas de una infancia y adolescencia complejas, su centro de acción narrativa es el Caribe. Allí es la zona donde ella, al menos en su literatura, se mueve con mayor agilidad y certeza para darle voz a varios de los grupos que han sido invisibilizados en la isla y así instaurar otra narrativa, muy suya, que no parecería querer contactarse con la tradición literaria antecedente sino, más bien, generar una clara ruptura con la misma.
Rita Indiana dio sus primeros pasos literarios en un género completamente distinto del que le dio renombre: la poesía. Publicó algunos de sus primeros poemas en la Revista Vetas, pero luego dio un saltó extremadamente favorecedor a su trabajo creativo al abrirse paso en el campo de la narrativa. La crítica denominó su primer libro de cuentos, Rumiantes (1998), como un “revelador conjunto de relatos” circunscritos en un marco social posmoderno y ubicados espacialmente en una isla. Éstos narran, esencialmente, la cotidianidad alucinante de sus habitantes, cuya procedencia podría ser cualquier parte del Caribe insular. Sin embargo, como ya mencioné, su proyección internacional y su carrera como escritora tendrán en el género de la novela sus cimientos más arraigados. Siempre buscando la originalidad y alterando los mandatos lingüísticos más ortodoxos, la escritora dominicana propondrá un espectro discursivo que represente al lenguaje subalterno, marginal y popular de las calles en el espacio citadino. Asimismo, sus personajes siempre se destacan por la ambigüedad de género, la precocidad en la edad de sus interacciones sociales y sus belicosidades, desde una marginalidad que no consigue arrebatarles la voz.
A pesar de haber iniciado su obra narrativa a finales de los noventa, Rita Indiana cuenta ya con una amplia producción tanto en el cuento como en la novela. Algunos de sus textos más destacados son: Ciencia succión (2001), Cuentos y poemas (1998-2003) (2017) y las novelas La estrategia de Chochueca (2000), Papi (2005), Nombres y animales (2013) y Hecho en Saturno (2018).
Fotografía de Sandra Eleta.
El teatro y la poesía de Mona Guérin-Rouzier
La escritora haitiana Mona Rouzier Duplessu adoptó el apellido de su esposo, Joseph Guérin, desde su matrimonio, a inicios de la década de los sesenta. Es, quizá por esas gran-des injusticias literarias, la escritora menos conocida de esta triada. Fue una autora versátil que trabajó el cuento, la poesía y el género dramático, además de llevar adelante su carrera como educadora. Colaboró con varios medios de prensa haitianos como Le Nouvelliste, donde escribía una columna semanal de corte satírico-social, “El rincón de Cecilia”, que se publicó ininterrumpidamente entre 1965 y 1970. Además, redactó decenas de guiones para series televisivas y radiales. Sin embargo, su verdadera pasión literaria fue el teatro y de ello dan cuenta sus al menos seis obras dramáticas: Oiseau de ces dames (1966), Les cinq chéris (1969), La pieuvre (1971), Chambre 26 (1973), Sylvia (1974) y La pension Vacher (1976), entre otras. Fue nombrada Caballero en la Orden de las Palmas Académicas de Francia en 1983 y obtuvo el Premio Literario del Caribe en 1999.
Guérin no sólo se encargaba de la manufactura de las piezas teatrales, sino que también llegó a poner en escena varias, involucrándose tanto en el proceso creativo como en el resto de los detalles para su montaje. Fue una joven que conoció el privilegio de la educación en una época particularmente oscura para el crecimiento intelectual de las mujeres en la isla. Desarrolló un pensamiento feminista que intentó dar a conocer a través de la literatura, desde sus crónicas y obras de teatro, cuyas protagonistas eran generalmente personajes femeninos que buscaban hacer oír su voz, al igual que en su carrera profesional como docente. Mona Guérin tuvo la enorme fortuna de poder traspasar las fronteras de la isla y viajar a Canadá para estudiar Literatura Contemporánea en la Universidad Católica de Ottawa en 1959. Esa experiencia le sería fundamental para pensar la importancia del papel de la literatura y la educación en la formación de las jóvenes haitianas y sus derechos en un mundo masculino, predominantemente machista.
Uno de sus poemas más icónicos al respecto es “Sacrifice”, que postula el conflicto y la entrega de una joven que va a casarse, exponiéndose a la renuncia y el sacrificio del matrimonio, un espacio de dominación y sometimiento masculinos en la sociedad haitiana de los años cincuenta:
«Se casará con el hombre; un horror, un desprecio
le apretarán la garganta el día del matrimonio,
se casará con el hombre y a nadie habrá sorprendido
su cenicienta palidez bajo el hábil maquillaje».
El tema del amor conyugal y sus desencuentros son centrales en la poesía de la joven Mona Rouzier, quien también retrata la frialdad del pacto matrimonial y la idealización femenina en otro de sus grandes poemas, “Soirée près de la lampe” (“Velada cerca de la lámpara”):
«Cuando tengas a bien dejar de lado ese periódico
y deslizar tu mirada hacia la mía que te aguarda,
sabrás que mi corazón amoroso y leal
sigue siendo el mismo desde el día de su conquista.
Entonces me contarás un relato mecánico
de algún acontecimiento nuevo sin importancia en el fondo;
escuchándote tendré esta sonrisa amistosa
que, lo sabes demasiado bien, esconde un amor profundo». [2]
Frente a la zozobra femenina ante el mundo afectivo masculino, Mona Guérin construye, con su poesía y su teatro, un espacio de resistencia y reclamo ante la ausencia del amor. Sus personajes teatrales también rondarán algunos lugares de incertidumbre, buscando respuestas para las generaciones de mujeres haitianas por venir. Lamentablemente, su obra ha sido poco traducida al español y, como sucede con gran parte del Caribe francófono, la distancia lingüística impide muchas veces eludir la frágil frontera espacial que el país caribeño tiene con República Dominicana, en particular, y con el resto del Caribe, en general.
Los escritos de María Elena Llana, Rita Indiana y Mona Guérin son tres manifestaciones muy distintas, pero hermanadas, de la literatura caribeña. Los tres países a los que pertenecen experimentaron a lo largo del siglo XX (y en lo que va de la primera mitad del XXI) cambios sociales y políticos que no pasaron desapercibidos en sus obras y, como autoras de diferentes procedencias culturales, étnicas y sociales, han desarrollado una manera distinta de entender la literatura de la región. Están hermanadas, también, porque sus trabajos se han comprometido, fundamentalmente, con la reivindicación no sólo de grupos femeninos, sino también con la exhibición de los conflictos políticos y sociales que mencioné. Al emplear estrategias literarias de gran variedad también nos muestran la enorme riqueza cultural que su literatura produce en un ambiente que, al igual que en varias regiones de América Latina, fue hostil con los cambios de perspectiva y las sensibilidades sociales. Quedan por delante varias lecturas y análisis concretos, tanto de sus obras como de las de otros escritores que conforman este espacio territorial complejo, apasionante y, muchas veces, desdeñado por la falta de información y el desconocimiento. Sin embargo, la literatura caribeña sigue abriéndose paso desde su versatilidad como región y desde su enorme y compleja tradición cultural. Sus escritoras mueven al Caribe con la intensidad de sus letras y de sus propuestas literarias, cada vez más poderosas.
[1] Algunas de sus otras obras destacadas son: La reja (1965), Ronda en el Malecón (2004) y Tras la quinta puerta (2014).
[2] Ambos poemas pertenecen al libro Sur les vieux thèmes (1958). La traducción es mía.
Serie fotográfica Portobelo, de Sandra Eleta. Cuando la autora llegó a Portobelo, Panamá, en los años setenta, empezó a fotografiar a las personas que resonaban más con ella. Como en una invitación a la danza, se encontraron en un mismo ritmo, una misma frecuencia. Así fueron apareciendo los protagonistas de esta historia. Josefa, la curandera; Palanca, que sólo encontraba consolación en los brazos de Ventura, su abuela; el claroscuro de Putulungo, el pulpero; Dulce, la niña con la fuerza y sabiduría de sus ancestros cimarrones; Catalina, la Reina de los Congos.
Alejandra Amatto
Investigadora de Tiempo Completo en el área de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y profesora de la Licenciatura de Estudios Latinoamericanos de la misma institución. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM y la maestría y el doctorado en Literatura Hispánica en El Colegio de México. Sus líneas de investigación están vinculadas a la literatura rioplatense y mexicana, en particular, a las obras de Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Francisco Tario, Juan Carlos Onetti, Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas y Felisberto Hernández. Actualmente coordina el Seminario de Literatura Fantástica Hispanoamericana (siglos XIX, XX y XXI).