Al interior de un Centro COVID. La metamorfosis del Hospital de Nutrición

Al interior de un Centro COVID. La metamorfosis del hospital de Nutrición

El Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán enfrenta retos impensables. Transfirió a sus pacientes, dejó de recibir a otros, y se vació para atender a los infectados por el nuevo coronavirus. Esta es la primera entrega de una serie de textos sobre lo que sucede ahí adentro.

Tiempo de lectura: 13 minutos

El conductor no sabe que estoy escribiendo un reportaje sobre Nutrición cuando me subo al Uber. Como hacemos todos de manera inevitable, empezamos a hablar de la pandemia. El coronavirus. La incertidumbre. El miedo. Rodolfo teme, en particular, por su esposa. Estuvo a punto de morir hace dos años. Problemas de sobrepeso y una trombosis que se le fue al pulmón. Casi no la libra, me dice, pero la salvaron en Nutrición. ¡Ah, Nutrición! Ahí está. Sin buscar su mención, aparece, brota como faro cuya existencia da esperanza. ¿Y cómo les fue en Nutrición?, quiero saber. “Excelente”, dice Rodolfo, “es lo mejor que hay. Por suerte un amigo nos consiguió el lugar”.

Al llegar, no se ve como antes. Las calles afuera de Nutrición, que normalmente son bulliciosas y están llenas de gente, de taxis llevando pacientes, de familiares buscando transporte, ahora están desoladas. Las paradas de camión quedaron vacías. Al cruzar la calle, los puestos de garnachas se dividen en dos: los que cerraron quedando como cubos herméticos de lámina fría y los pocos que se mantienen abiertos, alimentando al personal de servicio de la zona hospitalaria y trabajadores de transporte. Sentados junto al comal humeante, mujeres y hombres platican detrás de sus tapabocas.

No recuerdo cuándo fue la última vez que visité antes de la pandemia. Pudo haber sido cuando acompañé a mis abuelos. Llegamos en taxi, antes de que fueran rosas, y tardamos varios minutos en acercarnos a la puerta por el tráfico que la propia entrada generaba. Mi abuela tenía cita de revisión para monitorear su diabetes e hipertensión, padecimientos en los que se especializan los médicos de Nutrición. Ese día, hace años, la fila de pacientes con cita y turno llegaba hasta afuera del hospital y se extendía sobre la banqueta.

Mi abuela recuerda aún a sus médicos. Los describe como magníficos. “Cuesta mucho trabajo que te atiendan ahí, no es fácil”, comenta. “Un médico muy bueno me hizo entrar”. Acudía a cita cada mes o dos meses, donde le daban seguimiento a todas sus complicaciones, refiriéndola con expertos en cada área. Después de años, dejó de ir porque las colas para entrar y la angustia por trasladarse hasta allá eran más pesadas que el riesgo de sus males. Pero la atención que recibía “solo la ofrecían en ese lugar”, dice.

Tal vez fui una vez más, después de eso. Cuando conseguimos, a través del conocido de un conocido, que me hicieran ahí un estudio de presión del cardias, esa valvulita en el esófago que dosifica el paso de comida al estómago. Para llegar a uno de sus consultorios, recuerdo haber estado en una sala de espera enorme, con hileras e hileras de personas, durante más de dos horas. ¿Sabía lo afortunada que era?, me preguntaron otros pacientes entonces. Sabía que era poco común conseguir una cita en cuestión de semanas en vez de meses. El estudio que me hicieron era de punta. Había sido una de las últimas medidas en una larga peregrinación por diagnosticarme.

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