Volver a una sombra
Con la elección de Iván Duque como nuevo presidente, Colombia se convierte en el país más conservador de la región.
Cuando apenas empezaba la campaña presidencial en Colombia, hace un poco más de un año, se publicó una encuesta con un resultado asombroso. A pesar de que había más de veinte contendientes, el primer lugar lo obtuvo un candidato que no existía aún: “El que diga Uribe”. La mayoría de colombianos estaban dispuestos a elegir, con los ojos cerrados, a quien propusiera el poderoso ex presidente y senador Álvaro Uribe Vélez. Él ya no podía presentarse a la elección —pues gobernó entre 2002 y 2010— pero desde entonces quedó claro que su opinión iba a tener mucho peso en el futuro inmediato del país.
La campaña transcurrió en una calma aparente, al menos en la superficie. Por primera vez en casi medio siglo las elecciones presidenciales no estaban amenazadas por un ataque de las FARC. El presidente Juan Manuel Santos —elegido en 2010 como sucesor de Uribe, con su apoyo— invirtió todo su capital político en sacar adelante un proceso de paz con ese grupo guerrillero. Su decisión de firmar un acuerdo con las FARC dividió al país y lo alejó de los sectores más conservadores. Los dos períodos presidenciales de Santos estuvieron marcados por la férrea oposición liderada por Uribe, quien formó su propio partido —el Centro Democrático— y fue elegido senador. El poder del ex presidente se confirmó el 2 de octubre de 2016 cuando el “No” ganó el plebiscito que buscaba reafirmar los acuerdos de paz. Uribe fue el principal promotor de esa tendencia y ese día entendió que podía regresar al poder. Así empezó a diseñar una estrategia para buscar al candidato que mejor representara sus intereses.
Encontrarlo, sin embargo, no fue fácil. Pocos se prestaron a una pirueta política tan riesgosa. Fue ahí cuando apareció Iván Duque. A sus 42 años, Duque tenía una trayectoria pública breve: trabajó como asistente en el Ministerio de Hacienda, fue representante de Colombia ante el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington y fue senador cuatro años por el Centro Democrático. Curiosamente fue Juan Manuel Santos quien lo nombró en Estados Unidos al inicio de su carrera. Desde el inicio, Duque mostró una fidelidad a prueba de fuego con Uribe. En una entrevista dijo cuántos pares de zapatos tenía el ex presidente en su guardarropa y recitó de memoria el nombre de sus nietos. Durante un evento político se refirió a su jefe como “el presidente eterno”. Su entrega le valió ganar la consulta interna de su partido y luego una entre los demás candidatos de otros movimientos de derecha. En esa consulta se enfrentó a quien se convertiría en su fórmula vicepresidencial más tarde: Marta Lucía Ramírez del partido Conservador.
En la recta final de la campaña, Duque se enfrentó a candidatos con mucha más experiencia: Germán Vargas Lleras (exvicepresidente y ministro), Sergio Fajardo (exalcalde de Medellín y gobernador de Antioquia), Humberto de la Calle (exvicepresidente, ministro y Alto Comisionado para la Paz) y Gustavo Petro (exalcalde de Bogotá y senador). Durante los debates el candidato novato se vio inseguro. No estaba a la altura de la capacidad retórica de Petro ni tenía el mismo conocimiento del estado de Vargas Lleras o De la Calle. Tuvo varias salidas en falso: incluso llegó a sugerir que una de las soluciones para los embarazos adolescentes era aumentar el trabajo de las jóvenes. También prometió revisar varios apartados de los acuerdos firmados con las FARC —en especial la Jurisdicción Especial para la Paz— y retomar las fumigaciones de cultivos ilícitos con glifosato.
Pero, sorpresivamente, Duque empezó a subir en las encuestas. A pesar de su falta de experiencia, su popularidad fue en aumento. Se llegó a pensar que podría ganar la presidencia en la primera vuelta (en la que se necesita más del 50% de los votos). A esto se sumó que los votantes más progresistas se dividieron: los de centro se inclinaron por Fajardo, mientras que los de izquierda apoyaron a Petro.
Los resultados de la primera vuelta, el pasado 27 de mayo, ratificaron la tendencia. Duque se llevó el primer lugar, muy por encima de Petro que quedó en segunda posición. Fajardo, quien quedó en tercer puesto, decidió dejar a sus votantes libres y se inclinó por el voto en blanco. Muchas de las figuras más progresistas de la política colombiana apoyaron la propuesta de Petro: Antanas Mockus, Claudia López e Ingrid Betancourt.
Petro, que perteneció al grupo guerrillero M-19 durante los ochenta, propuso un programa enfocado en la inclusión social, el cuidado del medio ambiente y el respeto a los animales. También centró su campaña en la importancia de la implementación de los acuerdos de paz con las FARC. Sin embargo, no fue claro en uno de los temas más álgidos en la región: la crisis en Venezuela. El candidato no se distanció lo suficiente de las políticas de Hugo Chávez —de quien fue cercano— y no condenó los abusos del régimen de Nicolás Maduro. Esto dio pie a que sus contendientes afirmaran —sin ningún fundamento— que Petro llevaría Colombia hacia el “Castrochavismo”, una exótica teoría que popularizó Uribe. Los seguidores de Petro, hay que decirlo, se radicalizaron y no hicieron una buena labor para acercar a los simpatizantes del centro.
Estos factores llevaron a que Duque se convirtiera en el presidente más joven de la historia colombiana en la segunda vuelta. El candidato del Centro Democrático obtuvo 10 millones de votos, un poco más del 50%. Mientras que Petro obtuvo 8 millones: la votación más grande que ha tenido la izquierda. Este resultado obliga a Duque a reconocer que existe una resistencia muy grande a su gobierno. Petro se convertirá en uno de sus mayores oponentes y por eso regresara al congreso para “dirigir un pueblo que se debe mantener activo y movilizado”. El ahora senador enfatizó en su discurso de concesión que no va a permitir que el país vuelva a la guerra. Pero la oposición no sólo estará ahí: hay que recordar a todos los votantes de centro que miran el nuevo gobierno con mucho recelo.
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En su primer discurso como presidente electo, Duque quiso transmitir un mensaje de unión, aunque jamás mencionó a sus contrincantes. También insistió en la lucha contra la corrupción, a pesar de que recibió apoyos de políticos tradicionales y cuestionados. Es muy preocupante su postura frente a los derechos individuales y los acuerdos de paz. Como escribió el economista Salomón Kalmanovitz en su columna del diario El Espectador: “Habrá discriminación contra las etnias indígenas y los afrocolombianos, mientras que se sesgarán las políticas educativas en contra de la ciencia y a favor de los credos religiosos (…) El continuo fustigamiento de Duque contra lo que queda de las FARC va a terminar fortaleciendo a las disidencias que no aceptaron el proceso de paz, convencidas que no les iban a cumplir. Así mismo, el proceso de paz con el ELN difícilmente llegará a buen puerto y posiblemente este grupo absorberá las disidencias farianas para traer de vuelta el espectro de la guerra. Vamos a echar de menos a Santos”.
Quedan en el aire muchas preguntas sobre el lugar de Colombia en la región. Durante el gobierno de Santos se mantuvieron relaciones cordiales con el vecindario. Incluso se estableció una política de apoyo humanitario con los migrantes en la frontera con Venezuela ante la emergencia. Duque, muy seguramente, romperá relaciones con Maduro, lo que puede llevar a un enfrentamiento similar al que sostuvieron Chávez y Uribe hace una década. El nuevo presidente buscará aliarse con los gobiernos de Mauricio Macri en Argentina, Lenin Moreno en Ecuador y Sebastián Piñera en Chile, que se acercan más a su visión política. Y, desde luego, Duque buscará un acercamiento de inmediato con Washington, donde tiene buenos contactos. Colombia se convertirá en el gran aliado de Donald Trump en la lucha y penalización del narcotráfico. Una de las primeras medidas será regresar a las fumigaciones masivas que han demostrado ser dañinas y poco efectivas.
Pero, quizás, el mayor enigma será el papel de Álvaro Uribe. Uno de los primeros nombramientos que ha anunciado Duque es el de Alicia Arango. Ella es la secretaria privada de Uribe y será la nueva ministra de cultura (a pesar de no tener ninguna relación con el mundo cultural colombiano). En una entrevista radial, Arango dijo: “nosotros somos uribistas y para nosotros el presidente Uribe es nuestro jefe. Es la persona que trajo a Iván desde el exterior”. Este tipo de señales muestran que Uribe será el poder en la sombra. Pero, ¿qué pasará si alguna de las investigaciones contra Uribe —por corrupción y vínculos con el paramilitarismo— se transforman en procesos legales? La gran duda es si Iván Duque, el nuevo presidente de Colombia, respetará la ley o protegerá a su mentor.
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