Instrucciones para llorar cómodamente, según las dicta Shakira
Luli Serrano
Ilustraciones de Mara Hernández
Shakira solía ser una joven que escribía letras de una madurez apabullante. Hoy es una mujer de 40 años escribiendo letras de quinceañera. Envejecer no está mal mientras, de hecho, envejezcas. Y lo que dice sobre su espectacular ruptura: ¿tiene más forma que fondo?
Lo que sigue es un texto sobre Shakira, sobre cómo el anuncio de las primeras fechas de su Las mujeres ya no lloran World Tour produjo más cansancio que emoción en algunas mujeres y feministas que ya encuentran “un poco demasiado” esa capitalización del victimismo por parte de la colombiana. Sí, Shakira, otra que le llama Voldemort a su ex, ha lanzado un disco y en noviembre emprenderá una gira para cobrar un jugoso cheque a cambio de su desdicha.
Las mujeres ya no lloran (Sony Music, 2024) es un álbum de revancha, de los que no hay pocos en la historia del pop. Es una colección de canciones vi-vi-virales, vi-vi-vívidas. (Convéncenos de que has vivido, muñequita de porcelana. Garantiza que el diss perviva, que dure 100 años). Abunda en las etapas de un duelo glossificado, aunque detenido, sobre todo, en la venganza y en el orgullo por mostrarse aún apetecible frente a las transgresiones de su expareja.
Resumo: tracks de EDM, disco-beats genéricos y un rap ocasional, casi diseñado expresamente para editarse en TikTok.
Ante el menor atisbo de crítica, suele saltar el clamor popular. Y es que, como escribió Atahualpa Espinosa en La Tempestad en alusión a una artista cuyo nombre ni siquiera es necesario pronunciar, estos son “trozos de la vida privada de una mujer que ha pasado por más de lo que podemos concebir, desde el otro lado de la cerca que la separa de nosotros, dueños de vidas pequeñas y sin sobresaltos”. Pero ¿es así?
(Ahora me interrumpe un fugaz pensamiento: Shakira en el medio tiempo del Supertazón. ¿Alguien todavía recuerda esa actuación? ¿Alguien todavía recuerda quién se presentó en el Tazón de 2024? Una amnesia nos embalsama.)
Antes de continuar, recordemos de quién hablamos cuando hablamos de Shakira. Es una cantante, compositora, bailarina, intérprete de guitarra y baterista. Un balance cauteloso entre su persona rockera y su persona mi-gente-latina la ha sostenido a lo largo de los años como la estrella de pop más rentable y exitosa en la historia del continente americano.
La colombiana es, también, una artista que nunca ha estado al servicio de la canción, sino de su propia voz, de sus juegos vocales (lo menos divertido de todo lo que hace, me parece). La expresión más auténtica de cada canción no es tan importante como mostrar su rango vocal. Y luego está su tendencia (que es mundial, desde luego) de atiborrar un disco con colaboraciones para tocar todos los mercados posibles. De Rauw Alejandro a Karol G a Fuerza Regida, pasando por Grupo Frontera. Es una artista para el frenesí psiquiátrico del milenio, la música scrolleada por cinco segundos en TikTok. Vamos a revisar los números y en función de ellos elegimos con quién grabar.
Siete canciones de su último disco ya venían “probadas”, pues se lanzaron en 2022, limitando el número de sorpresas al momento del estreno. El tiempo del álbum —quién lo duda ya— ha muerto en la escala global. Los números son lo que define todo: para saber quién es quién hoy día, hay que revisar los números, las estadísticas, los récords. Sí, pero cuántas reproducciones. Sí, pero cuántos unos y ceros.
Shakira apuesta a lo seguro. Cuenta con los productores top del momento, Tainy y Albert Hype —los responsables de Bad Bunny—, además de Keityn —el colombiano que ha escrito para Karol G (ver La Tusa) y J Balvin—, y Édgar Barrera, un laureado compositor mexicano que ha trabajado para Grupo Frontera y Peso Pluma, entre muchos otros. Todo esto describe su maestría para fabricar hits: una maquinaria aceitada con precisión. Sabe bien con quién hacer qué cosas.
Un diván al tamaño del mercado global
No es ni una ni dos ni tres. Son varias canciones, un disco dedicado al fracaso emocional de la relación rota. Rupturas en público. Siempre tan iguales. Subrayemos que Shakira está facturando principalmente a propósito de su desventura. ¿Y él? (Gerard Piqué, claro). No sobra especular que también está recibiendo algún tipo de dividendo gracias a esta tremenda publicidad.
Nadie planea atravesar una ruptura de la manera en que ella lo hizo, de forma tan ―insisto―, espectacular. ¿O sí?
Su vida ―una telenovela por donde se vea― aún no tiene el final feliz que cree merecer. Casarse con un futbolista internacional y cantar la canción del Mundial en el que se coronó como campeón del mundo… A ver si no es ésta una narrativa de pleno poder. Probablemente la canción más interesante del disco es “El jefe”, en la que junto a Fuerza Regida hace algo más que hablar de su relación, y escribe desde el punto de vista de su niñera, Liliana Melgar, a quien Piqué despidió supuestamente sin liquidación.
Sin embargo, ese track es casi una digresión. El tema es ella, ella. En cuanta entrevista le hacen, Shakira menciona que el disco es una terapia para ella. Y una gira mundial como terapia; una fabulosa terapia en el más amplio sentido de la palabra, que ejemplifica cómo absolutamente todos los aspectos de la vida privada de una persona pueden ser diseccionados, examinados bajo la lupa del estrellato, listos para ser consumidos y devorados, espejeados por miles de almas que atraviesan por los mismos sentimientos.
Detrás de cada una de sus canciones se reconstruyó a sí misma. Fue ―según parece― como volver a poner sus huesos, disueltos tras las muchas lágrimas derramadas, en su lugar. Shakira usa, de primeras, el mecanismo de supervivencia más acabado: llorar, pero pronto afirma que las mujeres no necesitamos que nos digan cómo sanar o cómo debemos lamernos las heridas (o cómo llorar). Nosotras somos quienes tenemos que seguir adelante y preservar a nuestra especie.
Y quién puede negar que la sociedad nos ha puesto en el papel de víctimas, desde el principio de la historia o cuando nos quemaban en la hoguera, pero ya las mujeres nos rebelamos contra el estereotipo. Tenemos que luchar por lo que queremos y transformarnos a nosotras mismas en lágrimas de triunfo. Es un mandato. No podemos lamernos las heridas de la forma que queramos si no hay un cheque de por medio, si no convertimos en rédito lo que nos hiere.
Es verdad que la celebridad a nadie le ayuda a transitar por las emociones humanas con normalidad. Es así: tener que enterarse de cosas por la prensa. Gente que trabajó con ella y que la traicionó, el accidente de su padre… Sí que han sido tiempos horrendos para ella, pero la narrativa, si bien verdadera, se agota.
Un rencor de usar y tirar
El Museo del Grammy de Los Ángeles mantuvo durante casi un año una exposición sobre ella, un atlas para representarla como ciudadana del mundo, una muestra inmersiva en la que aparecen los inicios de su carrera, sus cuadernos de composición —es una niña que empezó a escribir a los siete años—. (Esa niña de Barranquilla que nunca perdió ni perderá su esencia es ahora el segundo producto de exportación más importante de Colombia, después del café). En el recinto se montó una instalación para colocar el teléfono y grabar el desafío TikTok más reciente, impuesto por Shakira desde sus redes sociales. Se siente excepcionalmente artificioso.
Los giros lingüísticos en sus letras son (¿eran?) destacables. La sabiduría popular incorporada a sus cantos ha sido uno de los rasgos más interesantes de su trayectoria. No obstante, hay una chispa ausente. Sus canciones, últimamente, son piezas que no parecen escritas, sino, más bien, diseñadas. El pop le da la ventaja del cambio perpetuo y, sin embargo, a ella parece apetecerle más la comodidad. Se antoja que los ángulos de sus canciones, dada la experiencia única de su larga carrera, tuvieran un filo más cortante; aunque hoy se sienten como cuchillo de mantequilla que no corta, solo unta. Patinamos así por la superficie de su desdicha. Sus fantasías son planas, sin puntos de vista interesantes más allá de las reflexiones cortas sobre la ruptura, que se sienten universales, que deben ser universales (sin esa parte anodina e impersonal no podría ser tan popular). Hay que ser lo más genérico que se pueda para que la mayor cantidad de personas se sienta identificada. No alienar a nadie es el mandato total.
El rencor que guarda, con tan poca malicia creativa, es extremadamente rentable para la marca que es ella misma, con costos mínimos de fabricación y orfebrería. Shakira transgrede reglas, ¿cierto? Hoy una luce como la más importante: la de callarse los detalles espeluznantes de las transgresiones de su marido.
Con todo, persiste la pregunta: ¿hay misterio o ministerio en la obra de Shakira? La rabia y el deseo de venganza, desde luego, no son exclusivas de los hombres. No podemos criticar a Shakira con las ópticas tradicionales de los roles de género y, además, su discografía siempre ha sido un reflejo de su vida sentimental. ¿Qué del rencor primigenio de una ruptura amorosa se transmite realmente en la música de Shakira? “La única originalidad del amor es que hace la felicidad indistinta de la desdicha”, dice Cioran.
Volvamos a la sospecha inicial: este disco nos enfrenta a la monetización del dolor. ¿Es esto de verdad empoderador? ¿Qué significa el empoderamiento hoy para una mujer? Palabra hueca y sobreutilizada donde las haya, en un mundo de dividendos que hablan por sí mismos. Durante muchos años, a Shakira la escuchamos ser dependiente emocional de sus parejas. No hace falta más que una breve revisión a sus canciones (ver: “Ciega, sordomuda”, “Las de la intuición”, “Can’t remember to forget you”). Hoy se cuenta a sí misma la historia que muchas nos hemos contado: yo me siento completa. La cantaleta es histórica; mil veces se ha repetido el guion de PR: si-no-tuviera-la-canción-para-procesar-el-dolor, no-sé-qué-haría… ¡Pero hoy estoy más fuerte que nunca! Ese duelo descarnado, expuesto en un disco, resulta ―¡qué curioso!― aburrido.
Y es precisamente este disco el que me hace pensar que, en efecto, algunas mujeres estamos hartas de no ser medidas con la misma vara con que se mide a los hombres; de la hipocresía de no reflexionar frente a canciones que hablen sobre matarse si la pareja ha sido infiel; de la violencia que aparece en todos los géneros musicales de manera sistemática y avezada, inescapable a veces; pero también estamos hartas del mensaje incansable e incontestable que obliga a todo el mundo a reaccionar del mismo modo ante las situaciones que se nos presentan. Tienes que volverte “perrota” inmediatamente después de que tu pareja te deja. No hay lugar para pensar desde otras emociones que no sean la tristeza o la venganza. No hay rédito en la reflexión.
Al final, parece que las mujeres tenemos prohibido hablar de cualquier otra cosa que no tenga relación con nuestras rupturas, derrotas o triunfos en la cama. Desde luego, nadie quiere un disco de Shakira reflexionando sobre las decisiones armamentísticas de las grandes potencias, pero de cuando en cuando estaría bien exigir de nuestras estrellas pop que aprendan a pensarse desde un lugar más inventivo, imaginativo, donde haya espacio para respirar y no encorsetarnos en la más vulgar repetición de lo pedestre. ¿No podemos esperar música que se mueva por la carretera feliz de la imaginación? ¿No queremos que la historia del pop siga avanzando por caminos que se bifurcan en visiones particulares, que no sea un reflejo inútil de lo que encontramos en cualquier parte, a la vuelta de la esquina? Si el pop ha triunfado a lo largo de las décadas es por su capacidad de establecer líneas directas entre lo aparentemente inconexo.
Tal vez Shakira ya lo ha hecho: obtener ese tipo particular de triunfo, quiero decir. Solía ser una joven que escribía letras de una madurez tan apabullante que incluso impresionó a García Márquez. Hoy es una mujer de 40 años escribiendo letras de quinceañera. Envejecer no está mal mientras, de hecho, envejezcas. Acaso no deberíamos esperar de nuestros artistas que su carrera sea perfectamente consistente, que entreguen obras maestras a cada instante. ¿Cómo pensar en Shakira más allá de ella misma, del fenómeno instigador y hostigador de su omnipresencia en todo karaoke, en toda fiesta? Lo que dice sobre su espectacular ruptura, ¿tiene más forma que fondo? ¿Es tan solo la manera de cobrar un cheque, una como cualquier otra? Quizá una cartera de acciones dispuestas en vibratos.
Al final, Las mujeres ya no lloran y el tour gigantesco que le seguirá son una forma indirecta de recordar que siempre hay que celebrar esos raros momentos cuando el arte se intersecta hermosamente con el comercio.
LULI SERRANO. Colabora en medios impresos y digitales como La Semana de Frente, Vice, Noisey, Marvin y Afterpop.
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