Las nenis: emprendedoras supernova - Gatopardo

Las nenis: emprendedoras supernova

Algunas emprenden desde sus redes sociales, otras logran pagar un sitio web y muchas más apuestan por la nueva plaza pública: el tianguis digital. “Nenis” las llamaron despectivamente y la etiqueta se viralizó. Pero respondieron con imágenes todavía más burlonas: ellas sosteniendo al mundo, ellas contando billetes.

 

A las 19:30 horas en el puente peatonal frente al Estadio Azteca, al suroeste de la Ciudad de México, a esa hora me cita Andrea Quiroz porque su otro empleo —en un programa cultural del gobierno local—, aunque es temporal, le ocupa el resto del día. “Vengo de chamarra verde y mochila azul”, escribe en un mensaje escueto.

Llega puntual. Tiene treinta años, aunque aparenta varios menos: la piel tersa, apenas maquillada, el cabello castaño bien peinado. Toda ella es impecable, de sus tenis al vocabulario que usa para explicar los procesos con los que fabrica jabones: que tal compuesto afecta la acidez, que aquél es un derivado petroquímico, que el tensoactivo SCI funciona como emulsionante. Suena a alquimista, pero no estudió Química, sino Comunicación Social en la Universidad Autónoma Metropolitana. Aprendió a hacer jabones viendo tutoriales en internet mientras iba investigando por su cuenta. Decidió hacerlo como una salida a la “recesión muy fuerte”, como se refiere a este tiempo lánguido, consecuencia de la pandemia. Vender jabones fue un salvavidas mientras entregaba más de 150 solicitudes de trabajo sin éxito alguno. 

Son los últimos minutos de una tarde de junio. Andrea viene a entregar un pedido de diez jabones de colores con aroma delicioso. Trabaja desde que tenía diecisiete años. Fue empleada sobre todo en centros comerciales, cuyos horarios le impidieron seguir cursando la carrera. Entonces tomó una decisión: había que emprender. “Llevo siete años en el ‘emprendedurismo’ pero, de alguna forma, desde niña siempre fui buena para negociar y buscaba mi poder adquisitivo propio. Vendía mis dulces de Halloween, la ropa de mis muñecas y aguas frescas afuera de la casa. Con ello me compraba artículos de mi preferencia, como alimentos o juguetes”, recuerda. Ha vendido insumos para personal de restaurantes y varias otras cosas. Así pagó su vida independiente: “Pude amueblar mi departamento, viajar para conocer mi país y mejorar mis condiciones de vida”.

Unos diez años atrás los empleos a los que aspiraba ofrecían sueldos de quince mil pesos al mes en promedio. En su búsqueda más reciente encontró que por las mismas responsabilidades ahora pagan entre cinco y ocho mil pesos. Y para ella, una mujer joven con título universitario, perfecto inglés y estudios de chino y alemán, se presenta siempre la misma opción, la última: trabajar en los call centers que, sobre todo, en América Latina, reclutan a ejércitos de jóvenes sobrecalificados para atender llamadas telefónicas. Ese empleo flexibilizado, agotador y mal pagado, cuyos contratos temporales y pago por honorarios impiden generar antigüedad y acceder a la seguridad social. Por eso Andrea sigue apostándole a su microempresa: los trabajos temporales van y vienen y lo que pensó como un extra terminó siendo lo único seguro. Sabe, sin embargo, que no siempre se logra: “A veces es complicado, porque una le pone todo el entusiasmo, toda la energía, pero finalmente depende de los consumidores”. Para ser emprendedora independiente se necesita temple.

Encontré los jabones de Andrea Quiroz  revisando una treintena de publicaciones de mujeres que venden productos en redes sociales: espacios cibernéticos donde no cabe el regateo de precios. La lógica del microemprendimiento digital parece ser confiar en que el precio ofertado es el necesario. Cuando hago mi pedido de diez jabones de glicerina de cada tipo, ella me responde por mensaje directo de Facebook y utiliza un emoticono de carita feliz para romper el hielo: “Claro. Los jaboncitos tengo que hacerlos con anticipación, ¿gustas decirme de qué ingredientes los quieres o te hago un surtido para varias condiciones de la piel?”

Enseguida me envía un catálogo y toma en cuenta mi petición de que no estén demasiado perfumados. “Te hice una lista que explica de qué es cada uno”, me dice,  entregándome una hojita blanca, tinta azul y prolija letra imprenta en manuscrita. Los jabones vienen en una caja de zapatos para que no se maltraten. 

Andrea Quiroz nombró a su marca “Kueponi”, que en náhuatl significa “brotar, crecer y surgir”. Se fijó en cada detalle: sus productos son naturistas, orgánicos y zero waste. Usa glicerina, esencias naturales y no envuelve en plástico, sino en papel. Fijó los precios bajos para vender más: “es un win-win”, dice. 

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