Luis Felipe Fabre, el profanador de versos - Gatopardo

El profanador de versos

Joaquín León
Fotografía de Javier Azuara


Luis Felipe Fabre publica su primera novela, con la que retoma la obra de San Juan de la Cruz.

Tiempo de lectura: 3 minutos

Ver a Luis Felipe Fabre interpretarse a sí mismo, frente a un cenicero y bajo la luz cenital de un candelabro de cristales opacos que cuelga del techo de su casa, es una experiencia que produce asombro y desconcierto. Viste todo de blanco —exceptuando sus tenis negros—, está despeinado y trastabilla con las palabras como si se le escaparan de la boca. Fabre, quien ha hecho del ensayo y la poesía un medio para emprender aventuras metaficcionales, dice disfrutar poco de las entrevistas que se agendan temprano, pues a ellas nunca llega, y prefiere las que suceden acompañadas de una cerveza y después del mediodía. Sin embargo, a pesar de la renuencia a empezar una jornada completa ocupada por la prensa, el poeta y ensayista mexicano hace que la plática se vuelva un deleite y escale inmediatamente. Sorbe sin premura un agua mineral, prende un cigarro y nos sumerge con generosidad a un laberinto de encrucijadas sobre su novela Declaración de las canciones oscuras, que publica Sexto Piso.

La novela, un libro minucioso y satírico, comenta y “profana” los versos de la “Noche oscura del alma”, de San Juan de la Cruz, uno de los poetas místicos más importantes de la literatura hispana. En la novela, Fray Juan ha muerto en Úbeda en la anteanoche a su exilio a la Nueva España, y es trasladado por dos frailes y un alguacil al convento de Segovia, bajo órdenes de su amiga doña Ana de Mercado y Peñalosa. La travesía, que hereda lo mejor de la tradición picaresca, deriva en una disputa (más carnal que religiosa) por el cuerpo embalsamado del fraile; custodios, ladrones y fervorosos le cortan el dedo, le amputan la pierna, le quitan el brazo y le mancillan la lengua, motivados por el deseo carnal y prohibido que despierta en ellos el cadáver.

A lo largo de tal travesía, Fabre hace lo mismo con los versos “eróticos” de San Juan de la Cruz: los desmiembra y los hurta a través de su ficción, como quien traviste la poesía para reflexionar en otra cosa. “Me aproximo a los poemas de San Juan como los otros se aproximan a su cuerpo y el cuerpo visto como algo inestable, mutante. Son a veces los discursos los que lo quieren fijar. Pero el cuerpo es una cosa muy rara”, confiesa el autor.

Luis Felipe Fabre poeta

Con Declaración de las canciones oscuras, Fabre buscaba un efecto parecido a la puesta en escena de Donna Giovanni, de Jesusa Rodríguez, que tenía a Santa Teresa en éxtasis en la escenografía mientras Giménez Cacho se unía a un elenco de puras mujeres “entetado y con relleno”. “Esa tensión teatral, entre lo que pasa atrás (los versos de San Juan) y lo que sucede adelante (la prosa de mis declaraciones), provoca una suerte de extrañamiento”, dice.

Con su primer libro Leyendo agujeros (2005) —ensayos que provenían de su inconclusa tesis de maestría en la Universidad de Salamanca—, Fabre retomó los poemas de escritores queridos como Ramón López Velarde, Néstor Perlongher y Nicanor Parra, y los puso en juego a través de una estrategia de lectura que apuesta por la reescritura como herramienta interpretativa. Más tarde vuelve con Poemas de terror y de misterio (2013), en los que interpela a la crítica a Sor Juana producida en México, y Escribir con caca (2017), un ensayo escatológico sobre las andanzas de la literatura de Salvador Novo.

“Desde siempre me ha interesado explorar la crítica a través de otros espacios de enunciación. Creo que si algo está en crisis como género es la crítica literaria porque desde hace tiempo, con la llegada de internet y las redes sociales, ya no puede enunciar en su total hegemonía”, dice.

Declaracion de las canciones oscuras traviste la poesía de Fray Juan para reflexionar sobre la condición inestable del discurso literario y abogar por la pluralidad de sentidos. Compuesta por escenas lascivas que se visten de comentarios literarios, versos que se desnudan hasta el sonrojo, y mitos antiguos que se entaconan a la altura de anécdotas para salir a la calle y hablar del acallamiento y la censura, la novela se atreve a visitar desde la reescritura una obra canónica del siglo XVI, y lo hace con un comentario queer sobre la crítica, la literatura y los escenarios religiosos y culturales del deseo, el género y la toma de poder.


 

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