Opinión | Tirarse al mar nunca ha sido garantía de libertad - Gatopardo

Tirarse al mar nunca ha sido garantía de libertad

“Mami, escucha bien lo que te voy a decir. No me puedes parar, no intentes convencerme. Es una decisión que ya está tomada. Te estoy llamando para informarte que me voy del país ya, de inmediato, porque no aguanto una mierda más, me voy a tirar al mar y llegaré como sea, a donde sea”.

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Nunca antes había sentido tanta furia, tanta rabia, tanta impotencia, tantas ganas de gritar, “¡Abajo la Revolución, este país es una pinga, me cago en la madre de Fidel y Raúl Castro y en el copón divino también!”. Tenía ganas de detener del brazo a la gente que como yo caminaba bajo aquel sol abusivo para encararle: “A ver dime, mírame a los ojos, dime que este país no es un pedazo de mierda y que los que lo dirigen, con sus barrigas gordas repletas de langostas, vinos caros y cuanto antojo de lujos tengan, hacen con nosotros, los que nos derretimos como velas encendidas, los que tenemos los refrigeradores vacíos, lo que les da la gana. Dime, ¡eh!, somos sus ovejas, sus juguetes, sus esclavos, abre los ojos carajo. Entiendo el miedo y el temor y las consecuencias de percatarse de semejante verdad, pero abran los ojos al menos y admitan de una vez que han estado sumidos por años, por décadas, en una mentira. Aborten ese performance de responder al mandato de ‘Patria o Muerte’ con un grito desgañitado de ‘Venceremos’”.

Sentía un calor asfixiante en el pecho. No late, me dije. O estoy muerto y no lo sé, o estoy a las puertas de un infarto. Sin decidirlo, había caminado empapado de sudor hacia la revista donde trabajaba entonces. Antes de llegar, encontré una ceiba gigante en una calle vacía y me senté a la sombra. Saqué el teléfono móvil del bolsillo para llamar a mi madre. La pantalla estaba empañada y llena de boronillas de telas. Mi madre no respondió. Nunca lo hace. A las generaciones anteriores a la nuestra no les va la vida en sus teléfonos móviles, por suerte. A mi madre se le extravía por horas, lo deja en casa cuando sale a la calle, lo tiene en silencio todo el tiempo sin percatarse y claro está, cuando alguien de la familia o algún amigo la necesita, no responde. Llamé entonces a su oficina y allí la encontré.

“Mami, escucha bien lo que te voy a decir, no me puedes parar, no intentes convencerme, ni persuadirme, ni quieras hacerme cambiar de opinión, es una decisión que ya está tomada y no lo voy desechar por nada del mundo. Te estoy llamando para informártela, no para comentártela. Me voy del país ya, de inmediato, no aguanto una mierda más, me voy a tirar al mar y llegaré como sea a donde sea”.

Mi madre me respondió con una pregunta, “¿dónde estás ahora?”.

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