¿Tendremos agua en 2024?
El abastecimiento de agua en la Ciudad de México estará en crisis este año. La historia ha demostrado que los procesos electorales no contribuyen a resolver el problema, sino a señalar culpables que no ofrecen soluciones. Entre la sequía y los hundimientos, los habitantes de la capital nos veremos obligados a seguir hablando del agua.
En 2024, la nota periodística cotidiana será la elección presidencial. Estaremos hablando de las candidaturas federales y locales, los fraudes, la contaminación visual en las calles, los escándalos; todo lo que trae la competencia electoral sexenal. Después de las elecciones, la nota estará en los ajustes políticos, las apuestas de dónde queda quién, las decepciones de quienes pierden, y de quienes traicionaron para quedarse con un hueso. Gane quien gane, habrá un dejo de esperanza por un sexenio donde las condiciones sean mejores. También, gane quien gane, en materia de resiliencia urbana, no será un buen año.
Por ser la capital, y porque en la boleta estará la persona que la gobernará, los habitantes de la Ciudad de México estaremos en la misma sintonía electoral. Pero es muy probable que, por unos días o quizá semanas, los capitalinos nos distraigamos con otro tema: hablaremos de agua.
Desgraciadamente, el agua es protagonista de conversaciones solo cuando nos falta por sequías o cuando nos sobra por inundaciones, es decir, cuando afecta nuestra calidad de vida. Este año no estaremos hablando del agua porque repentinamente tenemos conciencia ambiental, sino porque tendremos un serio problema de desabasto en la Ciudad de México.
Basados en los cálculos de SACMEX y CONAGUA, si la dinámica de lluvias se mantiene como hasta ahora, tendremos grandes problemas de provisión de agua entre abril y junio. Puesto que no soy optimista, vaticino que no estaremos hablando de soluciones hídricas de largo plazo en esta ciudad de más de 20 millones de habitantes; hablaremos de las pipas, de bañarse en menos de tres minutos, de la injusticia en la provisión y de los culpables de la falta de agua, como los son las industrias establecidas en todo el valle (incluidas las cerveceras y papeleras cerca de Apan por ejemplo) o los 14 campos de golf de la zona metropolitana. Al ser un tema complejo donde hay muchos responsables, será fácil buscar culpables para evitar una discusión profunda. Los acusados buscarán justificar su derroche de agua diciendo que los que más usan son los agricultores, con ello intentarán, y lograrán, desviar el tema. Por su parte, las candidatas y candidatos utilizarán el tema para atacarse mutuamente.
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El hecho de que sea un año electoral debería contribuir a la discusión, pues supondríamos que el voto ciudadano es el momento cumbre en la rendición de cuentas, pero no es así. Los gobiernos actuales intentarán ocultar la falta de agua para que no les afecten electoralmente. Poner el problema bajo la alfombra puede generar muchos más problemas y provocar un mayor desabasto en el futuro. Esta afirmación se basa en lo que sucedió hace apenas dos sexenios, en las elecciones donde Enrique Peña Nieto fue elegido. Durante el 2012 se registraron altas temperaturas en el centro del país y la sequía más grande en lo que va del siglo, y ese año hubo un brote de algas en diferentes presas, como en la de Valle de Bravo que alimenta a la Ciudad de México. Estas algas liberaron compuestos como la geosmina, que afecta la salud y provoca que el agua tenga un mal olor. Así que muchos capitalinos recibieron agua con olor y dudaron de su potabilidad. El gobierno de Calderón quiso saber qué estaba pasando y contrató expertos que dieron la mala noticia de la geosmina. Pero en lugar de solucionarlo ocultó al máximo este fenómeno, de hecho, demandó penalmente a los investigadores que alertaron sobre el problema. Era un año electoral.
Considerando que la actual administración no se ha cansado en construir su propia realidad, muchas veces incluso alejada de sus propios datos, es altamente probable que promueva una realidad alterna a la de la escasez. Puede ocultarlo de muchas maneras: con un discurso que minimiza el problema, como lo hizo con el huracán Otis y los efectos del COVID; también puede compensar la falta de agua con un incremento en la explotación al acuífero que ya de por sí está sobreexplotado, y utilizarlo en su propio beneficio de manera clientelar. Pero la sobreexplotación tendrá efectos negativos, que desgraciadamente se reflejarán después de las elecciones. Para comprender las razones de la escasez, tenemos que evaluar la relación histórica con el agua.
Desde la época de la colonia, la Ciudad de México siempre ha tenido una mala relación con el agua. La decisión del Virrey Luis de Velazco de secar la cuenca en 1607, generó la necesidad de estar constantemente buscando soluciones en el corto plazo conforme fue creciendo la ciudad. Las consecuencias de esto nos han obligado a buscar agua de diversas fuentes, y a generar infraestructura para desaguar lo mas rápido posible.
Ya desde 1902, en la época Porfiriana, se pensó en traer agua del Cutzamala, pero en ese momento se prefirió sobreexplotar los manantiales de Xochimilco para abastecer a la creciente población. Las repercusiones de obtener agua del acuífero generan hundimientos diferenciales y, en consecuencia, es necesario corregir infraestructura urbana. La Catedral y el Ángel de la Independencia son testigos de este problema. Hay zonas en las que se habla menos de este problema, pero afecta mucho más, como en Xochimilco, donde un hundimiento diferencial de 50 centímetros por año provoca la formación de lagos en las zonas bajas, que canales de las zonas altas se queden sin agua, y la necesidad de construir represas para asegurarse de que los canales de la zona turística tengan agua, evitando que la zona chinampera se inunde. Un acuífero muy seco aumenta la vulnerabilidad frente a los sismos. Los cambios en la humedad del suelo modifican la velocidad de las ondas sísmicas, y vuelve a regiones de la ciudad más vulnerables a eventos sísmicos. Los edificios en el centro destruidos por el sismo de 1985 dan fe de ello.
Estos problemas no son nuevos. Durante el primer tercio de ese siglo fue evidente para el ingeniero José Argüelles que la desecación del acuífero estaba promoviendo hundimientos hasta de 40 centímetros por año en las partes céntricas de la capital. Debíamos retomar la idea de traer agua de otra cuenca. Fue en 1951 que se inauguró el Sistema Cutzamala, un sistema de lagos y represas que, ayudados por bombas, impulsan agua de la Cuenca del Cutzamala, en el Estado de México, para cruzar las montañas y darnos de beber a los capitalinos. Las consecuencias sociales y ecológicas son gigantes. Por un lado, se erosionó el tejido social perjudicando a varios pueblos, como los Mazahuas, por quitarles el agua. Por otro, se afectó el flujo de los ríos sin saber cuánta biodiversidad acuática se extinguió. Además, se utiliza una cantidad enorme de energía para bombear más de mil metros toda esa agua.
Lo más importante es que introdujo una nueva escala de tiempo en el manejo del agua. Los acuíferos responden a dinámicas lentas, tardan varias décadas o siglos en llenarse. Pero los ríos y lagos no son así, dependen de cuánto llovió unos años anteriores, esto es, responden a escalas rápidas. Así, la Ciudad de México depende de ambas escalas: la escala del acuífero que depende de varias décadas y que afecta el hundimiento del suelo, y la escala de los ríos y presas que dependen del clima reciente.
Hablando del clima reciente, llevamos veinte años en los que cada vez llueve menos: en la década pasada llovió, en promedio, 25% menos de lo que llovía en la década de los ochenta. Pero después del 2020, hemos recibido todavía menos agua por precipitación; en 2023 llovió un 72% de lo que llovió en 2022, que ya era un 15% menos de los que se precipitó en 2021. Esto hace que las presas del sistema Cutzamala, que abastece más del 30% de agua a la ciudad, estén a un tercio de su capacidad y, por lo tanto, tenemos muy poca reserva para afrontar el periodo de sequía del 2024.
Por eso no soy optimista.
Si el gobierno actual tuviera visión ecológica, hubiera tomado cartas en el asunto desde hace años ,cuando se anunció que el fenómenos de El Niño iba a ser particularmente fuerte en el 2023. No se puede predecir la fuerza con la que será la sequía que este fenómeno provoca, pero se puede predecir que habrá una sequía grave, pues en los últimos eventos, los efectos de El Niño han sido potenciados por el cambio climático.
Tampoco es que falte información, las fuentes de datos e investigaciones serias han alertado desde hace varios años sobre los problemas de falta de agua. Pero una revisión histórica del manejo de la ciudad indica que la ecología y los fenómenos de largo plazo siempre están por debajo de los intereses de las constructoras.
Quiero tener todavía la esperanza de que existirá un plan de trabajo para solventar los problemas que pueden generarse en los próximos meses. Pero este tipo de plan tiene costos que, en la política actual, y en año de elecciones, son muy grandes para quien busca un puesto de elección. Por su parte, contrario a lo que se piensa, el costo político de dejar a la población con poca agua es muy bajo; la falta de agua siempre puede ser la responsabilidad del partido contrario.
Queda confiar en la variabilidad climática, y esperar que en los próximos meses llueva un poco más de lo que se predice. De lo contrario, sería bueno que nos preparemos para hablar de la falta de agua.
LUIS ZAMBRANO es biólogo y doctor en Ecología Básica por la UNAM, donde es investigador del Instituto de Biología. Fue curador de la Colección Nacional de Peces y durante cuatro años fue el encargado de la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel. Ha dado clases de ecología para urbanistas en la Facultad de Arquitectura. Es miembro del Aldo Leopold Leadership Program de la Universidad de Stanford y colaborador frecuente de Gatopardo.
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