Habitar una gran urbe, dar un vistazo alrededor y no encontrar un solo cuerpo (innecesario) emisor de luz artificial. Esta es la paradoja que resulta de mirar la belleza de las ciudades prósperas y su naturaleza destructiva. Ese es el efecto de Noches incandescentes (2008), de Marcela Armas, una serie de veinticinco piezas, una meditación sobre las ciudades a través de grabados basados en fotografías aéreas y satelitales, cajas negras de luz que representan el consumo energético que demanda la epidemia urbana.
En un momento álgido en el debate sobre el calentamiento global, la sensación que provoca esta serie es más angustiante que hace catorce años, cuando se creó, por su crítica a la urbanización global más grande de la historia y el valor hegemónico que representa para las civilizaciones contemporáneas. Esta obra es parte de la exhibición “Mirar con nuestros ojos de montaña”, desde marzo pasado, en el Museo de Arte Carrillo Gil, un trabajo curatorial en torno a las más de dos décadas de trabajo de la artista mexicana.