Nuestro querido Messi y la estela de lo que fue

Nuestro querido Messi y la estela de lo que fue

La salida del Barça de Lionel Messi, reconocido como el mejor jugador del mundo, significa el fin de una época, y este texto la revisa a profundidad. Su ingreso al Paris Saint-Germain, nos advierte, no augura mejores tiempos para los fanáticos ni para el futbolista.

Tiempo de lectura: 14 minutos

1.
Messi fue, sin duda, una de las cosas más lindas que nos ha tocado vivir. Hablo en plural porque sería absurdo apropiarme de dicha afirmación. Si miro un poco hacia atrás, cosa que hago cada vez que pasa algo que cambiará lo que viene hacia adelante, me veo sonreír. Reír incluso. Y al imaginarme frente a la tele desde hace casi dos décadas, sólo puedo sentir algo parecido a la felicidad y el agradecimiento por tantos momentos hermosos. Me veo sonreír y me resulto extraño. No es un gesto que me suela suceder y menos viendo fútbol. Soy más del palo de la amargura, de la crítica y de la puteada frente a un fútbol enfermo de muerte desde hace varios años.

Messi fue ese pibe con cara de nada que dijo presente a principios de este siglo, cuando la escena era dominada más que nunca por esa cosa horrenda llamada fútbol moderno que pregonan los que quieren parecer interesantes. El fútbol moderno, dicen, indica cómo se supone que se hacen las cosas en la actualidad. Pero la actualidad es actualidad todo el tiempo, a cada instante, incluso lo era, aunque no lo crean, en 1950, cuando ese concepto ya pululaba por ahí. Es una idea con la cual los periodistas deportivos se significan a sí mismos y que, suponen, los sitúa en la vanguardia del conocimiento. Es decir, una pavada bestial. Sin embargo, más allá de su absurdo y de su carácter autoritario y normativo, la idea de lo moderno sí designa un hecho bastante evidente, a saber: la preponderancia de lo físico y lo atlético por el resto de los elementos que rigen el futbol.

A finales de los noventa comenzaron a desaparecer los jugadores mortales, esos que se parecían a la gente común, que podían ser lentas, gordas, petisas, que fumaban, tomaban, tenían bigote, los pelos largos y, por ejemplo, no les gustaba correr, porque decían que para eso estaba la pelotita y no ellos; pero que hacían maravillas. Esos jugadores que tenían una personalidad propia, su montón de defectos e incluso esa cosa rara llamada ideología. Tras la caída del Muro de Berlín vino la unificación del mundo y también de sus seres humanos. El fútbol se hizo más universal y comenzó a ser regulado, aún más, por las leyes del mercado. Así, empezaron a desaparecer los seres mortales para dar paso a los deportistas, cuyas rasgos eran la disciplina, la fuerza y la velocidad. La uniformidad se hizo norma y el fútbol se comenzó a apagar.

Hasta que llegó Messi y se empezó a cagar de risa de los gigantes de cartón.

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