Recientemente leí un libro muy interesante de Kim Stanley Robinson llamado The Ministry for the Future, el cual se sitúa en un futuro perturbador y cercano: 2050. El libro inicia con la experiencia desgarradora de una ola de calor en India que mata a millones de personas (lo cual no esta muy lejos de ocurrir) y menciona una serie de COPs donde la frustración aumenta en los países vulnerables, como India, porque los acuerdos internacionales no son vinculantes. Para aplacar al descontento mundial la ONU crea un ministerio, el Ministerio del Futuro, donde se estudia realmente el impacto de las políticas públicas en el cambio climático. La conclusión es, básicamente, que el mundo sigue “bussiness as usual”. Los países ricos siguen contaminando igual porque no han cambiado su estilo de vida y tanto las corporaciones como los gobiernos se han dedicado a lo que ahora se llama greenwashing, es decir, “pintar de verde” las conciencias de los contaminantes sin realmente cambiar nada, como es el caso de la COP27. El evento acaba de ocurrir hace unas semanas en Egipto, país de dudoso récord en cuanto a equidad de género y derechos humanos, pero buen productor de petróleo, carbón y gas, mismo que ha incrementado su producción este año dada la crisis entre Rusia y Ucrania. Al evento, cuya finalidad es combatir al cambio climático, llegaron los líderes de 200 países y sus representantes en decenas de jets privados, generando una enorme huella de carbono. Esta incongruencia entre la forma de llegar y el fondo del problema es particularmente reveladora.
En la novela se plantea que la gran oficina de Zurich fue creada también como parte de este gran greenwashing por el que todo sigue igual. Sin embargo, (no les quiero echar a perder el libro) algunos miembros de este Ministerio no piensan igual y sienten la urgencia, aún mayor que la tenemos ahora, de cambiar las cosas. Pero tengamos algo claro, el greenwashing que pretenden las grandes empresas contaminantes, como los productores de petróleo tipo Shell o Exxon, no es tan distinto al que hacemos nosotros, los ciudadanos del mundo, con nuestro estilo de vida.
Vamos a analizar lo que pasa en tu casa querido lector, así que respira hondo.
Si tú crees que usar bolsas de tela y botellas de vidrio, ser vegano, tener un coche Tesla y hacer yoga te convierte inmediatamente en un ser etéreo sin huella de carbono, estás equivocado. Tampoco eres particularmente virtuoso si compras orgánico y tienes un huerto en tu jardín en Tepoztlán, ya que, confiesa, consumes, e inclusive puedes ser adicto, a esas cajitas con sonrisa cínica de Amazon que llegan a tu casa desde algún lugar del mundo, recorriendo puertos en contenedores o aún peor, por avión, si tienes prisa en que te llegue. También puedes pensar que estas bajándole al CO2 del planeta si compras ropa “verde” o si al viajar a Nueva York, pues es muy fácil, pagas cinco dólares en el aeropuerto para compensar por las 1.1 toneladas de CO2 que generó tu asiento en clase turista y asunto arreglado.
Les tengo noticias: NADIE se irá de este mundo sin haber dejado tras de sí una huella planetaria de carbono. Aunque, sin duda, una persona que vive en Chiapas en terreno zapatista, sin estar vinculada a la gran red de consumo, es mucho más virtuosa que tú, mi querido lector urbano de Gatopardo. Lo mismo pasa con todos los países pobres que son definidos como tal porque consumen menos, así que está claro que nos tenemos que volver mucho mas frugales para salvar al mundo.
Pero no nos desgarremos las vestiduras, no es necesario que pongamos de un lado a los carnívoros malvados y del otro a los veganos santos; ambos comen productos que deforestan selvas y nuestra vida cotidiana tiene un impacto inevitable, que sí se puede amortiguar, pero ojo, no hay manera que tus cinco dólares en Delta hagan nada bueno por el planeta, mas que ponerle una curita a tu conciencia. Lo que sí puedes hacer es investigar cómo sembrar mas árboles, proteger a los manglares (son enormes captores de CO2), promover cultivos sin agroquímicos, cuidar el suelo o contribuir al cuidado de los bosques en proyectos comunitarios. Hace unos días, por ejemplo, caminé con un grupo de personas hacia el Xitle y sus tubos de lava, y pude ver el dilema real que hay en esta parte de Tlalpan, entre los comuneros que protegen al bosque y tienen brigadas de reforestación y limpieza, y los que queman y tiran basura, empujados por horribles intereses inmobiliarios que aseguran que no hay nada que proteger ahí, donde yo vi un bosque diverso, aunque seguramente menos denso que hace unos años. En México este dilema se multiplica, por un lado tenemos al programa Sembrando Vida, que en realidad avanza destruyendo bosques tropicales, y por otro, a los pueblos originarios protegiendo sus recursos naturales con el propio cuerpo. Y ya ni hablar del Tren Maya y su ola de destrucción, abriéndose camino entre quienes buscan conservar una zona en Tulum como reserva de jaguares.
Los ciudadanos de a pie tenemos un enorme impacto en el entorno natural, no solo por cómo nos movemos, obvio que es mejor usar bicicleta que una Suburban, pero pensamos poco en lo que compramos, consumimos y desechamos. No sé a ustedes, pero a mi Facebook le llegan cientos de anuncios de ropa Shein, que nunca he comprado, pero el impacto ambiental de producir en China toneladas de ropa literalmente desechable es enorme. Se calcula que fabrica alrededor de 100,000 productos al día, con un enorme costo energético y ambiental, mismos que deben transportarse a su destino, para que en pocos meses sean reemplazados, ya sea porque se destruyeron en la lavadora o, peor aún, porque “ya no están de moda”. Por otra parte, eventos como El Buen Fin o el Black Friday son tremendamente peligrosos, no solo para tu tarjeta de crédito, sino para el planeta en general. La trampa está en el sistema, ya que la economía de un país está basada en el patrón de consumo y ese es el ciclo vicioso que tiene el poder de acabar con todo. La razón por la cual EUA tiene una huella de carbono brutal es justamente este sistema que le pide a sus ciudadanos comprar para aumentar su Producto Interno Bruto. Los bancos también hacen su parte, moviéndonos a pedir prestado para poder comprar más, mientras ellos se hacen más ricos. Todo lo que compramos tiene una huella, mayor aún que ese sabroso bistec (por cierto, coman carne de libre pastoreo, esa tiene una huella mucho menor que la de engorda).
Lo que argumenta Ministry of the Future es que hay que tronar a los bancos, además de dispararle a los grandes productores de CO2 y tirar a los aviones… es una propuesta temeraria y terrorista, pero pensemos un poquito en el mensaje que hay detrás.
Para la COP27 se prometió cambiar los sistemas de financiamiento y bancarios, pero no sabemos qué tan cierta sea esa pretensión, también se prometió manejar mejor los bosques, grandes captores de carbono; pero en Alemania, por ejemplo, aún ahora, se arrasan bosques, campos y pueblos enteros para sacar carbono café, un carbón muy superficial y de fácil acceso del cual depende gran parte de la economía del país. Lo peor es que Alemania no puede darse el lujo de dejar de usar ese carbón sucio, gracias a la decisión política pero energéticamente equivocada de Merkel, de desconectar los reactores nucleares. Además, con la expansiva crisis entre Rusia y Ucrania es muy posible que el porcentaje de energía que viene de este carbón café sea aún mayor. Y en el mundo la demanda energética es tal que, aunque en la COP 27 Estados Unidos y otros países ricos prometieron promover energías limpias y que para 2050 todos los vehículos serán eléctricos, en la mayor parte del mundo se se seguirán moviendo a base de petróleo y las energías limpias, como el viento y el sol, solo generarán pequeños porcentajes. Para ejemplo basta analizar de nuevo el caso de Alemania, donde las energías renovables constituyen menos de un tercio del total. En el caso de México las energías limpias cubren solo un 4% de la demanda del país y al parecer la CFE tiene planeando que sea menos.
En la COP27 se concluyó hacer un fondo para pagar los costos de los refugiados climáticos causados por los desastres cada vez mas apocalípticos, sin embargo, no se ha dicho cómo y mucho menos quién pagará eso. ¿Será la COP un gran lavado de conciencia a nivel planetario? O ¿podemos los ciudadanos del mundo cambiar esto desde casa?
En la próxima columna hablaremos de esto mi amigo Marco Araujo y yo. Queden pendientes.