Opinión | Hacer patria. La construcción de una narrativa - Gatopardo

Hacer patria

Muchos han muerto por no reconocer una línea, a sus ojos, invisible. Por cruzar un campo o un arroyo sin marcas. A unos días de septiembre, el mes patrio en México, ésta es una reflexión sobre la patria desde el derecho. ¿Qué es lo que le da unidad a nacimientos, muertes, personas, batallas, música y textiles? Una narrativa patriótica.

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De tanto repetirla, la frase suena natural: “septiembre, mes de la patria”. Un mes entero para celebrar ¿qué?: ¿Una palabra?, ¿una historia o un destino común?; el destino ¿de quién?: ¿de todos?, ¿de muchos?, ¿de los patriotas? En todos los meses de septiembre, transcurridos desde los tiempos de Aztlán hasta la actualidad, han pasado muchas cosas (unas más memorables que otras). Sin ir tan lejos, si sumamos todos los septiembres transcurridos desde 1810 hasta 2020, tendríamos 6 300 días para darle contenido a las celebraciones patrias. De todos ellos, ¿por qué elegimos únicamente algunos o, más bien, pocos?

En septiembre celebramos, con diversas maneras e intensidades, que el presidente Juárez proclamó las Leyes de Reforma; la muerte de Ignacio Zaragoza y de los cadetes del Colegio Militar en Chapultepec; la incorporación de Chiapas a la federación mexicana; la primera interpretación del himno nacional; el inicio de la Independencia de México; la toma de la Alhóndiga de Granaditas por los ejércitos de Miguel Hidalgo; la inauguración de la Universidad Nacional de México; y el nacimiento de Guadalupe Victoria y José María Morelos y Pavón. Por mero calendario, celebramos otros acontecimientos o gestas que ocurrieron fuera de septiembre como la promulgación de la Constitución, el Día de la Bandera, el nacimiento del Benemérito de las Américas, la Batalla de Puebla y el inicio de la Revolución.

Cada uno de ellos tiene un significado semejante para la construcción de nuestra patria y de su correspondiente patriotismo. Esta diversidad de elementos se nos advierte de inmediato las condiciones de esta empresa. ¿Qué es lo que le da unidad a nacimientos, muertes, personas, batallas, telas, cantos y músicas? Finalmente, la posibilidad de incluirlos en una narración común; en un relato con orígenes, tránsitos y destinos comunes. En un todo llamado patria que termine por evocar (y evocarnos) la idea comprendida en la etimología acerca de la tierra de nuestros padres.

Pero ¿quiénes son, o somos, los habitantes de esa tierra?, ¿quiénes sí son de ella y quiénes no, por tener la suya?, ¿la de sus propios y distintos padres? En México, y a fuerza de repeticiones cantoras, se asume que si un extraño enemigo profanara con su planta su suelo, la patria tiene, en cada uno de sus hijos, un soldado dispuesto a lidiar con valor, al llamado de un clarín con bélico acento. Frente a tantas figuras retóricas, quedan muchos temas por resolver: ¿qué es la patria?, ¿cuál es su suelo?, ¿dónde empieza y dónde termina su geografía?, ¿quiénes son sus hijos? y ¿quiénes sus extraños enemigos?

La composición de la patria es compleja, se nutre de variados elementos. Nunca es la misma patria. Ciertos personajes no suelen desaparecer, pero sí cambiar su importancia en el reparto; cuando se requieren transformaciones, se echa mano de los radicales; cuando hace falta narrar la continuidad, se acude a los moderados. A veces, inclusive, unos y otros juegan papeles diferenciados. Con los acontecimientos pasa un poco lo mismo: la expropiación petrolera, por ejemplo, ha servido para enfrentar a los extranjeros o hacer negocios con ellos, al haberse puesto el énfasis en la soberanía nacional o en la modernización, respectivamente.

La variabilidad de la patria no significa que todo en ella sea cambiante ni que respecto de ella cualquier cosa valga. Lo fijo está determinado (ajustes aparte) por el derecho. Aun cuando las normas jurídicas, en efecto, fijan algunos de sus elementos fundamentales, lo hacen de un modo tan poco folclórico o celebratorio, que pasan desapercibidos en un contexto festivo dotado de alta simbología. Veamos.

La patria suele anclarse en una historia antigua. La continuidad de ésta, más allá de los episodios que la compongan, está fuertemente ligada a momentos de ruptura o de establecimiento reflejados en declaraciones, actas o constituciones legitimantes de los resultados alcanzados. La patria no es el todo, pero sí es la formalización de mucho de lo alcanzado en procesos, finalmente, jurídicos. Lo que nos une es la hilvanación de personas, episodios y gestas, con las normas jurídicas que los concluyeron. El Acta de Independencia, la Constitución de 1857 o el Plan de Guadalupe expresan antecedentes y efectos y, de esa manera, encapsulan etapas o momentos del devenir patrio a efecto de constituir el todo “patria”.

La determinación de los hijos de los padres, de la patria, requerida por la etimología, también está determinada por el derecho. El “nosotros” frente al “ellos” es, en principio, una determinación jurídica: los nacidos en un territorio pueden ser, pero no siempre lo son, habitantes de esas tierras; los hijos de los hijos pueden serlo también. En algún momento y mediante las normas de nacionalidad, unos hijos van a determinar el pedigrí de sus hermanos potenciales. A veces, como en el primer caso, quieren que lo definitorio sea el suelo; en otros, que lo sea la sangre. Ni mejor ni peor solución. Es, simplemente, una ambigua decisión tomada por quienes, por antigüedad, pueden tomarla. Tan amplia como para permitir también que los originarios hijos de otros padres lleven a cabo ciertos ritos para someterse a unas nuevas normas y, con ello, habitar a plenitud y por voluntad en la tierra de aquéllos a quienes, como marca la raíz latina, considerarán sus nuevos padres. Será ese mismo derecho el que identifique a quienes no pertenecen a la patria: en un grado inicial, a los extranjeros y, en el extremo, a los enemigos. En el primer caso, para permitirles pisar el mismo suelo; en el segundo, para legitimar su muerte.

Pero, ¿cuál es ese suelo común a uno y ajeno a otros?, ¿cómo sé cuándo estoy en mi tierra y cuándo estoy en una ajena? El derecho me lo dice, unas veces por las determinaciones expresas de una constitución nacional; otras, por los tratados o las costumbres internacionales. Personas semejantes en el fenotipo y lejanos en cultura se han matado entre sí por no haber reconocido una línea, a sus ojos, invisible; por cruzar un campo sin mojoneras, un arroyo sin marcas. El espacio de cada pueblo es suyo, finalmente, porque ya el derecho lo dijo o lo dirá después de la refriega. Sus normas enmarcan el espacio de la patria.

Dentro de ese territorio, otras normas precisarán el carácter de muchos bienes, entre ellos y, particularmente, de los necesarios para la construcción de la narrativa patriótica. No de un monumento como tal, sino de una forma de construcción evocativa de lo que con él quiere hacerse; no de cualquier pintura o escultura, sino de aquéllas que aporten una continuidad o una fractura; no de todos los poemas o las prosas escritos antes, sino sólo de aquéllos que hablen de la patria, de los patriotas o de los apátridas.

La conjugación de tantas y tan disímbolas piezas requiere de elementos aglutinadores; de partes que tengan la capacidad de ser al mismo tiempo piezas y estructuras. Una composición musical o un pedazo de tela son lo primero; un himno o una bandera, lo segundo. No cualquier estrofa o disposición de colores puede sustituir a los cánones. Ellos estarán determinados en algunas normas jurídicas, mientras que la alteración física o su mal uso podrán considerarse como un delito de ultraje sancionable con prisión.

El derecho no crea por sí mismo a la patria, pero acoge sus manifestaciones, las ordena y las sanciona. Con ello, después, la impone. Las normas permiten una alta variedad de combinaciones de acuerdo con los tiempos y los modos de las historias que se estén viviendo. No determinan una genealogía única ni imponen una sola dirección futura. Se limitan a mantener los marcos generales de la narrativa hasta que, mediante sus propios procedimientos, se produzcan los cambios correspondientes. Hoy, Madero puede ser mucho y mañana, poco; exactamente igual puede pasarle a Lincoln, De Gaulle, Hitler o Franco.

Cada tiempo genera las condiciones de las mezclas, de aquello que puede combinarse para determinar cuál es la tierra de los padres y quiénes y cómo pueden habitarla. Para hacer patria, el derecho, como sucede con tantos otros fenómenos, recoge, postula y sanciona con una variedad de modos y técnicas las conductas que deben concurrir para que tal posibilidad pueda llegar a acontecer.

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