La migración haitiana continúa por México – Gatopardo

Esperarás la tierra prometida: el éxodo haitiano en México

La comunidad haitiana que comenzó a formarse hace cinco años en Tijuana, en la frontera norte de México, y que parecía haberse asentado, ahora se disuelve. Su objetivo sigue vigente: cruzar la frontera y pedir asilo a la nación de Joe Biden. Luego de la inestabilidad política de Haití, el asesinato de su presidente y los desastres naturales que han azotado la isla caribeña, las nuevas olas de haitianos continúan llegando. Y aunque ahora se enfrentan a cambios en las políticas migratorias, el anhelo sigue siendo el mismo.

 

 

Adormilado, en chanclas y bermudas, Joseph Remy Julien lleva una cubeta a la toma de agua en una cocina construida al aire libre. Mientras espera a que el recipiente se llene, una mujer talla la ropa en un lavadero improvisado con una tarja de plástico sobre un banquillo de madera, un niño se cepilla los dientes junto a una vieja estufa que no funciona y, ahí mismo, otra mujer restriega la gran cazuela en la que cocinaron barbacoa estilo Guatemala, el día anterior, para las 150 personas que viven en este albergue para migrantes llamado Pequeña Haití. Poco antes de las siete de la mañana de este último domingo de junio, el ritual del aseo matutino ha comenzado.  

Joseph Remy —o sólo Remy— no interactúa con el resto. Puede ser porque su español es incipiente o porque está medio dormido aún o simplemente porque no le interesa hacerlo. Cuando termina de llenar su cubeta, cede el turno al siguiente usuario, sortea un camino terroso y enlodado a un lado de la cocina —un laberinto de tendederos con ropa colgada— y se dirige a su habitación para asearse apartado del bullicio. 

Este haitiano jovial pero tímido, que aparenta menos de sus 53 años, tiene cuatro hijos esperándolo en Haití, de donde huyó en 2016 a raíz de la crisis política. Migró a Brasil en busca de trabajo, donde vivió tres años, y cuando perdió ahí el empleo se fue a Ecuador. Después de un año y medio llegó a México, en abril de 2020, con la intención de pedir asilo en Estados Unidos. En Tapachula, Chiapas, cerca de la frontera sur, el gobierno le expidió una tarjeta de visitante por razones humanitarias y con ella cruzó el país hasta la frontera norte; en Tijuana, Baja California, tuvo que esperar un turno para iniciar el proceso de asilo y aguardar, conforme a la política migratoria implementada por la administración de Donald Trump y el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el Protocolo de Protección a Migrantes (MPP, por sus siglas en inglés) o también conocido como protocolo “Quédate en México”. Pocos meses después, en julio de ese 2020 y en medio de una pandemia, su tarjeta de visitante expiró. Ahora Remy dice que sin ella nadie le da trabajo. Muestra la tarjeta vencida, abre los brazos y alza los hombros. 

—Sin tarjeta no trabajo, no trabajo. Venden veinte, veinticinco mil pesos, permanente. Pero no trabajo, no trabajo— repite varias veces, en un español dificultoso, para explicar lo enredado de su situación: le han ofrecido regularizarlo por una cantidad de dinero que no tiene ni puede ahorrar, precisamente porque está desempleado. 

Llegó en febrero de 2021 a este refugio fundado por migrantes haitianos hace cinco años, a cien metros de un templo cristiano, Embajadores de Jesús, en un terreno extendido sobre una colina. En un inicio pernoctó en un catre dentro de una de las dos bodegas de techos de lámina donde duermen, en cada una, entre setenta y cien personas. Compartió el espacio con connacionales y otros migrantes centroamericanos. Pero, conforme pasaron los meses, poco a poco los haitianos comenzaron a irse y las familias hondureñas, salvadoreñas y guatemaltecas que llegaban con el flujo de las caravanas ocuparon ambas naves y reconfiguraron los espacios en el albergue. Pronto pudo mudarse a uno de los cuartos de madera junto a la cocina. La migración centroamericana incrementó a partir de noviembre de 2018, año en que el Colegio de la Frontera Norte (El Colef) documentó la llegada de al menos seis mil personas en busca de asilo. Ahora ellos son mayoría en esta comunidad migrante.   

Pequeña Haití es un albergue. La idea de levantarlo vino de un grupo de haitianos que llegó a Tijuana en 2016, atorado en su camino hacia Estados Unidos, y de Gustavo Banda, pastor del templo Embajadores de Jesús. Querían crear una colonia de viviendas en el terreno contiguo a la iglesia que ocupaban como un albergue. Construirían sus casas y crearían una pequeña Haití en el norte de México. Pero el proyecto de desarrollo se quedó en eso, una idea, y terminaron construyendo sólo unos cuantos cuartos y las dos bodegas, con las aportaciones monetarias y en especie que recibieron de la ciudadanía. A lo largo de cinco años las circunstancias migratorias se modificaron; en 2018 comenzaron a llegar los centroamericanos y, más recientemente, migrantes del interior de México. Pero los haitianos consiguieron trabajos que les permitieron rentar y dejaron de vivir ahí o se quedaron un par de años más y, aunque parecían haberse asentado, a la primera oportunidad decidieron irse.  

Remy comparte cuarto con Benicais Cadilus, de 66 años, que viaja en solitario como él, y sus vecinos inmediatos son una pareja, Mirlene y Edmond Pasteur, de 38 y 41 respectivamente, con quienes habla el mismo idioma. Los cuatro son los últimos haitianos del lugar: unos desempleados, otros con trabajos inestables, no han podido regularizar su situación y no pueden pagar un lugar donde dormir. 

—Los haitianos no viene a Tijuana, quiere ir a Estados Unidos— dice Remy. 

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