La ética de diseñar ciudades
Uno de los arquitectos del nuevo aeropuerto de la CDMX y el organizador del Festival de Arquitectura Española hablan sobre la ética en su profesión.
En el marco del primer Festival de Arquitectura Española y la entrega del primer Premio Félix Candela, Gatopardo tuvo la oportunidad de conversar con los arquitectos españoles Jesús Rubio y Jesús Perucho sobre la responsabilidad de un arquitecto ante la sociedad. Rubio es el fundador y presidente del Instituto Español de Arquitectura (el cual organiza el festival) y tiene un despacho basado en la capital mexicana. Perucho trabaja en Foster + Partners, donde ocupa el puesto de director BIM para la creación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM).
Ambos empezaron su carrera, no como arquitectos, sino como artistas plásticos. A Rubio le apasiona la pintura y se sigue considerando pintor. A Perucho le llama la escultura, de hecho, su papá lo convenció de dejar las Bellas Artes diciéndole que “la arquitectura era como una escultura por la que podías entrar y pasear”. Dos maestrías y quince años de experiencia después, Jesús Perucho es el director de una de las partes más técnicas del diseño del NAICM. “La arquitectura se trata de estar al servicio de la ciudad, del cliente, del hombre”, dice. Se trata de “hacer algo lógico y racional, bonito, algo que parezca que se ha hecho solo, porque cuando ves una buena obra, dices ‘es que tenía que ser así, no podía ser de otra manera”, explica.
Por otro lado, Jesús Rubio encontró en la arquitectura una pasión por el trabajo de crear comunidad, analizar el modo en que se vive el espacio personal, pero también la experiencia del espacio colectivo y por supuesto, desarrollar la inteligencia periférica que se necesita para erguir una gran ciudad. “Tiene que ver con lo profundo de los comportamientos ciudadanos”, asegura. “Una ciudad de 23 millones de habitantes, llena de arquitectura informal, llena de problemas y tal, es un reflejo de su sociedad. Y no quererlo ver es no querer cambiarlo”, dice el arquitecto español, que vive en la Ciudad de México (y sus problemas) hace seis años.
A partir de esa idea nació el concurso, que pretende fomentar el análisis de los jóvenes (la edad máxima para participar era 35 años) para que, al ver los problemas que las ciudades mexicanas atraviesan, puedan proponer una solución que implique una reestructuración social. Pues las sociedades en conflicto urgen al fortalecimiento de la ética –laboral, social; humana– en la que se aprende de las carencias o de los errores para diseñar algo que vaya más allá de las leyes, que se han demostrado muchas veces ineficientes, para generar estructuras que permitan la convivencia sana y comunitaria.
La convocatoria al concurso reconoce el reto de enfatizar, para las nuevas generaciones de arquitectos, que la trascendencia de su profesión está en la responsabilidad y el compromiso con la sociedad, a quien deben su razón de ser. Enfrentarse a un contexto de corrupción, ilegalidad y ausencia de valores éticos, es uno de los retos más grandes que estos jóvenes enfrentarán en el ejercicio de su trabajo.
Un ejemplo claro de estos dilemas es el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, actualmente en construcción, que está proyectado para ser el tercer aeropuerto más grande del mundo, por el cual pasarán cerca de 50 millones de personas al año. Tan sólo el diseño, proyecto y creación de planos, ha tomado tres años, en gran parte porque está siendo construido sobre el lago de Texcoco, que por su localización a menos de 100 kilómetros del volcán Popocatépetl, es una zona de riesgo, especialmente por las cenizas que pueden afectar tanto a las turbinas de los aviones, como a las pistas de aterrizaje.
El diseño de la estructura aeroportuaria –que no sólo incluye la terminal de viajeros, sino también el Centro de Transporte Terrestre y la torre de control, además de las pistas– fue hecho por las empresas Foster + Partners, Naco, Fr-ee y Arup, todas internacionales y encargadas de diferentes aspectos del proyecto. En los planos finales, todas las condiciones desfavorables (los temblores, el terreno con 60% de agua y la actividad volcánica) del área han sido contemplados para que el edificio, según asegura Perucho, sea capaz de soportar todo esto gracias un diseño moderno y funcional.
En una charla con dos arquitectos de renombre surgen, invariablemente, una serie de preguntas sobre las implicaciones éticas de la disciplina, que hay que analizar desde distintas perspectivas. Queda claro que la arquitectura debe estar al servicio de la sociedad, pero parte de la sociedad son, por un lado, los usuarios, y por otro, las personas que viven en la periferia de un proyecto. Por ejemplo, en el caso del aeropuerto, su construcción beneficiará a millones de personas, no sólo de México sino del mundo, que utilizarán y trabajarán ahí. Pero, por otro lado, hay muchos estudios que dejan claro que el proyecto tendrá un impacto ambiental enorme, pues la zona del lago de Texcoco es hogar de cientos de especies endémicas que se consideran amenazadas, además de que acabarán con uno de los pocos cuerpos de agua restantes en los alrededores de la capital mexicana. ¿Será el nuevo aeropuerto una estructura brillante construida sobre un montón de problemas? ¿Dónde están las prioridades?
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