CeroCeroCero

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¿De qué maneras gobierna la cocaína al mundo?  El autor de «Gomorra» presenta, en su nueva novela —editada en español por Anagrama—, de la que presentamos un fragmento, un retrato difícil pero indispensable para comprender las maneras en que el tráfico de esta droga se ha logrado posicionar como uno de los negocios más rentables, infalible a prácticamente cualquier embate en su contra.

Tiempo de lectura: 18 minutos

Coca No. 1

La coca la consume quien ahora está sentado a tu lado en el tren y la ha tomado para despertarse esta mañana, o el conductor que está al volante del autobús que te lleva a casa porque quiere hacer horas extra sin sentir calambres en las cervicales. Consume coca quien está más próximo a ti. Si no es tu padre o tu madre, si no es tu hermano, entonces es tu hijo. Si no es tu hijo, es tu jefe. O su secretaria, que esnifa sólo el sábado para divertirse. Si no es tu jefe, es su mujer, que lo hace para dejarse llevar. Si no es su mujer es su amante, a quien él se la regala en lugar de pendientes y aún mejor que diamantes. Si no son ellos, es el camionero que trae toneladas de café a los bares de tu ciudad y no podría resistir todas esas horas de autopista sin coca. Si no es él, es la enfermera que está cambiándole el catéter a tu abuelo y la coca hace que le parezca todo más liviano, hasta las noches. Si no es ella, es el pintor que está repintando la habitación de tu chica, que ha empezado por curiosidad y luego se ha encontrado con que ha contraído deudas.

Quien la consume está ahí contigo. Es el policía que está a punto de pararte, que esnifa desde hace años y ahora ya se han enterado todos y lo escriben en cartas anónimas que mandan a los oficiales esperando que lo suspendan antes de que haga alguna gilipollez. Si no es él, es el cirujano que está despertándose ahora para operar a tu tía y con la coca es capaz de abrir hasta a seis personas en un día, o el abogado al que tienes que ir para divorciarte. Es el juez que se pronunciará sobre tu causa civil y no considera que eso sea un vicio, sino sólo una ayuda para disfrutar de la vida. Es la cajera que está dándote el billete de lotería que esperas que pueda cambiar tu suerte. Es el ebanista que te está montando un mueble que te ha costado el sueldo de un mes. Si no es él, la consume el montador que ha venido a tu casa a instalar el armario de Ikea que tú solo no sabrías ensamblar. Si no es él, es el administrador de la comunidad de vecinos de tu edificio que está a punto de llamarte por el portero automático. Es el electricista, precisamente ese que ahora está intentando cambiarte de sitio el enchufe del dormitorio. O el cantautor al que estás escuchando para relajarte.

Consume coca el cura al que te diriges para preguntarle si puedes confirmarte porque tienes que bautizar a tu sobrino, y se sorprende de que todavía no hayas recibido ese sacramento. Son los camareros que te servirán en la boda del sábado próximo, que si no esnifaran no podrían tener tanta energía en esas piernas durante horas. Si no son ellos, es el concejal que acaba de adjudicar las nuevas islas peatonales, y la coca se la dan gratis a cambio de favores. La consume el aparcacoches, que ahora ya sólo se siente contento cuando esnifa. Es el arquitecto que te ha remozado el chalé de las vacaciones, la consume el cartero que te ha traído la carta con tu nueva tarjeta de débito. Si no es él, es la chica del centro de llamadas, que te contesta con voz sonora preguntándote en qué puede ayudarte. Esa viveza, igual en todas las llamadas, es efecto del polvo blanco. Si no es ella, es el ayudante que ahora está sentado a la derecha del profesor y espera para hacerte el examen. La coca le ha puesto nervioso. Es el fisioterapeuta que está intentando ponerte la rodilla en su sitio; a él, en cambio, la coca le vuelve sociable. Es el delantero quien la consume, ese que ha marcado un gol arruinándote la quiniela que estabas ganando a pocos minutos del final del partido.

Consume coca la prostituta a la que vas antes de volver a casa, cuando tienes que desahogarte porque ya no puedes más. Ella toma la coca para no ver más a quien tiene delante, detrás, encima o debajo. La toma el gigoló que te has regalado por tus cincuenta años. Tú y él. La coca le da la sensación de ser el más macho de todos. Consume coca el sparring con el que te entrenas en el ring, para tratar de adelgazar. Si no es él quien la consume, es el instructor de equitación de tu hija, la psicóloga a la que va tu mujer. Consume coca el mejor amigo de tu marido, ese que te corteja desde hace años y que no te ha gustado nunca. Si no es él, es el director de tu escuela. Esnifa coca el bedel. El agente inmobiliario que se está retrasando precisamente ahora que habías podido escaparte para ver el piso. La consume el guardia jurado, ese que todavía se peina con emparrado cuando ya todos se afeitan el pelo. Si no es él, es el notario al que preferirías no volver nunca más, que consume coca para no pensar en las pensiones alimenticias que tiene que pagar a las mujeres que ha dejado. Si no es él, es el taxista que despotrica contra el tráfico pero luego vuelve contento. Si no es él, la consume el ingeniero al que estás obligado a invitar a casa porque quizá te ayude a dar un salto en tu carrera.

Es el guardia municipal que está poniéndote una multa y mientras habla suda muchísimo aunque sea invierno. O el limpiacoches de los ojos hundidos, que logra comprarla pidiendo préstamos, o ese chico que llena los coches de octavillas, cinco en cada uno. Es el político que te ha prometido una licencia comercial, ese al que has enviado al Parlamento con tus votos y los de tu familia y que siempre está nervioso. Es el profesor que te ha echado de un examen al primer titubeo. O es el oncólogo con el que ahora vas a hablar, que te han dicho que es el mejor y esperas que pueda salvarte. Él, cuando esnifa, se siente omnipotente. O es el ginecólogo que se está olvidando de tirar el cigarrillo antes de entrar en la habitación para visitar a tu mujer, que tiene los primeros dolores. Es tu cuñado, que nunca está contento, es el novio de tu hija, que, en cambio, siempre lo está. Si no son ellos, entonces es el pescadero que se luce arreglando el pez espada, o es el empleado de la gasolinera que derrama la gasolina fuera de los coches. Esnifa para sentirse joven, pero ya ni siquiera es capaz de volver a poner en su sitio la pistola de la manguera. O es el médico del seguro al que conoces desde hace años y que te hace pasar primero sin esperar turno porque en Navidad sabes qué regalarle.

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