Tiempo de lectura: 7 minutosSobre una mesa cubierta con un mantel rojo están los objetos que Daniel López usa para elaborar amuletos de amor. Tiene una gama de huesos tallados a mano, dijes de plástico color oro y cuarzos, pero su fuerte es la venta de cadáveres de pájaros. Palomas, cuervos y, sobre todo, colibríes tan pequeños que no sobresalen a simple vista. Están colgados de un gancho que pende del tubo superior del puesto, casi escondidos entre pulseras de hilo. Ya casi es Día de san Valentín y Daniel, un joven de cejas negras tupidas y despeinadas, oriundo de Chiapas, tiene seis colibríes muertos a la venta, cuatro hembras y dos machos.
—Es la época fuerte, la gente viene a buscarlos para encontrar el amor.
—¿Y esto funciona? —le pregunto.
—Totalmente efectivo. Hay que traerlo siempre con uno, en la bolsa de mano, para que atraiga el amor verdadero.
—Pero está muerto.
—No se preocupe, va en una bolsita preparado y no se descompone, no apesta —promete el vendedor.
Daniel no se presenta como brujo. Dice que hace tres años su padre le heredó el puesto que levanta todos los días en los pasillos exteriores del Mercado de Sonora en la Ciudad de México, un sitio popular por la venta ilegal de animales —incluso de especies amenazadas— y sus locales de brujería. En sus manos, sin delicadeza, Daniel toma los seis cadáveres de colibríes que tiene aún disponibles porque en los últimos días vendió cuatro. Los muestra y cuenta que vienen de los montes de Chiapas, que los capturan mientras comen, cuando se distraen.
—Son difíciles de agarrar porque son muy listos y rápidos.
Las hembras son más pequeñas y grises, por eso cuestan sólo 45 pesos. Valen ochenta los machos porque son más grandes y sus plumas tornasol brillan bajo los rayos de luz que se cuelan entre las lonas del pasillo.
—¿Por qué se usan para atraer el amor?
—Pues así se usa, así me enseñó mi papá, que la gente los pide para eso y hay que tenerlos.
Toma una bolsa de fieltro amarillo y explica lo que debe llevar el amuleto si la clienta lo pide preparado. Por sólo cincuenta pesos adicionales, coloca dentro el cadáver del colibrí, varios dijes de plástico dorado, limadura de hierro, unos cuantos cuarzos. Al final, el paquete queda sellado con silicón. Un cuarzo ágata lo adorna por fuera, junto a la figura de un colibrí hecha de plástico. Sus ventas fuertes, asegura, son entre el 10 y el 14 de febrero, Día de san Valentín.
Fotografía de Alejandra Crail.
El amuleto de amor que elabora Daniel no es muy distinto de los que pueden encontrarse en internet. En Mercado Libre hay productos similares; cuestan entre mil y mil quinientos pesos y se distribuyen desde el Estado de México, Guadalajara y la Ciudad de México a cualquier otro estado. La publicidad promete:
“Uno de los talismanes más poderosos para atraer el amor”.
“Poderoso amuleto que ha sido utilizado tradicionalmente gracias a su eficacia en el aumento de la fuerza atrayente de la persona que lo porta, la cual te hará irresistible”.
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Los colibríes habitan exclusivamente en el continente americano y México es el quinto país con más especies: tiene 57 en total pero trece son endémicas, es decir, no se encuentran en ningún otro territorio. En número de especies nos supera Ecuador (con 163), Colombia (con 135), Perú (con cien) y Venezuela (con 97).
Pese a esta diversidad, en las últimas tres décadas se ha registrado una disminución en el número de colibríes en México. Una prueba está en la lista de especies en riesgo que publica la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Sermanat) como parte de sus obligaciones establecidas en la Norma 059. En la lista de 1994 no había ninguna especie de colibrí en peligro de extinción, amenazada o que requiriera protección especial. En cambio, el registro más reciente, de octubre de 2021, advierte que cuatro especies endémicas de colibríes están en peligro de extinción, ocho están amenazadas y ocho más están sujetas a protección especial. En suma, el 38% de las especies de colibríes en nuestro país está en algún nivel de vulnerabilidad. Los casos más críticos corresponden a las especies endémicas: el tijereta mexicano, oriundo de Yucatán y Veracruz; el miahuatleco, de la Sierra Madre Sur de Oaxaca; el colibrí ala castaña que se encuentra en Veracruz y Puebla; y la coqueta de Atoyac que únicamente existe en la Sierra Madre Sur, en Guerrero, se considera que está en peligro crítico.
Los rituales y amuletos para supuestamente atraer el amor son una de las prácticas que amenazan a los colibríes –además de los cambios que provocan la agricultura, la ganadería y el avance de la mancha urbana que están terminando con selvas, bosques, manglares y otros ecosistemas donde viven–. Ni en la academia ni en el gobierno hay claridad sobre el número de colibríes muertos por intervención directa o indirecta del ser humano. “Se utilizan cada vez más estos animalitos para hacer amuletos de amor o de ‘buena suerte’. Nos está costando mantener este problema a raya por las ventas en línea y por el tamaño de los colibríes, cuando llegas a algún sitio casi no hay señales de su presencia”, explica en entrevista el biólogo Antonio Ávila Guzmán, director de Inspección de Áreas y Especies Marinas Protegidas de la Profepa.
En veinte años y en todo el territorio nacional, la Profepa apenas ha encontrado 252 “productos” de colibríes, es decir, cadáveres completos o partes de ellos y en ese mismo periodo apenas ha rescatado dieciocho ejemplares vivos. En contraste, tan sólo en el mes de febrero Daniel vende aproximadamente treinta amuletos de amor hechos de colibríes en un solo puesto del Mercado de Sonora. El Día de san Valentín diversos puestos ofertan colibríes para amuletos y rituales. “Es casi uno por año; no es muy común encontrarlo”, dice el funcionario y explica que los números oficiales tan bajos tienen que ver con la normatividad vigente: como sólo veinte de las 53 especies de colibríes están protegidas por la NOM-059, los esfuerzos de conservación no son muchos. La Profepa recupera sus cuerpos o a los ejemplares aún vivos debido a sus operativos anuales para el rescate de otras especies amenazadas en tianguis y mercados. Fue en 2017 la última vez que hicieron un operativo en el Mercado de Sonora en el que rescataron colibríes. Reportes de prensa recopilan diversos rituales que se realizan con estas aves, desde personas que se comen el corazón para absorber el poder de los colibríes hasta quienes hacen amarres de amor para los que el cliente debe llevar un calzón de la persona de su interés.
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Mane es un chamán mexicano, nieto de Bárbara Guerrero, conocida como Pachita, una de las curanderas más famosas del país. Según él, los amuletos y los rituales con colibríes muertos son inútiles, aunque se vendan por cientos en el Día de san Valentín. Los colibríes, precisa, “son animales de poder, tienen contacto entre este mundo y el mundo de los muertos, son mensajeros, son animales de paz, guerreros, pero cuando los capturan y los matan, su poder se va”.
Recostado sobre una cama donde se hacen tatuajes, el chamán recuerda que el poder de estas aves se reconoció desde las culturas prehispánicas, con el culto a Huitzilopochtli de los mexicas y con la creencia de que los dioses mayas nombraron mensajero al colibrí. En este Día de san Valentín, Mane aprovecha para contradecir a los vendedores del Mercado de Sonora: “No hay sustento de que se haya utilizado siempre. Es producto de la desesperación: la gente compra y consume lo que sea por desesperación y hay mucho charlatán aprovechándose, haciendo negocio. Comprarlos muertos es contraproducente. Eso trae oscuridad a tu vida, lo contrario a lo que buscas”.
Entonces, ¿de dónde proviene su vínculo con el Día de san Valentín? Si se les conoce como “aves del amor” es porque participan en la reproducción sexual de las plantas: los colibríes introducen sus largos picos dentro de las flores para alimentarse y su cabeza se llena de polen —las células sexuales masculinas— que transportan al cambiar de flor, depositándolo en las partes femeninas. “Los colibríes son polinizadores por excelencia y son vitales. Sin ellos y sin otros polinizadores, como las abejas o los murciélagos, no podríamos comer lo que comemos”, detalla la bióloga y doctora en Ecología María del Coro Arizmendi, reconociendo la relación de una de las aves más pequeñas del mundo —los colibríes pesan entre 2.5 y hasta 24 gramos— con los humanos. También enumera algunas plantas que dependen de estas aves: mirto, aretillo, muicle, camarón, toronjil silvestre, salvia y lavanda.
La creencia de que los colibríes son mensajeros que tienen contacto con el mundo de los muertos podría tener una explicación biológica. Al dormir, entran en una especie de hibernación, cae su temperatura corporal y parece como si estuvieran muertos. “Si te encuentras un colibrí en ese estado y lo tomas en tus manos, al entrar en calor volverá a volar y te parecerá que resucitó. Pienso que por eso se dice que transitan entre el reino de los muertos y el reino de los vivos”, ahonda la bióloga que también es autora del libro Colibríes de México y Norteamérica (Conabio, 2014).
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Crear el primer jardín de colibríes: ese fue el proyecto que animó a la Facultad de Estudios Superiores Iztacala en 2013. María del Coro escuchó de voz de un amigo que Michelle Obama, entonces primera dama de Estados Unidos, había creado en la Casa Blanca un jardín para polinizadores y de ahí tomó la inspiración para recrear el hábitat natural de los colibríes que han perdido sus fuentes de alimentación en la creciente Ciudad de México. El jardín es discreto y poco costoso, hay plantas pequeñas y árboles que dan flores coloridas todo el año, la mayoría son tubulares, porque así las prefieren estas aves, como la Salvia microphylla, un arbusto de flores rojizas que además tiene un uso medicinal, o el muicle de flores naranjas, que desde tiempos ancestrales se utiliza para tratar afectaciones en la sangre como la anemia.
Aquel jardín fue el primero de decenas: en la actualidad hay al menos doscientos jardines públicos y privados para polinizadores en la Ciudad de México, según el registro que lleva María del Coro. Los institutos de educación media superior de Iztapalapa, Iztacalco, Tlalpan y Milpa Alta siguieron sus pasos y María del Coro hace el monitoreo de los colibríes desde la Cantera de la UNAM. El Jardín Botánico de Chapultepec, el Bosque de Aragón y algunas escuelas públicas del Estado de México ya tienen instalaciones similares. Además, la Secretaría de Medio Ambiente de la capital creó en 2019 el programa “Mujeres polinizadoras” que prepara a grupos de mujeres para que desarrollen estos espacios: este programa reporta la creación de más de quinientos jardines para polinizadores creados por las participantes.
“Todas nuestras actividades tienen un impacto en el ambiente, casi siempre, negativo, por eso tenemos que mitigar, revertir y compensar lo perdido”, explica María González, bióloga de la asociación Ecosistémica, que también participó en el desarrollo de jardines para polinizadores en el Bosque de Aragón y el de Chapultepec.
Las dos biólogas están de acuerdo en que la gente aprecie estas aves por su misticismo, pero quisieran que también valoraran su función ecológica. “Nos dan frutas, verduras, textiles, fibras, resinas, aceites, sustancias que sirven para hacer medicamentos… todo lo que sale de las plantas que polinizan estas aves y otros animales. Seamos conscientes de la fragilidad de estos organismos. Dejemos de sacrificarlos innecesariamente”, pide González. “Sin ellos, eventualmente, nosotros también dejaríamos de existir”, refuerza María del Coro.