En medio de la controversia de las ocho personas detenidas en México por el transporte de ayahuasca, un reportero decidió ingerir la planta para documentar a la comunidad que la consume y que ha articulado una nueva cultura, contemporánea y cosmopolita, con abogados y empresarios que defienden, ante el sistema de justicia, el uso del brebaje amazónico.
Es un ejercicio de humildad, dicen.
A unos metros de mí, un joven empresario inmobiliario que está por abrir un nuevo hotel en la Riviera Maya intenta tomárselo con calma. Desde hace diez minutos no para de vomitar. No es el único. Más allá, una diseñadora de interiores lagrimea y tose después de vaciar todo el contenido de su estómago; tiene cerca de sesenta años y llegó aquí con su hijo: un instructor de surf que sueña con ganar el próximo campeonato en Puerto Vallarta. En una esquina, un chef nacido en la ciudad italiana de Gorizia, en la frontera con Eslovenia, respira hondo después de regurgitar con estruendo; se gana la vida cocinando la mitad del año para un par de multimillonarios en Texas. Un joven que no rebasa los treinta, pero que ya comanda una empresa que provee de infraestructura marítima a varias plataformas petroleras en Europa —en los últimos años, ha decidido invertir en gas natural—, bebe agua en abundancia para provocarse nuevas arcadas.
Es día de purga.
Estamos en un granero acondicionado como centro de ceremonias para ingerir ayahuasca: un potente brebaje psicotrópico compuesto por dos plantas que distintas tribus amazónicas consideran sagradas por sus propiedades medicinales. Las personas aquí reunidas, no más de veinte, llevan al menos una semana a dieta, sin carnes, azúcar, sal ni alcohol. Tampoco sexo. Hace unos momentos, ingirieron una decocción líquida de tabaco con el fin de inducir el vómito y terminar de limpiar su sistema digestivo antes de beber, mañana, la pócima sagrada.
Pocos de los presentes son novatos. Algunos han ingerido ayahuasca docenas de veces y, desde hace años, han incorporado algunos rituales indígenas a su muy occidental forma de vida.
Pero hoy cierta inquietud flota en el aire.
—Estamos bajo asedio —me confiará después Enrique, uno de los jóvenes empresarios que en este momento ejercita su humildad de rodillas, con escándalo y la cara hundida en su cubeta.
El año pasado, la Secretaría de Marina (Semar) asumió labores de seguridad en algunos puntos aduanales estratégicos. Mil quinientos elementos fueron desplegados tan solo en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Desde entonces, al menos ocho personas —cuatro mexicanas— han sido detenidas por introducir a territorio nacional ayahuasca en distintas cantidades.
Ahora, a principios de marzo, se lleva a cabo una de las audiencias en la que se decidirá si José Campos, curandero de la tribu indígena shipibo-konibo en Perú, es culpable de narcotráfico. Hace un año, el 9 de marzo de 2022, fue detenido por transportar cuatro kilos de ayahuasca en pasta dentro de su maleta.
Algunos de los presentes hoy, en la purga, son sus amigos cercanos, han bebido ayahuasca con él y colaboran de manera frecuente: la ceremonia de mañana será en honor a don José, me informan antes de colocar una cubeta de plástico frente a mí. Mi estómago comienza a burbujear.
Mal viaje en el aeropuerto
El pasado 8 de junio, tres hombres aterrizaron en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Arrastraban consigo dieciséis maletas que, apenas cruzaron por los rayos X, exaltaron a los inspectores. Contenían “144 bolsas transparentes con una sustancia color café”: 141 kilos de ayahuasca que fueron decomisados por la Semar y la Agencia Nacional de Aduanas de México.
Los tres responsables fueron enviados al Reclusorio Preventivo Varonil Sur ese mismo día. Dos de ellos tenían pasaporte mexicano y acompañaban a Eric Rosas da Cruz, un curandero con pasaporte brasileño y líder de la comunidad indígena note-koi. A la fecha, continúa en prisión preventiva y en espera de un traductor: no habla español y su lengua cuenta con menos de mil hablantes en todo el mundo. El curandero Claudino Pérez Torres, de la tribu indígena murui-huitoto de Colombia, ya permanecía privado de su libertad en ese momento. Fue detenido con tres kilos de ayahuasca, un día antes que José Campos.
La defensa de algunos de estos curanderos, taitas, chamanes o médicos tradicionales tuvo la asesoría del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, un programa de la fundación ICEERS: el Centro Internacional para la Investigación, Educación y Servicio Etnobotánicos, organización civil global dedicada al estudio de plantas con propiedades enteógenas o medicinales.
De acuerdo con los argumentos del ICEERS, la ayahuasca no es ilegal en México. Si bien uno de los componentes activos de la pasta de ayahuasca —la dimetiltriptamina (DMT)— sí está sujeto a control internacional, tal como dicta el Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de las Naciones Unidas de 1971, al cual se adhieren las leyes mexicanas, ni el Consejo para el Control de Narcóticos ni la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes contemplan la fiscalización internacional de plantas o compuestos vegetales que contengan DMT. Si un país decide prohibir el uso y la posesión de ayahuasca, según el ICEERS, debe hacerlo explícito en sus leyes locales, tal como lo han hecho Francia o Ucrania. Las leyes mexicanas cuentan con restricciones específicas respecto a los hongos alucinógenos y el peyote, diferenciadas de las sustancias activas: la psilocibina y la mezcalina.
Pero esta no es la primera vez que las autoridades aseguran el brebaje amazónico. Sin duda, las dieciséis maletas constituyen el decomiso más grande hasta el momento pero, según información de la Semar proporcionada a Gatopardo vía transparencia, en 2021 se registraron siete decomisos de ayahuasca en el aeropuerto: 67 kilos en total. Y en documentos judiciales existe constancia de algunos casos anteriores. En agosto de 2020, por ejemplo, las autoridades aduaneras embargaron cinco kilos de ayahuasca y fincaron una multa de veintisiete mil pesos contra la persona que la transportaba e intentaba hacerla pasar como un “pigmento orgánico para teñido de textiles”.
Las raíces de la euforia
En el principio fue el internet. Todo estaba en internet e internet estaba en todos lados. Tenía poco más de veinte años cuando David leyó y escuchó a ciertas celebridades de Hollywood hablar públicamente sobre la influencia de la ayahuasca en sus vidas.
—Matthew McConaughey decía que probó la planta en uno de los peores momentos de su vida y eso lo terminó convirtiendo en una mejor persona. Yo lo seguía a él muy de cerca y, desde ese momento, supe que yo quería eso. No es que yo estuviera en un mal momento pero… uno siempre puede ser mejor. Quiero ser la mejor versión de mí mismo todos los días. La ayahuasca me ayuda a eso.
Estamos en una hacienda en las afueras de la Ciudad de México, con los volcanes como telón de fondo. David pasará una semana en este retiro espiritual. Estudió Negocios Internacionales y, junto con otro de los participantes de este retiro, fundó hace años una empresa que pretende aprovechar las emisiones de gas natural en plataformas petroleras.
—Queremos recuperar ese gas natural: que no se queme, que no contamine —dice con un acento marcado del estado Nuevo León, al norte de México—. Queremos tomar lo que se está desperdiciando e inyectarlo en el mercado. Es una idea que se nos ocurrió aquí, en este lugar: después de tomar ayahuasca.
A la ayahuasca también se le conoce como yagé o daime, según la tradición o el país. Quizá los primeros entusiastas en reivindicar su uso desde la cultura pop fueron los escritores norteamericanos Allen Ginsberg y William Burroughs, atraídos por los rumores acerca de las habilidades telepáticas que la planta proveía a sus consumidores. Dejaron constancia de sus experiencias en el libro Cartas del yagé (Signos, 1971), en el que describen las complicaciones para obtenerla, su modo de preparación y los efectos de su ingesta.
Desde entonces la fama de esta substancia compuesta por la mezcla de una liana (ayahuasca) y un arbusto (chacruna) no ha hecho sino extenderse. Personalidades como Will Smith, Miley Cirus o Lindsay Lohan han admitido haber pasado al menos por una ceremonia de yagé. El empresario norteamericano Gerard Armond Powell ha invertido años en difundir los beneficios psicológicos de la planta, financiar investigaciones, proveer experiencias a casi cualquier interesado y, en fin, construir una industria.
En México, el año pasado, el rapero líder de Cártel de Santa confesó haber realizado su presentación en el Vive Latino de 2018 bajo el influjo de la ayahuasca. Pero el consumo de este enteógeno selvático parece haber enraizado también en otras comunidades, algunas alejadas de la farándula y los estereotipos hippies, pero cerca de ciertos círculos empresariales.
—La primera vez fue única. Acababa de fallecer mi abuela. Fui muy apegado a ella, toda la vida. Estaba nervioso. Entonces la sentí: su sutileza, su energía, toda ella se presentó. Hablamos, incluso bailamos. Desde entonces me dije: si la ayahuasca me presentó a la persona que más he querido en esta vida, me la puso enfrente de mí y me dejó despedirme, es porque es algo divino. Así, divino. Es magia.
Desde entonces David ha asistido a treinta y siete ceremonias más. Esta vez comenzará una dieta que consiste en ingerir solo agua y avena durante toda una semana, además de un par de onzas al día de un líquido verdoso: decocciones de árboles o hierbas específicas provenientes del Amazonas, palos maestros.
Por el retiro entero —que incluye la purga de tabaco, dos ceremonias de ayahuasca, temazcal, masaje terapéutico, un par de botellas de palos maestros y el hospedaje—, David pagó 35 mil pesos (poco menos de dos mil dólares).
—Vengo de una familia de médicos —explica—. Yo hace tiempo dejé de creer en los psiquiatras, en los psicólogos, en las farmacéuticas. ¿Cuánto cuesta una intervención en un hospital privado? El verdadero negocio está allí: ellos necesitan que tú estés enfermo. Con la planta no es así. ¿Por qué? Porque ella te muestra la raíz de las enfermedades: el agua que tomamos, el aire que respiramos, la comida que comemos y la gente de la que nos rodeamos. Y esa es también la medicina. Creo en eso, pues.
Derechos ancestrales
Don José Campos fue detenido por una teniente de la Semar en la sala 4 de la terminal 2 del AICM. Faltaban quince minutos para las tres de la tarde. Era miércoles, 9 de marzo de 2022. Seis horas antes su avión había despegado desde la ciudad de Lima, Perú, con dirección a la capital de México.
Cuando el personal de aduanas manifestó su extrañamiento por la “sustancia pastosa” contenida en cuatro bolsas de plástico dentro de su maleta, Campos no mintió: dijo que era medicina, ayahuasca, una sustancia que en su tierra es reconocida como patrimonio cultural de la nación. Dos días después ya estaba durmiendo en el Reclusorio Norte.
—El caso de José Campos representa casi una radiografía de nuestro sistema jurídico: la falta de justicia pronta y expedita y lo escandaloso del mecanismo de prisión preventiva oficiosa, que puede privar de su libertad a alguien inocente sin un juicio de por medio.
Quien habla es el abogado Pepe Ramos, quien, con la asesoría del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, coordinó la defensa de Campos. De ser declarado culpable del delito de “daños contra la salud, en modalidad de introducción del psicotrópico dimetiltriptamina (DMT)”, el curandero enfrentaría una pena de hasta veinticinco años de prisión.
El proceso ha sido lento, espinoso. En total, me cuenta, su defensa ha interpuesto tres amparos y dos recursos de revisión para impulsar su libertad o, por lo menos, acelerar los trámites. “En más de una ocasión, los tribunales rebasaron los plazos de tiempo estipulados por los códigos de procedimientos penales” argumentando que la contingencia por covid-19 había generado un enorme rezago en miles de casos y en enero, a diez meses de su detención, aún no había accedido a su derecho a juicio.
Durante todos esos meses, la defensa esgrimió sus argumentos: que, como compuesto vegetal, la ayahuasca no estaba fiscalizada por los tratados internacionales; que usada en la forma tradicional indígena no constituía un “riesgo a la salud”, pues sus beneficios ya son aprovechados y reconocidos por la ciencia; que, en tanto integrante y curandero de la etnia shipibo-konibo, estaba autorizado a viajar con la planta de acuerdo con el Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes, adoptado en Ginebra, Suiza, en 1989.
Las primeras resoluciones no brindaban esperanza. En la sentencia de apelación contra la vinculación a proceso, emitida el 6 de junio pasado, la magistrada del tribunal unitario no encontró diferencias entre el compuesto de ayahuasca y el DMT. Argumentó, además, que los derechos indígenas no se traducían en un permiso para introducir “a los países extranjeros sus medicinas ancestrales” y desestimó las voces de los compatriotas de Campos, presentadas como pruebas testimoniales, porque no acudieron de manera presencial.
Todo cambió cuando un perfil insólito se integró al equipo de defensa. Alguien que había militado en el Partido Acción Nacional durante el periodo más crudo de la “guerra contra el narcotráfico” y que, durante dos años, se desempeñó como secretario de Gobernación durante el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa: Fernando Gómez Mont, abogado penalista famoso por haber defendido a Raúl Salinas de Gortari y a Rogelio Montemayor, exdirector de Pemex acusado de desvío de recursos, entre otros casos.
—Yo reconozco que me preocupé… por todos estos antecedentes —confiesa Ramos—. Fue una mera casualidad: alguien del equipo de defensa lo conocía y él se interesó. Sin duda, Gómez Mont es una institución en cuanto a derecho penal en México y sí llamó la atención de los jueces saber que él estaba en esta causa. Sorprendentemente, contra todos mis prejuicios, yo me encontré con una persona sensible, alguien que desde el principio entendió la complejidad del problema.
Lianas y enredaderas a la medianoche
Un sabor casi metálico, terroso. El líquido aceita mis labios y resbala por mi garganta sin dificultad, como una serpiente hacia su madriguera.
Enfrente de mí, Esther e Ismael —los facilitadores— me miran con una tierna sonrisa alienígena. Están rodeados de tambores e instrumentos musicales con los que conducirán el rito. Ambos visten cushmas: una especie de toga peruana decorada con motivos de los pueblos amazónicos. Soplan tabaco a mi alrededor.
Han pasado largas temporadas en el Amazonas. Han bebido ayahuasca cientos de veces con curanderos ashaninkas y shipibos, han aprendido sus tradiciones después de largas estancias en la selva. Con José Campos, por ejemplo, han tejido una amistad de años e incluso han obtenido el permiso de usar su propio centro ceremonial en Perú.
—La gente piensa en la ayahuasca como una planta y un ritual aislado —me dice Ismael—. Pero es solo una parte. Es todo un estilo de vida. Es la purga de tabaco, el rapé, el ayuno, los palos y toda la cultura amazónica que nos enseña a vivir de otra forma.
Esther e Ismael han aprendido a entender lo que ellos llaman el espíritu de las plantas, más allá de los efectos inmediatos de la ayahuasca y su ceremonia. Desde los beneficios del ayuno, de ingerir durante semanas solo concentrados de tamamuri, came renaco, chiric sadango, bobinsana, camalonga u otros palos maestros. Beber estos concentrados vegetales es, para ellos, una forma de recibir un mensaje que puede sintonizarse gracias a la ayahuasca. Están convencidos de que es posible una comunicación interespecie capaz de conectarnos con el reino vegetal.
Es medianoche en la maloca, el granero acondicionado como centro ceremonial. Los techos altos han sido cubiertos con paneles de absorción de sonido para generar la acústica adecuada para la experiencia. Al centro, suspendido del techo, hay un enorme quiote de maguey de cinco o seis de altura. La misma veintena de personas que ayer purgaron su estómago, hoy se dejan llevar por el arrullo de la planta.
Un nudo pesado comienza a formarse en mi estómago: como si hubiera comido un pedazo de plomo imposible de digerir, como si mis vísceras se hubieran anudado en un coágulo apretado y oscuro. Ismael y Esther entonan una interminable letanía compuesta de distintos icaros, que es como las tribus amazónicas llaman a sus cantos rituales. No hay palabras de por medio ni nada que pueda despertar una imagen mental: solo breves melodías que se repiten y se enredan en una hipnosis fluctuante que invade el aire como una enredadera.
Ismael hace sonar los tambores. Un udongo nigeriano, un daf y un ghaval de Medio Oriente. Es músico de profesión y pasó varios años en la India, donde se especializó en distintas técnicas percutivas. Esther hace sonar algunos cuencos, un arpa de boca, releva a Ismael en los icaros o entrelaza su voz con la suya.
El resultado es un concierto de cuatro horas, sin tregua, una música que se va infiltrando en mi conciencia. Sin duda, en términos estéticos, podría tratarse de una experiencia exquisita —bella—, salvo por un inconveniente: los efectos de la ayahuasca distan de ser placenteros. Difícilmente podría compararse con la psicodelia lisérgica. “No es una experiencia lúdica”, me advirtió Ismael con enfado cuando le mencioné la popularidad de la ayahuasca entre las celebridades.
El sueño y el cansancio desaparecen por completo y los pensamientos crecen en multitud como una selva fértil, desbordada. Una lluvia de recuerdos —los más placenteros, los más dolorosos— comienza a inundar mi mente. Es como si mi pensamiento, mi lenguaje o mis palabras de pronto cobraran conciencia de sí mismas y se rebelaran contra mí.
No puedo evitar reparar en la gente a mi alrededor. Esos cuerpos envueltos en cobijas como pequeños capullos esperando la metamorfosis. En los pocos días que me permiten documentar sus prácticas me han compartido todo tipo de historias personales, con la condición de que no revele sus nombres reales. Pienso en el empresario inmobiliario a quien la ayahuasca lo obligó a renunciar a un gigantesco negocio en una empresa de microcréditos que había fundado: “los microcréditos son una estafa para la gente más pobre, no quise más participar en eso”. O en el chef italiano a quien la ayahuasca le ayudó a escapar de la depresión y las adicciones: “estaba en la ruta a un suicidio seguro”. De no ser por estas ceremonias, quizás el futuro campeón de surf jamás habría perdonado los malos tratos que recibió de su padre cuando era niño y su madre, la diseñadora de interiores, insiste en que sin estos rituales no se habría recuperado de un cáncer de matriz que le atenazaba el cuerpo. Hablar con familiares muertos, de manera lúcida y vívida, es una experiencia compartida.
—Sabemos que es un precio alto, sí —me dijo Esther esta mañana—. Pero esto no es un negocio: es un servicio. Hemos invertido más de una década en esto, en aprender a hacerlo bien. En reconocer también a nuestros maestros. Traer una planta desde Perú, cuesta. Acondicionar un espacio como este, cuesta. Hemos renunciado a nuestras vidas y a otros negocios por esto. Y, sin embargo, buscamos siempre la manera de hacerlo accesible: siempre recibimos a una o dos personas que no pueden pagar. De eso se trata: no queremos ser una élite, queremos ser una comunidad que ayuda. Nos ha pasado más de una vez que los empresarios a quienes les damos ayahuasca pagan después la ceremonia para sus empleados.
Comienzo a desesperarme: el dolor en mi estómago se endurece y cada vez me siento más incómodo. Cambio de postura una y otra vez para intentar deshacer el nudo en mis tripas pero es inútil. En cambio, un pensamiento comienza a germinar en mi mente: la aguda certeza de que estoy a punto de morir. Intento tranquilizarme y recuerdo que la dimetiltriptamina es una sustancia que segregan los seres humanos de manera natural a través de su glándula pineal. Según algunos científicos, el DMT es una de las sustancias responsables de moldear la materia de nuestros sueños y hay quienes afirman —aunque no ha sido comprobado plenamente— que invade nuestro cerebro en el momento exacto de nuestra muerte.
Mas ninguna explicación lógica se mantiene en pie. Mi conciencia es un río rápido cruzado por ráfagas de ideas aleatorias y sueños que se esfuman apenas nacen. Reparo en el canto de los grillos y las cigarras allá afuera, en la noche que se entrecruza con los icaros que suenan en la maloca. Mi oído se agudiza y es capaz de distinguir cómo las voces de Esther e Ismael rebotan contra la textura de los muros, ramificándose en distintas direcciones; otras voces, más agudas y pequeñas, comienzan a acompañarles. Me entretengo a la fascinación del fenómeno sonoro y entonces veo cómo la oscuridad comienza a moverse al ritmo del sonido, como un oleaje, como si estos cantos tuvieran la capacidad de “alterar el tejido mismo de la realidad” —esas palabras aparecen en mi cabeza como si alguien más las hubiera depositado allí.
Intento calmarme, respirar. El dolor de estómago no amaina; al contrario, cobra vida propia hasta convertirse en una metáfora de todo aquello que me incomoda de mí mismo: la muerte que anida en mí.
La visión dura apenas un instante, tal vez no más de un minuto: lianas y enredaderas crecen a mi alrededor, flores prehistóricas se abren en cada rincón de la oscuridad. El zumbido de los insectos me rodea y un follaje extiende sus espinas, sus bocas, plantas carnívoras fosforescen a mi alrededor. Soy su alimento: fertilizante, abono humano.
Libertad con tropiezos
El 7 de marzo pasado, antes de dictar sentencia, el juez de distrito José Rivas González le preguntó al curandero José Campos, de 64 años, si quería decir algunas palabras. El abogado Pepe Ramos lo recuerda así:
—Don José pidió permiso para entonar un canto y ahí fue que se aventó un icaro hermosísimo. En ese momento muchos de los que estaban en la sala de audiencias empezaron a llorar. Fue un momento muy particular. Yo no tengo conocimiento de otro juicio en México en donde, de pronto, se comience a hablar de espiritualidad y en el que incluso el juez retome el debate sobre la concepción del hombre más allá de la carne y los huesos, que se atreva a abordar la dimensión de lo trascendente.
Dos días antes de que José Campos cumpliera un año de encierro dentro del Reclusorio Norte, el juez José Rivas dictó sentencia a favor de su libertad y le otorgó la absolución por todos los cargos.
No fue fácil. En su defensa había participado el nutrido equipo legal de ICEERS, que buscó demostrar la inocencia de Campos por todas las vías posibles. Natalia Rebollo, abogada y coordinadora del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, testificó en más de una audiencia para argumentar que en ningún lugar de las normas mexicanas se especifica que la ayahuasca como compuesto vegetal sea ilegal. El farmacólogo José Carlos Bouso presentó todo tipo de evidencia e investigaciones científicas que buscaban demostrar que la ayahuasca no representa un riesgo para la salud pública. El antropólogo Mauricio Guzmán presentó un análisis de la cosmovisión amazónica en relación con la ayahuasca. Además, los abogados Alejandro Erreguerena y Manuel de León litigaron en cada una de las instancias por las que pasó el caso de don José, en coordinación con Ramos; mientras que Luisa Conesa, abogada constitucionalista, asesoraba la defensa en términos de derechos humanos. ICEERS incluso logró organizar un Foro Intercultural de Medicina Enteógena en el Senado de la República, para concientizar a los políticos sobre los últimos avances en torno a la ayahuasca y cómo es usada, con éxito, en el tratamiento de adicciones y casos severos de depresión o estrés postraumático.
No obstante, el juez decidió liberar a José Campos por la opción menos problemática:
—Formalmente, se resolvió que José había estado en un “error de prohibición”: que, al ser de nacionalidad peruana y dedicar toda su vida a la ayahuasca y no entenderla como una droga, etcétera, no era culpable de algún delito pues no sabía que su actuar estaba fuera del marco normativo de México. No quiso pronunciarse sobre el fondo del asunto.
He estado pensando sobre la experiencia que viví con la ayahuasca. En efecto, su consumo está cada vez más extendido. Basta una búsqueda en cualquier red social para encontrar ofertas de ceremonias. Es posible asistir a encuentros de una sola noche con un costo de dos mil a siete mil pesos, pero muchas de las personas con las que hablo coinciden en que la ayahuasca hace tiempo que alcanzó otras esferas.
—Es una estrategia —me dice alguien que suele consumir ayahuasca con Esther e Ismael—. Los taitas sienten que algo peligra con la destrucción acelerada del Amazonas, con el cambio climático en general. Es por eso que se han acercado a personas con capacidad de incidencia: desde políticos hasta personas con poder económico. He escuchado a varios taitas decir esto: son las órdenes de la planta.
Escucho variantes de este comentario en distintas bocas. Sin embargo, a pesar de la férrea defensa que existe en torno a la ayahuasca como una substancia medicinal, tampoco son pocas las suspicacias que desata el decomiso de ciento cuarenta kilos realizado por la Semar. A muchos les parece una falta de respeto que la ayahuasca sea transportada en esas cantidades. “Esa cantidad de ayahuasca equivale a más de una década de trabajo mío”, me dice otro facilitador que organiza ceremonias mensuales.
—La ayahuasca claro que conlleva un peligro, sobre todo cuando no se respeta el ayuno y se mezcla, por ejemplo, con medicamentos psiquiátricos —explica Ismael—. Sí existe un riesgo, como existe un riesgo al manejar un auto. Pero para manejar necesitas aprender, tiene luces intermitentes, retrovisores…
—Como en todos lados —secunda Esther—, aquí también abundan los charlatanes: gente que no sabe lo que está haciendo y que solo busca el lucro.
—Lo que nos preocupa es que, siempre que sucede algo, quien termina pagando es la planta, no la gente irresponsable.
Esther e Ismael entienden mis suspicacias. Me escuchan hablar del peligro de las sectas y de los riesgos de caer en un nuevo colonialismo o extractivismo cultural. Parecen acostumbrados a cuestionamientos similares.
—Son los taitas quienes eligen a quién enseñarle lo que saben —añade Esther—. Nosotros no estamos de acuerdo en que exista una industria de turismo psicodélico y en que se celebren ceremonias de manera irresponsable. Darle ayahuasca a alguien es asumir una responsabilidad de por vida con esa persona. Nosotros la asumimos: pasamos años con maestros ashaninkas aprendiendo cómo hacerlo de manera segura y con respeto.
La sentencia absolutoria ordenaba la libertad inmediata de José Campos. Pero él no salió de la cárcel sino hasta dos días después. Apenas le abrieron la puerta del reclusorio, fue detenido de nuevo por agentes migratorios. Como su pasaporte y el resto de sus documentos estaban retenidos por la Fiscalía de Distrito, fue trasladado a la estación migratoria Las Agujas en Iztapalapa.
El 12 de marzo, finalmente, consiguió su libertad: un par de agentes migratorios lo escoltaron de vuelta hasta el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y, después, hasta Lima, Perú.
Epílogo: la ayahuasca en la mañanera
Un par de semanas después, don José se presentó en una videoconferencia, junto a miembros del equipo del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca. Recordó sus días en la cárcel como una de las experiencias más intensas de su vida pero también como una bendición: una oportunidad para reforzar su conexión con la vida e intentar sanar —o al menos aliviar— a las personas recluidas.
—Para mí es muy importante ser coherente con mi trabajo y recordar que es un trabajo digno: se trata de ayudar a las personas —dijo en una transmisión llena de interferencias—. Yo defiendo esta causa con mi vida [...]. Pero el mismo juez nos recordó que la medicina, en manos que no sean las adecuadas, también puede hacer mucho daño. Y tiene razón. No es para jugar, es un asunto serio.
Pese a todo, el equipo de ICEERS piensa que el caso de don José puede sentar un precedente para el resto de curanderos que continúan presos por transportar ayahuasca en sus maletas. Y aunque las audiencias intermedias ya han comenzado en la mayoría de los casos, solo José Campos accedió a su derecho a juicio. El incidente de los ayahuasqueros presos, informa Natalia Rebollo, obligó al Fondo para la Defensa de la Ayahuasca a ponerse en contacto con senadores y diputados para impulsar una regulación que proteja y regule el uso de plantas medicinales por los distintos pueblos indígenas, tal como ya sucede con el pueblo wixárica y el uso del híkuri (peyote).
El pasado 4 de abril, en la conferencia matutina del presidente Andrés Manuel López Obrador, la titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana abordó el caso de los médicos ayahuasqueros presos. Rosa Icela Rodríguez prometió que, en los próximos días, Lauro Hinostroza García, otro de los médicos ayahuasqueros que fueron arrestados el año pasado, obtendría un “cambio de medida cautelar” que le devolvería su libertad. No es la primera vez que el tema se menciona en la mañanera: la ayahuasca parece estar hoy en día en boca de todos y sus emisarios están dispuestos a hacer todo lo necesario —política y espiritualmente— para defender sus dominios.
Con información de Ángel Huerta.
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Ilustración de Fernanda Jiménez.
En medio de la controversia de las ocho personas detenidas en México por el transporte de ayahuasca, un reportero decidió ingerir la planta para documentar a la comunidad que la consume y que ha articulado una nueva cultura, contemporánea y cosmopolita, con abogados y empresarios que defienden, ante el sistema de justicia, el uso del brebaje amazónico.
Es un ejercicio de humildad, dicen.
A unos metros de mí, un joven empresario inmobiliario que está por abrir un nuevo hotel en la Riviera Maya intenta tomárselo con calma. Desde hace diez minutos no para de vomitar. No es el único. Más allá, una diseñadora de interiores lagrimea y tose después de vaciar todo el contenido de su estómago; tiene cerca de sesenta años y llegó aquí con su hijo: un instructor de surf que sueña con ganar el próximo campeonato en Puerto Vallarta. En una esquina, un chef nacido en la ciudad italiana de Gorizia, en la frontera con Eslovenia, respira hondo después de regurgitar con estruendo; se gana la vida cocinando la mitad del año para un par de multimillonarios en Texas. Un joven que no rebasa los treinta, pero que ya comanda una empresa que provee de infraestructura marítima a varias plataformas petroleras en Europa —en los últimos años, ha decidido invertir en gas natural—, bebe agua en abundancia para provocarse nuevas arcadas.
Es día de purga.
Estamos en un granero acondicionado como centro de ceremonias para ingerir ayahuasca: un potente brebaje psicotrópico compuesto por dos plantas que distintas tribus amazónicas consideran sagradas por sus propiedades medicinales. Las personas aquí reunidas, no más de veinte, llevan al menos una semana a dieta, sin carnes, azúcar, sal ni alcohol. Tampoco sexo. Hace unos momentos, ingirieron una decocción líquida de tabaco con el fin de inducir el vómito y terminar de limpiar su sistema digestivo antes de beber, mañana, la pócima sagrada.
Pocos de los presentes son novatos. Algunos han ingerido ayahuasca docenas de veces y, desde hace años, han incorporado algunos rituales indígenas a su muy occidental forma de vida.
Pero hoy cierta inquietud flota en el aire.
—Estamos bajo asedio —me confiará después Enrique, uno de los jóvenes empresarios que en este momento ejercita su humildad de rodillas, con escándalo y la cara hundida en su cubeta.
El año pasado, la Secretaría de Marina (Semar) asumió labores de seguridad en algunos puntos aduanales estratégicos. Mil quinientos elementos fueron desplegados tan solo en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Desde entonces, al menos ocho personas —cuatro mexicanas— han sido detenidas por introducir a territorio nacional ayahuasca en distintas cantidades.
Ahora, a principios de marzo, se lleva a cabo una de las audiencias en la que se decidirá si José Campos, curandero de la tribu indígena shipibo-konibo en Perú, es culpable de narcotráfico. Hace un año, el 9 de marzo de 2022, fue detenido por transportar cuatro kilos de ayahuasca en pasta dentro de su maleta.
Algunos de los presentes hoy, en la purga, son sus amigos cercanos, han bebido ayahuasca con él y colaboran de manera frecuente: la ceremonia de mañana será en honor a don José, me informan antes de colocar una cubeta de plástico frente a mí. Mi estómago comienza a burbujear.
Mal viaje en el aeropuerto
El pasado 8 de junio, tres hombres aterrizaron en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Arrastraban consigo dieciséis maletas que, apenas cruzaron por los rayos X, exaltaron a los inspectores. Contenían “144 bolsas transparentes con una sustancia color café”: 141 kilos de ayahuasca que fueron decomisados por la Semar y la Agencia Nacional de Aduanas de México.
Los tres responsables fueron enviados al Reclusorio Preventivo Varonil Sur ese mismo día. Dos de ellos tenían pasaporte mexicano y acompañaban a Eric Rosas da Cruz, un curandero con pasaporte brasileño y líder de la comunidad indígena note-koi. A la fecha, continúa en prisión preventiva y en espera de un traductor: no habla español y su lengua cuenta con menos de mil hablantes en todo el mundo. El curandero Claudino Pérez Torres, de la tribu indígena murui-huitoto de Colombia, ya permanecía privado de su libertad en ese momento. Fue detenido con tres kilos de ayahuasca, un día antes que José Campos.
La defensa de algunos de estos curanderos, taitas, chamanes o médicos tradicionales tuvo la asesoría del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, un programa de la fundación ICEERS: el Centro Internacional para la Investigación, Educación y Servicio Etnobotánicos, organización civil global dedicada al estudio de plantas con propiedades enteógenas o medicinales.
De acuerdo con los argumentos del ICEERS, la ayahuasca no es ilegal en México. Si bien uno de los componentes activos de la pasta de ayahuasca —la dimetiltriptamina (DMT)— sí está sujeto a control internacional, tal como dicta el Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de las Naciones Unidas de 1971, al cual se adhieren las leyes mexicanas, ni el Consejo para el Control de Narcóticos ni la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes contemplan la fiscalización internacional de plantas o compuestos vegetales que contengan DMT. Si un país decide prohibir el uso y la posesión de ayahuasca, según el ICEERS, debe hacerlo explícito en sus leyes locales, tal como lo han hecho Francia o Ucrania. Las leyes mexicanas cuentan con restricciones específicas respecto a los hongos alucinógenos y el peyote, diferenciadas de las sustancias activas: la psilocibina y la mezcalina.
Pero esta no es la primera vez que las autoridades aseguran el brebaje amazónico. Sin duda, las dieciséis maletas constituyen el decomiso más grande hasta el momento pero, según información de la Semar proporcionada a Gatopardo vía transparencia, en 2021 se registraron siete decomisos de ayahuasca en el aeropuerto: 67 kilos en total. Y en documentos judiciales existe constancia de algunos casos anteriores. En agosto de 2020, por ejemplo, las autoridades aduaneras embargaron cinco kilos de ayahuasca y fincaron una multa de veintisiete mil pesos contra la persona que la transportaba e intentaba hacerla pasar como un “pigmento orgánico para teñido de textiles”.
Las raíces de la euforia
En el principio fue el internet. Todo estaba en internet e internet estaba en todos lados. Tenía poco más de veinte años cuando David leyó y escuchó a ciertas celebridades de Hollywood hablar públicamente sobre la influencia de la ayahuasca en sus vidas.
—Matthew McConaughey decía que probó la planta en uno de los peores momentos de su vida y eso lo terminó convirtiendo en una mejor persona. Yo lo seguía a él muy de cerca y, desde ese momento, supe que yo quería eso. No es que yo estuviera en un mal momento pero… uno siempre puede ser mejor. Quiero ser la mejor versión de mí mismo todos los días. La ayahuasca me ayuda a eso.
Estamos en una hacienda en las afueras de la Ciudad de México, con los volcanes como telón de fondo. David pasará una semana en este retiro espiritual. Estudió Negocios Internacionales y, junto con otro de los participantes de este retiro, fundó hace años una empresa que pretende aprovechar las emisiones de gas natural en plataformas petroleras.
—Queremos recuperar ese gas natural: que no se queme, que no contamine —dice con un acento marcado del estado Nuevo León, al norte de México—. Queremos tomar lo que se está desperdiciando e inyectarlo en el mercado. Es una idea que se nos ocurrió aquí, en este lugar: después de tomar ayahuasca.
A la ayahuasca también se le conoce como yagé o daime, según la tradición o el país. Quizá los primeros entusiastas en reivindicar su uso desde la cultura pop fueron los escritores norteamericanos Allen Ginsberg y William Burroughs, atraídos por los rumores acerca de las habilidades telepáticas que la planta proveía a sus consumidores. Dejaron constancia de sus experiencias en el libro Cartas del yagé (Signos, 1971), en el que describen las complicaciones para obtenerla, su modo de preparación y los efectos de su ingesta.
Desde entonces la fama de esta substancia compuesta por la mezcla de una liana (ayahuasca) y un arbusto (chacruna) no ha hecho sino extenderse. Personalidades como Will Smith, Miley Cirus o Lindsay Lohan han admitido haber pasado al menos por una ceremonia de yagé. El empresario norteamericano Gerard Armond Powell ha invertido años en difundir los beneficios psicológicos de la planta, financiar investigaciones, proveer experiencias a casi cualquier interesado y, en fin, construir una industria.
En México, el año pasado, el rapero líder de Cártel de Santa confesó haber realizado su presentación en el Vive Latino de 2018 bajo el influjo de la ayahuasca. Pero el consumo de este enteógeno selvático parece haber enraizado también en otras comunidades, algunas alejadas de la farándula y los estereotipos hippies, pero cerca de ciertos círculos empresariales.
—La primera vez fue única. Acababa de fallecer mi abuela. Fui muy apegado a ella, toda la vida. Estaba nervioso. Entonces la sentí: su sutileza, su energía, toda ella se presentó. Hablamos, incluso bailamos. Desde entonces me dije: si la ayahuasca me presentó a la persona que más he querido en esta vida, me la puso enfrente de mí y me dejó despedirme, es porque es algo divino. Así, divino. Es magia.
Desde entonces David ha asistido a treinta y siete ceremonias más. Esta vez comenzará una dieta que consiste en ingerir solo agua y avena durante toda una semana, además de un par de onzas al día de un líquido verdoso: decocciones de árboles o hierbas específicas provenientes del Amazonas, palos maestros.
Por el retiro entero —que incluye la purga de tabaco, dos ceremonias de ayahuasca, temazcal, masaje terapéutico, un par de botellas de palos maestros y el hospedaje—, David pagó 35 mil pesos (poco menos de dos mil dólares).
—Vengo de una familia de médicos —explica—. Yo hace tiempo dejé de creer en los psiquiatras, en los psicólogos, en las farmacéuticas. ¿Cuánto cuesta una intervención en un hospital privado? El verdadero negocio está allí: ellos necesitan que tú estés enfermo. Con la planta no es así. ¿Por qué? Porque ella te muestra la raíz de las enfermedades: el agua que tomamos, el aire que respiramos, la comida que comemos y la gente de la que nos rodeamos. Y esa es también la medicina. Creo en eso, pues.
Derechos ancestrales
Don José Campos fue detenido por una teniente de la Semar en la sala 4 de la terminal 2 del AICM. Faltaban quince minutos para las tres de la tarde. Era miércoles, 9 de marzo de 2022. Seis horas antes su avión había despegado desde la ciudad de Lima, Perú, con dirección a la capital de México.
Cuando el personal de aduanas manifestó su extrañamiento por la “sustancia pastosa” contenida en cuatro bolsas de plástico dentro de su maleta, Campos no mintió: dijo que era medicina, ayahuasca, una sustancia que en su tierra es reconocida como patrimonio cultural de la nación. Dos días después ya estaba durmiendo en el Reclusorio Norte.
—El caso de José Campos representa casi una radiografía de nuestro sistema jurídico: la falta de justicia pronta y expedita y lo escandaloso del mecanismo de prisión preventiva oficiosa, que puede privar de su libertad a alguien inocente sin un juicio de por medio.
Quien habla es el abogado Pepe Ramos, quien, con la asesoría del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, coordinó la defensa de Campos. De ser declarado culpable del delito de “daños contra la salud, en modalidad de introducción del psicotrópico dimetiltriptamina (DMT)”, el curandero enfrentaría una pena de hasta veinticinco años de prisión.
El proceso ha sido lento, espinoso. En total, me cuenta, su defensa ha interpuesto tres amparos y dos recursos de revisión para impulsar su libertad o, por lo menos, acelerar los trámites. “En más de una ocasión, los tribunales rebasaron los plazos de tiempo estipulados por los códigos de procedimientos penales” argumentando que la contingencia por covid-19 había generado un enorme rezago en miles de casos y en enero, a diez meses de su detención, aún no había accedido a su derecho a juicio.
Durante todos esos meses, la defensa esgrimió sus argumentos: que, como compuesto vegetal, la ayahuasca no estaba fiscalizada por los tratados internacionales; que usada en la forma tradicional indígena no constituía un “riesgo a la salud”, pues sus beneficios ya son aprovechados y reconocidos por la ciencia; que, en tanto integrante y curandero de la etnia shipibo-konibo, estaba autorizado a viajar con la planta de acuerdo con el Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes, adoptado en Ginebra, Suiza, en 1989.
Las primeras resoluciones no brindaban esperanza. En la sentencia de apelación contra la vinculación a proceso, emitida el 6 de junio pasado, la magistrada del tribunal unitario no encontró diferencias entre el compuesto de ayahuasca y el DMT. Argumentó, además, que los derechos indígenas no se traducían en un permiso para introducir “a los países extranjeros sus medicinas ancestrales” y desestimó las voces de los compatriotas de Campos, presentadas como pruebas testimoniales, porque no acudieron de manera presencial.
Todo cambió cuando un perfil insólito se integró al equipo de defensa. Alguien que había militado en el Partido Acción Nacional durante el periodo más crudo de la “guerra contra el narcotráfico” y que, durante dos años, se desempeñó como secretario de Gobernación durante el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa: Fernando Gómez Mont, abogado penalista famoso por haber defendido a Raúl Salinas de Gortari y a Rogelio Montemayor, exdirector de Pemex acusado de desvío de recursos, entre otros casos.
—Yo reconozco que me preocupé… por todos estos antecedentes —confiesa Ramos—. Fue una mera casualidad: alguien del equipo de defensa lo conocía y él se interesó. Sin duda, Gómez Mont es una institución en cuanto a derecho penal en México y sí llamó la atención de los jueces saber que él estaba en esta causa. Sorprendentemente, contra todos mis prejuicios, yo me encontré con una persona sensible, alguien que desde el principio entendió la complejidad del problema.
Lianas y enredaderas a la medianoche
Un sabor casi metálico, terroso. El líquido aceita mis labios y resbala por mi garganta sin dificultad, como una serpiente hacia su madriguera.
Enfrente de mí, Esther e Ismael —los facilitadores— me miran con una tierna sonrisa alienígena. Están rodeados de tambores e instrumentos musicales con los que conducirán el rito. Ambos visten cushmas: una especie de toga peruana decorada con motivos de los pueblos amazónicos. Soplan tabaco a mi alrededor.
Han pasado largas temporadas en el Amazonas. Han bebido ayahuasca cientos de veces con curanderos ashaninkas y shipibos, han aprendido sus tradiciones después de largas estancias en la selva. Con José Campos, por ejemplo, han tejido una amistad de años e incluso han obtenido el permiso de usar su propio centro ceremonial en Perú.
—La gente piensa en la ayahuasca como una planta y un ritual aislado —me dice Ismael—. Pero es solo una parte. Es todo un estilo de vida. Es la purga de tabaco, el rapé, el ayuno, los palos y toda la cultura amazónica que nos enseña a vivir de otra forma.
Esther e Ismael han aprendido a entender lo que ellos llaman el espíritu de las plantas, más allá de los efectos inmediatos de la ayahuasca y su ceremonia. Desde los beneficios del ayuno, de ingerir durante semanas solo concentrados de tamamuri, came renaco, chiric sadango, bobinsana, camalonga u otros palos maestros. Beber estos concentrados vegetales es, para ellos, una forma de recibir un mensaje que puede sintonizarse gracias a la ayahuasca. Están convencidos de que es posible una comunicación interespecie capaz de conectarnos con el reino vegetal.
Es medianoche en la maloca, el granero acondicionado como centro ceremonial. Los techos altos han sido cubiertos con paneles de absorción de sonido para generar la acústica adecuada para la experiencia. Al centro, suspendido del techo, hay un enorme quiote de maguey de cinco o seis de altura. La misma veintena de personas que ayer purgaron su estómago, hoy se dejan llevar por el arrullo de la planta.
Un nudo pesado comienza a formarse en mi estómago: como si hubiera comido un pedazo de plomo imposible de digerir, como si mis vísceras se hubieran anudado en un coágulo apretado y oscuro. Ismael y Esther entonan una interminable letanía compuesta de distintos icaros, que es como las tribus amazónicas llaman a sus cantos rituales. No hay palabras de por medio ni nada que pueda despertar una imagen mental: solo breves melodías que se repiten y se enredan en una hipnosis fluctuante que invade el aire como una enredadera.
Ismael hace sonar los tambores. Un udongo nigeriano, un daf y un ghaval de Medio Oriente. Es músico de profesión y pasó varios años en la India, donde se especializó en distintas técnicas percutivas. Esther hace sonar algunos cuencos, un arpa de boca, releva a Ismael en los icaros o entrelaza su voz con la suya.
El resultado es un concierto de cuatro horas, sin tregua, una música que se va infiltrando en mi conciencia. Sin duda, en términos estéticos, podría tratarse de una experiencia exquisita —bella—, salvo por un inconveniente: los efectos de la ayahuasca distan de ser placenteros. Difícilmente podría compararse con la psicodelia lisérgica. “No es una experiencia lúdica”, me advirtió Ismael con enfado cuando le mencioné la popularidad de la ayahuasca entre las celebridades.
El sueño y el cansancio desaparecen por completo y los pensamientos crecen en multitud como una selva fértil, desbordada. Una lluvia de recuerdos —los más placenteros, los más dolorosos— comienza a inundar mi mente. Es como si mi pensamiento, mi lenguaje o mis palabras de pronto cobraran conciencia de sí mismas y se rebelaran contra mí.
No puedo evitar reparar en la gente a mi alrededor. Esos cuerpos envueltos en cobijas como pequeños capullos esperando la metamorfosis. En los pocos días que me permiten documentar sus prácticas me han compartido todo tipo de historias personales, con la condición de que no revele sus nombres reales. Pienso en el empresario inmobiliario a quien la ayahuasca lo obligó a renunciar a un gigantesco negocio en una empresa de microcréditos que había fundado: “los microcréditos son una estafa para la gente más pobre, no quise más participar en eso”. O en el chef italiano a quien la ayahuasca le ayudó a escapar de la depresión y las adicciones: “estaba en la ruta a un suicidio seguro”. De no ser por estas ceremonias, quizás el futuro campeón de surf jamás habría perdonado los malos tratos que recibió de su padre cuando era niño y su madre, la diseñadora de interiores, insiste en que sin estos rituales no se habría recuperado de un cáncer de matriz que le atenazaba el cuerpo. Hablar con familiares muertos, de manera lúcida y vívida, es una experiencia compartida.
—Sabemos que es un precio alto, sí —me dijo Esther esta mañana—. Pero esto no es un negocio: es un servicio. Hemos invertido más de una década en esto, en aprender a hacerlo bien. En reconocer también a nuestros maestros. Traer una planta desde Perú, cuesta. Acondicionar un espacio como este, cuesta. Hemos renunciado a nuestras vidas y a otros negocios por esto. Y, sin embargo, buscamos siempre la manera de hacerlo accesible: siempre recibimos a una o dos personas que no pueden pagar. De eso se trata: no queremos ser una élite, queremos ser una comunidad que ayuda. Nos ha pasado más de una vez que los empresarios a quienes les damos ayahuasca pagan después la ceremonia para sus empleados.
Comienzo a desesperarme: el dolor en mi estómago se endurece y cada vez me siento más incómodo. Cambio de postura una y otra vez para intentar deshacer el nudo en mis tripas pero es inútil. En cambio, un pensamiento comienza a germinar en mi mente: la aguda certeza de que estoy a punto de morir. Intento tranquilizarme y recuerdo que la dimetiltriptamina es una sustancia que segregan los seres humanos de manera natural a través de su glándula pineal. Según algunos científicos, el DMT es una de las sustancias responsables de moldear la materia de nuestros sueños y hay quienes afirman —aunque no ha sido comprobado plenamente— que invade nuestro cerebro en el momento exacto de nuestra muerte.
Mas ninguna explicación lógica se mantiene en pie. Mi conciencia es un río rápido cruzado por ráfagas de ideas aleatorias y sueños que se esfuman apenas nacen. Reparo en el canto de los grillos y las cigarras allá afuera, en la noche que se entrecruza con los icaros que suenan en la maloca. Mi oído se agudiza y es capaz de distinguir cómo las voces de Esther e Ismael rebotan contra la textura de los muros, ramificándose en distintas direcciones; otras voces, más agudas y pequeñas, comienzan a acompañarles. Me entretengo a la fascinación del fenómeno sonoro y entonces veo cómo la oscuridad comienza a moverse al ritmo del sonido, como un oleaje, como si estos cantos tuvieran la capacidad de “alterar el tejido mismo de la realidad” —esas palabras aparecen en mi cabeza como si alguien más las hubiera depositado allí.
Intento calmarme, respirar. El dolor de estómago no amaina; al contrario, cobra vida propia hasta convertirse en una metáfora de todo aquello que me incomoda de mí mismo: la muerte que anida en mí.
La visión dura apenas un instante, tal vez no más de un minuto: lianas y enredaderas crecen a mi alrededor, flores prehistóricas se abren en cada rincón de la oscuridad. El zumbido de los insectos me rodea y un follaje extiende sus espinas, sus bocas, plantas carnívoras fosforescen a mi alrededor. Soy su alimento: fertilizante, abono humano.
Libertad con tropiezos
El 7 de marzo pasado, antes de dictar sentencia, el juez de distrito José Rivas González le preguntó al curandero José Campos, de 64 años, si quería decir algunas palabras. El abogado Pepe Ramos lo recuerda así:
—Don José pidió permiso para entonar un canto y ahí fue que se aventó un icaro hermosísimo. En ese momento muchos de los que estaban en la sala de audiencias empezaron a llorar. Fue un momento muy particular. Yo no tengo conocimiento de otro juicio en México en donde, de pronto, se comience a hablar de espiritualidad y en el que incluso el juez retome el debate sobre la concepción del hombre más allá de la carne y los huesos, que se atreva a abordar la dimensión de lo trascendente.
Dos días antes de que José Campos cumpliera un año de encierro dentro del Reclusorio Norte, el juez José Rivas dictó sentencia a favor de su libertad y le otorgó la absolución por todos los cargos.
No fue fácil. En su defensa había participado el nutrido equipo legal de ICEERS, que buscó demostrar la inocencia de Campos por todas las vías posibles. Natalia Rebollo, abogada y coordinadora del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, testificó en más de una audiencia para argumentar que en ningún lugar de las normas mexicanas se especifica que la ayahuasca como compuesto vegetal sea ilegal. El farmacólogo José Carlos Bouso presentó todo tipo de evidencia e investigaciones científicas que buscaban demostrar que la ayahuasca no representa un riesgo para la salud pública. El antropólogo Mauricio Guzmán presentó un análisis de la cosmovisión amazónica en relación con la ayahuasca. Además, los abogados Alejandro Erreguerena y Manuel de León litigaron en cada una de las instancias por las que pasó el caso de don José, en coordinación con Ramos; mientras que Luisa Conesa, abogada constitucionalista, asesoraba la defensa en términos de derechos humanos. ICEERS incluso logró organizar un Foro Intercultural de Medicina Enteógena en el Senado de la República, para concientizar a los políticos sobre los últimos avances en torno a la ayahuasca y cómo es usada, con éxito, en el tratamiento de adicciones y casos severos de depresión o estrés postraumático.
No obstante, el juez decidió liberar a José Campos por la opción menos problemática:
—Formalmente, se resolvió que José había estado en un “error de prohibición”: que, al ser de nacionalidad peruana y dedicar toda su vida a la ayahuasca y no entenderla como una droga, etcétera, no era culpable de algún delito pues no sabía que su actuar estaba fuera del marco normativo de México. No quiso pronunciarse sobre el fondo del asunto.
He estado pensando sobre la experiencia que viví con la ayahuasca. En efecto, su consumo está cada vez más extendido. Basta una búsqueda en cualquier red social para encontrar ofertas de ceremonias. Es posible asistir a encuentros de una sola noche con un costo de dos mil a siete mil pesos, pero muchas de las personas con las que hablo coinciden en que la ayahuasca hace tiempo que alcanzó otras esferas.
—Es una estrategia —me dice alguien que suele consumir ayahuasca con Esther e Ismael—. Los taitas sienten que algo peligra con la destrucción acelerada del Amazonas, con el cambio climático en general. Es por eso que se han acercado a personas con capacidad de incidencia: desde políticos hasta personas con poder económico. He escuchado a varios taitas decir esto: son las órdenes de la planta.
Escucho variantes de este comentario en distintas bocas. Sin embargo, a pesar de la férrea defensa que existe en torno a la ayahuasca como una substancia medicinal, tampoco son pocas las suspicacias que desata el decomiso de ciento cuarenta kilos realizado por la Semar. A muchos les parece una falta de respeto que la ayahuasca sea transportada en esas cantidades. “Esa cantidad de ayahuasca equivale a más de una década de trabajo mío”, me dice otro facilitador que organiza ceremonias mensuales.
—La ayahuasca claro que conlleva un peligro, sobre todo cuando no se respeta el ayuno y se mezcla, por ejemplo, con medicamentos psiquiátricos —explica Ismael—. Sí existe un riesgo, como existe un riesgo al manejar un auto. Pero para manejar necesitas aprender, tiene luces intermitentes, retrovisores…
—Como en todos lados —secunda Esther—, aquí también abundan los charlatanes: gente que no sabe lo que está haciendo y que solo busca el lucro.
—Lo que nos preocupa es que, siempre que sucede algo, quien termina pagando es la planta, no la gente irresponsable.
Esther e Ismael entienden mis suspicacias. Me escuchan hablar del peligro de las sectas y de los riesgos de caer en un nuevo colonialismo o extractivismo cultural. Parecen acostumbrados a cuestionamientos similares.
—Son los taitas quienes eligen a quién enseñarle lo que saben —añade Esther—. Nosotros no estamos de acuerdo en que exista una industria de turismo psicodélico y en que se celebren ceremonias de manera irresponsable. Darle ayahuasca a alguien es asumir una responsabilidad de por vida con esa persona. Nosotros la asumimos: pasamos años con maestros ashaninkas aprendiendo cómo hacerlo de manera segura y con respeto.
La sentencia absolutoria ordenaba la libertad inmediata de José Campos. Pero él no salió de la cárcel sino hasta dos días después. Apenas le abrieron la puerta del reclusorio, fue detenido de nuevo por agentes migratorios. Como su pasaporte y el resto de sus documentos estaban retenidos por la Fiscalía de Distrito, fue trasladado a la estación migratoria Las Agujas en Iztapalapa.
El 12 de marzo, finalmente, consiguió su libertad: un par de agentes migratorios lo escoltaron de vuelta hasta el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y, después, hasta Lima, Perú.
Epílogo: la ayahuasca en la mañanera
Un par de semanas después, don José se presentó en una videoconferencia, junto a miembros del equipo del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca. Recordó sus días en la cárcel como una de las experiencias más intensas de su vida pero también como una bendición: una oportunidad para reforzar su conexión con la vida e intentar sanar —o al menos aliviar— a las personas recluidas.
—Para mí es muy importante ser coherente con mi trabajo y recordar que es un trabajo digno: se trata de ayudar a las personas —dijo en una transmisión llena de interferencias—. Yo defiendo esta causa con mi vida [...]. Pero el mismo juez nos recordó que la medicina, en manos que no sean las adecuadas, también puede hacer mucho daño. Y tiene razón. No es para jugar, es un asunto serio.
Pese a todo, el equipo de ICEERS piensa que el caso de don José puede sentar un precedente para el resto de curanderos que continúan presos por transportar ayahuasca en sus maletas. Y aunque las audiencias intermedias ya han comenzado en la mayoría de los casos, solo José Campos accedió a su derecho a juicio. El incidente de los ayahuasqueros presos, informa Natalia Rebollo, obligó al Fondo para la Defensa de la Ayahuasca a ponerse en contacto con senadores y diputados para impulsar una regulación que proteja y regule el uso de plantas medicinales por los distintos pueblos indígenas, tal como ya sucede con el pueblo wixárica y el uso del híkuri (peyote).
El pasado 4 de abril, en la conferencia matutina del presidente Andrés Manuel López Obrador, la titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana abordó el caso de los médicos ayahuasqueros presos. Rosa Icela Rodríguez prometió que, en los próximos días, Lauro Hinostroza García, otro de los médicos ayahuasqueros que fueron arrestados el año pasado, obtendría un “cambio de medida cautelar” que le devolvería su libertad. No es la primera vez que el tema se menciona en la mañanera: la ayahuasca parece estar hoy en día en boca de todos y sus emisarios están dispuestos a hacer todo lo necesario —política y espiritualmente— para defender sus dominios.
Con información de Ángel Huerta.
En medio de la controversia de las ocho personas detenidas en México por el transporte de ayahuasca, un reportero decidió ingerir la planta para documentar a la comunidad que la consume y que ha articulado una nueva cultura, contemporánea y cosmopolita, con abogados y empresarios que defienden, ante el sistema de justicia, el uso del brebaje amazónico.
Es un ejercicio de humildad, dicen.
A unos metros de mí, un joven empresario inmobiliario que está por abrir un nuevo hotel en la Riviera Maya intenta tomárselo con calma. Desde hace diez minutos no para de vomitar. No es el único. Más allá, una diseñadora de interiores lagrimea y tose después de vaciar todo el contenido de su estómago; tiene cerca de sesenta años y llegó aquí con su hijo: un instructor de surf que sueña con ganar el próximo campeonato en Puerto Vallarta. En una esquina, un chef nacido en la ciudad italiana de Gorizia, en la frontera con Eslovenia, respira hondo después de regurgitar con estruendo; se gana la vida cocinando la mitad del año para un par de multimillonarios en Texas. Un joven que no rebasa los treinta, pero que ya comanda una empresa que provee de infraestructura marítima a varias plataformas petroleras en Europa —en los últimos años, ha decidido invertir en gas natural—, bebe agua en abundancia para provocarse nuevas arcadas.
Es día de purga.
Estamos en un granero acondicionado como centro de ceremonias para ingerir ayahuasca: un potente brebaje psicotrópico compuesto por dos plantas que distintas tribus amazónicas consideran sagradas por sus propiedades medicinales. Las personas aquí reunidas, no más de veinte, llevan al menos una semana a dieta, sin carnes, azúcar, sal ni alcohol. Tampoco sexo. Hace unos momentos, ingirieron una decocción líquida de tabaco con el fin de inducir el vómito y terminar de limpiar su sistema digestivo antes de beber, mañana, la pócima sagrada.
Pocos de los presentes son novatos. Algunos han ingerido ayahuasca docenas de veces y, desde hace años, han incorporado algunos rituales indígenas a su muy occidental forma de vida.
Pero hoy cierta inquietud flota en el aire.
—Estamos bajo asedio —me confiará después Enrique, uno de los jóvenes empresarios que en este momento ejercita su humildad de rodillas, con escándalo y la cara hundida en su cubeta.
El año pasado, la Secretaría de Marina (Semar) asumió labores de seguridad en algunos puntos aduanales estratégicos. Mil quinientos elementos fueron desplegados tan solo en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Desde entonces, al menos ocho personas —cuatro mexicanas— han sido detenidas por introducir a territorio nacional ayahuasca en distintas cantidades.
Ahora, a principios de marzo, se lleva a cabo una de las audiencias en la que se decidirá si José Campos, curandero de la tribu indígena shipibo-konibo en Perú, es culpable de narcotráfico. Hace un año, el 9 de marzo de 2022, fue detenido por transportar cuatro kilos de ayahuasca en pasta dentro de su maleta.
Algunos de los presentes hoy, en la purga, son sus amigos cercanos, han bebido ayahuasca con él y colaboran de manera frecuente: la ceremonia de mañana será en honor a don José, me informan antes de colocar una cubeta de plástico frente a mí. Mi estómago comienza a burbujear.
Mal viaje en el aeropuerto
El pasado 8 de junio, tres hombres aterrizaron en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Arrastraban consigo dieciséis maletas que, apenas cruzaron por los rayos X, exaltaron a los inspectores. Contenían “144 bolsas transparentes con una sustancia color café”: 141 kilos de ayahuasca que fueron decomisados por la Semar y la Agencia Nacional de Aduanas de México.
Los tres responsables fueron enviados al Reclusorio Preventivo Varonil Sur ese mismo día. Dos de ellos tenían pasaporte mexicano y acompañaban a Eric Rosas da Cruz, un curandero con pasaporte brasileño y líder de la comunidad indígena note-koi. A la fecha, continúa en prisión preventiva y en espera de un traductor: no habla español y su lengua cuenta con menos de mil hablantes en todo el mundo. El curandero Claudino Pérez Torres, de la tribu indígena murui-huitoto de Colombia, ya permanecía privado de su libertad en ese momento. Fue detenido con tres kilos de ayahuasca, un día antes que José Campos.
La defensa de algunos de estos curanderos, taitas, chamanes o médicos tradicionales tuvo la asesoría del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, un programa de la fundación ICEERS: el Centro Internacional para la Investigación, Educación y Servicio Etnobotánicos, organización civil global dedicada al estudio de plantas con propiedades enteógenas o medicinales.
De acuerdo con los argumentos del ICEERS, la ayahuasca no es ilegal en México. Si bien uno de los componentes activos de la pasta de ayahuasca —la dimetiltriptamina (DMT)— sí está sujeto a control internacional, tal como dicta el Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de las Naciones Unidas de 1971, al cual se adhieren las leyes mexicanas, ni el Consejo para el Control de Narcóticos ni la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes contemplan la fiscalización internacional de plantas o compuestos vegetales que contengan DMT. Si un país decide prohibir el uso y la posesión de ayahuasca, según el ICEERS, debe hacerlo explícito en sus leyes locales, tal como lo han hecho Francia o Ucrania. Las leyes mexicanas cuentan con restricciones específicas respecto a los hongos alucinógenos y el peyote, diferenciadas de las sustancias activas: la psilocibina y la mezcalina.
Pero esta no es la primera vez que las autoridades aseguran el brebaje amazónico. Sin duda, las dieciséis maletas constituyen el decomiso más grande hasta el momento pero, según información de la Semar proporcionada a Gatopardo vía transparencia, en 2021 se registraron siete decomisos de ayahuasca en el aeropuerto: 67 kilos en total. Y en documentos judiciales existe constancia de algunos casos anteriores. En agosto de 2020, por ejemplo, las autoridades aduaneras embargaron cinco kilos de ayahuasca y fincaron una multa de veintisiete mil pesos contra la persona que la transportaba e intentaba hacerla pasar como un “pigmento orgánico para teñido de textiles”.
Las raíces de la euforia
En el principio fue el internet. Todo estaba en internet e internet estaba en todos lados. Tenía poco más de veinte años cuando David leyó y escuchó a ciertas celebridades de Hollywood hablar públicamente sobre la influencia de la ayahuasca en sus vidas.
—Matthew McConaughey decía que probó la planta en uno de los peores momentos de su vida y eso lo terminó convirtiendo en una mejor persona. Yo lo seguía a él muy de cerca y, desde ese momento, supe que yo quería eso. No es que yo estuviera en un mal momento pero… uno siempre puede ser mejor. Quiero ser la mejor versión de mí mismo todos los días. La ayahuasca me ayuda a eso.
Estamos en una hacienda en las afueras de la Ciudad de México, con los volcanes como telón de fondo. David pasará una semana en este retiro espiritual. Estudió Negocios Internacionales y, junto con otro de los participantes de este retiro, fundó hace años una empresa que pretende aprovechar las emisiones de gas natural en plataformas petroleras.
—Queremos recuperar ese gas natural: que no se queme, que no contamine —dice con un acento marcado del estado Nuevo León, al norte de México—. Queremos tomar lo que se está desperdiciando e inyectarlo en el mercado. Es una idea que se nos ocurrió aquí, en este lugar: después de tomar ayahuasca.
A la ayahuasca también se le conoce como yagé o daime, según la tradición o el país. Quizá los primeros entusiastas en reivindicar su uso desde la cultura pop fueron los escritores norteamericanos Allen Ginsberg y William Burroughs, atraídos por los rumores acerca de las habilidades telepáticas que la planta proveía a sus consumidores. Dejaron constancia de sus experiencias en el libro Cartas del yagé (Signos, 1971), en el que describen las complicaciones para obtenerla, su modo de preparación y los efectos de su ingesta.
Desde entonces la fama de esta substancia compuesta por la mezcla de una liana (ayahuasca) y un arbusto (chacruna) no ha hecho sino extenderse. Personalidades como Will Smith, Miley Cirus o Lindsay Lohan han admitido haber pasado al menos por una ceremonia de yagé. El empresario norteamericano Gerard Armond Powell ha invertido años en difundir los beneficios psicológicos de la planta, financiar investigaciones, proveer experiencias a casi cualquier interesado y, en fin, construir una industria.
En México, el año pasado, el rapero líder de Cártel de Santa confesó haber realizado su presentación en el Vive Latino de 2018 bajo el influjo de la ayahuasca. Pero el consumo de este enteógeno selvático parece haber enraizado también en otras comunidades, algunas alejadas de la farándula y los estereotipos hippies, pero cerca de ciertos círculos empresariales.
—La primera vez fue única. Acababa de fallecer mi abuela. Fui muy apegado a ella, toda la vida. Estaba nervioso. Entonces la sentí: su sutileza, su energía, toda ella se presentó. Hablamos, incluso bailamos. Desde entonces me dije: si la ayahuasca me presentó a la persona que más he querido en esta vida, me la puso enfrente de mí y me dejó despedirme, es porque es algo divino. Así, divino. Es magia.
Desde entonces David ha asistido a treinta y siete ceremonias más. Esta vez comenzará una dieta que consiste en ingerir solo agua y avena durante toda una semana, además de un par de onzas al día de un líquido verdoso: decocciones de árboles o hierbas específicas provenientes del Amazonas, palos maestros.
Por el retiro entero —que incluye la purga de tabaco, dos ceremonias de ayahuasca, temazcal, masaje terapéutico, un par de botellas de palos maestros y el hospedaje—, David pagó 35 mil pesos (poco menos de dos mil dólares).
—Vengo de una familia de médicos —explica—. Yo hace tiempo dejé de creer en los psiquiatras, en los psicólogos, en las farmacéuticas. ¿Cuánto cuesta una intervención en un hospital privado? El verdadero negocio está allí: ellos necesitan que tú estés enfermo. Con la planta no es así. ¿Por qué? Porque ella te muestra la raíz de las enfermedades: el agua que tomamos, el aire que respiramos, la comida que comemos y la gente de la que nos rodeamos. Y esa es también la medicina. Creo en eso, pues.
Derechos ancestrales
Don José Campos fue detenido por una teniente de la Semar en la sala 4 de la terminal 2 del AICM. Faltaban quince minutos para las tres de la tarde. Era miércoles, 9 de marzo de 2022. Seis horas antes su avión había despegado desde la ciudad de Lima, Perú, con dirección a la capital de México.
Cuando el personal de aduanas manifestó su extrañamiento por la “sustancia pastosa” contenida en cuatro bolsas de plástico dentro de su maleta, Campos no mintió: dijo que era medicina, ayahuasca, una sustancia que en su tierra es reconocida como patrimonio cultural de la nación. Dos días después ya estaba durmiendo en el Reclusorio Norte.
—El caso de José Campos representa casi una radiografía de nuestro sistema jurídico: la falta de justicia pronta y expedita y lo escandaloso del mecanismo de prisión preventiva oficiosa, que puede privar de su libertad a alguien inocente sin un juicio de por medio.
Quien habla es el abogado Pepe Ramos, quien, con la asesoría del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, coordinó la defensa de Campos. De ser declarado culpable del delito de “daños contra la salud, en modalidad de introducción del psicotrópico dimetiltriptamina (DMT)”, el curandero enfrentaría una pena de hasta veinticinco años de prisión.
El proceso ha sido lento, espinoso. En total, me cuenta, su defensa ha interpuesto tres amparos y dos recursos de revisión para impulsar su libertad o, por lo menos, acelerar los trámites. “En más de una ocasión, los tribunales rebasaron los plazos de tiempo estipulados por los códigos de procedimientos penales” argumentando que la contingencia por covid-19 había generado un enorme rezago en miles de casos y en enero, a diez meses de su detención, aún no había accedido a su derecho a juicio.
Durante todos esos meses, la defensa esgrimió sus argumentos: que, como compuesto vegetal, la ayahuasca no estaba fiscalizada por los tratados internacionales; que usada en la forma tradicional indígena no constituía un “riesgo a la salud”, pues sus beneficios ya son aprovechados y reconocidos por la ciencia; que, en tanto integrante y curandero de la etnia shipibo-konibo, estaba autorizado a viajar con la planta de acuerdo con el Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes, adoptado en Ginebra, Suiza, en 1989.
Las primeras resoluciones no brindaban esperanza. En la sentencia de apelación contra la vinculación a proceso, emitida el 6 de junio pasado, la magistrada del tribunal unitario no encontró diferencias entre el compuesto de ayahuasca y el DMT. Argumentó, además, que los derechos indígenas no se traducían en un permiso para introducir “a los países extranjeros sus medicinas ancestrales” y desestimó las voces de los compatriotas de Campos, presentadas como pruebas testimoniales, porque no acudieron de manera presencial.
Todo cambió cuando un perfil insólito se integró al equipo de defensa. Alguien que había militado en el Partido Acción Nacional durante el periodo más crudo de la “guerra contra el narcotráfico” y que, durante dos años, se desempeñó como secretario de Gobernación durante el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa: Fernando Gómez Mont, abogado penalista famoso por haber defendido a Raúl Salinas de Gortari y a Rogelio Montemayor, exdirector de Pemex acusado de desvío de recursos, entre otros casos.
—Yo reconozco que me preocupé… por todos estos antecedentes —confiesa Ramos—. Fue una mera casualidad: alguien del equipo de defensa lo conocía y él se interesó. Sin duda, Gómez Mont es una institución en cuanto a derecho penal en México y sí llamó la atención de los jueces saber que él estaba en esta causa. Sorprendentemente, contra todos mis prejuicios, yo me encontré con una persona sensible, alguien que desde el principio entendió la complejidad del problema.
Lianas y enredaderas a la medianoche
Un sabor casi metálico, terroso. El líquido aceita mis labios y resbala por mi garganta sin dificultad, como una serpiente hacia su madriguera.
Enfrente de mí, Esther e Ismael —los facilitadores— me miran con una tierna sonrisa alienígena. Están rodeados de tambores e instrumentos musicales con los que conducirán el rito. Ambos visten cushmas: una especie de toga peruana decorada con motivos de los pueblos amazónicos. Soplan tabaco a mi alrededor.
Han pasado largas temporadas en el Amazonas. Han bebido ayahuasca cientos de veces con curanderos ashaninkas y shipibos, han aprendido sus tradiciones después de largas estancias en la selva. Con José Campos, por ejemplo, han tejido una amistad de años e incluso han obtenido el permiso de usar su propio centro ceremonial en Perú.
—La gente piensa en la ayahuasca como una planta y un ritual aislado —me dice Ismael—. Pero es solo una parte. Es todo un estilo de vida. Es la purga de tabaco, el rapé, el ayuno, los palos y toda la cultura amazónica que nos enseña a vivir de otra forma.
Esther e Ismael han aprendido a entender lo que ellos llaman el espíritu de las plantas, más allá de los efectos inmediatos de la ayahuasca y su ceremonia. Desde los beneficios del ayuno, de ingerir durante semanas solo concentrados de tamamuri, came renaco, chiric sadango, bobinsana, camalonga u otros palos maestros. Beber estos concentrados vegetales es, para ellos, una forma de recibir un mensaje que puede sintonizarse gracias a la ayahuasca. Están convencidos de que es posible una comunicación interespecie capaz de conectarnos con el reino vegetal.
Es medianoche en la maloca, el granero acondicionado como centro ceremonial. Los techos altos han sido cubiertos con paneles de absorción de sonido para generar la acústica adecuada para la experiencia. Al centro, suspendido del techo, hay un enorme quiote de maguey de cinco o seis de altura. La misma veintena de personas que ayer purgaron su estómago, hoy se dejan llevar por el arrullo de la planta.
Un nudo pesado comienza a formarse en mi estómago: como si hubiera comido un pedazo de plomo imposible de digerir, como si mis vísceras se hubieran anudado en un coágulo apretado y oscuro. Ismael y Esther entonan una interminable letanía compuesta de distintos icaros, que es como las tribus amazónicas llaman a sus cantos rituales. No hay palabras de por medio ni nada que pueda despertar una imagen mental: solo breves melodías que se repiten y se enredan en una hipnosis fluctuante que invade el aire como una enredadera.
Ismael hace sonar los tambores. Un udongo nigeriano, un daf y un ghaval de Medio Oriente. Es músico de profesión y pasó varios años en la India, donde se especializó en distintas técnicas percutivas. Esther hace sonar algunos cuencos, un arpa de boca, releva a Ismael en los icaros o entrelaza su voz con la suya.
El resultado es un concierto de cuatro horas, sin tregua, una música que se va infiltrando en mi conciencia. Sin duda, en términos estéticos, podría tratarse de una experiencia exquisita —bella—, salvo por un inconveniente: los efectos de la ayahuasca distan de ser placenteros. Difícilmente podría compararse con la psicodelia lisérgica. “No es una experiencia lúdica”, me advirtió Ismael con enfado cuando le mencioné la popularidad de la ayahuasca entre las celebridades.
El sueño y el cansancio desaparecen por completo y los pensamientos crecen en multitud como una selva fértil, desbordada. Una lluvia de recuerdos —los más placenteros, los más dolorosos— comienza a inundar mi mente. Es como si mi pensamiento, mi lenguaje o mis palabras de pronto cobraran conciencia de sí mismas y se rebelaran contra mí.
No puedo evitar reparar en la gente a mi alrededor. Esos cuerpos envueltos en cobijas como pequeños capullos esperando la metamorfosis. En los pocos días que me permiten documentar sus prácticas me han compartido todo tipo de historias personales, con la condición de que no revele sus nombres reales. Pienso en el empresario inmobiliario a quien la ayahuasca lo obligó a renunciar a un gigantesco negocio en una empresa de microcréditos que había fundado: “los microcréditos son una estafa para la gente más pobre, no quise más participar en eso”. O en el chef italiano a quien la ayahuasca le ayudó a escapar de la depresión y las adicciones: “estaba en la ruta a un suicidio seguro”. De no ser por estas ceremonias, quizás el futuro campeón de surf jamás habría perdonado los malos tratos que recibió de su padre cuando era niño y su madre, la diseñadora de interiores, insiste en que sin estos rituales no se habría recuperado de un cáncer de matriz que le atenazaba el cuerpo. Hablar con familiares muertos, de manera lúcida y vívida, es una experiencia compartida.
—Sabemos que es un precio alto, sí —me dijo Esther esta mañana—. Pero esto no es un negocio: es un servicio. Hemos invertido más de una década en esto, en aprender a hacerlo bien. En reconocer también a nuestros maestros. Traer una planta desde Perú, cuesta. Acondicionar un espacio como este, cuesta. Hemos renunciado a nuestras vidas y a otros negocios por esto. Y, sin embargo, buscamos siempre la manera de hacerlo accesible: siempre recibimos a una o dos personas que no pueden pagar. De eso se trata: no queremos ser una élite, queremos ser una comunidad que ayuda. Nos ha pasado más de una vez que los empresarios a quienes les damos ayahuasca pagan después la ceremonia para sus empleados.
Comienzo a desesperarme: el dolor en mi estómago se endurece y cada vez me siento más incómodo. Cambio de postura una y otra vez para intentar deshacer el nudo en mis tripas pero es inútil. En cambio, un pensamiento comienza a germinar en mi mente: la aguda certeza de que estoy a punto de morir. Intento tranquilizarme y recuerdo que la dimetiltriptamina es una sustancia que segregan los seres humanos de manera natural a través de su glándula pineal. Según algunos científicos, el DMT es una de las sustancias responsables de moldear la materia de nuestros sueños y hay quienes afirman —aunque no ha sido comprobado plenamente— que invade nuestro cerebro en el momento exacto de nuestra muerte.
Mas ninguna explicación lógica se mantiene en pie. Mi conciencia es un río rápido cruzado por ráfagas de ideas aleatorias y sueños que se esfuman apenas nacen. Reparo en el canto de los grillos y las cigarras allá afuera, en la noche que se entrecruza con los icaros que suenan en la maloca. Mi oído se agudiza y es capaz de distinguir cómo las voces de Esther e Ismael rebotan contra la textura de los muros, ramificándose en distintas direcciones; otras voces, más agudas y pequeñas, comienzan a acompañarles. Me entretengo a la fascinación del fenómeno sonoro y entonces veo cómo la oscuridad comienza a moverse al ritmo del sonido, como un oleaje, como si estos cantos tuvieran la capacidad de “alterar el tejido mismo de la realidad” —esas palabras aparecen en mi cabeza como si alguien más las hubiera depositado allí.
Intento calmarme, respirar. El dolor de estómago no amaina; al contrario, cobra vida propia hasta convertirse en una metáfora de todo aquello que me incomoda de mí mismo: la muerte que anida en mí.
La visión dura apenas un instante, tal vez no más de un minuto: lianas y enredaderas crecen a mi alrededor, flores prehistóricas se abren en cada rincón de la oscuridad. El zumbido de los insectos me rodea y un follaje extiende sus espinas, sus bocas, plantas carnívoras fosforescen a mi alrededor. Soy su alimento: fertilizante, abono humano.
Libertad con tropiezos
El 7 de marzo pasado, antes de dictar sentencia, el juez de distrito José Rivas González le preguntó al curandero José Campos, de 64 años, si quería decir algunas palabras. El abogado Pepe Ramos lo recuerda así:
—Don José pidió permiso para entonar un canto y ahí fue que se aventó un icaro hermosísimo. En ese momento muchos de los que estaban en la sala de audiencias empezaron a llorar. Fue un momento muy particular. Yo no tengo conocimiento de otro juicio en México en donde, de pronto, se comience a hablar de espiritualidad y en el que incluso el juez retome el debate sobre la concepción del hombre más allá de la carne y los huesos, que se atreva a abordar la dimensión de lo trascendente.
Dos días antes de que José Campos cumpliera un año de encierro dentro del Reclusorio Norte, el juez José Rivas dictó sentencia a favor de su libertad y le otorgó la absolución por todos los cargos.
No fue fácil. En su defensa había participado el nutrido equipo legal de ICEERS, que buscó demostrar la inocencia de Campos por todas las vías posibles. Natalia Rebollo, abogada y coordinadora del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, testificó en más de una audiencia para argumentar que en ningún lugar de las normas mexicanas se especifica que la ayahuasca como compuesto vegetal sea ilegal. El farmacólogo José Carlos Bouso presentó todo tipo de evidencia e investigaciones científicas que buscaban demostrar que la ayahuasca no representa un riesgo para la salud pública. El antropólogo Mauricio Guzmán presentó un análisis de la cosmovisión amazónica en relación con la ayahuasca. Además, los abogados Alejandro Erreguerena y Manuel de León litigaron en cada una de las instancias por las que pasó el caso de don José, en coordinación con Ramos; mientras que Luisa Conesa, abogada constitucionalista, asesoraba la defensa en términos de derechos humanos. ICEERS incluso logró organizar un Foro Intercultural de Medicina Enteógena en el Senado de la República, para concientizar a los políticos sobre los últimos avances en torno a la ayahuasca y cómo es usada, con éxito, en el tratamiento de adicciones y casos severos de depresión o estrés postraumático.
No obstante, el juez decidió liberar a José Campos por la opción menos problemática:
—Formalmente, se resolvió que José había estado en un “error de prohibición”: que, al ser de nacionalidad peruana y dedicar toda su vida a la ayahuasca y no entenderla como una droga, etcétera, no era culpable de algún delito pues no sabía que su actuar estaba fuera del marco normativo de México. No quiso pronunciarse sobre el fondo del asunto.
He estado pensando sobre la experiencia que viví con la ayahuasca. En efecto, su consumo está cada vez más extendido. Basta una búsqueda en cualquier red social para encontrar ofertas de ceremonias. Es posible asistir a encuentros de una sola noche con un costo de dos mil a siete mil pesos, pero muchas de las personas con las que hablo coinciden en que la ayahuasca hace tiempo que alcanzó otras esferas.
—Es una estrategia —me dice alguien que suele consumir ayahuasca con Esther e Ismael—. Los taitas sienten que algo peligra con la destrucción acelerada del Amazonas, con el cambio climático en general. Es por eso que se han acercado a personas con capacidad de incidencia: desde políticos hasta personas con poder económico. He escuchado a varios taitas decir esto: son las órdenes de la planta.
Escucho variantes de este comentario en distintas bocas. Sin embargo, a pesar de la férrea defensa que existe en torno a la ayahuasca como una substancia medicinal, tampoco son pocas las suspicacias que desata el decomiso de ciento cuarenta kilos realizado por la Semar. A muchos les parece una falta de respeto que la ayahuasca sea transportada en esas cantidades. “Esa cantidad de ayahuasca equivale a más de una década de trabajo mío”, me dice otro facilitador que organiza ceremonias mensuales.
—La ayahuasca claro que conlleva un peligro, sobre todo cuando no se respeta el ayuno y se mezcla, por ejemplo, con medicamentos psiquiátricos —explica Ismael—. Sí existe un riesgo, como existe un riesgo al manejar un auto. Pero para manejar necesitas aprender, tiene luces intermitentes, retrovisores…
—Como en todos lados —secunda Esther—, aquí también abundan los charlatanes: gente que no sabe lo que está haciendo y que solo busca el lucro.
—Lo que nos preocupa es que, siempre que sucede algo, quien termina pagando es la planta, no la gente irresponsable.
Esther e Ismael entienden mis suspicacias. Me escuchan hablar del peligro de las sectas y de los riesgos de caer en un nuevo colonialismo o extractivismo cultural. Parecen acostumbrados a cuestionamientos similares.
—Son los taitas quienes eligen a quién enseñarle lo que saben —añade Esther—. Nosotros no estamos de acuerdo en que exista una industria de turismo psicodélico y en que se celebren ceremonias de manera irresponsable. Darle ayahuasca a alguien es asumir una responsabilidad de por vida con esa persona. Nosotros la asumimos: pasamos años con maestros ashaninkas aprendiendo cómo hacerlo de manera segura y con respeto.
La sentencia absolutoria ordenaba la libertad inmediata de José Campos. Pero él no salió de la cárcel sino hasta dos días después. Apenas le abrieron la puerta del reclusorio, fue detenido de nuevo por agentes migratorios. Como su pasaporte y el resto de sus documentos estaban retenidos por la Fiscalía de Distrito, fue trasladado a la estación migratoria Las Agujas en Iztapalapa.
El 12 de marzo, finalmente, consiguió su libertad: un par de agentes migratorios lo escoltaron de vuelta hasta el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y, después, hasta Lima, Perú.
Epílogo: la ayahuasca en la mañanera
Un par de semanas después, don José se presentó en una videoconferencia, junto a miembros del equipo del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca. Recordó sus días en la cárcel como una de las experiencias más intensas de su vida pero también como una bendición: una oportunidad para reforzar su conexión con la vida e intentar sanar —o al menos aliviar— a las personas recluidas.
—Para mí es muy importante ser coherente con mi trabajo y recordar que es un trabajo digno: se trata de ayudar a las personas —dijo en una transmisión llena de interferencias—. Yo defiendo esta causa con mi vida [...]. Pero el mismo juez nos recordó que la medicina, en manos que no sean las adecuadas, también puede hacer mucho daño. Y tiene razón. No es para jugar, es un asunto serio.
Pese a todo, el equipo de ICEERS piensa que el caso de don José puede sentar un precedente para el resto de curanderos que continúan presos por transportar ayahuasca en sus maletas. Y aunque las audiencias intermedias ya han comenzado en la mayoría de los casos, solo José Campos accedió a su derecho a juicio. El incidente de los ayahuasqueros presos, informa Natalia Rebollo, obligó al Fondo para la Defensa de la Ayahuasca a ponerse en contacto con senadores y diputados para impulsar una regulación que proteja y regule el uso de plantas medicinales por los distintos pueblos indígenas, tal como ya sucede con el pueblo wixárica y el uso del híkuri (peyote).
El pasado 4 de abril, en la conferencia matutina del presidente Andrés Manuel López Obrador, la titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana abordó el caso de los médicos ayahuasqueros presos. Rosa Icela Rodríguez prometió que, en los próximos días, Lauro Hinostroza García, otro de los médicos ayahuasqueros que fueron arrestados el año pasado, obtendría un “cambio de medida cautelar” que le devolvería su libertad. No es la primera vez que el tema se menciona en la mañanera: la ayahuasca parece estar hoy en día en boca de todos y sus emisarios están dispuestos a hacer todo lo necesario —política y espiritualmente— para defender sus dominios.
Con información de Ángel Huerta.
Ilustración de Fernanda Jiménez.
En medio de la controversia de las ocho personas detenidas en México por el transporte de ayahuasca, un reportero decidió ingerir la planta para documentar a la comunidad que la consume y que ha articulado una nueva cultura, contemporánea y cosmopolita, con abogados y empresarios que defienden, ante el sistema de justicia, el uso del brebaje amazónico.
Es un ejercicio de humildad, dicen.
A unos metros de mí, un joven empresario inmobiliario que está por abrir un nuevo hotel en la Riviera Maya intenta tomárselo con calma. Desde hace diez minutos no para de vomitar. No es el único. Más allá, una diseñadora de interiores lagrimea y tose después de vaciar todo el contenido de su estómago; tiene cerca de sesenta años y llegó aquí con su hijo: un instructor de surf que sueña con ganar el próximo campeonato en Puerto Vallarta. En una esquina, un chef nacido en la ciudad italiana de Gorizia, en la frontera con Eslovenia, respira hondo después de regurgitar con estruendo; se gana la vida cocinando la mitad del año para un par de multimillonarios en Texas. Un joven que no rebasa los treinta, pero que ya comanda una empresa que provee de infraestructura marítima a varias plataformas petroleras en Europa —en los últimos años, ha decidido invertir en gas natural—, bebe agua en abundancia para provocarse nuevas arcadas.
Es día de purga.
Estamos en un granero acondicionado como centro de ceremonias para ingerir ayahuasca: un potente brebaje psicotrópico compuesto por dos plantas que distintas tribus amazónicas consideran sagradas por sus propiedades medicinales. Las personas aquí reunidas, no más de veinte, llevan al menos una semana a dieta, sin carnes, azúcar, sal ni alcohol. Tampoco sexo. Hace unos momentos, ingirieron una decocción líquida de tabaco con el fin de inducir el vómito y terminar de limpiar su sistema digestivo antes de beber, mañana, la pócima sagrada.
Pocos de los presentes son novatos. Algunos han ingerido ayahuasca docenas de veces y, desde hace años, han incorporado algunos rituales indígenas a su muy occidental forma de vida.
Pero hoy cierta inquietud flota en el aire.
—Estamos bajo asedio —me confiará después Enrique, uno de los jóvenes empresarios que en este momento ejercita su humildad de rodillas, con escándalo y la cara hundida en su cubeta.
El año pasado, la Secretaría de Marina (Semar) asumió labores de seguridad en algunos puntos aduanales estratégicos. Mil quinientos elementos fueron desplegados tan solo en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Desde entonces, al menos ocho personas —cuatro mexicanas— han sido detenidas por introducir a territorio nacional ayahuasca en distintas cantidades.
Ahora, a principios de marzo, se lleva a cabo una de las audiencias en la que se decidirá si José Campos, curandero de la tribu indígena shipibo-konibo en Perú, es culpable de narcotráfico. Hace un año, el 9 de marzo de 2022, fue detenido por transportar cuatro kilos de ayahuasca en pasta dentro de su maleta.
Algunos de los presentes hoy, en la purga, son sus amigos cercanos, han bebido ayahuasca con él y colaboran de manera frecuente: la ceremonia de mañana será en honor a don José, me informan antes de colocar una cubeta de plástico frente a mí. Mi estómago comienza a burbujear.
Mal viaje en el aeropuerto
El pasado 8 de junio, tres hombres aterrizaron en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Arrastraban consigo dieciséis maletas que, apenas cruzaron por los rayos X, exaltaron a los inspectores. Contenían “144 bolsas transparentes con una sustancia color café”: 141 kilos de ayahuasca que fueron decomisados por la Semar y la Agencia Nacional de Aduanas de México.
Los tres responsables fueron enviados al Reclusorio Preventivo Varonil Sur ese mismo día. Dos de ellos tenían pasaporte mexicano y acompañaban a Eric Rosas da Cruz, un curandero con pasaporte brasileño y líder de la comunidad indígena note-koi. A la fecha, continúa en prisión preventiva y en espera de un traductor: no habla español y su lengua cuenta con menos de mil hablantes en todo el mundo. El curandero Claudino Pérez Torres, de la tribu indígena murui-huitoto de Colombia, ya permanecía privado de su libertad en ese momento. Fue detenido con tres kilos de ayahuasca, un día antes que José Campos.
La defensa de algunos de estos curanderos, taitas, chamanes o médicos tradicionales tuvo la asesoría del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, un programa de la fundación ICEERS: el Centro Internacional para la Investigación, Educación y Servicio Etnobotánicos, organización civil global dedicada al estudio de plantas con propiedades enteógenas o medicinales.
De acuerdo con los argumentos del ICEERS, la ayahuasca no es ilegal en México. Si bien uno de los componentes activos de la pasta de ayahuasca —la dimetiltriptamina (DMT)— sí está sujeto a control internacional, tal como dicta el Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de las Naciones Unidas de 1971, al cual se adhieren las leyes mexicanas, ni el Consejo para el Control de Narcóticos ni la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes contemplan la fiscalización internacional de plantas o compuestos vegetales que contengan DMT. Si un país decide prohibir el uso y la posesión de ayahuasca, según el ICEERS, debe hacerlo explícito en sus leyes locales, tal como lo han hecho Francia o Ucrania. Las leyes mexicanas cuentan con restricciones específicas respecto a los hongos alucinógenos y el peyote, diferenciadas de las sustancias activas: la psilocibina y la mezcalina.
Pero esta no es la primera vez que las autoridades aseguran el brebaje amazónico. Sin duda, las dieciséis maletas constituyen el decomiso más grande hasta el momento pero, según información de la Semar proporcionada a Gatopardo vía transparencia, en 2021 se registraron siete decomisos de ayahuasca en el aeropuerto: 67 kilos en total. Y en documentos judiciales existe constancia de algunos casos anteriores. En agosto de 2020, por ejemplo, las autoridades aduaneras embargaron cinco kilos de ayahuasca y fincaron una multa de veintisiete mil pesos contra la persona que la transportaba e intentaba hacerla pasar como un “pigmento orgánico para teñido de textiles”.
Las raíces de la euforia
En el principio fue el internet. Todo estaba en internet e internet estaba en todos lados. Tenía poco más de veinte años cuando David leyó y escuchó a ciertas celebridades de Hollywood hablar públicamente sobre la influencia de la ayahuasca en sus vidas.
—Matthew McConaughey decía que probó la planta en uno de los peores momentos de su vida y eso lo terminó convirtiendo en una mejor persona. Yo lo seguía a él muy de cerca y, desde ese momento, supe que yo quería eso. No es que yo estuviera en un mal momento pero… uno siempre puede ser mejor. Quiero ser la mejor versión de mí mismo todos los días. La ayahuasca me ayuda a eso.
Estamos en una hacienda en las afueras de la Ciudad de México, con los volcanes como telón de fondo. David pasará una semana en este retiro espiritual. Estudió Negocios Internacionales y, junto con otro de los participantes de este retiro, fundó hace años una empresa que pretende aprovechar las emisiones de gas natural en plataformas petroleras.
—Queremos recuperar ese gas natural: que no se queme, que no contamine —dice con un acento marcado del estado Nuevo León, al norte de México—. Queremos tomar lo que se está desperdiciando e inyectarlo en el mercado. Es una idea que se nos ocurrió aquí, en este lugar: después de tomar ayahuasca.
A la ayahuasca también se le conoce como yagé o daime, según la tradición o el país. Quizá los primeros entusiastas en reivindicar su uso desde la cultura pop fueron los escritores norteamericanos Allen Ginsberg y William Burroughs, atraídos por los rumores acerca de las habilidades telepáticas que la planta proveía a sus consumidores. Dejaron constancia de sus experiencias en el libro Cartas del yagé (Signos, 1971), en el que describen las complicaciones para obtenerla, su modo de preparación y los efectos de su ingesta.
Desde entonces la fama de esta substancia compuesta por la mezcla de una liana (ayahuasca) y un arbusto (chacruna) no ha hecho sino extenderse. Personalidades como Will Smith, Miley Cirus o Lindsay Lohan han admitido haber pasado al menos por una ceremonia de yagé. El empresario norteamericano Gerard Armond Powell ha invertido años en difundir los beneficios psicológicos de la planta, financiar investigaciones, proveer experiencias a casi cualquier interesado y, en fin, construir una industria.
En México, el año pasado, el rapero líder de Cártel de Santa confesó haber realizado su presentación en el Vive Latino de 2018 bajo el influjo de la ayahuasca. Pero el consumo de este enteógeno selvático parece haber enraizado también en otras comunidades, algunas alejadas de la farándula y los estereotipos hippies, pero cerca de ciertos círculos empresariales.
—La primera vez fue única. Acababa de fallecer mi abuela. Fui muy apegado a ella, toda la vida. Estaba nervioso. Entonces la sentí: su sutileza, su energía, toda ella se presentó. Hablamos, incluso bailamos. Desde entonces me dije: si la ayahuasca me presentó a la persona que más he querido en esta vida, me la puso enfrente de mí y me dejó despedirme, es porque es algo divino. Así, divino. Es magia.
Desde entonces David ha asistido a treinta y siete ceremonias más. Esta vez comenzará una dieta que consiste en ingerir solo agua y avena durante toda una semana, además de un par de onzas al día de un líquido verdoso: decocciones de árboles o hierbas específicas provenientes del Amazonas, palos maestros.
Por el retiro entero —que incluye la purga de tabaco, dos ceremonias de ayahuasca, temazcal, masaje terapéutico, un par de botellas de palos maestros y el hospedaje—, David pagó 35 mil pesos (poco menos de dos mil dólares).
—Vengo de una familia de médicos —explica—. Yo hace tiempo dejé de creer en los psiquiatras, en los psicólogos, en las farmacéuticas. ¿Cuánto cuesta una intervención en un hospital privado? El verdadero negocio está allí: ellos necesitan que tú estés enfermo. Con la planta no es así. ¿Por qué? Porque ella te muestra la raíz de las enfermedades: el agua que tomamos, el aire que respiramos, la comida que comemos y la gente de la que nos rodeamos. Y esa es también la medicina. Creo en eso, pues.
Derechos ancestrales
Don José Campos fue detenido por una teniente de la Semar en la sala 4 de la terminal 2 del AICM. Faltaban quince minutos para las tres de la tarde. Era miércoles, 9 de marzo de 2022. Seis horas antes su avión había despegado desde la ciudad de Lima, Perú, con dirección a la capital de México.
Cuando el personal de aduanas manifestó su extrañamiento por la “sustancia pastosa” contenida en cuatro bolsas de plástico dentro de su maleta, Campos no mintió: dijo que era medicina, ayahuasca, una sustancia que en su tierra es reconocida como patrimonio cultural de la nación. Dos días después ya estaba durmiendo en el Reclusorio Norte.
—El caso de José Campos representa casi una radiografía de nuestro sistema jurídico: la falta de justicia pronta y expedita y lo escandaloso del mecanismo de prisión preventiva oficiosa, que puede privar de su libertad a alguien inocente sin un juicio de por medio.
Quien habla es el abogado Pepe Ramos, quien, con la asesoría del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, coordinó la defensa de Campos. De ser declarado culpable del delito de “daños contra la salud, en modalidad de introducción del psicotrópico dimetiltriptamina (DMT)”, el curandero enfrentaría una pena de hasta veinticinco años de prisión.
El proceso ha sido lento, espinoso. En total, me cuenta, su defensa ha interpuesto tres amparos y dos recursos de revisión para impulsar su libertad o, por lo menos, acelerar los trámites. “En más de una ocasión, los tribunales rebasaron los plazos de tiempo estipulados por los códigos de procedimientos penales” argumentando que la contingencia por covid-19 había generado un enorme rezago en miles de casos y en enero, a diez meses de su detención, aún no había accedido a su derecho a juicio.
Durante todos esos meses, la defensa esgrimió sus argumentos: que, como compuesto vegetal, la ayahuasca no estaba fiscalizada por los tratados internacionales; que usada en la forma tradicional indígena no constituía un “riesgo a la salud”, pues sus beneficios ya son aprovechados y reconocidos por la ciencia; que, en tanto integrante y curandero de la etnia shipibo-konibo, estaba autorizado a viajar con la planta de acuerdo con el Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes, adoptado en Ginebra, Suiza, en 1989.
Las primeras resoluciones no brindaban esperanza. En la sentencia de apelación contra la vinculación a proceso, emitida el 6 de junio pasado, la magistrada del tribunal unitario no encontró diferencias entre el compuesto de ayahuasca y el DMT. Argumentó, además, que los derechos indígenas no se traducían en un permiso para introducir “a los países extranjeros sus medicinas ancestrales” y desestimó las voces de los compatriotas de Campos, presentadas como pruebas testimoniales, porque no acudieron de manera presencial.
Todo cambió cuando un perfil insólito se integró al equipo de defensa. Alguien que había militado en el Partido Acción Nacional durante el periodo más crudo de la “guerra contra el narcotráfico” y que, durante dos años, se desempeñó como secretario de Gobernación durante el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa: Fernando Gómez Mont, abogado penalista famoso por haber defendido a Raúl Salinas de Gortari y a Rogelio Montemayor, exdirector de Pemex acusado de desvío de recursos, entre otros casos.
—Yo reconozco que me preocupé… por todos estos antecedentes —confiesa Ramos—. Fue una mera casualidad: alguien del equipo de defensa lo conocía y él se interesó. Sin duda, Gómez Mont es una institución en cuanto a derecho penal en México y sí llamó la atención de los jueces saber que él estaba en esta causa. Sorprendentemente, contra todos mis prejuicios, yo me encontré con una persona sensible, alguien que desde el principio entendió la complejidad del problema.
Lianas y enredaderas a la medianoche
Un sabor casi metálico, terroso. El líquido aceita mis labios y resbala por mi garganta sin dificultad, como una serpiente hacia su madriguera.
Enfrente de mí, Esther e Ismael —los facilitadores— me miran con una tierna sonrisa alienígena. Están rodeados de tambores e instrumentos musicales con los que conducirán el rito. Ambos visten cushmas: una especie de toga peruana decorada con motivos de los pueblos amazónicos. Soplan tabaco a mi alrededor.
Han pasado largas temporadas en el Amazonas. Han bebido ayahuasca cientos de veces con curanderos ashaninkas y shipibos, han aprendido sus tradiciones después de largas estancias en la selva. Con José Campos, por ejemplo, han tejido una amistad de años e incluso han obtenido el permiso de usar su propio centro ceremonial en Perú.
—La gente piensa en la ayahuasca como una planta y un ritual aislado —me dice Ismael—. Pero es solo una parte. Es todo un estilo de vida. Es la purga de tabaco, el rapé, el ayuno, los palos y toda la cultura amazónica que nos enseña a vivir de otra forma.
Esther e Ismael han aprendido a entender lo que ellos llaman el espíritu de las plantas, más allá de los efectos inmediatos de la ayahuasca y su ceremonia. Desde los beneficios del ayuno, de ingerir durante semanas solo concentrados de tamamuri, came renaco, chiric sadango, bobinsana, camalonga u otros palos maestros. Beber estos concentrados vegetales es, para ellos, una forma de recibir un mensaje que puede sintonizarse gracias a la ayahuasca. Están convencidos de que es posible una comunicación interespecie capaz de conectarnos con el reino vegetal.
Es medianoche en la maloca, el granero acondicionado como centro ceremonial. Los techos altos han sido cubiertos con paneles de absorción de sonido para generar la acústica adecuada para la experiencia. Al centro, suspendido del techo, hay un enorme quiote de maguey de cinco o seis de altura. La misma veintena de personas que ayer purgaron su estómago, hoy se dejan llevar por el arrullo de la planta.
Un nudo pesado comienza a formarse en mi estómago: como si hubiera comido un pedazo de plomo imposible de digerir, como si mis vísceras se hubieran anudado en un coágulo apretado y oscuro. Ismael y Esther entonan una interminable letanía compuesta de distintos icaros, que es como las tribus amazónicas llaman a sus cantos rituales. No hay palabras de por medio ni nada que pueda despertar una imagen mental: solo breves melodías que se repiten y se enredan en una hipnosis fluctuante que invade el aire como una enredadera.
Ismael hace sonar los tambores. Un udongo nigeriano, un daf y un ghaval de Medio Oriente. Es músico de profesión y pasó varios años en la India, donde se especializó en distintas técnicas percutivas. Esther hace sonar algunos cuencos, un arpa de boca, releva a Ismael en los icaros o entrelaza su voz con la suya.
El resultado es un concierto de cuatro horas, sin tregua, una música que se va infiltrando en mi conciencia. Sin duda, en términos estéticos, podría tratarse de una experiencia exquisita —bella—, salvo por un inconveniente: los efectos de la ayahuasca distan de ser placenteros. Difícilmente podría compararse con la psicodelia lisérgica. “No es una experiencia lúdica”, me advirtió Ismael con enfado cuando le mencioné la popularidad de la ayahuasca entre las celebridades.
El sueño y el cansancio desaparecen por completo y los pensamientos crecen en multitud como una selva fértil, desbordada. Una lluvia de recuerdos —los más placenteros, los más dolorosos— comienza a inundar mi mente. Es como si mi pensamiento, mi lenguaje o mis palabras de pronto cobraran conciencia de sí mismas y se rebelaran contra mí.
No puedo evitar reparar en la gente a mi alrededor. Esos cuerpos envueltos en cobijas como pequeños capullos esperando la metamorfosis. En los pocos días que me permiten documentar sus prácticas me han compartido todo tipo de historias personales, con la condición de que no revele sus nombres reales. Pienso en el empresario inmobiliario a quien la ayahuasca lo obligó a renunciar a un gigantesco negocio en una empresa de microcréditos que había fundado: “los microcréditos son una estafa para la gente más pobre, no quise más participar en eso”. O en el chef italiano a quien la ayahuasca le ayudó a escapar de la depresión y las adicciones: “estaba en la ruta a un suicidio seguro”. De no ser por estas ceremonias, quizás el futuro campeón de surf jamás habría perdonado los malos tratos que recibió de su padre cuando era niño y su madre, la diseñadora de interiores, insiste en que sin estos rituales no se habría recuperado de un cáncer de matriz que le atenazaba el cuerpo. Hablar con familiares muertos, de manera lúcida y vívida, es una experiencia compartida.
—Sabemos que es un precio alto, sí —me dijo Esther esta mañana—. Pero esto no es un negocio: es un servicio. Hemos invertido más de una década en esto, en aprender a hacerlo bien. En reconocer también a nuestros maestros. Traer una planta desde Perú, cuesta. Acondicionar un espacio como este, cuesta. Hemos renunciado a nuestras vidas y a otros negocios por esto. Y, sin embargo, buscamos siempre la manera de hacerlo accesible: siempre recibimos a una o dos personas que no pueden pagar. De eso se trata: no queremos ser una élite, queremos ser una comunidad que ayuda. Nos ha pasado más de una vez que los empresarios a quienes les damos ayahuasca pagan después la ceremonia para sus empleados.
Comienzo a desesperarme: el dolor en mi estómago se endurece y cada vez me siento más incómodo. Cambio de postura una y otra vez para intentar deshacer el nudo en mis tripas pero es inútil. En cambio, un pensamiento comienza a germinar en mi mente: la aguda certeza de que estoy a punto de morir. Intento tranquilizarme y recuerdo que la dimetiltriptamina es una sustancia que segregan los seres humanos de manera natural a través de su glándula pineal. Según algunos científicos, el DMT es una de las sustancias responsables de moldear la materia de nuestros sueños y hay quienes afirman —aunque no ha sido comprobado plenamente— que invade nuestro cerebro en el momento exacto de nuestra muerte.
Mas ninguna explicación lógica se mantiene en pie. Mi conciencia es un río rápido cruzado por ráfagas de ideas aleatorias y sueños que se esfuman apenas nacen. Reparo en el canto de los grillos y las cigarras allá afuera, en la noche que se entrecruza con los icaros que suenan en la maloca. Mi oído se agudiza y es capaz de distinguir cómo las voces de Esther e Ismael rebotan contra la textura de los muros, ramificándose en distintas direcciones; otras voces, más agudas y pequeñas, comienzan a acompañarles. Me entretengo a la fascinación del fenómeno sonoro y entonces veo cómo la oscuridad comienza a moverse al ritmo del sonido, como un oleaje, como si estos cantos tuvieran la capacidad de “alterar el tejido mismo de la realidad” —esas palabras aparecen en mi cabeza como si alguien más las hubiera depositado allí.
Intento calmarme, respirar. El dolor de estómago no amaina; al contrario, cobra vida propia hasta convertirse en una metáfora de todo aquello que me incomoda de mí mismo: la muerte que anida en mí.
La visión dura apenas un instante, tal vez no más de un minuto: lianas y enredaderas crecen a mi alrededor, flores prehistóricas se abren en cada rincón de la oscuridad. El zumbido de los insectos me rodea y un follaje extiende sus espinas, sus bocas, plantas carnívoras fosforescen a mi alrededor. Soy su alimento: fertilizante, abono humano.
Libertad con tropiezos
El 7 de marzo pasado, antes de dictar sentencia, el juez de distrito José Rivas González le preguntó al curandero José Campos, de 64 años, si quería decir algunas palabras. El abogado Pepe Ramos lo recuerda así:
—Don José pidió permiso para entonar un canto y ahí fue que se aventó un icaro hermosísimo. En ese momento muchos de los que estaban en la sala de audiencias empezaron a llorar. Fue un momento muy particular. Yo no tengo conocimiento de otro juicio en México en donde, de pronto, se comience a hablar de espiritualidad y en el que incluso el juez retome el debate sobre la concepción del hombre más allá de la carne y los huesos, que se atreva a abordar la dimensión de lo trascendente.
Dos días antes de que José Campos cumpliera un año de encierro dentro del Reclusorio Norte, el juez José Rivas dictó sentencia a favor de su libertad y le otorgó la absolución por todos los cargos.
No fue fácil. En su defensa había participado el nutrido equipo legal de ICEERS, que buscó demostrar la inocencia de Campos por todas las vías posibles. Natalia Rebollo, abogada y coordinadora del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, testificó en más de una audiencia para argumentar que en ningún lugar de las normas mexicanas se especifica que la ayahuasca como compuesto vegetal sea ilegal. El farmacólogo José Carlos Bouso presentó todo tipo de evidencia e investigaciones científicas que buscaban demostrar que la ayahuasca no representa un riesgo para la salud pública. El antropólogo Mauricio Guzmán presentó un análisis de la cosmovisión amazónica en relación con la ayahuasca. Además, los abogados Alejandro Erreguerena y Manuel de León litigaron en cada una de las instancias por las que pasó el caso de don José, en coordinación con Ramos; mientras que Luisa Conesa, abogada constitucionalista, asesoraba la defensa en términos de derechos humanos. ICEERS incluso logró organizar un Foro Intercultural de Medicina Enteógena en el Senado de la República, para concientizar a los políticos sobre los últimos avances en torno a la ayahuasca y cómo es usada, con éxito, en el tratamiento de adicciones y casos severos de depresión o estrés postraumático.
No obstante, el juez decidió liberar a José Campos por la opción menos problemática:
—Formalmente, se resolvió que José había estado en un “error de prohibición”: que, al ser de nacionalidad peruana y dedicar toda su vida a la ayahuasca y no entenderla como una droga, etcétera, no era culpable de algún delito pues no sabía que su actuar estaba fuera del marco normativo de México. No quiso pronunciarse sobre el fondo del asunto.
He estado pensando sobre la experiencia que viví con la ayahuasca. En efecto, su consumo está cada vez más extendido. Basta una búsqueda en cualquier red social para encontrar ofertas de ceremonias. Es posible asistir a encuentros de una sola noche con un costo de dos mil a siete mil pesos, pero muchas de las personas con las que hablo coinciden en que la ayahuasca hace tiempo que alcanzó otras esferas.
—Es una estrategia —me dice alguien que suele consumir ayahuasca con Esther e Ismael—. Los taitas sienten que algo peligra con la destrucción acelerada del Amazonas, con el cambio climático en general. Es por eso que se han acercado a personas con capacidad de incidencia: desde políticos hasta personas con poder económico. He escuchado a varios taitas decir esto: son las órdenes de la planta.
Escucho variantes de este comentario en distintas bocas. Sin embargo, a pesar de la férrea defensa que existe en torno a la ayahuasca como una substancia medicinal, tampoco son pocas las suspicacias que desata el decomiso de ciento cuarenta kilos realizado por la Semar. A muchos les parece una falta de respeto que la ayahuasca sea transportada en esas cantidades. “Esa cantidad de ayahuasca equivale a más de una década de trabajo mío”, me dice otro facilitador que organiza ceremonias mensuales.
—La ayahuasca claro que conlleva un peligro, sobre todo cuando no se respeta el ayuno y se mezcla, por ejemplo, con medicamentos psiquiátricos —explica Ismael—. Sí existe un riesgo, como existe un riesgo al manejar un auto. Pero para manejar necesitas aprender, tiene luces intermitentes, retrovisores…
—Como en todos lados —secunda Esther—, aquí también abundan los charlatanes: gente que no sabe lo que está haciendo y que solo busca el lucro.
—Lo que nos preocupa es que, siempre que sucede algo, quien termina pagando es la planta, no la gente irresponsable.
Esther e Ismael entienden mis suspicacias. Me escuchan hablar del peligro de las sectas y de los riesgos de caer en un nuevo colonialismo o extractivismo cultural. Parecen acostumbrados a cuestionamientos similares.
—Son los taitas quienes eligen a quién enseñarle lo que saben —añade Esther—. Nosotros no estamos de acuerdo en que exista una industria de turismo psicodélico y en que se celebren ceremonias de manera irresponsable. Darle ayahuasca a alguien es asumir una responsabilidad de por vida con esa persona. Nosotros la asumimos: pasamos años con maestros ashaninkas aprendiendo cómo hacerlo de manera segura y con respeto.
La sentencia absolutoria ordenaba la libertad inmediata de José Campos. Pero él no salió de la cárcel sino hasta dos días después. Apenas le abrieron la puerta del reclusorio, fue detenido de nuevo por agentes migratorios. Como su pasaporte y el resto de sus documentos estaban retenidos por la Fiscalía de Distrito, fue trasladado a la estación migratoria Las Agujas en Iztapalapa.
El 12 de marzo, finalmente, consiguió su libertad: un par de agentes migratorios lo escoltaron de vuelta hasta el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y, después, hasta Lima, Perú.
Epílogo: la ayahuasca en la mañanera
Un par de semanas después, don José se presentó en una videoconferencia, junto a miembros del equipo del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca. Recordó sus días en la cárcel como una de las experiencias más intensas de su vida pero también como una bendición: una oportunidad para reforzar su conexión con la vida e intentar sanar —o al menos aliviar— a las personas recluidas.
—Para mí es muy importante ser coherente con mi trabajo y recordar que es un trabajo digno: se trata de ayudar a las personas —dijo en una transmisión llena de interferencias—. Yo defiendo esta causa con mi vida [...]. Pero el mismo juez nos recordó que la medicina, en manos que no sean las adecuadas, también puede hacer mucho daño. Y tiene razón. No es para jugar, es un asunto serio.
Pese a todo, el equipo de ICEERS piensa que el caso de don José puede sentar un precedente para el resto de curanderos que continúan presos por transportar ayahuasca en sus maletas. Y aunque las audiencias intermedias ya han comenzado en la mayoría de los casos, solo José Campos accedió a su derecho a juicio. El incidente de los ayahuasqueros presos, informa Natalia Rebollo, obligó al Fondo para la Defensa de la Ayahuasca a ponerse en contacto con senadores y diputados para impulsar una regulación que proteja y regule el uso de plantas medicinales por los distintos pueblos indígenas, tal como ya sucede con el pueblo wixárica y el uso del híkuri (peyote).
El pasado 4 de abril, en la conferencia matutina del presidente Andrés Manuel López Obrador, la titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana abordó el caso de los médicos ayahuasqueros presos. Rosa Icela Rodríguez prometió que, en los próximos días, Lauro Hinostroza García, otro de los médicos ayahuasqueros que fueron arrestados el año pasado, obtendría un “cambio de medida cautelar” que le devolvería su libertad. No es la primera vez que el tema se menciona en la mañanera: la ayahuasca parece estar hoy en día en boca de todos y sus emisarios están dispuestos a hacer todo lo necesario —política y espiritualmente— para defender sus dominios.
Con información de Ángel Huerta.
En medio de la controversia de las ocho personas detenidas en México por el transporte de ayahuasca, un reportero decidió ingerir la planta para documentar a la comunidad que la consume y que ha articulado una nueva cultura, contemporánea y cosmopolita, con abogados y empresarios que defienden, ante el sistema de justicia, el uso del brebaje amazónico.
Es un ejercicio de humildad, dicen.
A unos metros de mí, un joven empresario inmobiliario que está por abrir un nuevo hotel en la Riviera Maya intenta tomárselo con calma. Desde hace diez minutos no para de vomitar. No es el único. Más allá, una diseñadora de interiores lagrimea y tose después de vaciar todo el contenido de su estómago; tiene cerca de sesenta años y llegó aquí con su hijo: un instructor de surf que sueña con ganar el próximo campeonato en Puerto Vallarta. En una esquina, un chef nacido en la ciudad italiana de Gorizia, en la frontera con Eslovenia, respira hondo después de regurgitar con estruendo; se gana la vida cocinando la mitad del año para un par de multimillonarios en Texas. Un joven que no rebasa los treinta, pero que ya comanda una empresa que provee de infraestructura marítima a varias plataformas petroleras en Europa —en los últimos años, ha decidido invertir en gas natural—, bebe agua en abundancia para provocarse nuevas arcadas.
Es día de purga.
Estamos en un granero acondicionado como centro de ceremonias para ingerir ayahuasca: un potente brebaje psicotrópico compuesto por dos plantas que distintas tribus amazónicas consideran sagradas por sus propiedades medicinales. Las personas aquí reunidas, no más de veinte, llevan al menos una semana a dieta, sin carnes, azúcar, sal ni alcohol. Tampoco sexo. Hace unos momentos, ingirieron una decocción líquida de tabaco con el fin de inducir el vómito y terminar de limpiar su sistema digestivo antes de beber, mañana, la pócima sagrada.
Pocos de los presentes son novatos. Algunos han ingerido ayahuasca docenas de veces y, desde hace años, han incorporado algunos rituales indígenas a su muy occidental forma de vida.
Pero hoy cierta inquietud flota en el aire.
—Estamos bajo asedio —me confiará después Enrique, uno de los jóvenes empresarios que en este momento ejercita su humildad de rodillas, con escándalo y la cara hundida en su cubeta.
El año pasado, la Secretaría de Marina (Semar) asumió labores de seguridad en algunos puntos aduanales estratégicos. Mil quinientos elementos fueron desplegados tan solo en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Desde entonces, al menos ocho personas —cuatro mexicanas— han sido detenidas por introducir a territorio nacional ayahuasca en distintas cantidades.
Ahora, a principios de marzo, se lleva a cabo una de las audiencias en la que se decidirá si José Campos, curandero de la tribu indígena shipibo-konibo en Perú, es culpable de narcotráfico. Hace un año, el 9 de marzo de 2022, fue detenido por transportar cuatro kilos de ayahuasca en pasta dentro de su maleta.
Algunos de los presentes hoy, en la purga, son sus amigos cercanos, han bebido ayahuasca con él y colaboran de manera frecuente: la ceremonia de mañana será en honor a don José, me informan antes de colocar una cubeta de plástico frente a mí. Mi estómago comienza a burbujear.
Mal viaje en el aeropuerto
El pasado 8 de junio, tres hombres aterrizaron en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Arrastraban consigo dieciséis maletas que, apenas cruzaron por los rayos X, exaltaron a los inspectores. Contenían “144 bolsas transparentes con una sustancia color café”: 141 kilos de ayahuasca que fueron decomisados por la Semar y la Agencia Nacional de Aduanas de México.
Los tres responsables fueron enviados al Reclusorio Preventivo Varonil Sur ese mismo día. Dos de ellos tenían pasaporte mexicano y acompañaban a Eric Rosas da Cruz, un curandero con pasaporte brasileño y líder de la comunidad indígena note-koi. A la fecha, continúa en prisión preventiva y en espera de un traductor: no habla español y su lengua cuenta con menos de mil hablantes en todo el mundo. El curandero Claudino Pérez Torres, de la tribu indígena murui-huitoto de Colombia, ya permanecía privado de su libertad en ese momento. Fue detenido con tres kilos de ayahuasca, un día antes que José Campos.
La defensa de algunos de estos curanderos, taitas, chamanes o médicos tradicionales tuvo la asesoría del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, un programa de la fundación ICEERS: el Centro Internacional para la Investigación, Educación y Servicio Etnobotánicos, organización civil global dedicada al estudio de plantas con propiedades enteógenas o medicinales.
De acuerdo con los argumentos del ICEERS, la ayahuasca no es ilegal en México. Si bien uno de los componentes activos de la pasta de ayahuasca —la dimetiltriptamina (DMT)— sí está sujeto a control internacional, tal como dicta el Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de las Naciones Unidas de 1971, al cual se adhieren las leyes mexicanas, ni el Consejo para el Control de Narcóticos ni la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes contemplan la fiscalización internacional de plantas o compuestos vegetales que contengan DMT. Si un país decide prohibir el uso y la posesión de ayahuasca, según el ICEERS, debe hacerlo explícito en sus leyes locales, tal como lo han hecho Francia o Ucrania. Las leyes mexicanas cuentan con restricciones específicas respecto a los hongos alucinógenos y el peyote, diferenciadas de las sustancias activas: la psilocibina y la mezcalina.
Pero esta no es la primera vez que las autoridades aseguran el brebaje amazónico. Sin duda, las dieciséis maletas constituyen el decomiso más grande hasta el momento pero, según información de la Semar proporcionada a Gatopardo vía transparencia, en 2021 se registraron siete decomisos de ayahuasca en el aeropuerto: 67 kilos en total. Y en documentos judiciales existe constancia de algunos casos anteriores. En agosto de 2020, por ejemplo, las autoridades aduaneras embargaron cinco kilos de ayahuasca y fincaron una multa de veintisiete mil pesos contra la persona que la transportaba e intentaba hacerla pasar como un “pigmento orgánico para teñido de textiles”.
Las raíces de la euforia
En el principio fue el internet. Todo estaba en internet e internet estaba en todos lados. Tenía poco más de veinte años cuando David leyó y escuchó a ciertas celebridades de Hollywood hablar públicamente sobre la influencia de la ayahuasca en sus vidas.
—Matthew McConaughey decía que probó la planta en uno de los peores momentos de su vida y eso lo terminó convirtiendo en una mejor persona. Yo lo seguía a él muy de cerca y, desde ese momento, supe que yo quería eso. No es que yo estuviera en un mal momento pero… uno siempre puede ser mejor. Quiero ser la mejor versión de mí mismo todos los días. La ayahuasca me ayuda a eso.
Estamos en una hacienda en las afueras de la Ciudad de México, con los volcanes como telón de fondo. David pasará una semana en este retiro espiritual. Estudió Negocios Internacionales y, junto con otro de los participantes de este retiro, fundó hace años una empresa que pretende aprovechar las emisiones de gas natural en plataformas petroleras.
—Queremos recuperar ese gas natural: que no se queme, que no contamine —dice con un acento marcado del estado Nuevo León, al norte de México—. Queremos tomar lo que se está desperdiciando e inyectarlo en el mercado. Es una idea que se nos ocurrió aquí, en este lugar: después de tomar ayahuasca.
A la ayahuasca también se le conoce como yagé o daime, según la tradición o el país. Quizá los primeros entusiastas en reivindicar su uso desde la cultura pop fueron los escritores norteamericanos Allen Ginsberg y William Burroughs, atraídos por los rumores acerca de las habilidades telepáticas que la planta proveía a sus consumidores. Dejaron constancia de sus experiencias en el libro Cartas del yagé (Signos, 1971), en el que describen las complicaciones para obtenerla, su modo de preparación y los efectos de su ingesta.
Desde entonces la fama de esta substancia compuesta por la mezcla de una liana (ayahuasca) y un arbusto (chacruna) no ha hecho sino extenderse. Personalidades como Will Smith, Miley Cirus o Lindsay Lohan han admitido haber pasado al menos por una ceremonia de yagé. El empresario norteamericano Gerard Armond Powell ha invertido años en difundir los beneficios psicológicos de la planta, financiar investigaciones, proveer experiencias a casi cualquier interesado y, en fin, construir una industria.
En México, el año pasado, el rapero líder de Cártel de Santa confesó haber realizado su presentación en el Vive Latino de 2018 bajo el influjo de la ayahuasca. Pero el consumo de este enteógeno selvático parece haber enraizado también en otras comunidades, algunas alejadas de la farándula y los estereotipos hippies, pero cerca de ciertos círculos empresariales.
—La primera vez fue única. Acababa de fallecer mi abuela. Fui muy apegado a ella, toda la vida. Estaba nervioso. Entonces la sentí: su sutileza, su energía, toda ella se presentó. Hablamos, incluso bailamos. Desde entonces me dije: si la ayahuasca me presentó a la persona que más he querido en esta vida, me la puso enfrente de mí y me dejó despedirme, es porque es algo divino. Así, divino. Es magia.
Desde entonces David ha asistido a treinta y siete ceremonias más. Esta vez comenzará una dieta que consiste en ingerir solo agua y avena durante toda una semana, además de un par de onzas al día de un líquido verdoso: decocciones de árboles o hierbas específicas provenientes del Amazonas, palos maestros.
Por el retiro entero —que incluye la purga de tabaco, dos ceremonias de ayahuasca, temazcal, masaje terapéutico, un par de botellas de palos maestros y el hospedaje—, David pagó 35 mil pesos (poco menos de dos mil dólares).
—Vengo de una familia de médicos —explica—. Yo hace tiempo dejé de creer en los psiquiatras, en los psicólogos, en las farmacéuticas. ¿Cuánto cuesta una intervención en un hospital privado? El verdadero negocio está allí: ellos necesitan que tú estés enfermo. Con la planta no es así. ¿Por qué? Porque ella te muestra la raíz de las enfermedades: el agua que tomamos, el aire que respiramos, la comida que comemos y la gente de la que nos rodeamos. Y esa es también la medicina. Creo en eso, pues.
Derechos ancestrales
Don José Campos fue detenido por una teniente de la Semar en la sala 4 de la terminal 2 del AICM. Faltaban quince minutos para las tres de la tarde. Era miércoles, 9 de marzo de 2022. Seis horas antes su avión había despegado desde la ciudad de Lima, Perú, con dirección a la capital de México.
Cuando el personal de aduanas manifestó su extrañamiento por la “sustancia pastosa” contenida en cuatro bolsas de plástico dentro de su maleta, Campos no mintió: dijo que era medicina, ayahuasca, una sustancia que en su tierra es reconocida como patrimonio cultural de la nación. Dos días después ya estaba durmiendo en el Reclusorio Norte.
—El caso de José Campos representa casi una radiografía de nuestro sistema jurídico: la falta de justicia pronta y expedita y lo escandaloso del mecanismo de prisión preventiva oficiosa, que puede privar de su libertad a alguien inocente sin un juicio de por medio.
Quien habla es el abogado Pepe Ramos, quien, con la asesoría del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, coordinó la defensa de Campos. De ser declarado culpable del delito de “daños contra la salud, en modalidad de introducción del psicotrópico dimetiltriptamina (DMT)”, el curandero enfrentaría una pena de hasta veinticinco años de prisión.
El proceso ha sido lento, espinoso. En total, me cuenta, su defensa ha interpuesto tres amparos y dos recursos de revisión para impulsar su libertad o, por lo menos, acelerar los trámites. “En más de una ocasión, los tribunales rebasaron los plazos de tiempo estipulados por los códigos de procedimientos penales” argumentando que la contingencia por covid-19 había generado un enorme rezago en miles de casos y en enero, a diez meses de su detención, aún no había accedido a su derecho a juicio.
Durante todos esos meses, la defensa esgrimió sus argumentos: que, como compuesto vegetal, la ayahuasca no estaba fiscalizada por los tratados internacionales; que usada en la forma tradicional indígena no constituía un “riesgo a la salud”, pues sus beneficios ya son aprovechados y reconocidos por la ciencia; que, en tanto integrante y curandero de la etnia shipibo-konibo, estaba autorizado a viajar con la planta de acuerdo con el Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes, adoptado en Ginebra, Suiza, en 1989.
Las primeras resoluciones no brindaban esperanza. En la sentencia de apelación contra la vinculación a proceso, emitida el 6 de junio pasado, la magistrada del tribunal unitario no encontró diferencias entre el compuesto de ayahuasca y el DMT. Argumentó, además, que los derechos indígenas no se traducían en un permiso para introducir “a los países extranjeros sus medicinas ancestrales” y desestimó las voces de los compatriotas de Campos, presentadas como pruebas testimoniales, porque no acudieron de manera presencial.
Todo cambió cuando un perfil insólito se integró al equipo de defensa. Alguien que había militado en el Partido Acción Nacional durante el periodo más crudo de la “guerra contra el narcotráfico” y que, durante dos años, se desempeñó como secretario de Gobernación durante el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa: Fernando Gómez Mont, abogado penalista famoso por haber defendido a Raúl Salinas de Gortari y a Rogelio Montemayor, exdirector de Pemex acusado de desvío de recursos, entre otros casos.
—Yo reconozco que me preocupé… por todos estos antecedentes —confiesa Ramos—. Fue una mera casualidad: alguien del equipo de defensa lo conocía y él se interesó. Sin duda, Gómez Mont es una institución en cuanto a derecho penal en México y sí llamó la atención de los jueces saber que él estaba en esta causa. Sorprendentemente, contra todos mis prejuicios, yo me encontré con una persona sensible, alguien que desde el principio entendió la complejidad del problema.
Lianas y enredaderas a la medianoche
Un sabor casi metálico, terroso. El líquido aceita mis labios y resbala por mi garganta sin dificultad, como una serpiente hacia su madriguera.
Enfrente de mí, Esther e Ismael —los facilitadores— me miran con una tierna sonrisa alienígena. Están rodeados de tambores e instrumentos musicales con los que conducirán el rito. Ambos visten cushmas: una especie de toga peruana decorada con motivos de los pueblos amazónicos. Soplan tabaco a mi alrededor.
Han pasado largas temporadas en el Amazonas. Han bebido ayahuasca cientos de veces con curanderos ashaninkas y shipibos, han aprendido sus tradiciones después de largas estancias en la selva. Con José Campos, por ejemplo, han tejido una amistad de años e incluso han obtenido el permiso de usar su propio centro ceremonial en Perú.
—La gente piensa en la ayahuasca como una planta y un ritual aislado —me dice Ismael—. Pero es solo una parte. Es todo un estilo de vida. Es la purga de tabaco, el rapé, el ayuno, los palos y toda la cultura amazónica que nos enseña a vivir de otra forma.
Esther e Ismael han aprendido a entender lo que ellos llaman el espíritu de las plantas, más allá de los efectos inmediatos de la ayahuasca y su ceremonia. Desde los beneficios del ayuno, de ingerir durante semanas solo concentrados de tamamuri, came renaco, chiric sadango, bobinsana, camalonga u otros palos maestros. Beber estos concentrados vegetales es, para ellos, una forma de recibir un mensaje que puede sintonizarse gracias a la ayahuasca. Están convencidos de que es posible una comunicación interespecie capaz de conectarnos con el reino vegetal.
Es medianoche en la maloca, el granero acondicionado como centro ceremonial. Los techos altos han sido cubiertos con paneles de absorción de sonido para generar la acústica adecuada para la experiencia. Al centro, suspendido del techo, hay un enorme quiote de maguey de cinco o seis de altura. La misma veintena de personas que ayer purgaron su estómago, hoy se dejan llevar por el arrullo de la planta.
Un nudo pesado comienza a formarse en mi estómago: como si hubiera comido un pedazo de plomo imposible de digerir, como si mis vísceras se hubieran anudado en un coágulo apretado y oscuro. Ismael y Esther entonan una interminable letanía compuesta de distintos icaros, que es como las tribus amazónicas llaman a sus cantos rituales. No hay palabras de por medio ni nada que pueda despertar una imagen mental: solo breves melodías que se repiten y se enredan en una hipnosis fluctuante que invade el aire como una enredadera.
Ismael hace sonar los tambores. Un udongo nigeriano, un daf y un ghaval de Medio Oriente. Es músico de profesión y pasó varios años en la India, donde se especializó en distintas técnicas percutivas. Esther hace sonar algunos cuencos, un arpa de boca, releva a Ismael en los icaros o entrelaza su voz con la suya.
El resultado es un concierto de cuatro horas, sin tregua, una música que se va infiltrando en mi conciencia. Sin duda, en términos estéticos, podría tratarse de una experiencia exquisita —bella—, salvo por un inconveniente: los efectos de la ayahuasca distan de ser placenteros. Difícilmente podría compararse con la psicodelia lisérgica. “No es una experiencia lúdica”, me advirtió Ismael con enfado cuando le mencioné la popularidad de la ayahuasca entre las celebridades.
El sueño y el cansancio desaparecen por completo y los pensamientos crecen en multitud como una selva fértil, desbordada. Una lluvia de recuerdos —los más placenteros, los más dolorosos— comienza a inundar mi mente. Es como si mi pensamiento, mi lenguaje o mis palabras de pronto cobraran conciencia de sí mismas y se rebelaran contra mí.
No puedo evitar reparar en la gente a mi alrededor. Esos cuerpos envueltos en cobijas como pequeños capullos esperando la metamorfosis. En los pocos días que me permiten documentar sus prácticas me han compartido todo tipo de historias personales, con la condición de que no revele sus nombres reales. Pienso en el empresario inmobiliario a quien la ayahuasca lo obligó a renunciar a un gigantesco negocio en una empresa de microcréditos que había fundado: “los microcréditos son una estafa para la gente más pobre, no quise más participar en eso”. O en el chef italiano a quien la ayahuasca le ayudó a escapar de la depresión y las adicciones: “estaba en la ruta a un suicidio seguro”. De no ser por estas ceremonias, quizás el futuro campeón de surf jamás habría perdonado los malos tratos que recibió de su padre cuando era niño y su madre, la diseñadora de interiores, insiste en que sin estos rituales no se habría recuperado de un cáncer de matriz que le atenazaba el cuerpo. Hablar con familiares muertos, de manera lúcida y vívida, es una experiencia compartida.
—Sabemos que es un precio alto, sí —me dijo Esther esta mañana—. Pero esto no es un negocio: es un servicio. Hemos invertido más de una década en esto, en aprender a hacerlo bien. En reconocer también a nuestros maestros. Traer una planta desde Perú, cuesta. Acondicionar un espacio como este, cuesta. Hemos renunciado a nuestras vidas y a otros negocios por esto. Y, sin embargo, buscamos siempre la manera de hacerlo accesible: siempre recibimos a una o dos personas que no pueden pagar. De eso se trata: no queremos ser una élite, queremos ser una comunidad que ayuda. Nos ha pasado más de una vez que los empresarios a quienes les damos ayahuasca pagan después la ceremonia para sus empleados.
Comienzo a desesperarme: el dolor en mi estómago se endurece y cada vez me siento más incómodo. Cambio de postura una y otra vez para intentar deshacer el nudo en mis tripas pero es inútil. En cambio, un pensamiento comienza a germinar en mi mente: la aguda certeza de que estoy a punto de morir. Intento tranquilizarme y recuerdo que la dimetiltriptamina es una sustancia que segregan los seres humanos de manera natural a través de su glándula pineal. Según algunos científicos, el DMT es una de las sustancias responsables de moldear la materia de nuestros sueños y hay quienes afirman —aunque no ha sido comprobado plenamente— que invade nuestro cerebro en el momento exacto de nuestra muerte.
Mas ninguna explicación lógica se mantiene en pie. Mi conciencia es un río rápido cruzado por ráfagas de ideas aleatorias y sueños que se esfuman apenas nacen. Reparo en el canto de los grillos y las cigarras allá afuera, en la noche que se entrecruza con los icaros que suenan en la maloca. Mi oído se agudiza y es capaz de distinguir cómo las voces de Esther e Ismael rebotan contra la textura de los muros, ramificándose en distintas direcciones; otras voces, más agudas y pequeñas, comienzan a acompañarles. Me entretengo a la fascinación del fenómeno sonoro y entonces veo cómo la oscuridad comienza a moverse al ritmo del sonido, como un oleaje, como si estos cantos tuvieran la capacidad de “alterar el tejido mismo de la realidad” —esas palabras aparecen en mi cabeza como si alguien más las hubiera depositado allí.
Intento calmarme, respirar. El dolor de estómago no amaina; al contrario, cobra vida propia hasta convertirse en una metáfora de todo aquello que me incomoda de mí mismo: la muerte que anida en mí.
La visión dura apenas un instante, tal vez no más de un minuto: lianas y enredaderas crecen a mi alrededor, flores prehistóricas se abren en cada rincón de la oscuridad. El zumbido de los insectos me rodea y un follaje extiende sus espinas, sus bocas, plantas carnívoras fosforescen a mi alrededor. Soy su alimento: fertilizante, abono humano.
Libertad con tropiezos
El 7 de marzo pasado, antes de dictar sentencia, el juez de distrito José Rivas González le preguntó al curandero José Campos, de 64 años, si quería decir algunas palabras. El abogado Pepe Ramos lo recuerda así:
—Don José pidió permiso para entonar un canto y ahí fue que se aventó un icaro hermosísimo. En ese momento muchos de los que estaban en la sala de audiencias empezaron a llorar. Fue un momento muy particular. Yo no tengo conocimiento de otro juicio en México en donde, de pronto, se comience a hablar de espiritualidad y en el que incluso el juez retome el debate sobre la concepción del hombre más allá de la carne y los huesos, que se atreva a abordar la dimensión de lo trascendente.
Dos días antes de que José Campos cumpliera un año de encierro dentro del Reclusorio Norte, el juez José Rivas dictó sentencia a favor de su libertad y le otorgó la absolución por todos los cargos.
No fue fácil. En su defensa había participado el nutrido equipo legal de ICEERS, que buscó demostrar la inocencia de Campos por todas las vías posibles. Natalia Rebollo, abogada y coordinadora del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, testificó en más de una audiencia para argumentar que en ningún lugar de las normas mexicanas se especifica que la ayahuasca como compuesto vegetal sea ilegal. El farmacólogo José Carlos Bouso presentó todo tipo de evidencia e investigaciones científicas que buscaban demostrar que la ayahuasca no representa un riesgo para la salud pública. El antropólogo Mauricio Guzmán presentó un análisis de la cosmovisión amazónica en relación con la ayahuasca. Además, los abogados Alejandro Erreguerena y Manuel de León litigaron en cada una de las instancias por las que pasó el caso de don José, en coordinación con Ramos; mientras que Luisa Conesa, abogada constitucionalista, asesoraba la defensa en términos de derechos humanos. ICEERS incluso logró organizar un Foro Intercultural de Medicina Enteógena en el Senado de la República, para concientizar a los políticos sobre los últimos avances en torno a la ayahuasca y cómo es usada, con éxito, en el tratamiento de adicciones y casos severos de depresión o estrés postraumático.
No obstante, el juez decidió liberar a José Campos por la opción menos problemática:
—Formalmente, se resolvió que José había estado en un “error de prohibición”: que, al ser de nacionalidad peruana y dedicar toda su vida a la ayahuasca y no entenderla como una droga, etcétera, no era culpable de algún delito pues no sabía que su actuar estaba fuera del marco normativo de México. No quiso pronunciarse sobre el fondo del asunto.
He estado pensando sobre la experiencia que viví con la ayahuasca. En efecto, su consumo está cada vez más extendido. Basta una búsqueda en cualquier red social para encontrar ofertas de ceremonias. Es posible asistir a encuentros de una sola noche con un costo de dos mil a siete mil pesos, pero muchas de las personas con las que hablo coinciden en que la ayahuasca hace tiempo que alcanzó otras esferas.
—Es una estrategia —me dice alguien que suele consumir ayahuasca con Esther e Ismael—. Los taitas sienten que algo peligra con la destrucción acelerada del Amazonas, con el cambio climático en general. Es por eso que se han acercado a personas con capacidad de incidencia: desde políticos hasta personas con poder económico. He escuchado a varios taitas decir esto: son las órdenes de la planta.
Escucho variantes de este comentario en distintas bocas. Sin embargo, a pesar de la férrea defensa que existe en torno a la ayahuasca como una substancia medicinal, tampoco son pocas las suspicacias que desata el decomiso de ciento cuarenta kilos realizado por la Semar. A muchos les parece una falta de respeto que la ayahuasca sea transportada en esas cantidades. “Esa cantidad de ayahuasca equivale a más de una década de trabajo mío”, me dice otro facilitador que organiza ceremonias mensuales.
—La ayahuasca claro que conlleva un peligro, sobre todo cuando no se respeta el ayuno y se mezcla, por ejemplo, con medicamentos psiquiátricos —explica Ismael—. Sí existe un riesgo, como existe un riesgo al manejar un auto. Pero para manejar necesitas aprender, tiene luces intermitentes, retrovisores…
—Como en todos lados —secunda Esther—, aquí también abundan los charlatanes: gente que no sabe lo que está haciendo y que solo busca el lucro.
—Lo que nos preocupa es que, siempre que sucede algo, quien termina pagando es la planta, no la gente irresponsable.
Esther e Ismael entienden mis suspicacias. Me escuchan hablar del peligro de las sectas y de los riesgos de caer en un nuevo colonialismo o extractivismo cultural. Parecen acostumbrados a cuestionamientos similares.
—Son los taitas quienes eligen a quién enseñarle lo que saben —añade Esther—. Nosotros no estamos de acuerdo en que exista una industria de turismo psicodélico y en que se celebren ceremonias de manera irresponsable. Darle ayahuasca a alguien es asumir una responsabilidad de por vida con esa persona. Nosotros la asumimos: pasamos años con maestros ashaninkas aprendiendo cómo hacerlo de manera segura y con respeto.
La sentencia absolutoria ordenaba la libertad inmediata de José Campos. Pero él no salió de la cárcel sino hasta dos días después. Apenas le abrieron la puerta del reclusorio, fue detenido de nuevo por agentes migratorios. Como su pasaporte y el resto de sus documentos estaban retenidos por la Fiscalía de Distrito, fue trasladado a la estación migratoria Las Agujas en Iztapalapa.
El 12 de marzo, finalmente, consiguió su libertad: un par de agentes migratorios lo escoltaron de vuelta hasta el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y, después, hasta Lima, Perú.
Epílogo: la ayahuasca en la mañanera
Un par de semanas después, don José se presentó en una videoconferencia, junto a miembros del equipo del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca. Recordó sus días en la cárcel como una de las experiencias más intensas de su vida pero también como una bendición: una oportunidad para reforzar su conexión con la vida e intentar sanar —o al menos aliviar— a las personas recluidas.
—Para mí es muy importante ser coherente con mi trabajo y recordar que es un trabajo digno: se trata de ayudar a las personas —dijo en una transmisión llena de interferencias—. Yo defiendo esta causa con mi vida [...]. Pero el mismo juez nos recordó que la medicina, en manos que no sean las adecuadas, también puede hacer mucho daño. Y tiene razón. No es para jugar, es un asunto serio.
Pese a todo, el equipo de ICEERS piensa que el caso de don José puede sentar un precedente para el resto de curanderos que continúan presos por transportar ayahuasca en sus maletas. Y aunque las audiencias intermedias ya han comenzado en la mayoría de los casos, solo José Campos accedió a su derecho a juicio. El incidente de los ayahuasqueros presos, informa Natalia Rebollo, obligó al Fondo para la Defensa de la Ayahuasca a ponerse en contacto con senadores y diputados para impulsar una regulación que proteja y regule el uso de plantas medicinales por los distintos pueblos indígenas, tal como ya sucede con el pueblo wixárica y el uso del híkuri (peyote).
El pasado 4 de abril, en la conferencia matutina del presidente Andrés Manuel López Obrador, la titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana abordó el caso de los médicos ayahuasqueros presos. Rosa Icela Rodríguez prometió que, en los próximos días, Lauro Hinostroza García, otro de los médicos ayahuasqueros que fueron arrestados el año pasado, obtendría un “cambio de medida cautelar” que le devolvería su libertad. No es la primera vez que el tema se menciona en la mañanera: la ayahuasca parece estar hoy en día en boca de todos y sus emisarios están dispuestos a hacer todo lo necesario —política y espiritualmente— para defender sus dominios.
Con información de Ángel Huerta.
Ilustración de Fernanda Jiménez.
En medio de la controversia de las ocho personas detenidas en México por el transporte de ayahuasca, un reportero decidió ingerir la planta para documentar a la comunidad que la consume y que ha articulado una nueva cultura, contemporánea y cosmopolita, con abogados y empresarios que defienden, ante el sistema de justicia, el uso del brebaje amazónico.
Es un ejercicio de humildad, dicen.
A unos metros de mí, un joven empresario inmobiliario que está por abrir un nuevo hotel en la Riviera Maya intenta tomárselo con calma. Desde hace diez minutos no para de vomitar. No es el único. Más allá, una diseñadora de interiores lagrimea y tose después de vaciar todo el contenido de su estómago; tiene cerca de sesenta años y llegó aquí con su hijo: un instructor de surf que sueña con ganar el próximo campeonato en Puerto Vallarta. En una esquina, un chef nacido en la ciudad italiana de Gorizia, en la frontera con Eslovenia, respira hondo después de regurgitar con estruendo; se gana la vida cocinando la mitad del año para un par de multimillonarios en Texas. Un joven que no rebasa los treinta, pero que ya comanda una empresa que provee de infraestructura marítima a varias plataformas petroleras en Europa —en los últimos años, ha decidido invertir en gas natural—, bebe agua en abundancia para provocarse nuevas arcadas.
Es día de purga.
Estamos en un granero acondicionado como centro de ceremonias para ingerir ayahuasca: un potente brebaje psicotrópico compuesto por dos plantas que distintas tribus amazónicas consideran sagradas por sus propiedades medicinales. Las personas aquí reunidas, no más de veinte, llevan al menos una semana a dieta, sin carnes, azúcar, sal ni alcohol. Tampoco sexo. Hace unos momentos, ingirieron una decocción líquida de tabaco con el fin de inducir el vómito y terminar de limpiar su sistema digestivo antes de beber, mañana, la pócima sagrada.
Pocos de los presentes son novatos. Algunos han ingerido ayahuasca docenas de veces y, desde hace años, han incorporado algunos rituales indígenas a su muy occidental forma de vida.
Pero hoy cierta inquietud flota en el aire.
—Estamos bajo asedio —me confiará después Enrique, uno de los jóvenes empresarios que en este momento ejercita su humildad de rodillas, con escándalo y la cara hundida en su cubeta.
El año pasado, la Secretaría de Marina (Semar) asumió labores de seguridad en algunos puntos aduanales estratégicos. Mil quinientos elementos fueron desplegados tan solo en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Desde entonces, al menos ocho personas —cuatro mexicanas— han sido detenidas por introducir a territorio nacional ayahuasca en distintas cantidades.
Ahora, a principios de marzo, se lleva a cabo una de las audiencias en la que se decidirá si José Campos, curandero de la tribu indígena shipibo-konibo en Perú, es culpable de narcotráfico. Hace un año, el 9 de marzo de 2022, fue detenido por transportar cuatro kilos de ayahuasca en pasta dentro de su maleta.
Algunos de los presentes hoy, en la purga, son sus amigos cercanos, han bebido ayahuasca con él y colaboran de manera frecuente: la ceremonia de mañana será en honor a don José, me informan antes de colocar una cubeta de plástico frente a mí. Mi estómago comienza a burbujear.
Mal viaje en el aeropuerto
El pasado 8 de junio, tres hombres aterrizaron en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Arrastraban consigo dieciséis maletas que, apenas cruzaron por los rayos X, exaltaron a los inspectores. Contenían “144 bolsas transparentes con una sustancia color café”: 141 kilos de ayahuasca que fueron decomisados por la Semar y la Agencia Nacional de Aduanas de México.
Los tres responsables fueron enviados al Reclusorio Preventivo Varonil Sur ese mismo día. Dos de ellos tenían pasaporte mexicano y acompañaban a Eric Rosas da Cruz, un curandero con pasaporte brasileño y líder de la comunidad indígena note-koi. A la fecha, continúa en prisión preventiva y en espera de un traductor: no habla español y su lengua cuenta con menos de mil hablantes en todo el mundo. El curandero Claudino Pérez Torres, de la tribu indígena murui-huitoto de Colombia, ya permanecía privado de su libertad en ese momento. Fue detenido con tres kilos de ayahuasca, un día antes que José Campos.
La defensa de algunos de estos curanderos, taitas, chamanes o médicos tradicionales tuvo la asesoría del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, un programa de la fundación ICEERS: el Centro Internacional para la Investigación, Educación y Servicio Etnobotánicos, organización civil global dedicada al estudio de plantas con propiedades enteógenas o medicinales.
De acuerdo con los argumentos del ICEERS, la ayahuasca no es ilegal en México. Si bien uno de los componentes activos de la pasta de ayahuasca —la dimetiltriptamina (DMT)— sí está sujeto a control internacional, tal como dicta el Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de las Naciones Unidas de 1971, al cual se adhieren las leyes mexicanas, ni el Consejo para el Control de Narcóticos ni la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes contemplan la fiscalización internacional de plantas o compuestos vegetales que contengan DMT. Si un país decide prohibir el uso y la posesión de ayahuasca, según el ICEERS, debe hacerlo explícito en sus leyes locales, tal como lo han hecho Francia o Ucrania. Las leyes mexicanas cuentan con restricciones específicas respecto a los hongos alucinógenos y el peyote, diferenciadas de las sustancias activas: la psilocibina y la mezcalina.
Pero esta no es la primera vez que las autoridades aseguran el brebaje amazónico. Sin duda, las dieciséis maletas constituyen el decomiso más grande hasta el momento pero, según información de la Semar proporcionada a Gatopardo vía transparencia, en 2021 se registraron siete decomisos de ayahuasca en el aeropuerto: 67 kilos en total. Y en documentos judiciales existe constancia de algunos casos anteriores. En agosto de 2020, por ejemplo, las autoridades aduaneras embargaron cinco kilos de ayahuasca y fincaron una multa de veintisiete mil pesos contra la persona que la transportaba e intentaba hacerla pasar como un “pigmento orgánico para teñido de textiles”.
Las raíces de la euforia
En el principio fue el internet. Todo estaba en internet e internet estaba en todos lados. Tenía poco más de veinte años cuando David leyó y escuchó a ciertas celebridades de Hollywood hablar públicamente sobre la influencia de la ayahuasca en sus vidas.
—Matthew McConaughey decía que probó la planta en uno de los peores momentos de su vida y eso lo terminó convirtiendo en una mejor persona. Yo lo seguía a él muy de cerca y, desde ese momento, supe que yo quería eso. No es que yo estuviera en un mal momento pero… uno siempre puede ser mejor. Quiero ser la mejor versión de mí mismo todos los días. La ayahuasca me ayuda a eso.
Estamos en una hacienda en las afueras de la Ciudad de México, con los volcanes como telón de fondo. David pasará una semana en este retiro espiritual. Estudió Negocios Internacionales y, junto con otro de los participantes de este retiro, fundó hace años una empresa que pretende aprovechar las emisiones de gas natural en plataformas petroleras.
—Queremos recuperar ese gas natural: que no se queme, que no contamine —dice con un acento marcado del estado Nuevo León, al norte de México—. Queremos tomar lo que se está desperdiciando e inyectarlo en el mercado. Es una idea que se nos ocurrió aquí, en este lugar: después de tomar ayahuasca.
A la ayahuasca también se le conoce como yagé o daime, según la tradición o el país. Quizá los primeros entusiastas en reivindicar su uso desde la cultura pop fueron los escritores norteamericanos Allen Ginsberg y William Burroughs, atraídos por los rumores acerca de las habilidades telepáticas que la planta proveía a sus consumidores. Dejaron constancia de sus experiencias en el libro Cartas del yagé (Signos, 1971), en el que describen las complicaciones para obtenerla, su modo de preparación y los efectos de su ingesta.
Desde entonces la fama de esta substancia compuesta por la mezcla de una liana (ayahuasca) y un arbusto (chacruna) no ha hecho sino extenderse. Personalidades como Will Smith, Miley Cirus o Lindsay Lohan han admitido haber pasado al menos por una ceremonia de yagé. El empresario norteamericano Gerard Armond Powell ha invertido años en difundir los beneficios psicológicos de la planta, financiar investigaciones, proveer experiencias a casi cualquier interesado y, en fin, construir una industria.
En México, el año pasado, el rapero líder de Cártel de Santa confesó haber realizado su presentación en el Vive Latino de 2018 bajo el influjo de la ayahuasca. Pero el consumo de este enteógeno selvático parece haber enraizado también en otras comunidades, algunas alejadas de la farándula y los estereotipos hippies, pero cerca de ciertos círculos empresariales.
—La primera vez fue única. Acababa de fallecer mi abuela. Fui muy apegado a ella, toda la vida. Estaba nervioso. Entonces la sentí: su sutileza, su energía, toda ella se presentó. Hablamos, incluso bailamos. Desde entonces me dije: si la ayahuasca me presentó a la persona que más he querido en esta vida, me la puso enfrente de mí y me dejó despedirme, es porque es algo divino. Así, divino. Es magia.
Desde entonces David ha asistido a treinta y siete ceremonias más. Esta vez comenzará una dieta que consiste en ingerir solo agua y avena durante toda una semana, además de un par de onzas al día de un líquido verdoso: decocciones de árboles o hierbas específicas provenientes del Amazonas, palos maestros.
Por el retiro entero —que incluye la purga de tabaco, dos ceremonias de ayahuasca, temazcal, masaje terapéutico, un par de botellas de palos maestros y el hospedaje—, David pagó 35 mil pesos (poco menos de dos mil dólares).
—Vengo de una familia de médicos —explica—. Yo hace tiempo dejé de creer en los psiquiatras, en los psicólogos, en las farmacéuticas. ¿Cuánto cuesta una intervención en un hospital privado? El verdadero negocio está allí: ellos necesitan que tú estés enfermo. Con la planta no es así. ¿Por qué? Porque ella te muestra la raíz de las enfermedades: el agua que tomamos, el aire que respiramos, la comida que comemos y la gente de la que nos rodeamos. Y esa es también la medicina. Creo en eso, pues.
Derechos ancestrales
Don José Campos fue detenido por una teniente de la Semar en la sala 4 de la terminal 2 del AICM. Faltaban quince minutos para las tres de la tarde. Era miércoles, 9 de marzo de 2022. Seis horas antes su avión había despegado desde la ciudad de Lima, Perú, con dirección a la capital de México.
Cuando el personal de aduanas manifestó su extrañamiento por la “sustancia pastosa” contenida en cuatro bolsas de plástico dentro de su maleta, Campos no mintió: dijo que era medicina, ayahuasca, una sustancia que en su tierra es reconocida como patrimonio cultural de la nación. Dos días después ya estaba durmiendo en el Reclusorio Norte.
—El caso de José Campos representa casi una radiografía de nuestro sistema jurídico: la falta de justicia pronta y expedita y lo escandaloso del mecanismo de prisión preventiva oficiosa, que puede privar de su libertad a alguien inocente sin un juicio de por medio.
Quien habla es el abogado Pepe Ramos, quien, con la asesoría del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, coordinó la defensa de Campos. De ser declarado culpable del delito de “daños contra la salud, en modalidad de introducción del psicotrópico dimetiltriptamina (DMT)”, el curandero enfrentaría una pena de hasta veinticinco años de prisión.
El proceso ha sido lento, espinoso. En total, me cuenta, su defensa ha interpuesto tres amparos y dos recursos de revisión para impulsar su libertad o, por lo menos, acelerar los trámites. “En más de una ocasión, los tribunales rebasaron los plazos de tiempo estipulados por los códigos de procedimientos penales” argumentando que la contingencia por covid-19 había generado un enorme rezago en miles de casos y en enero, a diez meses de su detención, aún no había accedido a su derecho a juicio.
Durante todos esos meses, la defensa esgrimió sus argumentos: que, como compuesto vegetal, la ayahuasca no estaba fiscalizada por los tratados internacionales; que usada en la forma tradicional indígena no constituía un “riesgo a la salud”, pues sus beneficios ya son aprovechados y reconocidos por la ciencia; que, en tanto integrante y curandero de la etnia shipibo-konibo, estaba autorizado a viajar con la planta de acuerdo con el Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes, adoptado en Ginebra, Suiza, en 1989.
Las primeras resoluciones no brindaban esperanza. En la sentencia de apelación contra la vinculación a proceso, emitida el 6 de junio pasado, la magistrada del tribunal unitario no encontró diferencias entre el compuesto de ayahuasca y el DMT. Argumentó, además, que los derechos indígenas no se traducían en un permiso para introducir “a los países extranjeros sus medicinas ancestrales” y desestimó las voces de los compatriotas de Campos, presentadas como pruebas testimoniales, porque no acudieron de manera presencial.
Todo cambió cuando un perfil insólito se integró al equipo de defensa. Alguien que había militado en el Partido Acción Nacional durante el periodo más crudo de la “guerra contra el narcotráfico” y que, durante dos años, se desempeñó como secretario de Gobernación durante el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa: Fernando Gómez Mont, abogado penalista famoso por haber defendido a Raúl Salinas de Gortari y a Rogelio Montemayor, exdirector de Pemex acusado de desvío de recursos, entre otros casos.
—Yo reconozco que me preocupé… por todos estos antecedentes —confiesa Ramos—. Fue una mera casualidad: alguien del equipo de defensa lo conocía y él se interesó. Sin duda, Gómez Mont es una institución en cuanto a derecho penal en México y sí llamó la atención de los jueces saber que él estaba en esta causa. Sorprendentemente, contra todos mis prejuicios, yo me encontré con una persona sensible, alguien que desde el principio entendió la complejidad del problema.
Lianas y enredaderas a la medianoche
Un sabor casi metálico, terroso. El líquido aceita mis labios y resbala por mi garganta sin dificultad, como una serpiente hacia su madriguera.
Enfrente de mí, Esther e Ismael —los facilitadores— me miran con una tierna sonrisa alienígena. Están rodeados de tambores e instrumentos musicales con los que conducirán el rito. Ambos visten cushmas: una especie de toga peruana decorada con motivos de los pueblos amazónicos. Soplan tabaco a mi alrededor.
Han pasado largas temporadas en el Amazonas. Han bebido ayahuasca cientos de veces con curanderos ashaninkas y shipibos, han aprendido sus tradiciones después de largas estancias en la selva. Con José Campos, por ejemplo, han tejido una amistad de años e incluso han obtenido el permiso de usar su propio centro ceremonial en Perú.
—La gente piensa en la ayahuasca como una planta y un ritual aislado —me dice Ismael—. Pero es solo una parte. Es todo un estilo de vida. Es la purga de tabaco, el rapé, el ayuno, los palos y toda la cultura amazónica que nos enseña a vivir de otra forma.
Esther e Ismael han aprendido a entender lo que ellos llaman el espíritu de las plantas, más allá de los efectos inmediatos de la ayahuasca y su ceremonia. Desde los beneficios del ayuno, de ingerir durante semanas solo concentrados de tamamuri, came renaco, chiric sadango, bobinsana, camalonga u otros palos maestros. Beber estos concentrados vegetales es, para ellos, una forma de recibir un mensaje que puede sintonizarse gracias a la ayahuasca. Están convencidos de que es posible una comunicación interespecie capaz de conectarnos con el reino vegetal.
Es medianoche en la maloca, el granero acondicionado como centro ceremonial. Los techos altos han sido cubiertos con paneles de absorción de sonido para generar la acústica adecuada para la experiencia. Al centro, suspendido del techo, hay un enorme quiote de maguey de cinco o seis de altura. La misma veintena de personas que ayer purgaron su estómago, hoy se dejan llevar por el arrullo de la planta.
Un nudo pesado comienza a formarse en mi estómago: como si hubiera comido un pedazo de plomo imposible de digerir, como si mis vísceras se hubieran anudado en un coágulo apretado y oscuro. Ismael y Esther entonan una interminable letanía compuesta de distintos icaros, que es como las tribus amazónicas llaman a sus cantos rituales. No hay palabras de por medio ni nada que pueda despertar una imagen mental: solo breves melodías que se repiten y se enredan en una hipnosis fluctuante que invade el aire como una enredadera.
Ismael hace sonar los tambores. Un udongo nigeriano, un daf y un ghaval de Medio Oriente. Es músico de profesión y pasó varios años en la India, donde se especializó en distintas técnicas percutivas. Esther hace sonar algunos cuencos, un arpa de boca, releva a Ismael en los icaros o entrelaza su voz con la suya.
El resultado es un concierto de cuatro horas, sin tregua, una música que se va infiltrando en mi conciencia. Sin duda, en términos estéticos, podría tratarse de una experiencia exquisita —bella—, salvo por un inconveniente: los efectos de la ayahuasca distan de ser placenteros. Difícilmente podría compararse con la psicodelia lisérgica. “No es una experiencia lúdica”, me advirtió Ismael con enfado cuando le mencioné la popularidad de la ayahuasca entre las celebridades.
El sueño y el cansancio desaparecen por completo y los pensamientos crecen en multitud como una selva fértil, desbordada. Una lluvia de recuerdos —los más placenteros, los más dolorosos— comienza a inundar mi mente. Es como si mi pensamiento, mi lenguaje o mis palabras de pronto cobraran conciencia de sí mismas y se rebelaran contra mí.
No puedo evitar reparar en la gente a mi alrededor. Esos cuerpos envueltos en cobijas como pequeños capullos esperando la metamorfosis. En los pocos días que me permiten documentar sus prácticas me han compartido todo tipo de historias personales, con la condición de que no revele sus nombres reales. Pienso en el empresario inmobiliario a quien la ayahuasca lo obligó a renunciar a un gigantesco negocio en una empresa de microcréditos que había fundado: “los microcréditos son una estafa para la gente más pobre, no quise más participar en eso”. O en el chef italiano a quien la ayahuasca le ayudó a escapar de la depresión y las adicciones: “estaba en la ruta a un suicidio seguro”. De no ser por estas ceremonias, quizás el futuro campeón de surf jamás habría perdonado los malos tratos que recibió de su padre cuando era niño y su madre, la diseñadora de interiores, insiste en que sin estos rituales no se habría recuperado de un cáncer de matriz que le atenazaba el cuerpo. Hablar con familiares muertos, de manera lúcida y vívida, es una experiencia compartida.
—Sabemos que es un precio alto, sí —me dijo Esther esta mañana—. Pero esto no es un negocio: es un servicio. Hemos invertido más de una década en esto, en aprender a hacerlo bien. En reconocer también a nuestros maestros. Traer una planta desde Perú, cuesta. Acondicionar un espacio como este, cuesta. Hemos renunciado a nuestras vidas y a otros negocios por esto. Y, sin embargo, buscamos siempre la manera de hacerlo accesible: siempre recibimos a una o dos personas que no pueden pagar. De eso se trata: no queremos ser una élite, queremos ser una comunidad que ayuda. Nos ha pasado más de una vez que los empresarios a quienes les damos ayahuasca pagan después la ceremonia para sus empleados.
Comienzo a desesperarme: el dolor en mi estómago se endurece y cada vez me siento más incómodo. Cambio de postura una y otra vez para intentar deshacer el nudo en mis tripas pero es inútil. En cambio, un pensamiento comienza a germinar en mi mente: la aguda certeza de que estoy a punto de morir. Intento tranquilizarme y recuerdo que la dimetiltriptamina es una sustancia que segregan los seres humanos de manera natural a través de su glándula pineal. Según algunos científicos, el DMT es una de las sustancias responsables de moldear la materia de nuestros sueños y hay quienes afirman —aunque no ha sido comprobado plenamente— que invade nuestro cerebro en el momento exacto de nuestra muerte.
Mas ninguna explicación lógica se mantiene en pie. Mi conciencia es un río rápido cruzado por ráfagas de ideas aleatorias y sueños que se esfuman apenas nacen. Reparo en el canto de los grillos y las cigarras allá afuera, en la noche que se entrecruza con los icaros que suenan en la maloca. Mi oído se agudiza y es capaz de distinguir cómo las voces de Esther e Ismael rebotan contra la textura de los muros, ramificándose en distintas direcciones; otras voces, más agudas y pequeñas, comienzan a acompañarles. Me entretengo a la fascinación del fenómeno sonoro y entonces veo cómo la oscuridad comienza a moverse al ritmo del sonido, como un oleaje, como si estos cantos tuvieran la capacidad de “alterar el tejido mismo de la realidad” —esas palabras aparecen en mi cabeza como si alguien más las hubiera depositado allí.
Intento calmarme, respirar. El dolor de estómago no amaina; al contrario, cobra vida propia hasta convertirse en una metáfora de todo aquello que me incomoda de mí mismo: la muerte que anida en mí.
La visión dura apenas un instante, tal vez no más de un minuto: lianas y enredaderas crecen a mi alrededor, flores prehistóricas se abren en cada rincón de la oscuridad. El zumbido de los insectos me rodea y un follaje extiende sus espinas, sus bocas, plantas carnívoras fosforescen a mi alrededor. Soy su alimento: fertilizante, abono humano.
Libertad con tropiezos
El 7 de marzo pasado, antes de dictar sentencia, el juez de distrito José Rivas González le preguntó al curandero José Campos, de 64 años, si quería decir algunas palabras. El abogado Pepe Ramos lo recuerda así:
—Don José pidió permiso para entonar un canto y ahí fue que se aventó un icaro hermosísimo. En ese momento muchos de los que estaban en la sala de audiencias empezaron a llorar. Fue un momento muy particular. Yo no tengo conocimiento de otro juicio en México en donde, de pronto, se comience a hablar de espiritualidad y en el que incluso el juez retome el debate sobre la concepción del hombre más allá de la carne y los huesos, que se atreva a abordar la dimensión de lo trascendente.
Dos días antes de que José Campos cumpliera un año de encierro dentro del Reclusorio Norte, el juez José Rivas dictó sentencia a favor de su libertad y le otorgó la absolución por todos los cargos.
No fue fácil. En su defensa había participado el nutrido equipo legal de ICEERS, que buscó demostrar la inocencia de Campos por todas las vías posibles. Natalia Rebollo, abogada y coordinadora del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca, testificó en más de una audiencia para argumentar que en ningún lugar de las normas mexicanas se especifica que la ayahuasca como compuesto vegetal sea ilegal. El farmacólogo José Carlos Bouso presentó todo tipo de evidencia e investigaciones científicas que buscaban demostrar que la ayahuasca no representa un riesgo para la salud pública. El antropólogo Mauricio Guzmán presentó un análisis de la cosmovisión amazónica en relación con la ayahuasca. Además, los abogados Alejandro Erreguerena y Manuel de León litigaron en cada una de las instancias por las que pasó el caso de don José, en coordinación con Ramos; mientras que Luisa Conesa, abogada constitucionalista, asesoraba la defensa en términos de derechos humanos. ICEERS incluso logró organizar un Foro Intercultural de Medicina Enteógena en el Senado de la República, para concientizar a los políticos sobre los últimos avances en torno a la ayahuasca y cómo es usada, con éxito, en el tratamiento de adicciones y casos severos de depresión o estrés postraumático.
No obstante, el juez decidió liberar a José Campos por la opción menos problemática:
—Formalmente, se resolvió que José había estado en un “error de prohibición”: que, al ser de nacionalidad peruana y dedicar toda su vida a la ayahuasca y no entenderla como una droga, etcétera, no era culpable de algún delito pues no sabía que su actuar estaba fuera del marco normativo de México. No quiso pronunciarse sobre el fondo del asunto.
He estado pensando sobre la experiencia que viví con la ayahuasca. En efecto, su consumo está cada vez más extendido. Basta una búsqueda en cualquier red social para encontrar ofertas de ceremonias. Es posible asistir a encuentros de una sola noche con un costo de dos mil a siete mil pesos, pero muchas de las personas con las que hablo coinciden en que la ayahuasca hace tiempo que alcanzó otras esferas.
—Es una estrategia —me dice alguien que suele consumir ayahuasca con Esther e Ismael—. Los taitas sienten que algo peligra con la destrucción acelerada del Amazonas, con el cambio climático en general. Es por eso que se han acercado a personas con capacidad de incidencia: desde políticos hasta personas con poder económico. He escuchado a varios taitas decir esto: son las órdenes de la planta.
Escucho variantes de este comentario en distintas bocas. Sin embargo, a pesar de la férrea defensa que existe en torno a la ayahuasca como una substancia medicinal, tampoco son pocas las suspicacias que desata el decomiso de ciento cuarenta kilos realizado por la Semar. A muchos les parece una falta de respeto que la ayahuasca sea transportada en esas cantidades. “Esa cantidad de ayahuasca equivale a más de una década de trabajo mío”, me dice otro facilitador que organiza ceremonias mensuales.
—La ayahuasca claro que conlleva un peligro, sobre todo cuando no se respeta el ayuno y se mezcla, por ejemplo, con medicamentos psiquiátricos —explica Ismael—. Sí existe un riesgo, como existe un riesgo al manejar un auto. Pero para manejar necesitas aprender, tiene luces intermitentes, retrovisores…
—Como en todos lados —secunda Esther—, aquí también abundan los charlatanes: gente que no sabe lo que está haciendo y que solo busca el lucro.
—Lo que nos preocupa es que, siempre que sucede algo, quien termina pagando es la planta, no la gente irresponsable.
Esther e Ismael entienden mis suspicacias. Me escuchan hablar del peligro de las sectas y de los riesgos de caer en un nuevo colonialismo o extractivismo cultural. Parecen acostumbrados a cuestionamientos similares.
—Son los taitas quienes eligen a quién enseñarle lo que saben —añade Esther—. Nosotros no estamos de acuerdo en que exista una industria de turismo psicodélico y en que se celebren ceremonias de manera irresponsable. Darle ayahuasca a alguien es asumir una responsabilidad de por vida con esa persona. Nosotros la asumimos: pasamos años con maestros ashaninkas aprendiendo cómo hacerlo de manera segura y con respeto.
La sentencia absolutoria ordenaba la libertad inmediata de José Campos. Pero él no salió de la cárcel sino hasta dos días después. Apenas le abrieron la puerta del reclusorio, fue detenido de nuevo por agentes migratorios. Como su pasaporte y el resto de sus documentos estaban retenidos por la Fiscalía de Distrito, fue trasladado a la estación migratoria Las Agujas en Iztapalapa.
El 12 de marzo, finalmente, consiguió su libertad: un par de agentes migratorios lo escoltaron de vuelta hasta el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y, después, hasta Lima, Perú.
Epílogo: la ayahuasca en la mañanera
Un par de semanas después, don José se presentó en una videoconferencia, junto a miembros del equipo del Fondo para la Defensa de la Ayahuasca. Recordó sus días en la cárcel como una de las experiencias más intensas de su vida pero también como una bendición: una oportunidad para reforzar su conexión con la vida e intentar sanar —o al menos aliviar— a las personas recluidas.
—Para mí es muy importante ser coherente con mi trabajo y recordar que es un trabajo digno: se trata de ayudar a las personas —dijo en una transmisión llena de interferencias—. Yo defiendo esta causa con mi vida [...]. Pero el mismo juez nos recordó que la medicina, en manos que no sean las adecuadas, también puede hacer mucho daño. Y tiene razón. No es para jugar, es un asunto serio.
Pese a todo, el equipo de ICEERS piensa que el caso de don José puede sentar un precedente para el resto de curanderos que continúan presos por transportar ayahuasca en sus maletas. Y aunque las audiencias intermedias ya han comenzado en la mayoría de los casos, solo José Campos accedió a su derecho a juicio. El incidente de los ayahuasqueros presos, informa Natalia Rebollo, obligó al Fondo para la Defensa de la Ayahuasca a ponerse en contacto con senadores y diputados para impulsar una regulación que proteja y regule el uso de plantas medicinales por los distintos pueblos indígenas, tal como ya sucede con el pueblo wixárica y el uso del híkuri (peyote).
El pasado 4 de abril, en la conferencia matutina del presidente Andrés Manuel López Obrador, la titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana abordó el caso de los médicos ayahuasqueros presos. Rosa Icela Rodríguez prometió que, en los próximos días, Lauro Hinostroza García, otro de los médicos ayahuasqueros que fueron arrestados el año pasado, obtendría un “cambio de medida cautelar” que le devolvería su libertad. No es la primera vez que el tema se menciona en la mañanera: la ayahuasca parece estar hoy en día en boca de todos y sus emisarios están dispuestos a hacer todo lo necesario —política y espiritualmente— para defender sus dominios.
Con información de Ángel Huerta.
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