Una generación sin móvil: la cruzada vs. los celulares en las escuelas de España
Niños y adolescentes llevan tiempo enganchados al beep y a los likes que vienen de los celulares y no se distraen con nada que no provenga de ahí. Según Unicef España, antes de la pandemia, los niños reciben su primer celular poco antes de los once años. Lo que inició como un grupo de Telegram en Barcelona, se ha convertido en un movimiento nacional de padres y expertos que desean llevar a fondo el tema: la prohibición del celular hasta los dieciséis años. Los españoles luchan por aulas donde no haya niños desvelados por el juego.
A finales de octubre de 2023, el artículo de un médico de Barcelona llegó a las páginas de El País, sacudió a los padres de familia de Cataluña primero, y de España después, y con ello inició una conversación que estaría entre las más importantes del año: la necesidad de prohibir el uso de los teléfonos celulares entre niñas, niños y adolescentes.
“Me dedico desde hace diez años a la atención directa de familias con hijos menores de dieciocho años que deciden acabar con su vida o lo intentan. He sido testigo de cómo han aumentado los recursos para la atención de las personas en riesgo de suicidio y, a la vez, he visto cómo todos estos esfuerzos han sido triturados: asumimos unas cifras cada vez más preocupantes”, afirmaba el doctor Francisco Villar en su texto “Hay que prohibir los móviles hasta los dieciséis años”. Desde hace una década, Villar es coordinador del Programa de Atención a la Conducta Suicida del Menor en el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, cuya área de urgencias pasó de atender 250 episodios de conducta suicida en 2014, a mil en 2022.
En cuestión de días el tema circuló por las tertulias de radio y televisión; se instaló en la agenda de los padres, las escuelas y las autoridades de educación españoles; alcanzó a los consejos municipales, y llegó hasta el Congreso en forma de iniciativa de ley: al menos en la escuela primaria, e idealmente también en secundaria, se tiene que prohibir el uso del teléfono celular. ¿Qué fue lo que ocurrió para que de pronto todos —profesores y padres, quienes tienen hijos y quienes no, psicólogos y legisladores— admitieran que sí, “el tema nos preocupa desde hace tiempo”, pero es que “‘meter reversa’ y quitar el móvil a tu hijo doce años parecía imposible”? Aparentemente, lo que hace mucho no pasaba: la gente comenzó a hablar entre sí.
Hablando —por chat— se entiende la gente
No habían pasado diez días desde la publicación del artículo de Francisco Villar y en la red social Telegram ya se había creado un grupo de padres de familia para debatir sobre el tema y negociar con las autoridades la creación de medidas para sacar los teléfonos celulares de las aulas. El grupo eligió nombrarse ALM: Adolescència Lliure de Mòbil (“Adolescencia libre de móvil” en catalán). La dinámica es habitual para los padres de familia de una escuela: se abre un grupo de chat en el que todo el mundo se pone de acuerdo para saber cuáles son las tareas de la semana, cuándo es la entrega de calificaciones y algún asunto más; sin embargo, a los pocos días de que este grupo abriera, ya habían alcanzado los nueve mil suscriptores. Pronto hubo que crear subgrupos, canales especiales para difundir reportes y estadísticas, y establecer un orden de participación.
Entrar en el chat de papás fue tan sencillo como seguir el enlace que ellos mismos empezaron a promover en redes sociales, con el que te sumas al grupo general de ALM: más de diez mil miembros, 337 en línea el 7 de noviembre de 2023, cuando llegué. De ahí, es posible seguir tres subgrupos diferentes: el de comunicaciones, donde los organizadores actualizan sobre las acciones que están llevándose a cabo a nombre de ALM; el de documentos y noticias, donde se comparten los últimos reportes, estadísticas, y las notas en los medios que mencionan las acciones del grupo; y el de debates, donde cualquiera puede plantear un asunto nuevo sobre el que otros padres irán opinando. En otros dos subgrupos se encuentran enlazados los canales de Cataluña —región por región—, y los de toda España; un total de 154 grupos territoriales.
El tema circuló por las tertulias de radio y televisión; se instaló en la agenda de los padres, las escuelas y las autoridades de educación españoles; alcanzó a los consejos municipales y llegó hasta el Congreso en forma de iniciativa de ley: al menos en la primaria se tiene que prohibir el uso del teléfono celular.
Escribe un padre de familia:
—Para mí es un tema de sentar las bases sin tecnología, aprender a escribir, a resumir, a pensar sin una computadora delante. Después está claro que lo necesitarán y es bueno que aprendan, pero en primaria es totalmente prescindible.
Responde otro:
—Coincido en que la adicción a las RRSS ya está siendo un problema grave para la mayoría de los adolescentes. Pero creo que el problema con la tecnología empieza mucho antes con la exposición a horas de pantalla. Desde bebés, incluso en Educación Infantil en muchos centros ya tienen gigantescas pantallas digitales interactivas y les ponen videos continuamente. Hay que insistir […] para que legislen sobre el uso de las pantallas en las aulas.
Xavier Casanovas es profesor de la Cátedra de Ética IQS, de la Universidad Ramón Llull, y tiene dos hijos. Vive en El Poblenou, un barrio de clase media intelectual cuyas calles desembocan en el mar que, desde hace unos años, resiste sin mucho éxito los embates de la gentrificación en Barcelona. Casanovas es uno de los fundadores de ALM y, en un artículo publicado en el diario Ara, ofrece una explicación para lo que está ocurriendo: “Estamos aceptando que nos equivocamos como sociedad. Hemos naturalizado el hecho de dar un teléfono inteligente a nuestros hijos en el paso de la primaria a la secundaria, una edad en la que la gran mayoría ni están preparados, ni lo necesitan, y hemos llegado a este punto después de años porque creíamos que la tecnología era neutra. Como sociedad hemos confiado ciegamente en las bondades de la innovación tecnológica sin evaluar con cuidado sus consecuencias en relación con la salud mental o el impacto social”, escribe.
Los resultados de un informe publicado por Unicef España en 2021, sumados a otras estadísticas nacionales y de la comunidad europea, se volvieron parte fundamental de los argumentos de ALM para organizar la cruzada contra el uso del teléfono celular en los colegios. El reporte de Unicef analiza el impacto de las tecnologías en los adolescentes a partir de más de cuarenta mil encuestas realizadas a chicos de entre once y dieciocho años de 265 escuelas secundarias de España. Los cuestionarios se aplicaron en línea —dónde más— y se realizaron entre noviembre de 2020 y marzo de 2021. Leer los resultados es como voltear las cartas de una partida de póker y darte cuenta de que, sin importar cómo las combines, esta mano será difícil de ganar.
Uno: En promedio, los niños reciben su primer celular poco antes de cumplir los once años. Dos: 95% tiene teléfono celular con conexión a internet. Tres: Una tercera parte de los encuestados usa el celular más de cinco horas al día entre semana, y la mitad lo utiliza más de cinco horas al día durante los fines de semana. Cuatro: 98% están registrados en al menos una red social y 83% lo están en más de tres. Cinco: Seis de cada diez niños tienen más de un perfil en una sola red social.
“¿Podríamos haberlo previsto? Era difícil, pero haber tenido en cuenta el principio ético de precaución nos habría llevado a hacer una buena evaluación de los riesgos antes de su salida al mercado”, explica Casanovas en su artículo, y sentencia: “Si no hacemos eso con cada nuevo gadget que aparezca, en poco tiempo nos veremos apagando fuegos, rasgándonos las vestiduras y abocando generaciones completas a ser conejillos de indias digitales”.
En el Telegram de ALM, un padre escribe:
—Yo sugiero ver el documental El dilema de las redes sociales, está en Netflix.
Silicon Valley ha salido de este chat
Se abren las puertas de la Waldorf School of the Peninsula, una escuela privada al norte de California, Estados Unidos, y está a punto de iniciar un día típico para los alumnos del primer año de secundaria: media hora de movimiento corporal, media de ejercicios de música, oratoria, matemáticas mentales y gramática. Seguirán noventa minutos de clase en la materia que toque ese día; sesiones de trabajo en silencio —dibujando o escribiendo a mano—, trabajo manual, más matemáticas, español, y dos recreos entre clases. La jornada terminará a las tres de la tarde sin que en este tiempo los alumnos hayan tenido contacto con ninguna pantalla, porque en Waldorf School no hay tabletas, ni computadoras, ni pizarrones digitales, y están prohibidos los celulares. La paradoja de esta escuela, que la llevó a obtener fama internacional, es que se ubica en Mountain View, una de las ciudades sede de los gigantes tecnológicos de Silicon Valley, como Google, Apple, Yahoo, Microsoft o eBay, y que tres cuartas partes de alumnado son hijos de empleados de estas empresas.
Waldorf explica que su filosofía busca crear un contrapeso a los efectos en el desarrollo físico y emocional de los niños causado por “el encanto del entretenimiento electrónico en nuestra sociedad empapada en los medios”, lo que provoca que pasen menos tiempo relacionándose con otros niños, con los adultos y con la naturaleza, además del riesgo de afectar su capacidad de crear conexiones significativas con los demás en su mundo real. “Las investigaciones sobre el cerebro nos dicen que la exposición a los medios puede provocar cambios en la red nerviosa cerebral”, agrega el manifiesto de la escuela. “Esto afecta aspectos como el eye-tracking —elemento sine qua non para la lectura exitosa—, los niveles de neurotransmisión, y la interacción sana con sus iguales en el espacio de juego”.
«Hemos naturalizado el hecho de dar un teléfono inteligente a nuestros hijos en el paso de la primaria a la secundaria, una edad en la que la gran mayoría ni están preparados, ni lo necesitan, y hemos llegado a este punto después de años porque creíamos que la tecnología era neutra. Hemos confiado ciegamente en las bondades de la innovación».
En una entrevista de 2017, Bill Gates, fundador de Microsoft, explicó al diario británico The Mirror cuál era su propia política con sus hijos, que tenían entonces entre catorce y veinte años. “Establecemos una hora a partir de la cual no habrá uso de pantallas, lo que en su caso ayuda a que se vayan a dormir a una hora razonable […]. No usamos celulares en la mesa cuando estamos comiendo y no le dimos un celular a nuestros hijos hasta los catorce años, aunque se quejaran de que otros niños los tenían antes”.
El caso de Gates no es el único. En The Social Dilemma (2020), el documental de Netflix recomendado en el chat de ALM, algunos de los cerebros detrás de estas empresas tecnológicas hacen un mea culpa, desde su posición de creadores de plataformas de redes sociales, sobre las consecuencias que ha traído su uso, particularmente en niños y adolescentes, entre ellas, un comportamiento adictivo que es deliberadamente alentado por los corporativos.
Los protagonistas del documental realizado por Jeff Orlowski, exmagnates de Silicon Valley aún jóvenes han creado organizaciones que buscan “desenchufar” a la sociedad y alertar a los padres de familia del impacto que tienen las pantallas en la vida de sus hijos. “Date cuenta de que muchas personas en esta industria no le dan estos aparatos a sus propios hijos”, dice Tristan Harris, exespecialista de ética del diseño de Google y cofundador del Center for Humane Technology. “Mis hijos no usan redes sociales para nada. Es una regla”, agrega Alex Roetter, exvicepresidente de ingeniería de Twitter. Tim Kendall, exejecutivo de Facebook, expresidente de Pinterest y CEO de Moment, dice tajantemente: “No permitimos que nuestros hijos pasen nada de tiempo frente a la pantalla”.
Si los cerebros que han desarrollado las plataformas que nos han seducido, enganchado, mantenido atentos al beep y a los likes, son tan contundentes en sus afirmaciones, ¿cómo es que tardamos tanto en llegar hasta aquí?
El tema del uso del celular en las noches es otro de los que aparece en el Telegram de ALM. Resulta una obviedad que nadie quiere que su hijo se vaya a la cama con el teléfono encendido y navegando por el internet, pero también es claro que muchos de estos chicos, en plena adolescencia, han encontrado la manera de revisar si hay nuevos likes en su Instagram a la medianoche, o de continuar con un videojuego en la madrugada con tal de ganar. “Me ha tocado recibir niños que han dormido una hora y media porque se pasaron la noche jugando”, me dice Mireia Estrada, profesora de Lengua y Literatura en una secundaria catalana. “Este niño antes se distraía con otras cosas, y ahora no se distrae con nada que no sea el teléfono, porque los hemos enganchado desde pequeños. La mejor noticia sería prohibir los móviles hasta, por lo menos, los catorce años”.
En este sentido, el informe de Unicef España no es tranquilizador: seis de cada diez adolescentes duermen con el teléfono celular en la habitación, y uno de cada cinco se conecta a partir de la medianoche. Otro reporte, elaborado por el Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad, indica que uno de cada diez jóvenes usuarios de internet, entre los quince y los veinticuatro, se encuentra ante un riesgo elevado de hacer uso compulsivo de servicios digitales; esta cifra se eleva a uno de cada tres entre los doce a quince años. El problema es aún mayor cuando la exposición se hace a más temprana edad. La Associació Catalana de Llars d’Infants, una entidad que agrupa a las guarderías de Cataluña, publicó los resultados de una encuesta realizada en 110 guarderías en 2023: 75% de los centros identificaron un incremento de problemas en el lenguaje “en forma de retrasos y alteraciones” vinculado con la sobreexposición a las pantallas digitales.
En el Telegram de ALM, una madre escribe el 10 de noviembre:
— Propongo plantearlo desde un marco de derechos y del papel de la administración pública. La administración debe proteger o, dicho de otra manera, no contribuir a “dañar” la salud mental de los jóvenes, adoptando un principio de do not harm y de precaución; si no conoces el alcance del daño, contención. Desde este punto de vista, y sumando que cualquier familia debe tener el derecho a NO dar dispositivos móviles a sus hijas e hijos, el espacio educativo debe estar libre de móviles.
Y un poco después, agrega:
— Confieso que desde que estoy en estos chats paso más horas al día que nunca viendo lo que se dice. Entro en contradicción porque no quiero ser esclava del móvil, pero las luchas las hacemos a través de chats. 😞
Junkies de las pantallas
“Es que no puedo entender que aún estemos discutiendo algo tan evidente, que el debate sea si permitimos el móvil o no, ¡cuando la respuesta es claramente no! ¡Es como darle droga a un junkie! Hay niños que son auténticos junkies de las pantallas”. En mi charla con Mireia Estrada, la profesora de Literatura que recibe niños desvelados por el juego, puedo ver claramente la frustración de quien ha visto el problema con claridad desde hace años y debe luchar todos los días, desde su escuela pública en las afueras de Barcelona, contra la maquinaria ideada en las muy modernas oficinas de Silicon Valley. Mireia, de 49 años, es además coordinadora de Lengua y Cohesión Social, dos áreas que constituyen un reto en esta secundaria a la que acuden estudiantes entre doce y dieciséis años, la edad en la que su cerebro y la pantalla se vuelven casi uno solo. Y la coyuntura tampoco ayuda, al considerar los estudios que apuntan a que se registró un mayor uso de las pantallas por parte de niños y adolescentes durante los meses de la pandemia de covid-19.
“Claro que esto no quiere decir que el recurso no dé cosas buenas”, aclara. “En un teléfono puedes hacer, por ejemplo, un itinerario literario por un barrio o por la ciudad. Estas cosas son una herramienta, una ayuda, pero no son la educación. El uso de la tecnología tiene que ser la excepción, no la regla. No puedo basar mi enseñanza en hacer escape rooms”, puntualiza.
A raíz de que los padres de familia empezaron a organizarse en Telegram y a utilizar como parte de sus argumentos las medidas aprobadas por otros países europeos –Francia, país pionero en la prohibición de celulares en la escuela en 2018, seguido por Finlandia, Suecia y Grecia– las autoridades de educación, tanto de Cataluña como de España, se vieron obligadas a posicionarse sobre el tema. La reacción ha sido más o menos rápida, considerando los tiempos típicos entre el debate y los resultados en países como España. A mediados de diciembre de 2023, la ministra de Educación, Pilar Alegría, anunció una propuesta a nivel nacional para prohibir el uso de celulares en nivel primaria —que incluye alumnos entre seis y doce años— y para que las escuelas regulen el uso en secundaria —entre los doce y los dieciséis—, tomando como criterio las particularidades del centro escolar y la actividad puntual en la que el celular sería utilizado. La respuesta de los padres en Cataluña fue pura indignación, un sentimiento compartido por Mireia.
«Es que no puedo entender que aún estemos discutiendo algo tan evidente, que el debate sea si permitimos el móvil o no, ¡cuando la respuesta es claramente no! Hay niños que son auténticos junkies de las pantallas”.
“Cuando finalmente hablan, lo prohíben en la primaria, donde casi no lo usan, pero no se deciden a lanzar la prohibición tajante para la secundaria, ¡que es donde tenemos el problema!”, se queja. “La posibilidad que nos da la escuela es sacar a nuestros niños, aunque sea por unas horas, de la esclavitud que tienen con las pantallas. Yo veo completamente factible hacer una prohibición general como se ha hecho en otros sitios, incluso aquí mismo, como en Galicia”.
Galicia es una de las cuatro comunidades autónomas —de un total de diecisiete en toda España— que cuentan con prohibiciones específicas sobre el uso de celulares en las aulas, en este caso desde 2015. Un año antes, Castilla-La Mancha estableció la prohibición en su Ley de Protección Social y Jurídica de la Infancia y la Adolescencia de 2014; Madrid lo hizo en 2020, y Andalucía en diciembre de 2023. En el caso de una quinta comunidad, Cataluña, existe ya una propuesta por parte del gobierno que se dará a conocer en enero de 2024 tras haber recibido un informe del Consejo Escolar catalán.
El 13 de diciembre, en el grupo de Telegram, escribió un padre de familia.
—¡Aquí hay una encuesta! 👆👆👆Si vamos todos haremos ruido.
Después del anuncio de la ministra de Educación española, el diario catalán El Nacional lanzó una encuesta en línea con la pregunta: “¿Ves bien prohibir los móviles en primaria y secundaria?”. De las más de 6 ,700 respuestas contabilizadas, el 96% respondió que sí.
El 27 de diciembre de 2023, diez días después de mi conversación con Mireia, el Ministerio de Educación español presentó su borrador de la nueva ley orgánica de educación, que incluye la medida para prohibir los celulares en los centros educativos, especialmente en primarias. El borrador de la ley estará abierto a consulta pública hasta el 10 de enero de 2024 y, posteriormente, será debatido y votado por el Congreso. De ser aprobada, la ley entraría en vigor en el curso 2024-2025.
Huérfanos digitales
Laura Hurtado tiene 47 años, es responsable de comunicación de una ONG dedicada a la educación en España y tiene dos hijos, una chica de dieciséis años y un chico de trece. Cuando ella y su pareja buscaron la escuela para sus hijos, eligieron una en la que el uso del celular estaba prohibido en el patio y en el horario de clases; de eso hace cinco años. “La razón por la que pusieron esta regla es que detectaron que los chicos ya no socializaban en el patio porque se enganchaban al móvil, ya no jugaban”, explica. Este tipo de regulaciones se han aplicado en algunas escuelas desde hace varios años. Pero dado que, hasta ahora, es una medida decidida y adoptada por las autoridades de cada escuela, la responsabilidad del control recae exclusivamente en ellas y en los padres de familia.
“Con el debate actual me he dado cuenta de que deberíamos proteger a la infancia no solo en la escuela, sino en muchos más ámbitos, porque el teléfono es una herramienta, una puerta de entrada para contenidos que generan adicción y pueden derivar problemas mentales”, dice Laura. “Se responsabiliza a las familias, a los padres, diciendo que somos quienes deberían prohibir, pero no tenemos un aval estructural, del Estado, que nos ayude en eso, aun cuando todos somos conscientes de que las empresas que fabrican los teléfonos y las aplicaciones lo hacen con la abierta intención de generar adicción”.
El punto que toca Laura es uno que se ha debatido con insistencia en el grupo de Telegram de ALM: los padres ponen controles y regulaciones, pero los hijos son mucho más hábiles en el manejo de la tecnología y saben cómo “saltarse” un control parental. Madres y padres tienen que buscar constantemente en Google de qué trata Fornite, o BeReal, o cualquiera de los juegos o aplicaciones que están usando sus hijos, y tratar de entender cómo funcionan; intentan guiarlos en un área que es su propio punto ciego. En un artículo sobre los riesgos de internet para los niños y jóvenes, dos profesores de la Universidad CEU San Pablo en Madrid han acuñado el término “huérfanos digitales”. “Sin adultos que acompañen a los más jóvenes en el proceso de socialización mediática que antaño se producía en el hogar de una manera natural, corremos el riesgo de que los ‘nativos digitales’ acaben convertidos en ‘huérfanos digitales’”, señalan; la imagen de la orfandad como reflejo de la falta de acompañamiento por parte de los padres por carecer del conocimiento sobre el mundo digital.
A eso se suma un elemento más. “Somos una generación de padres que ha aprendido que es importante ser respetuoso con los derechos de los hijos, con su privacidad”, dice Laura. “Hay madres que le revisan el teléfono a sus hijos sin permiso, yo aún no me atrevo a hacerlo; aunque cuando le dimos el móvil a mi hija hicimos un contrato, en el que establecíamos que ese teléfono no era suyo y lo podíamos ver cuando quisiéramos, en la práctica no lo hemos hecho”.
El debate en marcha ha hecho que Laura revise algunas de las actitudes de sus hijos y reconsidere sus propias reglas en casa. Cuando su hijo menor cumplió doce años, le dieron el teléfono celular confiando en que sabría autorregularse, pero en poco tiempo se dieron cuenta de que no sería sencillo. Empezó a notar el cambio de actitud: visitas a museos en los que él solo miraba el teléfono y un uso de entre cinco y seis horas al día. Lo que siguió fue instalar el control parental y establecer límites de tiempo de pantalla, pero esto también vino acompañado de los trucos y las mentiras que caracterizan a los chicos que buscan seguir conectados por todos los medios posibles; en su caso, a los juegos en línea, que generan un patrón de conducta muy similar a la adicción —un tema ampliamente debatido en el chat de AML, donde se comparten documentos y reportes que sustentan esta afirmación—. En un viaje familiar, decidieron dejar en casa los dispositivos para conectarse.
“Y vimos el nivel de ansiedad, síntomas muy parecidos a un síndrome de abstinencia. Lo solucionamos tratando de distraerlo con juegos de mesa, otras actividades, pero me di cuenta de que nuestros hijos siguen siendo niños y siguen necesitando la ayuda de los padres; aunque no siempre podemos hacerlo solos”.
Los padres ponen controles y regulaciones, pero los hijos son mucho más hábiles y saben cómo “saltarse” un control parental. Madres y padres tienen que buscar constantemente en Google de qué trata Fornite, o cualquiera de los juegos o aplicaciones que están usando sus hijos; intentan guiarlos en un área que es su propio punto ciego.
¿Quién es el raro de la clase?
“Para dejar las drogas, existe una estipulación social muy clara; el problema del móvil es que su uso está bien visto. Si vemos a un chico con adicción a la cocaína, lo paramos; pero a un chico de catorce años que tiene un móvil, ¿cómo le explicas que no consuma?”.
Marc Masip es experto en adicción a las tecnologías y CEO de Desconect@, un programa psicoeducativo que trabaja con adolescentes que padecen esta enfermedad. En una conversación de radio transmitida a mediados de octubre de 2023, sus frases cortan el silencio como un cuchillo porque dice de manera directa, sin rodeos, lo que nadie más se atreve a decir: “Las adicciones tecnológicas están más aceptadas. Veo a un chico con los ojos en el iPad en lugar de hablar con sus padres, y claro, no es tan doloroso como verlo esnifando cocaína. Socialmente esta adicción está mucho más aceptada”.
A lo largo de doce años, Desconecta@ ha atendido los casos de adicción de cinco mil niños, con 97% de casos con alta terapéutica. Masip relata que, en las consultas, los propios chicos de diecisiete o dieciocho años le han dicho que ellos “ni locos” le darían un celular a alguien más joven. “Es tan obvio, que a mí aún me sorprende que le déis un móvil a un niño de esa edad; me parece de una negligencia terrible”, dice el terapeuta contundente. En la tertulia de radio se hace un silencio incómodo.
El 2 de diciembre, un padre de familia escribe en el Telegram de ALM:
—Ayer mi hijo pequeño buscó su primera palabra en el diccionario: “Baba, ¿es con b o con v?”. “Míralo aquí, yo te ayudo”. Los dos hermanos han estado recitando el abecedario, buscando, encontrando al fin y super satisfechos. Y luego han jugado a buscar más ellos solos. Todo eso se lo pierden si lo pones en el navegador del móvil. ¿Cuánta gente tiene ahora diccionarios en sus casas? ¿Cómo son las salas de estar en casa? Una gran TV y mini muebles para guardar cuatro cositas… ¿y dónde está el librero? Hay muchas familias que no tienen (tenemos) TV y la computadora está guardada en un lugar de trabajo. Solo cuando quieren ver algo determinado encienden las pantallas, y siempre con un adulto. Esto en niños pequeños es mucho más fácil que con adolescentes, pero todo cala…
Tanto desde su rol como madre de familia, como desde su experiencia trabajando en una ONG que se dedica a la educación, Laura Hurtado hace mucho énfasis en un punto del cual considera que se habla poco. “Toda esta conversación se ha dado sin escuchar a los chicos, y en muchos debates se da una imagen horrorosa de la gente joven; cualquiera que los oiga podría pensar que los chicos están viendo porno todo el día y que las chicas son frívolas”.
“Pienso que todo lo podríamos resumir en tres puntos”, añade. “Lo primero, retrasar el acceso al móvil lo más posible, idealmente hasta los catorce años. Segundo, no confiar demasiado en ellos, poner límites. Necesitan límites porque aún son niños, y si nosotros como adultos no lo podemos controlar, ¿cómo lo van a hacer ellos? Y tercero, todos sabemos que más importante que la prohibición, es la educación, pero tenemos que estar conscientes de que tanto los padres como los profesores hemos tenido poca formación y tenemos pocos recursos; no es solo nuestra responsabilidad; tiene que haber una regulación, y esa tiene que venir del Estado”.
Estamos a dos días de la Navidad, y en el grupo de Telegram de ALM empiezan las felicitaciones y los buenos deseos para el próximo año. Hay uno que resuena entre todos:
—Que el niño sin teléfono no sea el raro de la clase.
EILEEN TRUAX. Periodista mexicana especializada en migración y política. Por casi dos décadas escribió desde Estados Unidos para medios como The Washington Post, Vice, Gatopardo, Proceso y 5W. Es autora de Dreamers. La lucha de una generación por su sueño americano; Mexicanos al grito de Trump. Historias de triunfo y resistencia en Estados Unidos, y El muro que ya existe. Las puertas cerradas de Estados Unidos. Es directora del Congreso de Periodismo de Migraciones, que se celebra anualmente en España. Vive en Barcelona, donde trabaja en un proyecto sobre representación mediática de jóvenes inmigrantes.
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