Cuando se completó el tramo mexicano de la Carretera Panamericana, en 1950, la Asociación Nacional de Automóviles celebró el éxito organizando una carrera épica de 3,500 kilómetros que cruzaría el país. El ambicioso proyecto, bautizado como la Carrera Panamericana, muy pronto capturó anhelos alrededor del mundo y atrajo a algunos de los pilotos líderes del deporte a la competencia. Su existencia probaría ser corta y brutal, pero logró crear una leyenda que sigue viva en el siglo XXI.
En el día de apertura, cuarenta mil espectadores asistieron para ver a los automóviles –en su mayoría, sedanes estadounidenses que portaban las insignias de Ford, Lincoln y Oldsmobile– arrancar por primera vez. La edición inaugural corrió de norte a sur, entre Ciudad Juárez y El Ocotal, y se extendió durante cinco días de mayo. En el camino habría una variedad de desafíos, desde el peligroso terreno de montaña hasta las carreteras de alta velocidad. Puede sonar inverosímil hoy en día, pero este tipo de evento no era inusual en aquel entonces: en Italia, tanto la Targa Florio como la Mille Miglia llevaban décadas corriendo con gran éxito, atrayendo a los mejores y más valientes a probar sus habilidades en las vías públicas. La Carrera Panamericana ascendió rápidamente hasta convertirse en su igual.
Creada por Enrique Martín Moreno, con el apoyo del presidente Miguel Alemán Valdés, la carrera de 1950 se ideó como un acontecimiento de una sola ocasión; era una oportunidad para poner a la nueva carretera en el escaparate e introducir a potenciales inversionistas y turistas, provenientes de Estados Unidos, a México. Un puñado de europeos curiosos también hizo el viaje. El más exitoso de ellos era el motociclista Piero Taruffi, un as del periodo anterior a la guerra, quien terminó en cuarto lugar detrás del volante de un Alfa Romeo. Debido a la invasión de Europa que habría de seguir, podemos suponer que el italiano de cabello plateado volvió a casa con reportes favorables sobre su estadía en México.
Todo eso estaba por suceder, sin embargo, los participantes estadounidenses y sus automóviles dominaron la carrera original. Los ganadores fueron Hershel McGriff y su copiloto Ray Elliott, quienes compitieron en el recorrido agotador a través del país, al volante de un Oldsmobile 88. Al hacerlo, ganaron un premio de 150,000 pesos, considerablemente más de lo que había costado comprar el carro. Taruffi y su pareja Isidoro Ceroli fueron los únicos europeos en el top seis, mientras que los mejores pilotos locales fueron Luis Leal Solares y Dámaso de la Concha, quienes ocuparon el séptimo lugar con otro Olds 88. En general, la carrera inaugural fue un gran éxito.
Intuyendo una oportunidad, los organizadores no planearon otra edición en 1951, sino que cambiaron la fecha para finales de octubre, lo que permitió que un contingente más numeroso de europeos hiciera el viaje al final de su temporada de carreras. La dirección también cambió; en los eventos subsecuentes se corrió de sur a norte y la meta se ubicó cerca de la frontera con Estados Unidos. También se implementó un sistema de categorías, lo que aseguró que más automóviles pudieran ser elegidos para competir. Casi de inmediato, el evento estalló en popularidad. Taruffi ganó la segunda edición en un Ferrari 212 y el último sello de aprobación vino al año siguiente, cuando el poderoso Mercedes Benz envió a un equipo muy profesional a México. Sus pilotos estrella, Karl Kling y Hermann Lang, terminaron en primero y segundo.
En 1953 la carrera fue seleccionada como la ronda final del primer Campeonato Mundial de Sport Prototipos, lo que la ubicó a la par de otros eventos icónicos como la Mille Miglia y la 24 Horas de Le Mans. Sin embargo, esas carreras se habían corrido durante tres décadas, mientras que la Panamericana ascendió en sólo tres años a lo mejor de las carreras automovilísticas internacionales. Como para confirmar su nuevo estatus, en la edición de 1953 ganó el gran piloto argentino Juan Manuel Fangio. El Chueco estuvo entre los famosos de Europa, Estados Unidos y México que probaron su suerte, así como Alberto Ascari, Bill Vukovich, Alfonso de Portago, Moisés Solana, Hans Hermann y Bobby Unser.
Con todo, la carrera desaparecería a la misma velocidad con la que llegó al escenario mundial. No ayudaron a su causa las numerosas muertes que ocurrieron en el camino y que se cobraron las vidas tanto de competidores como de espectadores, lo que le dio al evento su oscuro apodo: la carrera de la muerte.
Para 1954 los grandes fabricantes de automóviles ya habían abandonado la carrera; quizá los ahuyentó la sangre o quizá simplemente pensaron que ya habían extraído todo el valor posible del evento. Muchos de los mejores pilotos siguieron asistiendo, cautivados como siempre por la escala del desafío. Sin embargo, finalmente, el destino de la Carrera Panamericana se selló a muchos miles de kilómetros de la distancia, debido al desastre de 1955 en Le Mans, donde 83 espectadores y un piloto perdieron la vida. Se consideraba que la Carrera Panamericana suponía un riesgo similar, y tampoco contaba con el apoyo del gobierno desde que Adolfo Ruiz Cortines sucedió a Alemán como presidente. La edición de 1955 se canceló.
Aunque permaneció inactiva, la carrera se mantuvo fresca en las mentes de quienes la vivieron y, en los años siguientes, Carrera se volvió una forma de referirse a la velocidad. El nombre es ahora sinónimo de los modelos de alto rendimiento de Porsche, que usan la insignia de Carrera como tributo a la victoria sin igual de la marca en su categoría durante la Panamericana de 1954. En la década de los sesenta, el fabricante de relojes Jack Heuer inventó un nuevo cronógrafo inspirado en el evento, luego de conversar con los pilotos que lo habían experimentado de primera mano; hoy el TAG Heuer Carrera es uno de los modelos más populares y vendidos de la marca suiza.
El evento ya no existe únicamente a través de sus vínculos con el pasado. La Carrera Panamericana renació en 1988, usando carreteras públicas cerradas que incluían algunas de la ruta original y llevando a los competidores a un viaje de casi cuatro mil kilómetros que cruzó ocho estados. Los automóviles se ven como los clásicos, en efecto, algunos lo son, pero muchos son de factura moderna, vestidos con carrocerías de los cincuenta; y, aunque personajes como Lewis Hamilton no emulan lo que Fangio y compañía lograron en la edad de oro del evento, muchos profesionales participan, incluyendo a las estrellas mexicanas Michel Jourdain Jr. y Mario Domínguez, el ganador del Campeonato Mundial de Rally en 1984, Stig Blomqvist, y el expiloto Grand Prix de Ferrari, Clay Regazzoni.
La versión moderna, evidentemente, no podía ser idéntica a la de los cincuenta. Tanto el automovilismo como el mundo en general cambiaron durante el intermedio; la actitud temeraria y la frecuente pérdida de vidas son ya inaceptables. Los estándares de seguridad han incrementado considerablemente, en parte debido al gran número de innovaciones que ocurrieron entre la cancelación y la resurrección de la carrera. Sólo hace falta ver el casco elemental y las gafas de protección que se usaban en el evento original para hacerse una idea de ello. Hoy los competidores usan equipo de alta tecnología que les provee mucha más protección, así como el mismo dispositivo HANS (de apoyo para cabeza y cuello) que se usa en series de primer nivel como Fórmula 1 y NASCAR.
También ha habido cambios en los automóviles. Aunque son vintage en apariencia, se requiere que debajo de la carrocería cumplan con los elementos de seguridad, como las jaulas antivuelcos y las celdas de combustible. En un esfuerzo mayor por aumentar la seguridad, desde 2012 se ha impuesto un límite de velocidad de 144 millas por hora (cerca de 230 kilómetros por hora). Todo esto significa que si bien los accidentes continúan siendo un riesgo inevitable debido al terreno tan desafiante, es menos probable que resulten en heridas graves. La muerte todavía es una posibilidad, pero dejó de ser la amenaza siempre presente que fue en días pasados.
Con todo, respecto a los revivals, la Carrera Panamericana es más cercana que la mayoría a su versión original. A diferencia de algunas recreaciones, no es una simple excusa para vestirse con trajes del periodo y disfrutar de unos cuantos días turísticos. Es una carrera ferozmente competitiva que requiere preparación adecuada y una comprensión clara de los peligros que involucra. Las multitudes que atiborran las calles para ver los automóviles de cerca realzan la atmósfera, justo como sucedía en los cincuenta.
Ha habido algunos concursantes famosos. El baterista de Pink Floyd, Nick Mason, y el guitarrista del grupo, David Gilmour, formaron parte del evento en 1991; sus aventuras se filmaron para una película que la BBC transmitió a millones de espectadores ingleses. Como para confirmar la naturaleza peligrosa de la Panamericana, Gilmour se estrelló, dejando a su copiloto y gerente de la banda, Steve O’Rourke, con una pierna fracturada. Prisca Taruffi condujo un Alfa Romeo en la carrera de 2003, emulando a su padre fallecido. La leyenda de la F1, Jo Ramírez, coordinador del equipo McLaren durante la época de oro de la rivalidad entre Prost y Senna, también ha sido un competidor habitual.
El año pasado la carrera conmemoró su septuagésimo aniversario, perseverando a pesar de los retos evidentes por la pandemia; y la edición más reciente vio el regreso de Prisca Taruffi como Grand Marshal, tras setenta años de la victoria de su padre.
La edición de 2021 se corrió entre el 15 y el 21 de octubre; comenzó en Oaxaca y culminó más de cuatro mil kilómetros después en Saltillo. Empezó mal para los ganadores que defendían su título, Ricardo Cordero y Marco Hernández, cuando su Studebaker Champion de 1953, apodado el Malditillo, perdió cuatro minutos y medio debido a un neumático que se ponchó el primer día de la competencia. Inmediatamente, esto colocó al par en desventaja, mientas que los ganadores de 2016, Hilaire y Laura Damiron tomaron control de la carrera en su propio Studebaker, el Comandante.
El dúo marido-esposa siempre termina entre los primeros finalistas de la Panamericana y parecía que la elusiva segunda victoria estaba a la mano, incluso cuando el Malditillo se comió su ventaja. Sin embargo, mientras la carrera avanzaba, fue imposible ignorar a Cordero y Hernández. Sus nueve victorias de stage, a la mitad del evento, los regresaron firmemente a la contienda y, para el último día, casi competían cabeza a cabeza.
Para este punto, sin embargo, el ímpetu estaba claramente en el equipo mexicano. Cordero y Hernández ganaron las tres primeras stages de apertura del último día y saltaron al Comandante. Los Damirones ganaron la penúltima stage, pero fue insuficiente para prevenir que el Malditillo completara su notable regreso. El margen de victoria fue de apenas seis segundos, pero con 35 victorias y 45 stages no podía haber duda de que Cordero y Hernández eran los merecidos campeones.
Hilaire y Laura tuvieron que conformarse con su quinto lugar (cuartos finalistas, en inglés), pero seguramente volverán en 2022 para disputar el gran premio una vez más. Emilio Velázquez y Jorge Bernal se les unieron en el escalón final del podio. Al final estuvieron más de cinco minutos a la deriva, pero habían contendido por la victoria hasta que se toparon con problemas en el día cinco. Pese a la naturaleza retadora del evento, 41 de 46 competidores completaron el recorrido de este año.
Quienes buscan explicar la Carrera Panamericana suelen colocarla junto a su prima italiana, la Mille Miglia, y otros desafíos de gran resistencia como Las 24 Horas de Le Mans. Después de participar en el evento en 2018, el periodista británico David Tremayne hizo una comparación adecuada de la carrera con el TT Isla de Man, una carrera de motocicletas de alta velocidad que tiene como escenario una isla cercana a la costa británica. Uno también podría incluir el Rally París-Dakar, que produjo una mezcla similar y cautivadora de aventura y peligro.
La encarnación original de la Carrera Panamericana perteneció a su tiempo. En los años de la posguerra, el automovilismo era un deporte peligroso y temible que frecuentemente resultaba en fatalidades. Sin embargo, los pilotos seguían metiéndose a los automóviles y tomando el volante para probar su suerte, mientras que la fascinación del público por los coches aseguraba que nutridas multitudes asistieran a verlos arriesgar todo por un intento de alcanzar la gloria. Para las compañías que fabricaban los vehículos, éste era el campo supremo para probarse. El legado de la Carrera Panamericana sigue vivo de varias maneras, en buena parte, gracias al revival moderno que mantiene el honor de su icónico ancestro.