El coral del Caribe está en riesgo: el caso de Mahahual

Mahahual: la muerte anunciada de un ecosistema

Enclavado en la costa sur de Quintana Roo, Mahahual es uno de los destinos vacacionales más visitados de México. El impacto del turismo en este rincón de ensueño, la basura arrojada al mar y los efectos del cambio climático están acabando con su biodiverso ecosistema, que es parte de la segunda barrera coralina más extensa del mundo. Se necesitan soluciones urgentes para frenar la muerte masiva de los arrecifes y el destrozo de los acuarios naturales que conforman.

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—La naturaleza está haciendo justicia. Ya no nos da lo que antes —me dice Rafael Sánchez mientras va señalando con el dedo las montañas de basura que se amontonan en la arena blanca frente a la chabola que habita en Mahahual, un rincón del Caribe con arrecifes de coral y cuyas aguas, cada vez menos turquesas, lo convirtieron hace décadas en uno de los destinos más atractivos del turismo en México.

Sigo los pasos del pescador con la mirada atenta a lo que nuestros pies esquivan, tratando de sortear los residuos que se acumulan alrededor: una jeringuilla a la que se enredan algas sin vida, un rastrillo junto a una concha de mar, un cepillo para el cabello enmarañado en una red de pesca, envases —muchos envases—, un tampón, plásticos de todos los colores y formas, latas de Coca-Cola, de Sprite, de Naranjina, de todos los refrescos imaginables, y más plástico junto a la osamenta de un pez.

Mahahual, un pueblecito de pescadores bordeado de selva tropical y manglares, cuenta con uno de los pocos muelles de cruceros de la zona sur del Caribe y, por lo tanto, vive en buena medida del turismo. En temporada alta puede recibir al día hasta una horda de más de trescientos visitantes: turistas que se bajan de los enormes barcos en masa y saturan las playas, algunos estacionan sus furgones en las orillas, bucean, pasean por el malecón para comprar un sinfín de artículos de plata, de artesanías elaboradas con conchas y piedritas, consumen mariscos en sus tantos restaurantes y se beben la oferta de margaritas al 2×1.

"Los turistas vienen a Mahahual, botan su basura y se van", denuncia un pescador local.

Fotografía de Seila Montes.

—Vienen, botan la basura y se van. Dejan dinero, pero arrasan con todo —me cuenta Sánchez, a quien apodan Chiapas porque hace más de dos décadas llegó de Ocosingo, en aquel estado, para encontrar trabajo en Mahahual—. Primero chambeé en la construcción del muelle de cruceros, después me dediqué a armar palapas. Donde caiga el trabajo ahí va uno. Durante largas temporadas también viví de la pesca. Ya no, ¡no se puede! Ahora me dedico a cuidar predios y salgo por langosta de vez en cuando para vendérsela a algún restaurante.

En la mano sujeta cuatro, cada una de aproximadamente un kilo. Es todo lo que capturó hoy y dice que tuvo suerte. Le tomó seis horas de buceo en apnea, ejercitando sus pulmones al máximo, atrapar solamente estos dos pares. No hace muchos años en una sola jornada sacaba tantos pescados y langostas que los regalaba. Hasta que la pesca empezó a escasear.

—¡Ese sargazo nos vino a fregar! —Sánchez repara en otro de los problemas de la zona—. Antes había un chingo de pulpo grande, de langosta, de caracol rosa, mucho más pescado. Pero tanta alga lo está matando.

Las epidemias que están arrasando los corales

“Mientras sigamos promoviendo un turismo basado en la sobreexplotación de la pesca y los ecosistemas, vamos a acabar con la langosta, es muy dependiente de los arrecifes”, explica Eric Jordán. El biólogo de la UNAM, experto en la ecología de las comunidades de coral, conoce a detalle uno de los grandes desastres ambientales de Mahahual, cuyo litoral forma parte del Sistema Arrecifal Mesoamericano. Con aproximadamente mil kilómetros de extensión, conforma la segunda comunidad de arrecife más grande del mundo.

Este cinturón transfronterizo de vida marina inicia al norte de Quintana Roo, la entidad a la que pertenece el pueblo de Mahahual, bordea las costas de Belice —donde se forma una barrera coralina—, recorre también la costa de Guatemala y finaliza en las islitas del norte de Honduras.

Atravesando tantos países, de manera discontinua, constituye un lugar de crianza, refugio, alimentación y reproducción de muchas especies de importancia comercial —como las langostas que captura Sánchez, cada vez con mayor dificultad—, un gran número de ellas están amenazadas o en peligro de extinción. La porción arrecifal que envuelve al estado de Quintana Roo comprende unos cuatrocientos kilómetros y da lugar a uno de los mayores acuarios naturales de México. “Los arrecifes de coral conforman uno de los ecosistemas más productivos del mundo: son hábitats complejos y variados que sustentan miles de organismos”, describe Jordán. “Por desgracia, están muy deteriorados…”

Antes de los ochenta, las aguas del litoral caribeño de México lucían bordeadas en su parte somera por una formación dorada: se trataba del cuerno de alce (Acropora palmata), una de las especies más importantes del ecosistema. “Este coral llegó a representar el 70% de la barrera de Mahahual, haciendo de sostén y mantenimiento de la infraestructura biológica”, explica el investigador.

Entonces llegaron las epidemias que afectan al coral, las bacterias y virus que lo despojan de su tejido y calcifican su esqueleto. Debido a infecciones muy contagiosas —como la viruela blanca, la enfermedad de banda blanca o la de banda negra—, los científicos estiman que en treinta años se ha perdido hasta el 90 % o el 95 % de los cuernos de alce y ciervo.

Fotografía de Seila Montes.

Los biólogos llevan años alertando acerca de la manera en que la expansión de nuevas enfermedades, por la irresponsable actividad antropogénica, como las recientes zoonosis que estamos sufriendo, alcanzan también a los océanos; junto al calentamiento de los océanos por el cambio climático, la contaminación, la sedimentación, la sobrepesca y la acidificación, son las principales causantes de la muerte masiva del coral. “No solo está pasando en México, sino en todo el Caribe y en el mundo. La mortalidad de corales por estas enfermedades empezó a ser importante a partir de los ochenta”, asegura Jordán.

Un estudio reciente, por ejemplo, advierte que una nueva enfermedad está arrasando con algunas comunidades de arrecifes. El brote se identificó por primera vez en Florida en 2018 y lleva afectando al Caribe mexicano desde hace más de tres años. Se trata del síndrome blanco, también conocido como la enfermedad de pérdida de tejido del coral duro. “Una infección letal muy agresiva y veloz. Los corales crecen muy lento y este síndrome los mata muy rápido”, explica Jordán. Se estima que el 40 % del coral de Quintana Roo ha muerto por esta enfermedad.

Además de ser el refugio de tantas especies, los arrecifes constituyen la línea de protección de las costas, su abrigo contra los huracanes. “Es la única barrera que tenemos para frenar el efecto de las tormentas y los ciclones. Cuando perdemos la estructura biológica capaz de amortiguar el impacto del oleaje derivado de una tormenta, abrimos el camino a la erosión y permitimos el golpeo de la ola contra la costa y toda la infraestructura hotelera”, continúa el especialista.

Los huracanes y los arrecifes de coral son típicos de los sistemas tropicales, siempre han coexistido, lo preocupante es que estamos provocando la reducción de su lapso de recuperación: los organismos ya no tienen el tiempo necesario para repararse de las embestidas del mar y los vientos. “Si los huracanes son muy grandes y frecuentes, esa capacidad se reduce. ¡Y esta zona la hemos fregado!”, lamenta el biólogo, hablando no solo de Mahahual, sino de la región caribeña.

Fotografía de Seila Montes.

El mar Caribe: un basurero del mundo

Los corales son organismos muy sensibles a los cambios de temperatura por el calentamiento global y a las condiciones del agua, tan afectada por la contaminación. En muchas ocasiones esta altera las condiciones del mar sin que el ojo humano pueda apreciarlo. La basura que sí podemos ver, la que flota a la vera de las corrientes, también los afecta directamente. Sus tejidos, tan delgados y delicados, como cristales microscópicos, se pueden cortar y herir.

“Todo el mundo utiliza el mar Caribe como basurero. Se lanzan los plásticos y llegan desde Honduras y Guatemala, entre muchos otros países”, denuncia Jordán. Las corrientes marinas funcionan como bandas transportadoras de las aguas cálidas y frías, pero también de la basura.

Otro estudio del Banco Mundial realizado en 2019 midió la concentración de plásticos en todo el mar Caribe. Sus conclusiones son desoladoras: hasta doscientas mil piezas de plástico por kilómetro cuadrado en la porción del noreste. Según vaticina el informe, los residuos en las playas del Caribe podrían triplicar el promedio mundial de 573 piezas por kilómetro cuadrado. La basura que se amontona a orillas de la casa del Chiapas es una manifestación de este problema.

“Mahahual no cuenta con una buena gestión de los desechos, no hay un sistema de drenaje adecuado. Y todas las descargas de los ríos de Centroamérica, de Belice… vienen a parar aquí. ¡Es increíble, un destrozadero espantoso!”, reclama Jordán, quien llevó a cabo varias investigaciones en la zona y asegura que una de las causas de este desastre es la falta de infraestructura y el limitado desarrollo urbano para soportar a los diez millones de visitantes que recibe al año este destino del turismo.

El desarrollo insostenible que llevan tolerando Mahahual y la zona caribeña incluye la pérdida de vegetación del manglar debida a la construcción de hoteles y a la urbanización, que provoca tanta basura y que se contamine el agua subterránea.

Junto a la basura que tiñe el blanco original de las playas, se amontona el sargazo, las comunidades de macroalga flotante que llegan a cubrir grandes extensiones y que también se mueven con las corrientes oceánicas. “Si este no se retira es un gran problema”, explica Jordán. Las aguas más oscuras, más turbias, lo son por los nutrientes que tienen, entre otros factores. La particularidad de que el Caribe tenga menos abundancia de especies, pero más biodiversidad, se debe a la transparencia de sus aguas. El exceso de nutrientes que provoca el sargazo impacta negativamente en muchas especies de este tipo de ecosistemas, arrasando con ellas.

Mahahual es cada vez menos un paraíso de aguas turquesas y sus aguas se van tornando marrones.

En plena altamar del extremo noreste del Caribe, al borde de las islas Bermudas, se extiende el “mar de los sargazos”, un ecosistema del que dependen centenares de especies. “Pero se formó un nuevo reservorio de macroalgas en el Atlántico ecuatorial, entre África y Brasil, mucho más extenso. Este reciente mar de los sargazos recibe un chorro de nutrientes del Congo y del Amazonas. Se piensa que puede ser un caldo de cultivo perfecto para el supercrecimiento de las comunidades de algas. Con la subida de la temperatura y la desertificación del Sahara, los vientos están provocando el transporte de masas de arenas a lo largo del Atlántico”, expone el biólogo.

Con el aporte de nutrientes, esta masa de algas encontró las condiciones para florecer y propagarse, para expandirse a sus anchas y arrebatarle al Caribe su distintivo color azul.

El Caribe está en riesgo por el cambio climático.

Fotografía de Seila Montes.

Alterar las condiciones del mar hasta que la vida sea insostenible

“Es muy fácil sobreexplotar un arrecife en comparación con cualquier otro tipo de ecosistema de pesquería. Y en el Caribe mexicano lo estamos haciendo”, afirma Jordán. Su investigación se centra en la caracterización y el análisis del cambio en la estructura poblacional y comunitaria de los corales escleractínios y gorgonáceos, sujetos al cambio climático y a los impactos locales: “Con la mugre, la contaminación y nuestro impacto en el medio ambiente, estamos cambiando las condiciones del mar de forma muy rápida, haciéndolas desfavorables para el desarrollo de los corales y más proclives al crecimiento de bacterias y virus”.

En su laboratorio de ecología coralina, Jordán y su equipo diseñan métodos de simulación y modelos del impacto de las actividades antropogénicas locales en la proliferación de enfermedades, así como de los efectos del cambio climático global. “Estamos observando lo que pasa a nivel mundial con los arrecifes: organismos que eran felices, enferman y mueren”, dice el biólogo que lleva años intentando entender las consecuencias ambientales de estos complejos fenómenos.

“El efecto del cambio climático llegó para quedarse. Algunos científicos llevamos años avisando del desastre… muchos años”, denuncia el experto, y la situación ya se aprecia en Mahahual.

Aunque ciertos cambios en el ecosistema del Caribe son ya irreversibles, este biólogo conserva la esperanza. Todavía estamos a tiempo de actuar. “Se han llevado a cabo una cantidad de proyectos de restauración, desde algunos chafas hasta los más sofisticados. Nadie sabe si funcionan estas iniciativas porque necesitan tiempo para probar su éxito”. Sin embargo, la primera medida para detener el daño a los arrecifes de coral es resolver los problemas del calentamiento.

También se pueden hacer cosas a escala local. “México debe tomar la responsabilidad de controlar la emisión de basura local y los afluentes de aguas residuales”, asegura. Además, para que sobreviva la barrera arrecifal, hay que frenar la explotación urbana y de los recursos. El turismo debería comprenderlo: proteger los corales es indispensable para el futuro del sector en esta región. “Los corales son responsables de las playas bonitas y de toda la actividad del turismo en el Caribe mexicano”, nos recuerda.

El científico enfatiza que lleva años aconsejando reducir la sobrepesca y los restaurantes son un actor clave para lograrlo. “Si no, en México va a pasar lo mismo que en algunas islas caribeñas de otros países. Han sobreexplotado tanto el consumo de la langosta que la pizza y el pollo es lo único que se les puede servir a los turistas en esos paraísos aislados a la mitad del océano”. Hay que imaginarlo: visitar una isla del Caribe, ordenar langosta, y que el mesero del restaurante nos responda que, por nuestros excesos, el menú ya solo ofrece pizza o pollo.

Mahahual, Quintana Roo. Fotografía de Seila Montes.

 

Este texto fue posible gracias al apoyo de la Fundación Ford.

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