La vida de los informales: el eslabón más vulnerable ante la crisis económica

La vida de los informales: el eslabón más vulnerable ante la crisis económica que trajo la pandemia

Según el INEGI, 56 de cada 100 mexicanos trabajan en la informalidad. Para buena parte de ellos quedarse en casa y renunciar a su ingreso diario es imposible. Su única forma de luchar contra la crisis es hacerse presentes en las calles, donde cada vez hay menos trabajo.

Tiempo de lectura: 14 minutos

La colonia San Pedro de los Pinos conserva su vibra de barrio, pues está, por fortuna para los nostálgicos, atrapada en el tiempo con todo y su identidad comunitaria. Buena parte de las personas que viven y trabajan aquí se conocen desde hace años, o incluso generaciones, y a quienes llegamos hace poco, justamente en busca de esa sensación, nos comparten sin recelo y en apenas un par de meses ese sentido de pertenencia. Suele haber marimbas y organilleros por las calles. Hay un exitoso puesto de jugos, que aún cuando no está, se hace presente apartando su lugar con una cartulina fosforescente pegada en un árbol. También está la carreta de verduras que se pone en una esquina del parque Miraflores, frente la carnicería Jenny, y a unos pasos de la lavandería Eco Bribri, atendida por un hombre que no puede ser más amable. La Marina es por mucho la miscelánea mejor surtida de la colonia. La atiende Luis, un chico que abre y cierra tarde, y al que no se le dan particularmente bien las cuentas. Con frecuencia hay que hacerle ver que está cobrando menos, que le faltó sumar los Cheetos, los cigarros, o el fiado de la semana pasada. No está claro si es extremadamente distraído, o si es solo que aquí todavía se conserva la buena costumbre de confiar en el otro y él se apoya demasiado en eso. En plena fase tres de la pandemia de Covid-19, este es uno de los puntos más populares de la zona, pues en su refrigerador todavía hay cervezas, a diferencia de lo que pasa en muchos Oxxos y supermercados de la ciudad, cuyo desabasto decepciona todos los días a cientos de mexicanos desesperados por un trago.   

Cuando comencé a trabajar este reportaje, México acababa de entrar a la temida tercera etapa de la pandemia, que arrancó oficialmente el 21 de abril. Había sido un mes extraño, por decir lo menos. La esencia de barrio permanecía, pero entre ausencias, y en las calles ya era difícil encontrar a alguien caminando sin la sonrisa cubierta. Hacía tiempo que no veía el puesto de plantas que me distraía cuando caminaba rumbo al mercado, tampoco el de barbacoa los fines de semana. La carreta de verduras había tenido que reubicarse, imagino que para evadir las patrullas que le impedían trabajar en torno al parque. Se fue, pero dejó colgada una cartulina anunciando su nueva ubicación, que desafortunadamente no alcancé a leer antes de que alguien la rompiera por la mitad.   

“La gente se está tomando en serio la cuarentena”, decía Juan Cristóbal Hernández entre incrédulo y resignado. Él lleva 26 años, más de la mitad de su vida, trabajando como bolero frente al mercado de la colonia. “Antes atendía a más de diez personas por día, pero ahora son apenas dos o tres. Sin oficinas funcionando me llega muy poca gente y a nosotros, que vamos al día, nos afecta bastante.” 

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