Percibald García, arquitecto de 27 años, no tiene claro en qué momento los niños comenzaron a esperarlo en las ventanas de sus departamentos, pero sí recuerda el día en que todo halló su cauce. Un miércoles de mayo, estaba en su departamento en un onceavo piso, donde vive con su mamá, cuando una voz chispeante interrumpió de golpe el silencio. A través de una ventana, al rededor del cuatro piso, alguien soltaba un lamento: “¡Estoy aburridoooooooooooooo!”.
“Me asomé, y era un niño gritando desde su casa. En mí despertó una desesperación total”, recuerda. En esa frase suplicante Percibald intuyó: “Alguien haga algo porque me estoy muriendo de aburrimiento”.
Tras aquel evento se propuso poner manos a la obra al rescate y llamó a un grupo de amigos para pedirles que grabaran sus voces leyendo los cuentos que más les gustaran.
“Algo ocurrió en los hogares de Tlatelolco. Una voz estrafalaria detrás de un micrófono se fue volviendo familiar mientras entraba por las ventanas de estos enormes edificios, para dirigirse a los más pequeños en casa”.
“De la casa a la plaza: Narraciones para Tlatelolco”.
“Yo no soy cuentacuentos, tampoco escribo, ni estoy relacionado con el mundo de la lírica y la narración”, dice, pero se da cuenta de que las niñas y niños ven en él a un maestro en el tema.
Percibald es un arquitecto que percibe su disciplina como generadora de vínculos comunitarios, algo que es para él, más bien una encomienda. “Hay que trabajar junto a las comunidades que son las que saben cómo habitar el espacio en el que han estado durante generaciones”, asegura.
Tras el nacimiento de su proyecto De la casa a la plaza, que improvisó genuinamente tras aquel llamado de auxilio, los audios de sus amigos, reproducidos por una bocina al pie de los edificios, funcionaron en un principio, hasta que se volvieron repetitivos. “Era imposible tener suficiente material a tiempo, entonces mi mamá y yo decidimos ponernos a narrar nosotros”, recuerda.
Apropiándose del espacio, no solo sonoro, sino físico, Percibald se ha convertido en una suerte de juglar moderno, uno que usa cubrebocas y que anticipa sus narraciones con melodías de parloteo infantil.
Entre lecturas, refresca su garganta con pequeños sorbos de agua, pues el sol de verano suele ser muy fuerte, y el agradecimiento de los niños ha tomado forma de aguacates y chocolates que le obsequian todos los días.
Sin embargo, la ofrenda en especie parece no representar mayor tributo que el de la sanación de las palabras que le dedican. “Soy como un amigo y eso lo sé, porque los propios niños me bajan cartas de agradecimiento”, celebra Percibald.
“Percibald se ha convertido en una suerte de juglar moderno, uno que usa cubrebocas y que anticipa sus narraciones con melodías de parloteo infantil”.
Percibald García, cuentacuentos de Tlatelolco.
La aceptación que ha tenido en su colonia es proporcional al número de vivendas por las que pasa. Su peregrinaje comienza a las 5:30 de la tarde en el edificio Tamaulipas de la tercera sección de Tlatelolco, sigue su ruta por los edificios Ramón Corona e Ignacio Ramírez de la segunda sección, y agota su rebosante magia en el edificio 8 de la primera sección, a las ocho de la noche. Lo hace de lunes a sábado, religiosamente.
“Entre cuentos no existe el virus, ni los contagiados, ni los muertos. Se rompe el sentimiento de soledad que puede traer el aislamiento y se vuelve un respiro para poder continuar. Pararse en la plaza a reimaginar mundos habitables es un gran acto de resistencia”, afirma Percibald García.
Esa es su vida ahora, la pasa fugándose por máquinas del tiempo y buscando estrellas polares, nadando entre peces de colores y charlando con esqueletos bailarines; volando con hadas fosforescentes y persiguiendo nahuales para salvar del aburrimiento a niños sin ninguna culpa del mundo que les rodea.