8M Argentina: cómo marchar pese a la covid

8M Argentina: cómo marchar pese a la covid

El año pasado, las argentinas aprendieron a manifestarse con distancia social. Después de la victoria por la legalización del aborto, la consigna más importante ahora se vincula a los femicidios y a la necesidad de reformar las instituciones frente a esta amenaza.

Tiempo de lectura: 6 minutos

Nuestra historia feminista es larga e intensa en Argentina. En la última década, sobre todo en los últimos seis años, desde la primera marcha Ni Una Menos ocurrida el 3 de junio de 2015 –que se ha replicado cada año desde entonces–, todas sentíamos que las concentraciones y las asambleas iban convocando a cada vez más gente. Y no sólo eso. Con una tradición asamblearia heredera del estallido social de 2001 (que precedió a la renuncia del expresidente Fernando de la Rúa) y una calle diversa y policlasista en el país –donde la política estudiantil se encuentra con la sindical y con la territorial y con muchas más–, pudimos ver cómo nuestro feminismo se nutría de todas esas historias, y que nuestras movilizaciones no eran sólo demostraciones sino lugares de encuentro, debate y conflicto. La nueva ola del feminismo se construía al calor de las movilizaciones populares.

Por eso la crisis provocada por la covid-19 se sintió como una amenaza a esa construcción densa –pero potencialmente frágil– en la que venía trabajando tanto la militancia feminista: sin la posibilidad de encontrarnos físicamente, podía resquebrajarse parte de lo que hacía tan vital y sanguíneo a nuestro movimiento.

Pero eso no ocurrió.

El primer desafío fue el 3 de junio de 2020. Las decisiones de las agrupaciones feministas argentinas fueron diversas, pero el espíritu, bastante similar. Las colectivas más cercanas al gobierno (agrupaciones de partidos o frentes que forman parte de la coalición gubernamental, como el caso de Mala Junta) decidieron intentar formas de movilización a través de internet que no entraran en conflicto con las medidas de aislamiento: “tuitazos” o encuentros virtuales a través de plataformas de streaming. Algunas agrupaciones de izquierda marxista –como Las Rojas y Pan y Rosas– sí organizaron movilizaciones pequeñas en distintos puntos del país. Grupos de algunas decenas de personas se encontraron en el Congreso y en otras plazas de las provincias, con barbijos y distancia social. No hubo nunca la intención de violar el aislamiento, y los cuidados no fueron por temor a la represión policial (que no apareció) sino por un compromiso genuino con el cuidado de la salud de todes. Tanto las intervenciones digitales como las presenciales compartieron una batería de reclamos, aunque destacó la consigna que dice “los femicidios no se toman cuarentena”.

En los primeros meses del confinamiento, las feministas empezamos a cuestionar el simplismo del “quedate en casa” a la luz de algunos datos alarmantes. Entre el 20 de marzo (día en que la cuarentena se decretó) y el 31 de julio de 2020 –según datos oficiales–, se realizaron un promedio de 263 llamados diarios a la línea 144 que atiende las denuncias de violencia de género; en el mismo período de 2019, el promedio de llamados diarios fue de 196, un 25% menos. Hoy sabemos que también los femicidios aumentaron: entre el 20 de marzo y el 14 de mayo –de acuerdo con la Casa del Encuentro–, asesinaron a 49 mujeres, la cifra más alta registrada en los últimos diez años.

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