El Bronco: el caudillo de Nuevo León que terminó como meme
Rodríguez Calderón, el Bronco de Nuevo León
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El Bronco: el caudillo se hizo meme

De “mandadero” de un gobernador de Nuevo León a líder que protagonizó una supuesta ruptura con la clase política, la carrera meteórica de Jaime Rodríguez Calderón terminó reduciéndolo a un meme. ¿La imagen de su arresto será el punto final de su historia?

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El Bronco, Jaime Rodríguez Calderón, se ha ganado su lugar en la historia de Nuevo León pero, para lograrlo, tuvo que transformarse en un chiste permanente. Todas sus apariciones públicas están condenadas a volverse meme, por más graves o indignantes que sean. Este 16 de marzo, a los pocos minutos del anuncio de su detención en la carretera del municipio rural de General Terán, también en Nuevo León, ya había memes circulando. Los más populares hacían referencia a la vez que dijo, en un debate de candidatos a la Presidencia de la República, que de ser electo, buscaría que se les cortara una mano a los ladrones.

Rodríguez Calderón está acusado de haber utilizado recursos públicos, en particular, el trabajo de secretarios y funcionarios, para recabar firmas para poder contender a la Presidencia. El caso fue conocido como las “broncofirmas” y se publicó en el periódico El Norte en los primeros meses de 2018. Por ello, el Bronco está vinculado a proceso, en espera de ver si logra llevar su juicio en libertad o en prisión. Las imágenes provocan un flashback forzoso a cuando el Bronco mismo logró detener a Rodrigo Medina, exgobernador del estado. En aquel momento el operativo del fiscal Fernando Canales sólo dio como resultado una detención de diecinueve horas y una fotografía de Medina en el penal de Topo Chico que sirvió para alimentar el anecdotario y nada más.

En las “broncofirmas”, sin embargo, se construye un puente entre Rodríguez Calderón y Movimiento Ciudadano (MC), el partido que gobierna Nuevo León. El origen de este puente se remonta a 2018, cuando Samuel García, entonces senador, y la diputada local Mariela Saldívar –ambos integrantes de MC– presentaron la denuncia de las “broncofirmas” ante la fiscalía del estado, aunque el INE y el tribunal electoral ya lo habían multado. Un año después, el Congreso local, al que no sólo pertenecía Saldívar, sino también otros emecistas ilustres, como Luis Donaldo Colosio, tenía que arrancar el camino del juicio político contra el Bronco, pero los diputados terminaron por aprobar, con sólo dos abstenciones y ningún voto en contra, un “proceso sancionatorio” que, lo sabían de antemano –lo declaró el líder de la bancada del PRI, pero igual votó a favor–, podía ser inconstitucional. Dicho y hecho: el 5 de agosto de 2020 la SCJN invalidó el proceso que arrancó el Congreso de Nuevo León contra Rodríguez Calderón y su secretario de gobierno, Manuel González.

Dos años después ocurre esta detención y la información disponible indica que se trata de un proceso que la Fiscalía Especializada contra Delitos Electorales de Nuevo León eligió perseguir, aunque la contienda en la que incurrió en falta no era de carácter estatal, sino federal. Que no sea claro por qué hasta ahora se da su arresto y que esté ligado Samuel García en el caso le ha dado al tema un aire de conspiración política en las conversaciones informales, pues ocurre en medio de una crisis política estatal, que empezó cuando Samuel García decretó un alza al precio del boleto del Metro (de 4.50 a 15 pesos), pero se suma también la sequía más grave en la historia de Nuevo León, que provocará recortes de agua en todo Monterrey.

Sin embargo, decir que la historia del Bronco es la de otro gobernador que termina en la cárcel, como Javier Duarte, Roberto Borge o el mismo Rodrigo Medina, sería injusto. Recordemos que se le está acusando de usar recursos públicos para contender a la Presidencia, no de un robo llano, como en los otros tres. Y esto tiene que ver con que, tanto en la biografía como en la forma de gobernar de Rodríguez Calderón, es posible ver que, en él, late la convicción de que está en una gran cruzada.

Nace un caudillo

Jaime Heliodoro Rodríguez Calderón nació el 28 de diciembre, Día de los Inocentes, de 1957, en Galeana, Nuevo León, un municipio rural. Ahí, según el documental que dirigió Guillermo Rentería, quien después fue su coordinador de campaña en 2015, pasó su infancia jugando con caballos, trabajando en las minas de barita y en el campo. “Caminé veintiséis kilómetros para ir a la escuela, setenta y ocho a la preparatoria y doscientos sesenta a la universidad”, dijo el Bronco en entrevista con Luciano Campos, autor de una de las biografías del político que confirma las condiciones de pobreza en las que Rodríguez Calderón vivió su infancia.

Entre 1979 y 1980 el Bronco participó en una protesta contra el alza en la tarifa del transporte porque no podía pagarlo y eso ocasionaba que no pudiera continuar con sus estudios de Ingeniería Agrónoma en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Fue así que conoció al gobernador Alfonso Martínez Domínguez . Él le ofreció su primer trabajo en la política porque le gustó su actitud altiva y su imagen ranchera. Rodríguez Calderón, con veintidós años, se afilió al PRI y comenzó a trabajar de “mandadero” de don Alfonso.

En distintas entrevistas el Bronco recuerda con mucha admiración a Martínez Domínguez, un gobernador con una biografía polémica. Antes de ser titular del Ejecutivo en Nuevo León, fue regente de la Ciudad de México (entre diciembre de 1970 y el 15 de junio de 1971), pero no terminó su periodo porque, después del Halconazo (el 10 de junio de 1971), salió a desconocer al grupo paramilitar responsable ante la prensa, y la presión social llevó a Luis Echeverría a pedir su renuncia. Después, Martínez Domínguez, como gobernador entre 1979 y 1985, hizo obras muy importantes, como la presa Cerro Prieto y la Macroplaza: una plancha de cemento de casi cuarenta hectáreas que implicó la destrucción de doscientas ochenta viviendas de arquitectura tradicional norestense y la reubicación de las familias que vivían en ellas. El Bronco cuenta, en la entrevista que le hizo el periodista de El Norte, Daniel de la Fuente, que le preguntó a Martínez Domínguez: “¿Cree usted que valga la pena todo esto?, le están poniendo una chinga”. A lo que don Alfonso le respondió: “Las grandes obras son para los grandes hombres: no lo olvide”.

Lo que siguió en la carrera del Bronco fue un periodo poco protagónico. Entre 1985 y 1991 trabajó como jefe de un programa forestal y de empleo rural en el estado. Al mismo tiempo, se integró a la Confederación Nacional Campesina en Nuevo León y en 1991 consiguió la presidencia de ese organismo. Lo más notable de esa etapa fue que ganó una diputación federal y, según él mismo, consiguió la candidatura porque a Carlos Salinas de Gortari le gustó su estilo cuando lo conoció en una visita a Monterrey.

En 1995 se lanzó por la presidencia estatal del PRI. “Soy bronco y voy a tomar decisiones como las tomamos los norteños”, dijo en un discurso en esa campaña. “Me irrita, me enoja, que el político que gana se encierre en el clima [aire acondicionado] y haga batallar al de afuera. Si yo soy presidente, esas cosas van a cambiar”. Sin embargo, perdió la contienda y comenzó a experimentar una sensación de alejamiento del núcleo priista.

Dos años después, en 1997, Nuevo León vivía por primera vez la alternancia. Fernando Canales Clariond ganó la elección a la gubernatura y el PAN consiguió la mayoría en el Congreso local. Rodríguez Calderón era parte de esa legislatura. En ella tuvo conflictos con su partido por considerar que se estaban “doblando ante los panistas”: el líder de la bancada del PRI, Óscar Adame, estaba emparentado con el nuevo gobernador del PAN. Esa rispidez lo separó aún más del partido. Esto se hizo evidente porque no tuvo otra aparición relevante. Estuvo trabajando en el gobierno de Natividad Gómez Parás (2003-2009), gracias al cobijo que Abel Guerra –esposo de Clara Luz Flores, candidata de Morena en la última elección a la gubernatura y ligada a la secta criminal NXIVM–, pero sin ningún rol destacado. En 2009 contendió por la alcaldía del municipio periférico de García: desde ahí despegaría su carrera.

El municipio de García en Nuevo León era uno de los más violentos en el estado: se le consideraba una plaza controlada por los Zetas. Aun así, Rodríguez Calderón, durante su campaña, insistió en que haría frente al narcotráfico y a manera de advertencia, el 3 de abril de 2009, el día que arrancaron las campañas, secuestraron a su hija y la devolvieron horas después, ilesa. Pese a ello, el Bronco no diluyó su discurso y ganó la contienda. Con ello, la sucesión de tragedias que marcarían su vida comenzó. Poco menos de un mes antes de tomar posesión, el 9 de octubre de 2009, su hijo desapareció y fue encontrado días después en una barranca junto al auto que conducía. Rodríguez Calderón siempre alegó que su hijo estaba huyendo de un secuestro y que, por eso, murió de esa manera.

Ya en el puesto de alcalde, como parte de sus primeras acciones de gobierno, el Bronco cambió a todos los elementos de la policía municipal que, por su cercanía al narco, eran conocidos como “polizetas”. La decisión calentó el ambiente en García y el 25 de febrero de 2011 un comando armado intentó asesinarlo en carretera mientras iba pasando en su camioneta, seguido por sus escoltas en otra. El Bronco sobrevivió a los tiros gracias a que su automóvil estaba blindado. Y así empezó a construir su leyenda: en lugar de huir, cruzó la camioneta como barrera para que los sicarios no mataran a sus escoltas. El saldo fue tres criminales asesinados y dos detenidos. “Me da miedo, no creas que soy muy macho. Es que traigo todavía la adrenalina arriba”, declaraba a las televisoras nacionales desde el lugar del atentado mientras narraba lo ocurrido.




En poco más de un mes, el 29 de marzo, sufrió un segundo atentado, pero en esa ocasión no eran cinco pistoleros, sino entre quince y veinte camionetas, según su declaración pública, desde las cuales un grupo de personas disparó una lluvia de balas contra él y sus escoltas durante cerca de veinte minutos. Algunos medios mencionan que se encontraron casi tres mil casquillos en la zona. La camioneta Cheyenne blindada le salvó la vida de nueva cuenta, pero en ese segundo enfrentamiento murió uno de sus escoltas, Agustín Matías, de tan sólo veintiún años. “Estoy asustado y encabronado. Esto es algo que no sé por qué mi Dios me da otra chanza, caray”, declaró ese mismo día en el noticiero nocturno de Televisa Monterrey. “Me quieren matar porque no me hago pendejo”, remató.

De ahí en adelante, Rodríguez Calderón, el Bronco, se volvió una celebridad local y, por lo menos, una leyenda nacional un tanto alejada de la capital de México: se expandió la historia del alcalde que, por hacer frente al narco, sufrió dos atentados en 32 días y los sobrevivió. Era una suerte de vengador malhablado, con botas y sombrero, un caudillo revolucionario traído a la actualidad. Eso le permitió reelegirse como alcalde de García con toda tranquilidad en la contienda de 2012.

Para 2014, y de cara a las elecciones a la gubernatura de 2015, era momento de tomar decisiones. Fue ése el año en que renunció al PRI, después de 33 de militancia, y comenzó a mostrar su intención de conseguir una candidatura independiente. Dos piezas fueron clave en que esa aventura llegara a buen puerto. La primera, la estrategia de comunicación de Guillermo Rentería, mejor conocido como Memociones. Este publicista originario de Mexicali, Baja California, había ganado fama por hacer campañas estridentes. Participó en la del primer gobernador panista de la historia de México, Ernesto Ruffo Appel, en 1989, y después coordinó la campaña de contraste contra el priista Jorge Hank Rhon, que le permitió al panista José Guadalupe Osuna Millán llegar a la gubernatura en 2007. “Yo no soy un publicista político; soy un virus que desde hace años viene carcomiendo lo establecido en el marketing tradicional”, llegó a declarar sobre sí mismo.

La segunda estrategia fue un uso de las redes sociales que nunca se había visto en la política nacional. Jaime Rodríguez Calderón tenía espectaculares con un número celular e invitaba a los ciudadanos a escribirle por WhatsApp si tenían una queja o una denuncia. Se respondían todos los mensajes: lo mismo las quejas serias que las bromas o las invitaciones a carnes asadas. Su uso de Facebook era idéntico: tenía un desparpajo que lo hacía ver natural. Durante su campaña y en los primeros años de su gobierno, aparecieron cuentas de memes sobre él que causaban furor.

La estrategia funcionó y el resultado fue aplastante: Jaime Rodríguez Calderón ganó con más del 50% de los votos, en una elección en la que Multimedios, la televisora local más importante, le daba la mitad de la cobertura que a los candidatos del PRI y del PAN, y pese a que las últimas encuestas antes de la elección lo ponían en tercer lugar. Cuando se anunció el triunfo del Bronco, se hizo evidente, en una Macroplaza que estaba a reventar de personas festejando, que algo se había quebrado en la política de Nuevo León.

Y el caudillo se hizo meme

La épica con la que el Bronco se hizo de la gubernatura contrasta con la desilusión que dejó su gobierno. En dos años pasó de tener una aprobación por arriba del 60%, la de los primeros cien días de gobierno, a una del 30% en el segundo semestre de 2017. Pero sentía un llamado a contender por la Presidencia. El 29 de noviembre de 2017, en la evaluación de gobierno más importante, organizada por universidades y ONG del estado, se le preguntó si dejaría la gubernatura para competir en la elección de presidente de México. “Está la opción, que no me desagrada, de quedarme trabajando, terminar mi sexenio y ver la historia pasar. Sería ingrato de mi parte hacer eso”, fue su respuesta.

Lo que siguió fue una precampaña: es en ésta que se le acusa de haber utilizado recursos públicos y funcionarios para conseguir las firmas que lo pusieron en la boleta. De nuevo, la campaña destacó por la estridencia y el ridículo de sus propuestas, como aquella de cortarles una mano a los ladrones. Finalmente, regresó al estado que lo encumbró, pero que ya no lo quería: su aprobación había caído de 30% a 22% después de los meses de campaña y consiguió menos votos neoleoneses en la elección presidencial de 2018 de los que consiguió en la elección para gobernador en 2015.

Los últimos tres años del gobierno de Rodríguez Calderón pasaron inadvertidos, eclipsados en buena medida por la pandemia del covid 19. Sólo rompía la monotonía cuando daba alguna declaración incendiaria en el marco de la Alianza Federalista, ese intento de hacer un contrapeso a los gobernadores de Morena que, después de 2021, desapareció. Al final, aquel caudillo que iba a cambiar para siempre la política de México y que haría temblar a los partidos políticos dejó una mala herencia: la mitad de la población de Nuevo León piensa que entregó el estado peor que como lo recibió, de acuerdo con la última encuesta elaborada por el think tank estatal Cómo Vamos Nuevo León.

En el único terreno que el Bronco sigue generando simpatía es en el de los memes; reducido a un chiste eventual por compartir memes de sí mismo en Facebook, por responder de forma bronca algún tuit o incursionar en nuevas plataformas como Twitch, famosa porque los gamers la usan para hacer streamings de ellos mismos, jugando videojuegos.

El periodista Luciano Campos escribió, en su biografía del Bronco, que cuando anunció que dejaría el partido, sus compañeros militantes lo tildaron de suicida y que, cuando comenzaba a elevar su figura, lo acusaron de traidor. Hoy que está preso en el Penal de Apodaca, ¿qué dirán de él? Habrá quien piense que el punto final de la biografía pública del Bronco está en la siguiente imagen: panzón y en pants, ocupando una celda.

Viéndolo con calma, pienso que hay dos apuestas: por un lado, cuesta creer que el Bronco consiga otro puesto de elección popular y, así, quizá el punto final se colocó hace mucho, concretamente, el 1 de julio de 2018; por otro lado, el único compromiso al que Rodríguez Calderón no ha faltado es al de mantener viva la narrativa, al menos dentro de su cabeza, que lo concibe como héroe. De ser así, estar tras las rejas no marcaría el fin de su historia: sería un contratiempo en una cruzada que sólo él entiende.

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