Tiempo de lectura: 5 minutosCuando oí por primera vez del Tren Maya, proyecto insignia de la 4T, pensé inocentemente que era sólo un proyecto turístico y es por eso que hablé de turismo en la columna anterior. Mi inocencia es compartida por la mayor parte del pueblo de México. Éste es un proyecto promovido por la Secretaría de Turismo y el Fonatur, agencia responsable del desastre ecológico en muchas playas de México y, en particular, del desastre ecológico en Cancún y la Riviera Maya. Lo que no sabía es que lo más tremendo de este proyecto no es el turismo. Hay mucho que no se ha explicado sobre el Tren Maya: el ecocidio que provocará no se debe sólo al paso del tren o a la construcción de las vías, sino a los llamados polos de desarrollo agropecuario e industrial. Explícitamente, son “ciudades pequeñas y subcentros urbanos con hoteles, viviendas, centros comerciales, naves industriales y de manufactura (maquilas)”, según dijo Jiménez Pons, titular del Fonatur, en una entrevista en enero de 2020.
Lo que en realidad va a hacer el tren es transportar los productos y a los trabajadores de esos polos de desarrollo, además de a los turistas, a lo largo de siete tramos con 1 500 km de vías. El primer tramo va de Palenque, Chiapas, a Escárcega, Campeche, y tendrá una estación en El Triunfo, la puerta a la selva Lacandona, la más importante de México. El segundo tramo va de Escárcega a Campeche, ciudad colonial amurallada y tesoro de la UNESCO, y de ahí va a Mérida, acercándose a la zona de cenotes, que inicia en Progreso, Yucatán. Para dejar claro el impacto agroindustrial del proyecto en la región, el tercer y cuarto tramos , que cubren la ruta Mérida-Cancún, pasan por sitios con maquiladoras (Nike está por instalarse), principalmente textiles, que formarán un corredor industrial apoyado por la capacidad de carga comercial del tren.
Esto es aún más preocupante porque tanto el tren como la huella industrial en Yucatán se asentarán sobre el gran acuífero maya. Este anillo de cuevas y cenotes es consecuencia del cráter de Chicxulub, consecuencia, a su vez, del evento que marcó la muerte de los dinosaurios, lo que vuelve a este suelo muy frágil a la contaminación industrial. Es tanta la vulnerabilidad del suelo que ICA, la empresa de construcción que encabezará el proyecto, va a mover la ruta de este tramo para volverla paralela a la carretera Mérida-Cancún, lo que aumentará el costo en un 12%, además de que usará energía eléctrica. El quinto tramo va por la costa y tiene dos estaciones en Cancún; después, en Puerto Morelos, Playa del Carmen y Tulum, lo que alimentará el ya caótico desarrollo turístico en la Riviera Maya.
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El sexto tramo, que va de Tulum a Chetumal, pasando por Bacalar, pone en peligro a los estromatolitos de la laguna de Bacalar, comunidades microbianas ancestrales extraordinariamente frágiles, que aquí son los más grandes del mundo. Pero el séptimo tramo es el más tremendo, pues cruza de tajo por la reserva de la biósfera de Calakmul, otro tesoro de la humanidad para la UNESCO. El área de selva por donde pasará el tren es ahora la menos fragmentada del sureste, la más prístina, a pesar de que está cruzada por una pequeña carretera. cuyo impacto no tiene nada que ver con la huella que tendrá el tren ni con el desarrollo urbano que se plantea en la estación de Xpujil. De hecho, es tal el descontento entre las comunidades campesinas e indígenas por la construcción de estos dos últimos tramos que el gobierno de México plantea que sea el ejército mexicano (Sedena) quien se haga cargo de esta parte de la obra, al igual que del aeropuerto de Santa Lucía.
Como justificación social se prometen 80 000 empleos, pero recordemos que casi todos ellos son de salarios muy bajos para los jornaleros que lo van a construir; es más, es muy posible que muchos de ellos sean migrantes de Centroamérica, por lo que las condiciones sociales y culturales de estos asentamientos serán muy complejas y tal vez rayen en el esclavismo. Estos empleos temporales no van a generar riqueza a largo plazo, sino que, según muchos analistas sociales, van a generar más desigualdad y pobreza a mediano y largo plazos, ya que las comunidades desplazadas van a perder su entorno natural y social, y, por lo tanto, su sustento.
En el documento oficial, disponible en el sitio trenmaya.gob.mx, dice: “Los proyectos productivos del sector agropecuario, de materiales para la construcción y de traslado de combustibles pueden ser los más beneficiados por el tren”. Con la suspicacia de cualquier mexicano, me pregunto: “¿Quién se va hacer rico con esto? Los mayas seguro que no”. Si analizamos con Google Earth la península ya encontramos enormes zonas devastadas; así se ve desde el espacio el Proyecto Transversal Trópico Húmedo, que inició en 2011 con Calderón y creció bajo el amparo de Peña Nieto. Ahí se fomentaron cultivos como la palma aceitera, a inicios de 2016, y la soya transgénica, que hasta el día de hoy se ha cobrado más de la mitad de los terrenos forestales del municipio de Hopelchén, Campeche, creando un enorme conflicto con los campesinos apicultores que exportaban a Europa miel orgánica: ahora su miel está contaminada.
“Los megaproyectos y un conjunto de políticas públicas relacionadas con la propiedad social de la tierra y el fomento a la producción intensiva agroindustrial en el campo están provocando un proceso generalizado de desruralización que atenta contra la permanencia de las comunidades campesinas mayas y contra la salud de ecosistemas únicos”, dice un reportaje elaborado a partir del análisis general del geovisualizador para la Península de Yucatán.
Cuando se analizan en conjunto los diferentes cabos de información (agricultura extensiva, maquiladoras, turismo desenfrenado), nos damos cuenta del enorme peligro que acecha a la región maya con este proyecto del tren, el cual, mentira: no es un proyecto social, sino uno donde el gran capital acecha a la naturaleza y al tejido social y cultural de la región. Se trata de un proyecto de cepa neoliberal que va a despojar a los dueños de la tierra a cambio de un salario miserable y condiciones laborales precarias.
El mismo secretario de Semarnat, el doctor Víctor Toledo, dijo en una entrevista reciente que tiene sus dudas sobre el séptimo tramo, el que va de Chetumal a Escárcega y cruza por Calakmul, pero que, sobretodo, no está a favor de la construcción de los polos de desarrollo. De hecho, está promoviendo que se legalice la consulta de los pueblos originarios como mandato. No una consulta a mano alzada con los que “sí fueron a la fiesta”, sino una consulta real, amplia, representativa y con acceso previo al proyecto completo.
Como ya mencionamos, la degradación ambiental y la posible contaminación del gran acuífero maya son gravísimas. Ésta es la reserva de agua dulce más importante del país y el sistema de cuevas inundadas más grande del mundo. Este proyecto “integral de desarrollo” pone en peligro un patrimonio invaluable, no sólo biológico y cultural, sino también prehistórico y arqueológico. Por ejemplo, ahí se encontraron los huesos fósiles de Naia, una adolescente que cayó en una cueva, que ahora se conoce como hoyo negro, y quien estuvo sepultada 13 000 años, demostrando que los primeros habitantes de la península llegaron mucho antes de lo pensado.
Además del suelo y el agua, está en peligro todo lo que se vaya a cruzar en el camino de las vías o esté en la huella urbana (que va a ser amplia) de los polos de desarrollo. En conjunto, todo esto pone en jaque la enorme biodiversidad de la región. Además, está el programa Sembrando Vida, que le da más dinero a quien tira la selva para sembrar frutales o maderables que al que la cuida. El futuro de la península no pinta brillante, sino cada vez más triste, como consecuencia de la degradación del suelo, la contaminación del agua y la pérdida de especies. Nada de esto es reversible. Recordemos al Lorax: la extinción es para siempre.