Y es que Mercedes tuvo una educación estrictamente católica, al tiempo que García Márquez le rendía pleitesía en su columna de El Heraldo de Barranquilla, pues en honor a la muchacha de cuello largo, mirada bondadosa y pómulos prominentes, decidió bautizar su columna como La jirafa. De hecho, el escritor llenó de pistas cifradas para ella algunos de sus libros, como alimentando el mito de su propio amor.
En su autobiografía Vivir para contarla (Diana, 2002), habla del año 1954, cuando sorteaba su vida de soltero en Bogotá y era reportero aprendiz de El espectador, diario en el que recibió su primera encomienda periodística, que lo llevó al norte de Medellín.
«Mercedes Raquel Barcha Pardo, costeña con sangre del Oriente Medio, hija de Demetrio Barcha Velilla y Raquel Pardo López, y viuda desde 2014 del escritor colombiano Gabriel García Márquez murió a los 87 años».
“Mi mejor recuerdo de aquellos días no es lo que hice sino lo que estuve a punto de hacer, gracias a la imaginación delirante de mi viejo compinche Orlando Rivera (…) Él había preparado con su esposa y por su cuenta y riesgo, un plan magistral para sacar a Mercedes Barcha de su internado. Un párroco amigo, famoso por sus artes de casamiento estaría listo para casarnos a cualquier hora. La única condición, por supuesto, era que Mercedes estuviera de acuerdo, pero no encontramos el modo de consultarlo con ella dentro de las cuatro paredes de su cautiverio (…) Mercedes, por su parte, no se enteró del plan hasta cincuenta y tantos años después, cuando lo leyó en los borradores de este libro”.
Si aquel plan juvenil se hubiera hecho realidad, Mercedes habría estado próxima a cumplir 22 años, y García Márquez tendría 27. La misma picardía se asienta reveladora en Crónica de una muerte anunciada (1981): “Muchos sabían que en la inconsciencia de la parranda le propuse a Mercedes Barcha que se casara conmigo, cuando apenas había terminado la escuela primaria, tal como ella misma me lo recordó cuando nos casamos catorce años después”.
El noviazgo por correspondencia terminó para ellos en marzo de 1958, tras una serie epistolar que les había permitido evocarse en una lejanía marcada, primero por la distancia entre Colombia y algunos países de Europa, y después entre su patria y Venezuela, donde él practicaba su oficio periodístico en las revistas Momento, Elite y Venezuela Gráfica.
La pareja hizo honor a su palabra y se casaron en Barranquilla, más adelante vendría el peregrinaje por tierras distintas. La aventura comenzó en Venezuela, luego retornaron al punto de partida, Colombia, donde nació Rodrigo, su primer hijo y en ese 1961 emprendieron la marcha familiar hacia Nueva York, donde pasaron cinco meses en los que Mercedes paseaba con su bebé por Central Park y la 5ta Avenida, mientras su esposo trabajaba en Prensa Latina.
La turbulencia de una redacción asediada por comunistas ortodoxos de Cuba y Europa los llevó a México. Llegaron por tierra en un viaje que duró aproximadamente un mes de Nueva York a Laredo, y de la frontera a la Ciudad de México. Arribaron con los únicos 200 dólares que tenían en la bolsa y se quedaron a vivir en el país donde nacería Gonzalo, su segundo hijo, y en la tierra donde la bonanza de una carrera literaria se abriría paso con Cien años de soledad (Diana, 1967), la obra que hizo de García Márquez un inmortal de las letras.
Durante una entrevista que mantuvo Patricia Lara, periodista y fiel amiga de Mercedes, con la Revista Semana, la mujer recuerda que en 1965 durante un respiro vacacional de García Márquez como publicista, la familia decidió pasar unos días en Acapulco. A media carretera rumbo al puerto, él detuvo el carro de golpe y le dijo a Mercedes que había encontrado el cauce para la historia que había rondado su mente durante 17 años. “Fue como una epifanía, la novela se iba a llamar La casa, acordaron cancelar las vacaciones y ella lo apoyó para que se encerrara durante 18 meses a escribir lo que después sería 100 años de soledad”, declaró Lara.
«La historia de su infancia es también la historia de un romance. La leyenda de amor entre Mercedes Barcha y García Márquez tiene un comienzo pueril, surgida de un supuesto primer encuentro entre una niña de 9 años y un muchacho de 14″.
“El día que lo terminé nos fuimos al correo Mercedes y yo, eran 700 páginas, entonces lo pesaron y dijeron que costaba 83 pesos de México. Mercedes me dijo ‘no tengo sino 45´. Mira, muy fácil, partí el libro por la mitad y le dije, péseme este libro hasta 45 pesos y estaban nomás como quien corta carne. Cuando llegó a 45 pesos agarré las hojas, las envolví, y las mandé, y nos quedamos con el resto. Entonces nos fuimos a la casa y Mercedes sacó lo último que faltaba por empeñar, que era el calentador que yo usaba para escribir, porque yo puedo escribir en cualquier circunstancia menos con frío, el secador que usaba para la cabeza, y la batidora, se fue con eso al Monte de Piedad y le dieron unos 50 pesos. El hecho es que volvimos con el resto de la novela al correo, la pesaron y dijeron cuesta 48 pesos, Mercedes pagó sus 50 pesos, le dieron dos vueltos y yo me di cuenta que cuando salimos del correo estaba verde de encabronamiento y me dijo, `ahora lo único que falta es que esta novela sea mala´”, contó el escritor en una entrevista de 1976 para el programa Enviado Especial, del cronista Germán Castro.
“Sin Mercedes, Gabo no habría logrado todo lo que consiguió en la literatura y en la vida”, declaró en 2016 el escritor inglés Gerald Martín, autor de la biografía Gabriel García Márquez: una vida, para el El Universal. De Mercedes asomaba un mandato casi militar como férrea administradora de los bienes del escritor, junto a Carmen Balcells, su agente literaria en Barcelona. “Cuando estaba terminando Noticia de un secuestro, Gabo me dijo que haría un chanchullo con Balcells para que le apartara un millón de dólares de Mercedes y pudiera hacer con él lo que le daba la gana”, le dijo Lara a la Revista Semana.
Como era de esperar, tras su muerte salieron los amigos a hablar de esa mujer y el mundo que habitaba, la aguerrida lectora de periódicos, la anticuaria que buscaba en la historia, la vivaz, la incontenible. “Era muy costeña. Sus fiestas de cumpleaños eran espectaculares y la visitaban sus amigas de todas partes del mundo”, dijo su amiga Katia González a El Tiempo.
Mercedes Barcha se libró del olvido. Un día cualquiera de un tiempo cualquiera, la boticaria silenciosa se deslizó entre las letras Cien años de soledad:
“Sólo tuve que recorrer dos cuadras para llegar hasta la estrecha botica de polvorientas vidrieras con pomos de loza marcados en latín, donde una muchacha con la sigilosa belleza de una serpiente del Nilo le despachó el medicamento que José Arcadio le había escrito en un papel (…) Siempre entre el aire de valeriana de la única botica que quedaba en Macondo, donde vivía Mercedes, la sigilosa novia de Gabriel”, escribió el escritor.