Nubes de plástico y los recuerdos que perdemos
Los microplásticos llegaron al cielo, al mar, a los ríos y hoy están en tu cerebro. Son pequeños e imperceptibles, pero especialistas consideran que pueden hacerle creer a tu organismo que sufres de Parkinson y Alzheimer. En este artículo ganador del Premio Nacional de Periodismo en Salud 2024, en la categoría Universitaria, te contamos cómo enfrentamos una amenaza inadvertida.
Nos encontramos en una tecnósfera donde el plástico es el protagonista y está en más de una presentación. Plásticos grandes y también microscópicos, divididos en minúsculos fragmentos que ya no podemos percibir. Nuestra relación con estas partículas es invisible, pero real. Cada vez que salimos de casa, establecemos con ellas un diálogo involuntario del cual no somos conscientes de que participamos.
Esencialmente, el plástico se compone de grandes moléculas denominadas polímeros. Imaginemos estas moléculas dispuestas como una cadena, donde cada eslabón representa una partícula idéntica. Los eslabones se entrelazan para formar una estructura resistente y moldeable. Un material versátil y duradero. Por eso hemos integrado este material en numerosos aspectos de nuestra vida cotidiana. También por eso atravesamos una crisis global de desechos.
El plástico se cuela en cada rincón de nuestro planeta. Ahora este material se presenta en diminutas partículas, ya sea por la fragmentación de desechos más grandes o por su fabricación directa en este tamaño. Me refiero a los microplásticos y, aún más pequeños, los nanoplásticos. Su abundancia perturba equilibrios en todos los niveles: desde los ecosistemas circundantes hasta nuestro interior, los órganos. Entre ellos el cerebro, que es uno de los más perjudicados. Algunos investigadores creen que la contaminación microplástica en nuestro cerebro puede causar efectos a corto plazo en la salud, como deterioro cognitivo, daño a sus células y cambios en el comportamiento.
Hay, incluso, investigaciones en modelos animales que sugieren que los microplásticos y nanoplásticos podrían afectar nuestro funcionamiento neurológico, ya que son capaces de emular síntomas de Alzheimer o Parkinson. Todo ello sin que realmente se tengan estas enfermedades. Dos padecimientos que creíamos, en su mayoría, exclusivos de la vejez; ambos progresivos y causados por un daño gradual a las células cerebrales. Cada uno con sus síntomas, etapas y tratamientos específicos. La demencia es una característica distintiva del Alzheimer, mientras que el Parkinson, un trastorno del movimiento, también puede derivar en ella.
Si bien la búsqueda por la causa exacta de estas enfermedades continúa, se cree que los factores genéticos y ambientales tienen un papel importante. Y aquí es donde entran en juego los pequeños plásticos: la exposición a estos contaminantes se produce por diversas vías, que incluyen la inhalación de partículas en el aire, lo que comemos o el agua que bebemos.
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Muy a pesar de la ubicuidad del plástico en nuestra vida cotidiana —y de todas las preguntas que queremos y deberíamos contestar cuanto antes—, los datos disponibles sobre sus efectos a largo plazo resultan limitados por las dificultades para extraer, cuantificar y caracterizar los micro y nanoplásticos. Incluso para la investigación más avanzada es como buscar una aguja en un pajar. Sin embargo, se han enlistado efectos adversos como problemas respiratorios y cardiovasculares, riesgo de infertilidad, cáncer, mutaciones genéticas, alteraciones en las glándulas endocrinas, acortamiento del embarazo y bajo peso al nacer.
Se estima que los seres humanos ingerimos decenas de miles y millones de partículas de microplásticos al año, lo que equivale a varios miligramos al día[1]. Podríamos decir que en una semana, hemos ingerido la cantidad de microplásticos equivalente al tamaño de una tarjeta de crédito[2].
Cada vez hay más respaldo y evidencia de que la creciente incidencia de enfermedades neurodegenerativas, trastornos inmunológicos y distintos tipos de cáncer puede estar relacionada con la mayor exposición a contaminantes ambientales. El plástico, sin duda, se considera un contaminante central en este contexto.
Se me atoró un Lego en el cerebro
Pensar en las repercusiones de una contaminación que se nos escapa a la vista —y que hoy es prácticamente ineludible— puede ser un ejercicio incómodo y angustiante. Al 2024, en el que se escriben estas líneas, parte de lo que se quiere entender desde la investigación es qué pasa con los plásticos que llevamos en nuestro cuerpo a lo largo de la vida. Al envejecer, ¿aumentará nuestra vulnerabilidad a la inflamación sistémica provocada por los microplásticos?, ¿podrá nuestro organismo eliminarlos?, ¿cómo reaccionarán nuestras células ante estas partículas?
Además, ¿podremos entender cómo los plásticos afectan el equilibrio del cerebro o imitan enfermedades como el Alzheimer? Un estudio en ratones nos brinda una aproximación: solo bastaron tres semanas de exposición a microplásticos en el agua potable para que estos se detectaran en todos los órganos, (entre ellos el cerebro), y provocaran comportamientos similares a la demencia. Sorprende y desalienta que la dosis no era elevada, y los cambios ocurrieron en poco tiempo.
Respecto a la especie humana, lo sabemos: hay microplásticos que circulan en nuestra sangre. Otro estudio[3] de 2022 lo confirmó. Incluso, en el ámbito embriológico, se ha acuñado el término «plasticenta» para describir la presencia de este material en la placenta, esta estructura vital para el desarrollo del feto.
¿Y el cerebro? No logró eludir las partículas plásticas. Aunque es un órgano altamente protegido, los microplásticos son capaces de atravesar la barrera hematoencefálica, su principal defensa. Esta barrera, en condiciones normales, actúa como un «filtro» entre la sangre y el cerebro, manteniendo un entorno cerebral seguro y evitando que sustancias dañinas lleguen a él.
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“Los microplásticos plantean un desafío importante. Algunos de ellos logran penetrar parcialmente la barrera hematoencefálica y quedan atrapados en su membrana plasmática, lo que causa una distensión y reduce la eficacia de esta barrera. Esto es un sello característico, por ejemplo, en enfermedades como el Alzheimer y el Parkinson”, explica el Dr. José A. Morales, neurocientífico e investigador de la Universidad Complutense de Madrid, dedicado la investigación de enfermedades neurodegenerativas, especialmente la enfermedad de Parkinson.
Cargamos microplásticos por todo el cuerpo y al seguir la narrativa que planteó José, puede haber dos escenarios y ninguno es alentador: si llegan al cerebro, si no dañan la barrera hematoencefálica, podrían acceder al tejido nervioso.
Para ilustrar un poco esta explicación, José me cuenta que hay microplásticos en regiones como el hipocampo, esencial para la consolidación de recuerdos a largo plazo. Sin esta estructura, sería imposible realizar el ejercicio de retroceder en el tiempo y recordar. En este caso, la interferencia de los microplásticos en el hipocampo afecta directamente nuestra capacidad de formar recuerdos, similar a lo que ocurre en enfermedades como el Alzheimer, caracterizada por una disfunción de la memoria. También, dice, son capaces de ingresar a las neuronas, células nerviosas que transmiten mensajes para funciones vitales como respirar, hablar, comer, caminar… pensar.
Le pregunto entonces sobre las implicaciones de que tengamos plástico en las neuronas. Pero casi puedo intuirlo. Nuestro sistema nervioso realiza un proceso mental llamado pensamiento cognitivo, fundamental para pensar, leer, aprender, recordar, razonar y comprender información. Este conocimiento nos permite tomar decisiones, y las neuronas, mediante sinapsis (comunicación entre ellas) constantes, son clave en el proceso. Un cerebro humano alberga billones de estas sinapsis, lo que potencia su capacidad para procesar información. Los microplásticos desbaratan esa dinámica.
Más que Alzheimer
Además, el plástico no solo imita el Alzheimer. También se ha descubierto que los nanoplásticos de poliestireno (unicel) pueden provocar una forma de neurodegeneración similar a la enfermedad de Parkinson.
Un estudio en ratones encontró similitudes entre los efectos de los nanoplásticos y esta enfermedad que afecta principalmente el movimiento. Estas similitudes incluyen daños en la barrera hematoencefálica, cambios en el comportamiento, debilitamiento de la fuerza de agarre y el equilibrio.
Esto sucede, según los investigadores, porque los nanoplásticos afectan cómo el cerebro maneja la energía necesaria para funcionar adecuadamente. Además, una región llamada cuerpo estriado, especialmente vulnerable en la enfermedad de Parkinson, también se ve afectada.
Así, los microplásticos podrían emular el comportamiento de enfermedades neurodegenerativas, incluso si estas no están presentes en nuestro organismo.
También son capaces de cambiar el equilibrio de proteínas en nuestro cerebro. La disminución de ciertas proteínas puede contribuir a trastornos como la depresión. La proteína GFAP es una de ellas. Cuando está presente, es crucial para la salud de las neuronas, ya que ayuda a eliminar toxinas, captar neurotransmisores y mantener el desarrollo celular. En ratones jóvenes y viejos se ha observado que los microplásticos pueden modificar su comportamiento al afectar la producción de proteínas cerebrales, incluida la GFAP.
Varias dimensiones vulneradas
Mientras escribo esto y creamos la instantánea de todo lo que hacen los plásticos en el organismo, también están afuera: alteran ecosistemas y construyen los propios. Islas enteras de este material.
Además, se integran a los ciclos imprescindibles para sostener la vida, como el del agua. Hoy no se necesita mucha imaginación para pensar en lloviznas o lluvias torrenciales cargadas de microplásticos. Hay investigadores que hablan de esto. El profesor Hiroshi Okochi de la Universidad de Waseda en Japón, es uno de ellos. Junto con su equipo, encontraron pequeñas partículas de plástico en las nubes sobre el monte Fuji. Y creen que podrían afectar el clima.
¿Cómo es la interacción microplástico-clima? Okochi explicó que cuando el plástico se degrada (por ejemplo, con la radiación ultravioleta), puede crear una superficie “atractiva” para que el agua se adhiera. Esto implica que las nubes podrían comportarse anormalmente, ya sea que se formen diferente o que se disipen más rápido, lo que podría influir en temperatura y precipitaciones. Con el tiempo, los microplásticos caerán de la atmósfera y estarán listos para viajar hacia el cielo una vez más. Se siente como una mala promesa de que, incluso en la vida y lo que la constituye, encontraremos plástico.
En México también hemos estudiado este problema, desde la perspectiva atmosférica. Una investigación[4] realizada por la UNAM y el IPN en la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) reveló la presencia generalizada de microplásticos en la atmósfera de todo el territorio de la capital y sus alrededores. Se encuentran en mayor concentración en las zonas urbanas e industriales, y su presencia varía según las estaciones del año. Y como vida y ambiente no se pueden separar, en lugares como Tlalnepantla, La Merced y la Central de Abastos, el golpe de realidad es silencioso pero contundente: la salud de quienes viven o transitan por allí es mayormente afectada. Todos los días. Y nadie se da cuenta.
Hice una retrospectiva sobre las medidas que he visto en la ciudad y sus alrededores para hacer frente a todo esto. La conclusión a la que llegué fue que, para México, falta un largo trecho: ignoramos la magnitud del plástico generado, usado y desechado. Y apenas nos iniciamos en el reciclaje. Lo que puedo afirmar con certeza es que el concepto «Una sola salud» mexicana —acuñado por la OMS para horizontalizar animales, humanos y ecosistemas— va en picada por toda esa avalancha de negligencias. Existe una crisis de contaminación y de salud pública.
Hay solución a los plásticos
¿Qué camino debemos seguir?, ¿podría el mundo dejar de usar plásticos de repente?, ¿deberíamos lamentar y culparnos por el plástico que hemos usado toda nuestra vida? No, no es realista dejarlo por completo. Pero debemos reconocer que los microplásticos, especialmente por su tamaño, son prácticamente irrecuperables una vez se liberan a los ecosistemas, y mucho más si ingresan al cuerpo. Por lo tanto, es necesario repensar nuestra relación con el plástico, tratarlo como un producto de uso y no como un desecho.
La necesidad de este material es innegable. Lo vimos en los puntos más álgidos de la pandemia por covid-19, donde resultó esencial para nuestra protección en espacios públicos. Ya no podemos concebir una realidad sin él, pero se requiere investigación más exhaustiva sobre su distribución y su composición química cuando se desecha. Además, se debe explorar la relación entre la exposición a los microplásticos y las enfermedades humanas, con medidas preventivas y de gestión en función de estos hallazgos.
Por otro lado, resulta importante promover prácticas de economía circular en la producción, siendo las empresas, por ejemplo, las que reutilicen durante sus procesos. Los avances tecnológicos en el aprovechamiento de residuos son necesarios, pero no son, ni de lejos, una solución absoluta. Se necesitan cambios legislativos que fomenten el reciclaje y la reutilización, prohibiendo acciones perjudiciales como la exportación de basura.
Nosotros debemos exigir productos más amigables con el medio ambiente y, los que puedan, estar dispuestos a pagar un poco más por ellos. Las medidas individuales son importantes, pero es la colectividad lo que nos puede salvar. Y esa misma colectividad puede hacer presión contra sistemas de producción que no respetan los ritmos biológicos del mundo.
La evidencia presentada, tanto en salud como en medio ambiente, considerando que vivimos en socioecosistemas y lo que afecte al ambiente traerá consecuencias inevitables para nosotros, debería ser la base para una estrategia global y acciones locales preventivas. La posibilidad de controlar la contaminación plástica en una generación está sobre la mesa, pero ¿quién está dispuesto a actuar?
[1] Kannan, K., & Krishnamoorthi Vimalkumar. (2021). A Review of Human Exposure to Microplastics and Insights Into Microplastics as Obesogens. Frontiers in Endocrinology, 12. https://doi.org/10.3389/fendo.2021.724989
[2] Gruber, E. S., Stadlbauer, V., Pichler, V., Resch‐Fauster, K., Todorovic, A., Meisel, T., Sibylle Trawoeger, Oldamur Hollóczki, Turner, S., Wolfgang Wadsak, A.D. Vethaak, & Kenner, L. (2022). To Waste or Not to Waste: Questioning Potential Health Risks of Micro- and Nanoplastics with a Focus on Their Ingestion and Potential Carcinogenicity. Exposure and Health, 15(1), 33–51. https://doi.org/10.1007/s12403-022-00470-8
[3] Leslie, H. A., M.J.M. van Velzen, Brandsma, S. H., Vethaak, D., García-Vallejo, J. J., & Lamoree, M. H. (2022). Discovery and quantification of plastic particle pollution in human blood. Environment International, 163, 107199–107199. https://doi.org/10.1016/j.envint.2022.107199
[4] V.C. Shruti, Gurusamy Kutralam-Muniasamy, Fermín Pérez-Guevara, Roy, P. D., & Ico Martínez. (2022). Occurrence and characteristics of atmospheric microplastics in Mexico City. Science of the Total Environment, 847, 157601–157601. https://doi.org/10.1016/j.scitotenv.2022.157601
MARIANA MASTACHE-MALDONADO es bióloga por la UNAM y miembro de la cuarta generación de su Unidad de Investigaciones Periodísticas. Investiga sobre neurociencias, ambiente, biomedicina y epigenética. Realiza comunicación científica en medios nacionales e internacionales. Forma parte de la revista Youth Stem Matters con sede en Reino Unido, donde edita, revisa e ilustra textos científicos. Entusiasta de las ciudades sostenibles, el arte y la literatura.
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