Haití, el dominio de las pandillas

Puerto Príncipe, un campo de batalla

La violencia y las guerras internas han hecho de Haití, una pequeña isla caribeña, la presa perfecta para pandillas, militares y fuerzas armadas ilegales. Un fotoperiodista relata su recorrido por una tierra que parece abandonada.

Tiempo de lectura: 8 minutos

Una multitud se reúne alrededor del Palacio Nacional. En sus manos portan escobas y machetes con los que comenzarán la limpieza de los barrios que, desde hace unos meses, se encontraban en manos de las violentas pandillas, las cuales hasta ahora siguen dominando la mayoría del territorio de Haití. En las calles hay toneladas de basura por todos lados y los edificios que rodean la sede presidencial se encuentran abandonados y con las huellas de las batallas libradas entre las fuerzas gubernamentales y los pandilleros.

Pandillas de Haití

Retrato de “Jim”, el “jefe de comunicaciones” de una banda criminal al sur de Puerto Príncipe. Un tipo en sus treintas ofreció una entrevista mientras el verdadero jefe, “Tim”, se encontraba al lado, con su pie sobre el sillón. Jim dice que ellos buscan también la paz y una solución a la crisis si el gobierno se deja de simulaciones, hipocresías y traiciones al pueblo haitiano. Habla un poco de inglés y un francés fluido. Le gusta leer, aunque no terminó la escuela, y él cree que por eso es bueno como jefe de información.

Hay cientos de casquillos de balas en el piso, llantas quemadas, millones de vidrios rotos y, desgraciadamente, también encontramos restos óseos humanos de los cadáveres de víctimas que nadie reclamó; se quedaron ahí, tendidos a su suerte.

No es complicado ser testigo de la profunda ruptura social por la que pasa el país caribeño. Es bastante común escuchar cerca y a lo lejos tiroteos durante todo el día que se acrecientan durante la noche, rompiendo el silencio sepulcral del Puerto en estado de sitio. Durante algunos recorridos que realizamos en las inmediaciones del hotel encontramos más de una ocasión cuerpos abandonados, frescos, de hombres ejecutados recientemente, los que, si nadie reclama, estarán ahí para que alguien tenga la piedad de por lo menos quemarlos. De otro modo, quedarán a merced de animales carroñeros que los devorarán a la vista de todos sin que nadie mueva un dedo.

Hace unas semanas una fuerza policial multinacional, liderada por Kenia, llegó a Haití para encabezar la lucha en contra de las pandillas. El primer ministro, Garry Conille, ha prometido a la población restaurar el orden y la paz, así como llevar a la justicia a los líderes de las bandas; sin embargo, hasta ahora el único logro visible es la limpieza de las calles.

Pandillas de Haití

Auto blindado de la policía de Haití, visto desde el ducto de disparo de otro vehículo de asalto. Con estos bólidos de acero las fuerzas especiales haitianas realizan patrullajes y lanzan ráfagas intimidatorias en ciertos lugares para marcar su presencia. Dentro, aunque caben 10 personas, usualmente no van más de cinco. El calor es extremo y el interior suele estar repleto de casquillos usados que nadie se molesta en limpiar. Los cristales con rayones y orificios muestran que el blindaje no es de buen nivel y que no tiene un mantenimiento adecuado.

Cercano al Palacio Nacional se encuentra el hoy destruido Hospital General; su fachada está severamente dañada por los enfrentamientos. Durante meses estuvo ocupado por miembros de las pandillas que saquearon las instalaciones.

El interior es el escenario perfecto para una película de terror. En el suelo se aprecian marcas de cuerpos en descomposición cuya silueta está delimitada con precisión, a pesar de que los restos ya no están en el sitio. Kilos y kilos de basura están esparcidos por el suelo al lado de material médico como jeringas, vendas, estetoscopios, zapatos, batas médicas e incluso microscopios. Orificios de balas y ventanas rotas son la única entrada de luz para lo que antes fuera el hospital público más importante de Puerto Príncipe, hoy reducido a una macabra zona donde los muros seguramente atestiguaron horrores que pueden intuirse por los charcos de sangre seca y el alto nivel de destrucción. Se cuenta que durante el asalto al hospital los pacientes que no consiguieron huir quizá fueron ahí mismo ejecutados, quemados vivos o simplemente abandonados.

Desde el ataque al hospital hubo un sitio que logró salvarse: el ala psiquiátrica. Días antes de la liberación del centro médico, un hombre nos llamó a mí y a un colega de manera sigilosa a través de una rendija de la puerta. A pesar de la desconfianza, entramos y fuimos testigos de las terribles condiciones de los “sobrevivientes”. La visión fue dantesca.

Pandillas de Haití

Retrato de un oficial de las fuerzas especiales de la policía de Haití dentro de un auto blindado. Se me permitió viajar en ese vehículo después de pedirlo reiteradamente a un oficial que veía con frecuencia. El trayecto por los alrededores del Palacio Nacional y la cárcel abandonada duró alrededor de dos horas. Durante ese patrullaje fuimos atacados con disparos de las bandas que nos vieron. La policía respondió con gas lacrimógeno y también detonando sus armas. No hubo heridos.

Los pacientes psiquiátricos estaban encerrados y sólo se les alimentaba con lo que se podía hallar. Una familia los cuidaba desde afuera de las celdas y se preocupaban por la situación. Resistieron la violencia al hospital, pero desgraciadamente quedaron olvidados y en condiciones deplorables. Las mujeres, tal vez 20, yacían confinadas, con heridas abiertas, y muchas de ellas sin ropa alguna padeciendo severas crisis y añorando comida o dinero. Había celdas clausuradas por completo y nadie sabía qué podía haber adentro. Sus cuerpos se veían desnutridos y sin la mínima higiene. Hubo quienes nos saludaron e incluso sonreían. Otras deambulaban por el lugar con sus delgadísimos cuerpos desnudos. En la lejanía se escuchaban fuertes gritos y lamentos ahogados detrás de las puertas cerradas.

Regresé una semana después de la liberación del hospital para ver si era otra la situación. Si bien es cierto que limpiaron un poco, las mujeres seguían encerradas bajo llave y sin ayuda aparente.

Por ahora, las pandillas aún controlan el territorio capitalino. Puerto Príncipe es un campo de batalla activo en el que todos los días se pueden escuchar tiroteos a cualquier hora mientras los pocos kenianos que han llegado cuidan algunos edificios y embajadas. Son los policías locales quienes con desgano suben a sus vehículos blindados y realizan patrullaje. Durante el día es común ver estos rinocerontes de hierro recorrer las calles donde eventualmente un oficial saca la cabeza y muestra su arma fuera de la torreta. También es un secreto a voces que la policía ha cobrado venganza contra las pandillas y realizan ejecuciones. Ni hablar de los elementos policiales también coludidos con las bandas.

Pandillas de Haití

Un niño, miembro de una banda criminal, porta un arma larga dentro de una casa saqueada por él mismo meses atrás, en la zona de Carrefour. La mayoría de los integrantes o “soldados” de las pandillas son menores de edad. Se sabe que algunos trabajan por muy poco dinero, comida o la oportunidad de robar cuando ocurren los saqueos. En otros casos, también son amenazados y obligados. Las armas son viejas; no tienen mantenimiento ni ellos están preparados para usarlas porque les pesan para cargarlas.

Desde las calles no se percibe un cambio. Sin embargo, algunos haitianos confían en que la situación puede llegar a mejorar. Los domingos, días profundamente religiosos, suele haber un poco de calma. Las familias van a la iglesia e incluso algunos barrios tratan de regresar a la vida cotidiana en la que se puede tener una partida de dominó con los amigos; también ya puede encontrarse a niños y adultos que juegan futbol por las calles cuando la tarde comienza a caer.

Ojalá todos los días fueran domingo para que los niños tomaran un balón de futbol y no un arma.

Hospitales en Haití abandonados.

Detrás de la entrada principal del Hospital Público, está el ala de Psiquiatría donde los pacientes se encuentran confinados en condiciones infrahumanas. Una familia se encarga de alimentarlos y darles agua. En el interior, por lo menos 40 personas, entre mujeres y hombres, padecen desnutrición severa, violencia y encierro. Nadie limpia, nadie les da medicamentos, solamente se les ofrece comida. Se cree que están así desde marzo de este año cuando la zona fue ocupada por los pandilleros. Los alrededores son todavía un área ocupada.

 

Hospitales de Haití abandonados

Al vernos, algunas pacientes mentales comenzaron a llorar, a gritar y a pedir comida o dinero. Otras entraron en una severa crisis. En la imagen podemos ver a una mujer que derramó lágrimas mientras nos decía en una mezcla de inglés y creole que quería dinero. La familia que se quedó encargada de ellos apenas puede con la manutención. Unos días después de haber tomado estas imágenes, el gobierno liberó esa zona del hospital, aunque en la segunda visita que realizamos no había cambiado casi nada. Ellas seguían sin ropa, con crisis, lastimándose a sí mismas, algunas con heridas abiertas y encerradas bajo llave.

 

Pandillas de Haití

Los montones de basura suelen ser las fronteras entre los barrios o calles liberadas y las que controlan algunas bandas. Esta calle, por ejemplo, es la desembocadura de un barrio liberado. Como puede verse el asfalto está limpio tras la mujer que camina en primer plano. Este barrio se encuentra en el centro de la ciudad y es una frontera entre la paz y la violencia.

 

Vida cotidiana de los haitianos

Un domingo caminé por un barrio liberado, muy cerca del Palacio Nacional . Seguí la música religiosa que se escuchaba desde lejos y me sorprendí al observar vida cotidiana llevada a cabo casi de manera normal por sus habitantes. En un pequeño patio, un grupo de hombres jugaba dominó al estilo haitiano, colocando las fichas de manera rápida, de tal manera que una partida podía durar pocos minutos o incluso segundos, según la habilidad de los jugadores.

 

Vida cotidiana Haití

Un hombre juega futbol en uno de los barrios “pacíficos” de Puerto Príncipe. Aunque hay lugares controlados por las bandas, se permite el comercio informal e incluso actividades recreativas. Este hombre jugaba futbol al atardecer con un joven, aparentemente su hijo, en una calle ocupada como mercado, mientras los puestos se iban desalojando.

 

Pandillas de Haití

Una de las comunas de clase alta de Puerto Príncipe es Pétionville, ubicada en la parte alta de la sierra montañosa y a 30 minutos del centro de la ciudad. Ahí la violencia existe, pero ha sido uno de los oasis de paz donde no ha podido imponerse el control de las bandas. En esta zona se encuentra la mayoría de embajadas y cuerpos diplomáticos. Sin embargo, en los primeros días de julio, sucedieron algunas ejecuciones en la zona que de nuevo provocaron temor en uno de los bastiones de tranquilidad en Haití.

 

Vida cotidiana Haití

Este es el campo de refugiados del Teatro Rex. El recinto fue el centro cultural de Puerto Príncipe durante buena parte del siglo XX, albergando obras de teatro, cine y demás expresiones artísticas. Durante el terremoto de 2010, el edificio se derrumbó y nunca se reconstruyó. A partir de ese año se ha usado como refugio de damnificados, primero por el sismo y, luego, por la violencia. Desde marzo viven en el lugar cerca de 400 personas. Las condiciones de higiene son nulas. Incluso fui testigo del fallecimiento de un joven por tuberculosis. Allí han nacido cuatro bebés y es uno de los refugios más importantes de la zona.

 

Pandillas de Haití

En marzo de este año, las bandas se unieron para causar destrozos en la ciudad, empeorando aún más la crisis que ya se venía gestando desde hace años. Una de las zonas de clase media, Carrefour, fue totalmente saqueada y destruida, lo que obligó a sus habitantes a huir de la zona y, en algunos casos, del país. Ahora es un área gris, sin servicios, y controlada por soldados de las bandas: niños y jóvenes armados de entre 10 y 20 años que patrullan mientras escuchan rap, fuman marihuana, beben alcohol y se olvidan de la vida que alguna vez tuvieron.

 

Vida cotidiana Haití

Los campos de refugiados tampoco son zonas completamente seguras para los habitantes. En éste, un gimnasio público hace unos años, viven más de 200 personas. Por estar en una zona céntrica y cercana al Palacio Nacional, ha sufrido constantes ataques que se aprecian en los destrozos de sus instalaciones.

 

Las milicias en Haití

La vigilancia de edificios gubernamentales fue tarea de los policías kenianos en Haití, desde los pocos días de su llegada. En esta imagen, elementos kenianos se encuentran en las cercanías de la Embajada de Estados Unidos. Es sabido que también salen a patrullar.

 

Pandillas de Haití

Una de las acciones primordiales que realiza el gobierno para recuperar territorios es la limpieza de las “zonas de desastre” de marzo. Se le llama así a los lugares ocupados por las pandillas, en los que saquearon, quemaron y destruyeron todo a su alrededor, para luego ocuparlos. En la imagen podemos ver, a través de un cristal horadado por impactos de bala, a uno de los miembros de la cuadrilla de limpieza barriendo la basura acumulada durante meses, en una de las calles principales.

 


HÉCTOR ADOLFO QUINTANAR PÉREZ. Arqueólogo y Maestro en Antropología por la Universidad Veracruzana. Dedicado al fotoperiodismo enfocado en temas de derechos humanos, diversidad cultural y conflicto. Es profesor de La Universidad Veracruzana (UV) y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).


 

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