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Una lectura de Zona de Obras

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Un libro que recopila crónicas que Leila Guerriero escribió durante más de dos décadas.

No fue, tal vez, lo que esperaban oír. Era el primer festival que organizaba la revista El Malpensante, una referencia para el periodismo narrativo latinoamericano, y Leila Guerriero –seguramente vestida de negro y con cuidada altivez– leyó: “Voy a empezar diciendo la única verdad que escucharán de mí esta mañana: yo soy periodista, pero no sé nada de periodismo. Y tengo pecados peores: consumo más literatura que periodismo, más cine que documentales y más historietas que libros de investigación.”Así comenzaba “Sobre algunas mentiras del periodismo latinoamericano”. Era 2006, suelo colombiano, y el primer pronunciamiento de la autora sobre su oficio. Siguieron, después, muchos otros, que leyó en encuentros y publicó en diversos medios. Siempre al borde de decir lo que no se espera oír: “alguna vez algunos editores recordarán que lo que publican no es un catálogo de avisos, sino unos artículos que aspiran a contar el mundo en el que vivimos, tal como hasta ahora seguimos haciéndolo los pocos privilegiados que podemos publicar crónicas aquí y allá”. La mirada filosa auscultando lo que ya por entonces parecía languidecer.En noviembre de 2013 el pronóstico de algunos colegas era aún más oscuro y entonces ella preguntaba en una columna que publicó el diario chileno El Mercurio: “¿Dejarían morir, sin intentarlo todo, a alguien a quien quisieron mucho?; Es posible que los periódicos desistan de ser lo que alguna vez fueron: una forma de entender al mundo… que les dé lo mismo fabricar noticias que refrigeradores… Pero la pregunta no es si el periodismo va a cambiar. La pregunta es si vamos a dejar que eso nos cambie a nosotros”.La respuesta de Leila Guerriero está en cada una de las 244 páginas de Zona de Obras; en los treinta ensayos que se publican a ocho años de aquel primer Festival Malpensante y veintidós después de su primera nota publicada en la revista Página/30. Una recopilación paciente que dice mucho de la relación de la autora con el transcurrir del tiempo y su trabajo. “Para mi padre, que me entrenó en el rudo oficio de las distancias largas”, dice la dedicatoria. Durante esa “carrera de resistencia”, además de sus notas y columnas en revistas y diarios de América Latina y España, publicó dos libros de crónicas: Los suicidas del fin del mundo y Una historia sencilla; y dos libros que reúnen perfiles de escritores, magos, poetas, músicos, pintores, envenenadoras, gigantes y un largo etcétera: Frutos Extraños y Plano Americano, del que Mario Vargas Llosa ha dicho: “Cada uno (de los perfiles) es un objeto precioso, armado y escrito con la persuasión, originalidad y elegancia de un cuento o un poema logrados.”

Zona de obras Leila Guerriero

***

“Qué es y qué no es el periodismo literario”, “Tan fantástico como la ficción”, “(Del arte de) contar historias reales”, “Música y periodismo”, “El periodismo cultural no existe, o los calcetines del pianista”, “Cómo/Para/Qué?, “Dónde estaba yo cuando escribí esto?”. Son algunos de los textos de Zona de Obras. Pasajes que funcionan como tramos de una travesía íntima. Incluso como una explicación de esa inclinación que siente la autora a decir “no”: “Yo no creo en las crónicas interesadas en el qué pero desentendidas del cómo. No creo en las crónicas cuyo lenguaje no abreve en la poesía, en el cine, en la música, en las novelas… Porque no creo en crónicas que no tengan fe en lo que son: una forma de arte.”Las listas de todo aquello en lo que Leila Guerriero “abreva” son abundantes, variadas, generosas. En “Leer para escribir”, una dice: “Lo que sé, que no es mucho, lo aprendí –entre otras cosas- leyendo a autores de ficción y poesía, exponiéndome a la economía de recursos de Idea Vilariño, a la parquedad asesina de Lorrie Moore, a la severidad marcial de Fogwill, a la sensualidad desencantada de Scott Fitzgeral, a la hemorragia argumental de John Irving…”. Después, arroja su botella al mar: “Querer escribir y no querer leer no sólo es un contrasentido. Querer escribir y no querer leer es una aberración.”

***

En Zona de Obras se habla de periodismo, de escritura, de arte; de cómo y para qué, de qué y por qué escribir; de periodistas, editores, lectores; del estado de la cuestión. No se habla de vivir al abrigo de una pasión, de sentirse radicalmente libre, invencible. Sobre esas emociones definitivas Leila Guerriero escribe, por ejemplo, en un texto que se llama “El no es un peligro vivo”, publicado en Frutos Extraños. Tiene 16 años y se ha puesto de novia con un guapo del pueblo que inquieta a su madre; está pasándola a buscar por su casa; su madre le dice que se quede; ella dice que no. “Hay momentos así. Momentos en los que, se sabe, después nada será igual… ¿Qué podían hacer mis padres…? ¿Echarme de casa, tirar mis libros, encerrarme, prenderme fuego, impedir que siguiera viendo a ese hombre? Si estaba dispuesta a perderlo todo, si en verdad no me importaba, podía hacer lo que quisiera. Ese no fue, probablemente, el principio de mi libertad. A veces hay que decir que no para ganarlo todo. Aunque duela. Tantas cosas duelen, y después pasan.”Los ensayos de Zona de Obras hablan de otras cosas. Y sin embargo, todos parecen agitarse con la brisa lejana de esta historia.

*Este artículo fue publicado originalmente en el blog de la librería Eterna Cadencia

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Un libro que recopila crónicas que Leila Guerriero escribió durante más de dos décadas.

No fue, tal vez, lo que esperaban oír. Era el primer festival que organizaba la revista El Malpensante, una referencia para el periodismo narrativo latinoamericano, y Leila Guerriero –seguramente vestida de negro y con cuidada altivez– leyó: “Voy a empezar diciendo la única verdad que escucharán de mí esta mañana: yo soy periodista, pero no sé nada de periodismo. Y tengo pecados peores: consumo más literatura que periodismo, más cine que documentales y más historietas que libros de investigación.”Así comenzaba “Sobre algunas mentiras del periodismo latinoamericano”. Era 2006, suelo colombiano, y el primer pronunciamiento de la autora sobre su oficio. Siguieron, después, muchos otros, que leyó en encuentros y publicó en diversos medios. Siempre al borde de decir lo que no se espera oír: “alguna vez algunos editores recordarán que lo que publican no es un catálogo de avisos, sino unos artículos que aspiran a contar el mundo en el que vivimos, tal como hasta ahora seguimos haciéndolo los pocos privilegiados que podemos publicar crónicas aquí y allá”. La mirada filosa auscultando lo que ya por entonces parecía languidecer.En noviembre de 2013 el pronóstico de algunos colegas era aún más oscuro y entonces ella preguntaba en una columna que publicó el diario chileno El Mercurio: “¿Dejarían morir, sin intentarlo todo, a alguien a quien quisieron mucho?; Es posible que los periódicos desistan de ser lo que alguna vez fueron: una forma de entender al mundo… que les dé lo mismo fabricar noticias que refrigeradores… Pero la pregunta no es si el periodismo va a cambiar. La pregunta es si vamos a dejar que eso nos cambie a nosotros”.La respuesta de Leila Guerriero está en cada una de las 244 páginas de Zona de Obras; en los treinta ensayos que se publican a ocho años de aquel primer Festival Malpensante y veintidós después de su primera nota publicada en la revista Página/30. Una recopilación paciente que dice mucho de la relación de la autora con el transcurrir del tiempo y su trabajo. “Para mi padre, que me entrenó en el rudo oficio de las distancias largas”, dice la dedicatoria. Durante esa “carrera de resistencia”, además de sus notas y columnas en revistas y diarios de América Latina y España, publicó dos libros de crónicas: Los suicidas del fin del mundo y Una historia sencilla; y dos libros que reúnen perfiles de escritores, magos, poetas, músicos, pintores, envenenadoras, gigantes y un largo etcétera: Frutos Extraños y Plano Americano, del que Mario Vargas Llosa ha dicho: “Cada uno (de los perfiles) es un objeto precioso, armado y escrito con la persuasión, originalidad y elegancia de un cuento o un poema logrados.”

Zona de obras Leila Guerriero

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“Qué es y qué no es el periodismo literario”, “Tan fantástico como la ficción”, “(Del arte de) contar historias reales”, “Música y periodismo”, “El periodismo cultural no existe, o los calcetines del pianista”, “Cómo/Para/Qué?, “Dónde estaba yo cuando escribí esto?”. Son algunos de los textos de Zona de Obras. Pasajes que funcionan como tramos de una travesía íntima. Incluso como una explicación de esa inclinación que siente la autora a decir “no”: “Yo no creo en las crónicas interesadas en el qué pero desentendidas del cómo. No creo en las crónicas cuyo lenguaje no abreve en la poesía, en el cine, en la música, en las novelas… Porque no creo en crónicas que no tengan fe en lo que son: una forma de arte.”Las listas de todo aquello en lo que Leila Guerriero “abreva” son abundantes, variadas, generosas. En “Leer para escribir”, una dice: “Lo que sé, que no es mucho, lo aprendí –entre otras cosas- leyendo a autores de ficción y poesía, exponiéndome a la economía de recursos de Idea Vilariño, a la parquedad asesina de Lorrie Moore, a la severidad marcial de Fogwill, a la sensualidad desencantada de Scott Fitzgeral, a la hemorragia argumental de John Irving…”. Después, arroja su botella al mar: “Querer escribir y no querer leer no sólo es un contrasentido. Querer escribir y no querer leer es una aberración.”

***

En Zona de Obras se habla de periodismo, de escritura, de arte; de cómo y para qué, de qué y por qué escribir; de periodistas, editores, lectores; del estado de la cuestión. No se habla de vivir al abrigo de una pasión, de sentirse radicalmente libre, invencible. Sobre esas emociones definitivas Leila Guerriero escribe, por ejemplo, en un texto que se llama “El no es un peligro vivo”, publicado en Frutos Extraños. Tiene 16 años y se ha puesto de novia con un guapo del pueblo que inquieta a su madre; está pasándola a buscar por su casa; su madre le dice que se quede; ella dice que no. “Hay momentos así. Momentos en los que, se sabe, después nada será igual… ¿Qué podían hacer mis padres…? ¿Echarme de casa, tirar mis libros, encerrarme, prenderme fuego, impedir que siguiera viendo a ese hombre? Si estaba dispuesta a perderlo todo, si en verdad no me importaba, podía hacer lo que quisiera. Ese no fue, probablemente, el principio de mi libertad. A veces hay que decir que no para ganarlo todo. Aunque duela. Tantas cosas duelen, y después pasan.”Los ensayos de Zona de Obras hablan de otras cosas. Y sin embargo, todos parecen agitarse con la brisa lejana de esta historia.

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No fue, tal vez, lo que esperaban oír. Era el primer festival que organizaba la revista El Malpensante, una referencia para el periodismo narrativo latinoamericano, y Leila Guerriero –seguramente vestida de negro y con cuidada altivez– leyó: “Voy a empezar diciendo la única verdad que escucharán de mí esta mañana: yo soy periodista, pero no sé nada de periodismo. Y tengo pecados peores: consumo más literatura que periodismo, más cine que documentales y más historietas que libros de investigación.”Así comenzaba “Sobre algunas mentiras del periodismo latinoamericano”. Era 2006, suelo colombiano, y el primer pronunciamiento de la autora sobre su oficio. Siguieron, después, muchos otros, que leyó en encuentros y publicó en diversos medios. Siempre al borde de decir lo que no se espera oír: “alguna vez algunos editores recordarán que lo que publican no es un catálogo de avisos, sino unos artículos que aspiran a contar el mundo en el que vivimos, tal como hasta ahora seguimos haciéndolo los pocos privilegiados que podemos publicar crónicas aquí y allá”. La mirada filosa auscultando lo que ya por entonces parecía languidecer.En noviembre de 2013 el pronóstico de algunos colegas era aún más oscuro y entonces ella preguntaba en una columna que publicó el diario chileno El Mercurio: “¿Dejarían morir, sin intentarlo todo, a alguien a quien quisieron mucho?; Es posible que los periódicos desistan de ser lo que alguna vez fueron: una forma de entender al mundo… que les dé lo mismo fabricar noticias que refrigeradores… Pero la pregunta no es si el periodismo va a cambiar. La pregunta es si vamos a dejar que eso nos cambie a nosotros”.La respuesta de Leila Guerriero está en cada una de las 244 páginas de Zona de Obras; en los treinta ensayos que se publican a ocho años de aquel primer Festival Malpensante y veintidós después de su primera nota publicada en la revista Página/30. Una recopilación paciente que dice mucho de la relación de la autora con el transcurrir del tiempo y su trabajo. “Para mi padre, que me entrenó en el rudo oficio de las distancias largas”, dice la dedicatoria. Durante esa “carrera de resistencia”, además de sus notas y columnas en revistas y diarios de América Latina y España, publicó dos libros de crónicas: Los suicidas del fin del mundo y Una historia sencilla; y dos libros que reúnen perfiles de escritores, magos, poetas, músicos, pintores, envenenadoras, gigantes y un largo etcétera: Frutos Extraños y Plano Americano, del que Mario Vargas Llosa ha dicho: “Cada uno (de los perfiles) es un objeto precioso, armado y escrito con la persuasión, originalidad y elegancia de un cuento o un poema logrados.”

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“Qué es y qué no es el periodismo literario”, “Tan fantástico como la ficción”, “(Del arte de) contar historias reales”, “Música y periodismo”, “El periodismo cultural no existe, o los calcetines del pianista”, “Cómo/Para/Qué?, “Dónde estaba yo cuando escribí esto?”. Son algunos de los textos de Zona de Obras. Pasajes que funcionan como tramos de una travesía íntima. Incluso como una explicación de esa inclinación que siente la autora a decir “no”: “Yo no creo en las crónicas interesadas en el qué pero desentendidas del cómo. No creo en las crónicas cuyo lenguaje no abreve en la poesía, en el cine, en la música, en las novelas… Porque no creo en crónicas que no tengan fe en lo que son: una forma de arte.”Las listas de todo aquello en lo que Leila Guerriero “abreva” son abundantes, variadas, generosas. En “Leer para escribir”, una dice: “Lo que sé, que no es mucho, lo aprendí –entre otras cosas- leyendo a autores de ficción y poesía, exponiéndome a la economía de recursos de Idea Vilariño, a la parquedad asesina de Lorrie Moore, a la severidad marcial de Fogwill, a la sensualidad desencantada de Scott Fitzgeral, a la hemorragia argumental de John Irving…”. Después, arroja su botella al mar: “Querer escribir y no querer leer no sólo es un contrasentido. Querer escribir y no querer leer es una aberración.”

***

En Zona de Obras se habla de periodismo, de escritura, de arte; de cómo y para qué, de qué y por qué escribir; de periodistas, editores, lectores; del estado de la cuestión. No se habla de vivir al abrigo de una pasión, de sentirse radicalmente libre, invencible. Sobre esas emociones definitivas Leila Guerriero escribe, por ejemplo, en un texto que se llama “El no es un peligro vivo”, publicado en Frutos Extraños. Tiene 16 años y se ha puesto de novia con un guapo del pueblo que inquieta a su madre; está pasándola a buscar por su casa; su madre le dice que se quede; ella dice que no. “Hay momentos así. Momentos en los que, se sabe, después nada será igual… ¿Qué podían hacer mis padres…? ¿Echarme de casa, tirar mis libros, encerrarme, prenderme fuego, impedir que siguiera viendo a ese hombre? Si estaba dispuesta a perderlo todo, si en verdad no me importaba, podía hacer lo que quisiera. Ese no fue, probablemente, el principio de mi libertad. A veces hay que decir que no para ganarlo todo. Aunque duela. Tantas cosas duelen, y después pasan.”Los ensayos de Zona de Obras hablan de otras cosas. Y sin embargo, todos parecen agitarse con la brisa lejana de esta historia.

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No fue, tal vez, lo que esperaban oír. Era el primer festival que organizaba la revista El Malpensante, una referencia para el periodismo narrativo latinoamericano, y Leila Guerriero –seguramente vestida de negro y con cuidada altivez– leyó: “Voy a empezar diciendo la única verdad que escucharán de mí esta mañana: yo soy periodista, pero no sé nada de periodismo. Y tengo pecados peores: consumo más literatura que periodismo, más cine que documentales y más historietas que libros de investigación.”Así comenzaba “Sobre algunas mentiras del periodismo latinoamericano”. Era 2006, suelo colombiano, y el primer pronunciamiento de la autora sobre su oficio. Siguieron, después, muchos otros, que leyó en encuentros y publicó en diversos medios. Siempre al borde de decir lo que no se espera oír: “alguna vez algunos editores recordarán que lo que publican no es un catálogo de avisos, sino unos artículos que aspiran a contar el mundo en el que vivimos, tal como hasta ahora seguimos haciéndolo los pocos privilegiados que podemos publicar crónicas aquí y allá”. La mirada filosa auscultando lo que ya por entonces parecía languidecer.En noviembre de 2013 el pronóstico de algunos colegas era aún más oscuro y entonces ella preguntaba en una columna que publicó el diario chileno El Mercurio: “¿Dejarían morir, sin intentarlo todo, a alguien a quien quisieron mucho?; Es posible que los periódicos desistan de ser lo que alguna vez fueron: una forma de entender al mundo… que les dé lo mismo fabricar noticias que refrigeradores… Pero la pregunta no es si el periodismo va a cambiar. La pregunta es si vamos a dejar que eso nos cambie a nosotros”.La respuesta de Leila Guerriero está en cada una de las 244 páginas de Zona de Obras; en los treinta ensayos que se publican a ocho años de aquel primer Festival Malpensante y veintidós después de su primera nota publicada en la revista Página/30. Una recopilación paciente que dice mucho de la relación de la autora con el transcurrir del tiempo y su trabajo. “Para mi padre, que me entrenó en el rudo oficio de las distancias largas”, dice la dedicatoria. Durante esa “carrera de resistencia”, además de sus notas y columnas en revistas y diarios de América Latina y España, publicó dos libros de crónicas: Los suicidas del fin del mundo y Una historia sencilla; y dos libros que reúnen perfiles de escritores, magos, poetas, músicos, pintores, envenenadoras, gigantes y un largo etcétera: Frutos Extraños y Plano Americano, del que Mario Vargas Llosa ha dicho: “Cada uno (de los perfiles) es un objeto precioso, armado y escrito con la persuasión, originalidad y elegancia de un cuento o un poema logrados.”

Zona de obras Leila Guerriero

***

“Qué es y qué no es el periodismo literario”, “Tan fantástico como la ficción”, “(Del arte de) contar historias reales”, “Música y periodismo”, “El periodismo cultural no existe, o los calcetines del pianista”, “Cómo/Para/Qué?, “Dónde estaba yo cuando escribí esto?”. Son algunos de los textos de Zona de Obras. Pasajes que funcionan como tramos de una travesía íntima. Incluso como una explicación de esa inclinación que siente la autora a decir “no”: “Yo no creo en las crónicas interesadas en el qué pero desentendidas del cómo. No creo en las crónicas cuyo lenguaje no abreve en la poesía, en el cine, en la música, en las novelas… Porque no creo en crónicas que no tengan fe en lo que son: una forma de arte.”Las listas de todo aquello en lo que Leila Guerriero “abreva” son abundantes, variadas, generosas. En “Leer para escribir”, una dice: “Lo que sé, que no es mucho, lo aprendí –entre otras cosas- leyendo a autores de ficción y poesía, exponiéndome a la economía de recursos de Idea Vilariño, a la parquedad asesina de Lorrie Moore, a la severidad marcial de Fogwill, a la sensualidad desencantada de Scott Fitzgeral, a la hemorragia argumental de John Irving…”. Después, arroja su botella al mar: “Querer escribir y no querer leer no sólo es un contrasentido. Querer escribir y no querer leer es una aberración.”

***

En Zona de Obras se habla de periodismo, de escritura, de arte; de cómo y para qué, de qué y por qué escribir; de periodistas, editores, lectores; del estado de la cuestión. No se habla de vivir al abrigo de una pasión, de sentirse radicalmente libre, invencible. Sobre esas emociones definitivas Leila Guerriero escribe, por ejemplo, en un texto que se llama “El no es un peligro vivo”, publicado en Frutos Extraños. Tiene 16 años y se ha puesto de novia con un guapo del pueblo que inquieta a su madre; está pasándola a buscar por su casa; su madre le dice que se quede; ella dice que no. “Hay momentos así. Momentos en los que, se sabe, después nada será igual… ¿Qué podían hacer mis padres…? ¿Echarme de casa, tirar mis libros, encerrarme, prenderme fuego, impedir que siguiera viendo a ese hombre? Si estaba dispuesta a perderlo todo, si en verdad no me importaba, podía hacer lo que quisiera. Ese no fue, probablemente, el principio de mi libertad. A veces hay que decir que no para ganarlo todo. Aunque duela. Tantas cosas duelen, y después pasan.”Los ensayos de Zona de Obras hablan de otras cosas. Y sin embargo, todos parecen agitarse con la brisa lejana de esta historia.

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“Qué es y qué no es el periodismo literario”, “Tan fantástico como la ficción”, “(Del arte de) contar historias reales”, “Música y periodismo”, “El periodismo cultural no existe, o los calcetines del pianista”, “Cómo/Para/Qué?, “Dónde estaba yo cuando escribí esto?”. Son algunos de los textos de Zona de Obras. Pasajes que funcionan como tramos de una travesía íntima. Incluso como una explicación de esa inclinación que siente la autora a decir “no”: “Yo no creo en las crónicas interesadas en el qué pero desentendidas del cómo. No creo en las crónicas cuyo lenguaje no abreve en la poesía, en el cine, en la música, en las novelas… Porque no creo en crónicas que no tengan fe en lo que son: una forma de arte.”Las listas de todo aquello en lo que Leila Guerriero “abreva” son abundantes, variadas, generosas. En “Leer para escribir”, una dice: “Lo que sé, que no es mucho, lo aprendí –entre otras cosas- leyendo a autores de ficción y poesía, exponiéndome a la economía de recursos de Idea Vilariño, a la parquedad asesina de Lorrie Moore, a la severidad marcial de Fogwill, a la sensualidad desencantada de Scott Fitzgeral, a la hemorragia argumental de John Irving…”. Después, arroja su botella al mar: “Querer escribir y no querer leer no sólo es un contrasentido. Querer escribir y no querer leer es una aberración.”

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No fue, tal vez, lo que esperaban oír. Era el primer festival que organizaba la revista El Malpensante, una referencia para el periodismo narrativo latinoamericano, y Leila Guerriero –seguramente vestida de negro y con cuidada altivez– leyó: “Voy a empezar diciendo la única verdad que escucharán de mí esta mañana: yo soy periodista, pero no sé nada de periodismo. Y tengo pecados peores: consumo más literatura que periodismo, más cine que documentales y más historietas que libros de investigación.”Así comenzaba “Sobre algunas mentiras del periodismo latinoamericano”. Era 2006, suelo colombiano, y el primer pronunciamiento de la autora sobre su oficio. Siguieron, después, muchos otros, que leyó en encuentros y publicó en diversos medios. Siempre al borde de decir lo que no se espera oír: “alguna vez algunos editores recordarán que lo que publican no es un catálogo de avisos, sino unos artículos que aspiran a contar el mundo en el que vivimos, tal como hasta ahora seguimos haciéndolo los pocos privilegiados que podemos publicar crónicas aquí y allá”. La mirada filosa auscultando lo que ya por entonces parecía languidecer.En noviembre de 2013 el pronóstico de algunos colegas era aún más oscuro y entonces ella preguntaba en una columna que publicó el diario chileno El Mercurio: “¿Dejarían morir, sin intentarlo todo, a alguien a quien quisieron mucho?; Es posible que los periódicos desistan de ser lo que alguna vez fueron: una forma de entender al mundo… que les dé lo mismo fabricar noticias que refrigeradores… Pero la pregunta no es si el periodismo va a cambiar. La pregunta es si vamos a dejar que eso nos cambie a nosotros”.La respuesta de Leila Guerriero está en cada una de las 244 páginas de Zona de Obras; en los treinta ensayos que se publican a ocho años de aquel primer Festival Malpensante y veintidós después de su primera nota publicada en la revista Página/30. Una recopilación paciente que dice mucho de la relación de la autora con el transcurrir del tiempo y su trabajo. “Para mi padre, que me entrenó en el rudo oficio de las distancias largas”, dice la dedicatoria. Durante esa “carrera de resistencia”, además de sus notas y columnas en revistas y diarios de América Latina y España, publicó dos libros de crónicas: Los suicidas del fin del mundo y Una historia sencilla; y dos libros que reúnen perfiles de escritores, magos, poetas, músicos, pintores, envenenadoras, gigantes y un largo etcétera: Frutos Extraños y Plano Americano, del que Mario Vargas Llosa ha dicho: “Cada uno (de los perfiles) es un objeto precioso, armado y escrito con la persuasión, originalidad y elegancia de un cuento o un poema logrados.”

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“Qué es y qué no es el periodismo literario”, “Tan fantástico como la ficción”, “(Del arte de) contar historias reales”, “Música y periodismo”, “El periodismo cultural no existe, o los calcetines del pianista”, “Cómo/Para/Qué?, “Dónde estaba yo cuando escribí esto?”. Son algunos de los textos de Zona de Obras. Pasajes que funcionan como tramos de una travesía íntima. Incluso como una explicación de esa inclinación que siente la autora a decir “no”: “Yo no creo en las crónicas interesadas en el qué pero desentendidas del cómo. No creo en las crónicas cuyo lenguaje no abreve en la poesía, en el cine, en la música, en las novelas… Porque no creo en crónicas que no tengan fe en lo que son: una forma de arte.”Las listas de todo aquello en lo que Leila Guerriero “abreva” son abundantes, variadas, generosas. En “Leer para escribir”, una dice: “Lo que sé, que no es mucho, lo aprendí –entre otras cosas- leyendo a autores de ficción y poesía, exponiéndome a la economía de recursos de Idea Vilariño, a la parquedad asesina de Lorrie Moore, a la severidad marcial de Fogwill, a la sensualidad desencantada de Scott Fitzgeral, a la hemorragia argumental de John Irving…”. Después, arroja su botella al mar: “Querer escribir y no querer leer no sólo es un contrasentido. Querer escribir y no querer leer es una aberración.”

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En Zona de Obras se habla de periodismo, de escritura, de arte; de cómo y para qué, de qué y por qué escribir; de periodistas, editores, lectores; del estado de la cuestión. No se habla de vivir al abrigo de una pasión, de sentirse radicalmente libre, invencible. Sobre esas emociones definitivas Leila Guerriero escribe, por ejemplo, en un texto que se llama “El no es un peligro vivo”, publicado en Frutos Extraños. Tiene 16 años y se ha puesto de novia con un guapo del pueblo que inquieta a su madre; está pasándola a buscar por su casa; su madre le dice que se quede; ella dice que no. “Hay momentos así. Momentos en los que, se sabe, después nada será igual… ¿Qué podían hacer mis padres…? ¿Echarme de casa, tirar mis libros, encerrarme, prenderme fuego, impedir que siguiera viendo a ese hombre? Si estaba dispuesta a perderlo todo, si en verdad no me importaba, podía hacer lo que quisiera. Ese no fue, probablemente, el principio de mi libertad. A veces hay que decir que no para ganarlo todo. Aunque duela. Tantas cosas duelen, y después pasan.”Los ensayos de Zona de Obras hablan de otras cosas. Y sin embargo, todos parecen agitarse con la brisa lejana de esta historia.

*Este artículo fue publicado originalmente en el blog de la librería Eterna Cadencia

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