Este ejercicio impulsó el segundo número de la nueva época de Gatopardo. Un acto sin duda enrevesado: iniciamos una década en medio de una crisis mundial, durante un confinamiento al que no se le ve final y en el que no hemos podido mirar más allá de las cuatro paredes que nos encierran. Cualquier acto de imaginación en este escenario se supone fallido o al menos acotado ipso facto.Los años veinte iniciaron con el retrato de un mundo demencial: en el exterior, el asalto al Capitolio por simpatizantes de un Donald Trump que se negaba a retirarse; una escena que se replicó en todos los medios, junto con el arribo de millones de dosis de la vacuna que marcará el rumbo del siglo XXI. Este panorama lo completó, en el país, un presidente contagiado y aún renuente al uso de las mascarillas médicas, ante miles de fallecimientos que su gobierno no logra contener; la población, que hace todo malabar para conseguir vacunar a sus viejos en la primera ronda, segura- mente pasará factura en las próximas elecciones locales que están por realizarse.En este contexto, abrimos la conversación preguntándonos cómo podríamos atravesar un territorio “mordido” por la pandemia, sin obviar las heridas que precedieron esta crisis y que ahora se han vuelto a abrir: la pobreza extrema y la discriminación, la violencia y el crimen organizado. El resultado, parafraseando a Jaime Mesa en su novela Resurrección (Planeta, 2020), que habla de la violencia y de las historias que nos contamos para entenderla, fue salir hacia la desolación. Así, en este número dedicado al territorio que nos identifica como país, buscamos confrontarlo a través de la crónica, el periodismo, el ensayo y la poesía; los textos que lo integran atraviesan problemáticas como la de la pobreza en las comunidades indígenas; la vida y la cultura fronterizas; el mecanismo corrupto de impartición de justicia y las desapariciones forzadas; el olvido del campo y el futuro incierto del trabajo; hasta llegar a un análisis del rumbo de las izquierdas a partir del lopezobradorismo.[read more]A finales de 2020, la periodista Patricia Mayorga y el fotógrafo Nicola Ókin llegaron a la Sierra Tarahumara, en Chihuahua, luego de horas de camino por terracería, a las rancherías donde viven más de 130 mil indígenas que llevan tiempo librando su propia lucha contra la tuberculosis y las muertes infantiles a causa de la desnutrición. Mayorga y Ókin encontraron vacas en los huesos, pozos agrícolas vacíos y cientos de mazorcas malogradas, secas, tiradas en el campo porque no lograron crecer. Los niños indígenas mueren de hambre y el maíz también, por la sequía, una situación que pasó inadvertida por los medios, volcados a reportar el avance del coronavirus. El invierno les auguró a los rarámuri un año difícil, escribe Mayorga; y con la pandemia, la brecha social podría agravarse aún más.Ese maíz, que en la Sierra Tarahumara está volviéndose escaso, es uno de los productos de mayor demanda en el mercado mundial. En México, su cultivo se enfrenta a los efectos de la sobreexplotación del suelo y al cambio climático, así como a la precarización de quienes viven del cultivo. En Michoacán, por ejemplo, ha sido desplazado por el aguacate. Heriberto Paredes viajó al cinturón aguacatero, al suroeste del país, y ahí se encontró con la misma sequía. Iba tras el rastro de la fiebre del aguacate, el fruto ahora tan popular en la gastronomía y en los platillos que circulan como postales en Instagram. Aun durante el confinamiento, nada detuvo que cientos de camiones cargados de toneladas de “oro verde” llegaran a Estados Unidos. Ante la falta de lluvias, los 75 mil productores hicieron todo por reunir el agua necesaria para el riego abundante que demandan los árboles de aguacate, aunque perjudicaran los mantos acuíferos y manantiales de la región.¿Qué destino enfrentará el campo? ¿Qué políticas se necesita implementar para que la producción agrícola no termine por ser su propio verdugo? ¿Cómo sobrevivirán las millones de personas que dependen del cultivo? En su Autobiografía del algodón (Literatura Random, 2020), Cristina Rivera Garza nos ofrece, desde su experiencia personal, un recuento del auge y ocaso de los cultivos de algodón en la frontera de Tamaulipas con Estados Unidos, una historia de la que podemos aprender. El periodista Sergio Rodríguez-Blanco ha seguido la carrera de la escritora que recientemente recibió la MacArthur Fellowship: su historia es parecida a la de miles de mexicanos que migraron de ida y vuelta a través de la frontera norte; vidas de resistencia, desplazamientos y un origen bicultural. Rivera Garza aparece retratada en este perfil por la lente de Pia Riverola, en su casa de La Jolla, California, donde lleva viviendo treinta años. En conversación con Rodríguez-Blanco revisita su país de origen y la historia de los campos de algodón de su infancia, un cultivo que ha sido borrado de la historia de México pero que, en los años treinta, recibió un apoyo del gobierno inimaginable; tanto, que Lázaro Cárdenas negoció para desviar aguas del río Bravo para crear un vergel de siembra. Pero la bonanza duró poco.Cerramos esta edición con una crónica brutal: seis hombres que fueron víctimas de la corrupción y la nula impartición de justicia cuando los acusaron falazmente de formar una banda de secuestradores, conocida como Los Kempes, hace 18 años. Durante nueve meses los 15 reporteros del Taller de Periodismo Jurídico del CIDE impartido por Carlos Puig y José Antonio Caballero— siguieron el caso y documentaron las pruebas que reunieron los familiares para redimir a los presos, en un ejercicio similar a la denuncia del documental Presunto culpable (2008) que cimbró la opinión pública al mostrar el lado más oscuro del sistema nacional de justicia. En la historia de Los Kempes, la impunidad manda: las autoridades del estado de Tlaxcala fabricaron el caso, a base de detenciones arbitrarias, intimidación y tortura. A este reportaje lo acompañan los retratos de Juan Pablo Ampudia por los que recibió una mención honorífica en el concurso PoyLatam 2021, en la categoría retrato.¿Qué hace falta para detener la criminalidad institucionalizada? Aquí intentamos nuevamente un ejercicio de imaginación. Esperemos que esta proyección a futuro, en la que las cosas sí cambian y lo hacen para bien, no nos defraude y nos quedemos con otro gatopardismo más.Confrontemos el presente para mirar el futuro de nuestro país.
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