La chica de ayer, Rossy de Palma
Guillermo Sánchez Cervantes
Fotografía de Napoleón Habeica
Rossy de Palma, la chica española del cine español, busca sacudir su pasado y mostrar su fuerza histriónica en nuevos terrenos cinematográficos.
Como si la hubiera pintado Pablo Picasso, Rossy de Palma eclipsó la pantalla grande con su belleza singular. El rostro asimétrico, los ojos que se revelan desiguales, uno más claro que el otro, y esa nariz que parece ir a ningún lado y que viene, en realidad, del ADN vasco de su madre. Con esa belleza “cubista” alcanzó popularidad como ninguna otra actriz hispana: se volvió protagonista extraordinaria de pasarelas y de películas, musa del diseñador francés Jean Paul Gaultier y pupila del cineasta manchego Pedro Almodóvar. Sedujo al mundo y lo hizo un espectador suyo.
Almodóvar la descubrió en 1987, con La ley del deseo, donde interpretó a una locutora de un magazine de televisión. Era una pequeña participación en la que entrevistaba a un director de cine homosexual interpretado por Eusebio Poncela. Entonces ella era una inexperta de 23 años, maquilladísima y estrafalaria a la usanza de los jóvenes de mediados de los ochenta que vivían con arrebato el posfranquismo. El director había dado la orden antes de rodar su secuencia:
—No la pintáis y no la maquilléis, que lo haga ella; no la vistáis, que se vista ella; no la peinéis, que se peine ella.
Su personaje hacía preguntas al aire buscando desnudar a su entrevistado, mientras una mosca —que estaba fuera del guion— merodeaba sobre ellos. Era su primera vez delante de una cámara de cine y ella estaba vestida de sí misma.
—¿Qué es lo que más te chifla y lo que más te amuerma del amor? —preguntaba, peinada con un tupé sobre la frente, y enseguida volteaba a la cámara y revelaba su asimetría “picassa”. Almodóvar la capturó sin poses, seducida por Poncela, con la barbilla sobre su mano mientras remataba su intervención con un mudo:
—Fíjate…
Han pasado casi treinta años desde aquella cinta protagonizada por Carmen Maura, Antonio Banderas y Poncela, de su primera incursión en la cinematografía. Miembro del aquelarre actoral que ha conformado el universo almodovariano, cuna de personajes memorables, músicos, asesinos, domésticas, drag queens, cirujanos perversos y muchísimas mujeres dispuestas a todo. De Palma es una de las actrices consentidas que, junto con Maura o Marisa Paredes, “aparecen una y otra vez en las películas de Almodóvar, y verlas envejecer a través de sus cintas añade profundidad al retrato femenino”, escribió el año pasado Julie Bloom en el New York Times.
CONTINUAR LEYENDOAhora es un mediodía de diciembre de 2017, en la suite presidencial del hotel donde la actriz se hospeda en la Ciudad de México, el Hilton Alameda. A sus 53 años, mira a la cámara de Napoleón Habeica. Trae puesto un sombrero negro y semejantes botas que la hacen ver aún más alta. Tan pronto inicia la entrevista, aclara su postura sobre el adjetivo cubista que ha existido en torno a ella. Y es que hace unos meses, la marca de cosmética MAC anunció una colección colorista inspirada en el surrealismo y el dadaísmo, una suerte de homenaje a Rossy de Palma.
—En México fue donde empezó lo de la Picassa, “¡la Picassa!”, me decían. Yo siempre digo que el que nunca se manifestó fue Picasso, porque nunca me vio. Claro que hay cosas que te puedes reconocer en un cuadro, yo me reconozco en Las señoritas de Avignon, en la asimetría, porque tengo un ojo de cada color y esta nariz que hizo lo que se le dio la gana. Ahora, no sé si le hubiera caído bien a Picasso, las cosas como son. Era tremebundo y machista. Yo me reconozco en muchas pinturas y de diferentes épocas —dice la actriz.
De Palma llegó a México para participar en la cuarta edición del Premio Iberoamericano de Cine Fénix, invitada como el puente que ella ha sido entre Europa y América, con sus colaboraciones con directores como Gérard Pirès o Karim Dridi, Mike Figgis o Robert Altman, además de apariciones especiales en México, así como en Uruguay y Argentina. De Palma, esa misma noche, inauguró la gala en el Teatro Esperanza Iris cantando junto a la Orquesta Pérez Prado, con unos zapatos plateados de Christian Louboutin, un vestido negro y una peluca a lo Lisa Minnelli que formaban un cuadro kitsch en el escenario.
—¡Con la Orquesta Pérez Prado! Hemos hecho varios ensayos. Es la zanahoria delante del burro que me ha puesto Ricardo Giraldo para que viniera a México —dice emocionada—. Me venía muy mal de fechas, pero la posibilidad de cantar con una orquesta tan mítica y legendaria me hizo ring ring.
Desde los noventa, llamó la atención en el mundo de la moda y ha posado para revistas como Schön! en Alemania y Vogue en Estados Unidos. Los diseñadores encontraron en ella un look distintivo. Thierry Mugler la vistió muchísimas veces y Jean Paul Gaultier la considera su musa.
En 2014, por ejemplo, desfiló en la Semana de la Moda de París luciendo, con el cuerpo de una mujer de su edad, un corsé de Gaultier con un maxi sombrero. Una actuación que llamó la atención de la prensa, como si fuera una Naomi Campbell. También, en ese mismo año, participó en el cortometraje con el que el diseñador David Delfín presentaba entonces su colección; ahí interpretaba a una guardia civil que aparecía con unos altísimos tacones negros, multando a Bimba Bosé por conducir a alta velocidad.
—Tengo muchísimos amigos de la moda. Siempre me han gustado los tejidos. Desde muy jovencita cosía y me hacía mi vestuario de escena. La moda no es sólo lucir un vestido bonito y salir, la moda también es el amor a un tejido, a una seda o una lentejuela. Ser cabaretera, eso me gusta, lo llevo en la masa de la sangre.
La chica Almodóvar conduce al fotógrafo por la habitación del hotel, y elige la pared que más le gusta. Ella es la artífice de la escena. De pronto arranca una rama de una maceta y la muerde con los dientes, se pone unos cojines en la cabeza o un libro de Frida Kahlo que, no se sabe cómo, tomó de un librero al fondo. El color de la portada, el fucsia, dice que la vuelva loca. Desde su cuenta de Instagram (@rossydpalma) subió imágenes del shoot. Rosy de Palma se transforma cada que los flashes disparan.
* * *
—Mírate, Juana, si fueras menos cardo, ahora que se llevan las caras raras, hasta podrías ser modelo —dice la actriz Verónica Forqué a su sirvienta, interpretada por Rossy de Palma, en un baño de azulejos coloridos con un grandísimo espejo.
Es una escena de Kika, película de Pedro Almodóvar de 1993, donde de Palma interpretó a una sirvienta andrógina con bigote que trabaja para Kika (Forqué), una maquillista tan ingenua a lo Marilyn Monroe.
—No me veo yo en una pasarela. Me gustaría ser jefa de prisiones, rodeada de tías todo el santo día —responde frente al espejo con las manos en la cara, gesticulando.
—¡Qué heavy eres, Juana!
—Soy auténtica —contesta y se queda callada mirándole el escote—. Señora, que me ha excitado. Necesito un poco de agua que me baje la erección…
Por este personaje estrambótico fue nominada a un premio Goya como Mejor Actriz de Reparto. Hoy es considerada una película de culto, aunque en su momento no fue muy bien recibida. Esta cinta, que iniciaba como una comedia de humor negro y que terminaba en tragedia, hace una crítica a la tele-realidad, mucho antes de que los reality shows inundaran las televisiones. Ahí de Palma sorprendió por su solemnidad al actuar, aunque sus líneas provocaran risas.
—No sé por qué no funcionó. Tenía elementos que la embarrocaban un poco. Yo estaba enamoradísima del personaje de Andrea Caracortada que hacía Victoria Abril, yo quería hacer esa malvada. Pero la Juana mía era fantástica —dice de Palma—. Yo propuse que, como el personaje era una criada lesbiana, tuviera muchas tetas. A las lesbianas no les viene nada bien. Me puse un sujetador de relleno y Pedro me dijo “sí, sí, venga, te lo compro”. Había cosas fantásticas en esa película, la echaron de nuevo hace poco en la televisión española, la gente la vuelve a ver y se enloquece.
“Eran los años en que descubríamos a Rossy de Palma de la mano de Almodóvar. Veíamos su descaro natural y el control de su discurso. En Kika están los diálogos más graciosos de su filmografía”, dice Jordi Costa, crítico de cine de El País. “Aunque en España ya la conocíamos de antes porque tuvo un grupo musical durante los años de la Movida, lucían unas pintas extravagantes. Su imagen había llamado la atención. Y fue Almodóvar el que la lleva al cine, el cineasta que mejor recogía el espíritu más hedonista, vital y colorista de la época.”
De Palma inició su carrera en 1984 cuando era vocalista de Peor Imposible, un grupo pop-punk mallorquín que se formó entre amigos. No buscaban notoriedad, ni celebridad, pero sí había mucha intuición. Realizaban giras sin esperar hacer dinero, como muchos otros grupos que surgían en esos años. El espíritu de los jóvenes creadores era dar rienda suelta a la imaginación. Eran los tiempos de Fabio McNamara y de Alaska, la fotógrafa Ouka Leele, Nacha Pop y Radio Futura, el Madrid underground, la heroína y el sida. Peor Imposible tuvo un éxito de verano, “Susurrando”, y grabaron dos elepés. En YouTube hay muchísimos videos que se conservan a pesar de su calidad VHS. “Rossy, la de Peor”, así llamaban a la chica que tocaba “Keops”, una combinación de electropop y funk, o “S.I.D.A”, un ataque al “asesino de los sueños escondidos”, rezaba la canción. De Palma fue producto de este movimiento.
—Me había mudado a Madrid y en la Movida todos nos conocíamos. Aparte de Peor Imposible, trabajaba en un bar rockabilly donde venía Pedro y mucha gente. Como el rollo era rockabilly, usaba justo ese tupé con el que salgó en La ley del deseo. Y él quiso que saliera justo así en la película. Porque yo misma me confeccionaba para las presentaciones. Eso le encantó.
La muerte de Franco y el fin de la dictadura provocaron una avalancha cultural que llamaron la Movida madrileña —que duraría una década y que repercutiría además en ciudades como Barcelona y Vigo—. Fueron años en que era excitante y novedoso ser joven en España, y lo era aún más ser español. “Los españoles veníamos de una represión en cuanto a todo lo que era el placer, lo sexual y las drogas, que no se habían podido expresar libremente. Y de repente hubo exaltación hedonista, psicodélica y muchísimos grupos salen a la luz cuando la contracultura se liberaliza”, dice Costa. Por su parte, Brad Epps y Despina Kakoudaki escriben en su introducción al libro All About Almodóvar. A Passion for Cinema, que “Almodóvar era el cronista, líder, partícipe y artista del movimiento. Él y sus amigos eran el pop encarnado. La Movida inspiró y soportó su creatividad en sus primeras películas Pepi, Luci y Bom y otras chicas del montón y Laberintos de Pasiones. En ellas vemos la escena del rock, punk y glam en la cúspide”.
En 1988, de Palma participa en Mujeres al borde de un ataque de nervios, uno de los más grandes largometrajes de Almodóvar donde hace guiños al cine de Federico Fellini. De Palma aparece con un pequeño papel junto a Carmen Maura y Antonio Banderas. Interpretaba a Marisa, una chica desagradable, apretada y grosera que llega a casa de Pepa (interpretada por Maura) y, merodeando en la cocina, se toma el gazpacho que ella había preparado con una caja de somníferos para vengarse de su amante, Iván.
—Pedro me escribe un papel ahí, el de una burguesita pija, como decimos en España, nada que ver conmigo, y virgen, mala leche. Decía Pedro que las vírgenes tienen muy mal humor.
—¿Por el hecho de ser vírgenes?
—Así es. Entonces yo pensaba que ya iba a ser actriz, era mi momento, tenía esa ilusión. ¡Y veo que mi personaje cae dormido por el gazpacho que bebe! Yo decía “pero qué aburrimiento. ¡Cómo voy a estar tumbada aquí toda la película!”. Mis llamados eran sólo escenas donde me necesitaban tumbada. Me puse tan pesada que le decía a Pedro que esto era aburrido:
—¡Qué es esto de ser actriz durmiendo!
—La gente cuando duerme, duerme—Almodóvar le contestó.
Un día el director llegó al set y dijo que le tenía un regalo: le daba el final de la película. Tuvo la idea de que su personaje tuviera un orgasmo en sueños y la transformaría por completo. Lo había escrito especialmente para ella. Y sería la escena con la que cerraría la película. No sólo ganó un Goya como Mejor Película, sino que estuvo también nominada como Mejor Película Extranjera en los BAFTA y Globos de Oro.
—El que no llora, no mama. Si no me hubiera quejado, esa escena ni existiría. Esa escena tan bonita, ella despierta y ya es maravilla porque ha tenido un orgasmo, ya no es virgen, es amable, y pasó a la historia.
La actriz hizo una participación pequeña en ¡Átame!, en 1989, con Victoria Abril y Banderas, donde interpreta a una dealer —nuevamente andrógina— que anda en una vespa vendiendo sustancias ilegales. Vuelve a aparecer en Kika en 1993, y después prueba suerte con directores italianos y españoles, como Alex de la Iglesia en su ópera prima Acción mutante. Un año después filma en inglés Prêt-à-Porter, de Robert Altman, en 1994, sobre el mundo de la moda; una cinta coral donde participan Marcello Mastroianni, Kim Basinger, Julia Roberts, Tim Roberts y Sophia Loren. Ahí de Palma es Pilar, la asistenta de una diseñadora (interpretada por Anouk Aimée), curiosamente un personaje sensato, completamente contrario a lo que venía haciendo con sus anteriores
películas. Aunque era un personaje secundario, de Palma se robaba escenas.
En 1995 recibe su segunda nominación al Goya como Mejor Actriz de Reparto con La flor de mi secreto, también de Almodóvar. Ahí interpreta a Rosa, la hermana de Leo (Marisa Paredes), una peculiar ama de casa que hace lo que puede para salir adelante, como lidiar con su madre, la inolvidable Chuy Lampreave —fallecida en 2016— que viene del pueblo y está loca como una cabra. Rosa es, además, la única que sabe el secreto mejor guardado de Leo: que ella en realidad es Amanda Gris, la famosa autora de novelas rosas.
—¡Cómo has estao, cómo has estao, cómo has estao, cómo has estao! Y tu hijo, ¡uy, por Dios! —es una de las frases más memorables de esa secuencia donde aparece vestida de rojo con perlas y peinado señorial, luego de ver el show flamenco que ofrecen la criada y su hijo bailarín (interpretado por Joaquín Cortés). De Palma tuvo en sus manos la creación más entrañable y ordinaria de las madres hispanas de la época, que preparan el táper con la cena de la noche anterior, que no acepta dinero de su hermana aunque lo necesite y tiene un marido que bebe cada día más; y Almodóvar se lo dio a la menos convencional de su rebaño de colaboradores: Rossy de Palma. De acuerdo con Jordi Costa, este personaje expone el secreto de los personajes de Almodóvar: “Rossy recuerda el arquetipo de la maruja, mujer de su casa que se encarga de las tareas domésticas y de entornos cotidianos. Ella no es la mujer común que te puedes encontrar en el día a día, pero sí la caricatura excesiva y satírica de ese arquetipo que te encuentras”.
—Descubrimos que si extrapolabas este retrato e íbamos a Nueva York a presentar la película de Pedro, nos encontrábamos con que una madre judía también se identificaba con nuestros personajes —dice de Palma—. Lo más local se vuelve lo más universal. Todos nos reconocemos en cosas costumbristas, parece que es la idiosincrasia concreta de un pueblo y luego resulta que no, creo que hay más cosas que nos unen y que hacen que nos parezcamos —asegura.
“En esta película Chuy Lampreave y Rossy de Palma interpretan la quintaesencia de la chica Almodóvar, que se basa en la propia madre del director”, dice la periodista española Yaiza Santos. “Y lo que hace que funcione es el tratamiento que hace de las mujeres, realista aunque exagerado con ciertos elementos y colores, pero nuestras madres así son, nuestras abuelas así son, mujeres pesadas y metiches, graciosas y solidarias, que se ayudan entre ellas, y que de alguna manera el machismo las sometió.”
Para el crítico de cine mexicano Miguel Cane, es Rosa el personaje más convencional, ordinario y fácil de identificar, el personaje más cercano al espectador promedio de Almodóvar. “Porque él no hace cine para la modernilla que paga por verla en la Gran Vía. Él está haciendo películas para amas de casa como su mamá. ¿Y quién es el personaje más parecido a su mamá? Rossy de Palma en La flor de mi secreto.”
* * *
—Cada que me hablan que de cine español, cine europeo, cine iberoamericano, no sé si mejor no meterme en tecnicismos. Yo soy afronteriza y, como digo, sólo creo en las fronteras gastronómicas, son las únicas que me interesan. Me siento universal y mundial. Mi padre me dijo “eres mundial, hija mía”, y yo me lo creí —dice esta icónica mujer, para quien el cine ha sido un viaje en sí mismo. Quizá por eso el hincapié en que ella no es extranjera en ningún sitio.
Ahora en el Hilton Alameda le han traído un par de martinis con aceitunas. Le explica a su hija Luna Mary, de 19 años —quien ha estado observando la entrevista desde el otro lado de la habitación, o entreteniéndose con el piano de cola tocando una incierta melodía— qué es un dirty martini.
—Le echan las aceitunas y el agua de las aceitunas. Martini sucio, guarrillo. Está riquísimo, probadlo —y me ofrece un trago entre una pregunta y otra.
Durante los noventa, Rossy de Palma buscó su internacionalización hacia el cine europeo, una manera de sacudirse a la chica Almodóvar con que —inevitablemente— la identificaba el mundo entero. En su mira apuntó, como lo hizo Victoria Abril, al cine francés. Jean Paul Gaultier la llevaba mucho a Francia y comenzó a frecuentar a realizadores de toda índole. Hacía desfiles de moda y es ahí cuando Virginie Thévenet la llamó para hacer un personaje en su película Sam suffit de 1992. Pero ella no hablaba ni una palabra del idioma. En el contrato, había una cláusula que indicaba que si no se le entendía, sería doblada.
—Nunca me he considerado estratega de una carrera. Me gustan que las cosas sucedan. Dije a los productores que en vez de pagarme aviones para arriba Madrid-París y París-Madrid, “por qué no conseguís sacar esa clausula”. Para mí la voz en el trabajo interpretativo lo es todo. “Ponerme un apartamentito y una coach y me quedo un poquito aquí y me impregno.” Porque es verdad que para los idiomas tienes que estar in situ para que entres y tengas necesidad de hablarlos. Así fue. Al principio crees que hablas bien y lo haces fatal. Decía cosas horrorosas. Por ejemplo, “deprisa” se dice vite con uve, pero con be, bite, es “pene”. ¡Fíjate, nadie te corrige allá! ¡Los franceses! Lo que yo decía, andaba en los estrenos de Pedro gritando “¡bite! ¡bite!”, y en realidad estaba diciendo “¡polla! ¡polla!”. Qué locuras. Una aprende sola. Ya son más de 25 años, no soy francesa pero sí me siento francófona —dice la actriz.
El director Karim Dridi es, por ejemplo, quien le da uno de sus primeros protagónicos, Hors jeu, en 1998, cinta con la que ganó el Premio de Interpretación del Festival Internacional de Cine de Locarno. Una cinta que implicó muchos retos: el director prohibió leer el guion con anticipación y se rodó cronológicamente improvisando.
Su veta francesa alcanza todos los registros y, aunque sean papeles cómicos, nunca son anecdóticos. No por eso ha dejado las comedias comerciales, y un claro ejemplo es la de Patrice Leconte, Une heure de tranquillité, de 2014, donde nuevamente interpretó a una empleada doméstica resongona. Un año después, presentó Graziella, largometraje que dirigió y escribió el cineasta argelino Mehdi Charef, en el Festival de Cine Francés de Málaga. Hace 25 años, ella le había escrito una carta interesada en trabajar con él. Años después le presentó un personaje dramático, una mujer que de día es enfermera y de noche bailarina. Un cine de autor producido por Michèle Ray-Gavras, la productora de Costa-Gavras.
—Es un cine de autor. Michèle ha sido la productora y la chófer, y hasta la figurinista. Parábamos en medio de la carretera y yo era su GPS. Se hizo con pocos recursos, pero con mucho cariño, como se hacía antes —declaró, con su humor característico, en aquel año.
En 2017, mientras en España presentó la comedia de Álvaro Díaz Lorenzo, Señor, dame paciencia, en Francia los cines estrenaron Madame, una película de la directora Amanda Sthers, que escribió especialmente para ella, y le ha puesto a dos histriones del cine anglosajón: Toni Collette y Harvey Keitel. La película se rodó completamente en Francia pero en inglés.
—Ya la han vendido al mundo entero. Es una comedia romántica maravillosa pero social, que a mí como artista me interesa mucho que te diviertas, pero que al final tengas una reflexión. Que te ayude a pensar, a empatizar con otras realidades. Aquí Toni Colette es mi madame, yo la criada, y se ven las luchas sociales de clases, cómo tratamos a alguien que nos ayuda en la vida diaria, pero cómo no podemos soportar que se pasen los límites.
—Ya eres experta en domésticas.
—Soy especialista. Hice una sitcom muy ácida hace poco, Anclados, de Mediaset España. Yo era la jefa de limpieza de un crucero, ¡soy chacha de barco! Triunfó muchísimo, pero luego, debido a una cosa más de la productora con la cadena de televisión, se dejó de hacer, tuvo una temporada. No sabes, todavía hay gente superfan. La televisión te da esa dimensión de popularidad.
—Has hecho poca televisión.
—Es lo que menos me gusta. Lo he hecho cuando más lo he necesitado económicamente. Cuando he tenido épocas de vacas flacas. Lo que no me gusta es soportar horas en un estudio de grabación, llegar cuando todavía no ha amanecido y salir de noche. Hombre, ahora la televisión ha cambiado muchísimo. Las series tienen gran calidad, parece que estamos haciendo largometrajes.
El año pasado concluyó el rodaje de The Man Who Killed Don Quixote, la más reciente película del ex Monty Python Terry Gilliam, donde de Palma participa. Una película que se terminó de filmar luego de estar parada en preproducción por 17 años, cuando una tormenta destruyó los decorados en 2000, y luego siguieron problemas financieros y de salud por parte de algunos actores del reparto inicial. El pasado octubre, por ejemplo, Jean Rochefort falleció sin poder interpretar al Quijote. El elenco ahora lo completan Adam Driver, Jonathan Pryce, y Óscar Jaenada, entre otros, quienes rodaron entre España y Portugal, con la participación de RTVE en la producción. La trama cuenta la historia de un anciano convencido de que es Don Quijote, y que confunde a un ejecutivo publicitario con su fiel escudero, Sancho Panza. Ambos inician un viaje entre el siglo XXI y el XVII. Se espera su estreno mundial este 2018.
—Diecisiete años estuvo intentando hacer esta película. Solamente por su perseverancia, se merece todo. Me llamó hace 17 años para hacer un papel pequeño, yo entonces estaba haciendo una película con Mike Figgis, también otro pequeño. Le dije en ese entonces, “vosotros los ingleses, que adoro, me llamáis para invitarme a cenar pero parece que sólo tuviera derecho al appetizer ”. Pero Terry se lo merecía todo y acepté, no le iba a decir que no. Es una gozada verlo trabajar a los 77 años. Una gozada suprema.
En los libretos de The Man Who Killed Don Quixote, el personaje que ella interpreta aparecía sólo como The Farmer’s Wife. Ahora se ríe de que ni nombre tiene su personaje.
—A veces le decía que tenía muy pocas frases, que me diera más. Le gritaba: “Terry, give me a fucking line!”.
* * *
Ya lo dice Catherine Deneuve, en el cine europeo sí hay lugar para las actrices maduras y se puede allí envejecer dignamente. “En Hollywood, en cambio, la juventud es una virtud demasiado importante”, ha declarado. Rossy de Palma parece estar siguiendo esos pasos con más ahínco en los últimos años, pues vive un buen momento en cine y los escenarios, y ha sido condecorada con la Medalla de Oficial de la Orden de las Artes y las Letras de Francia.
Está, por ejemplo, su reencuentro con Almodóvar, que ocurrió en 2016 cuando se estrenó Julieta, el más reciente filme del director manchego, basado en unos cuentos de Alice Munro. Ella tiene ahí uno de los papeles más importantes de la cinta, inspirado en una de las grandes fuentes de Almodóvar: Rebecca de Alfred Hitchcock. De Palma encarna a la custodia de la casa, que es amable pero también cruel, con el cabello encanecido, mucho mayor que su edad y con un ojo aún más pequeño que el suyo. Marian, su personaje, es la causante de la tragedia de la película. Ella es la que habla con la hija de Julieta (interpretada por Emma Suárez), con una verdad a medias, como en las tragedias shakesperianas, y la lleva a cometer un acto de crueldad suprema, que es hacerse la desaparecida y volver loca a su madre.
—Ha sido genial, mira lo que me he dejado hacer, ese look. “Esto sólo lo hago contigo”, le dije. Nos divertimos muchísimo en el rodaje, a pesar de que era una película dramática, no parábamos de reírnos. Con Pedro me abandono totalmente y lo dejo hacer. Él tiene esa maravilla de estar pendiente de los tonos, si algo no le gusta, te lo dice enseguida, que se te ha caído la voz, que quiere tal cosa más alto, que más bajo, es preciso como un reloj suizo.
“Rossy confirmó su versatilidad como actriz debajo de ese desparpajo que se creó. Porque eso es lo que cultivó durante años, el personaje de chica Almodóvar que es modelo y posee una belleza cubista. Supo inventarse una carrera, y es una secundaria de lujo que se roba la escena”, dice Cane. “Lo suyo es apuntalarse y ser una espléndida actriz de soporte como Judith Anderson en Rebecca o Thelma Ritter en Rear Window. Porque con Almodóvar no hay una sola estrella sino ensamble de actores. La estrella es él. De ahí el conflicto endémico con Carmen Maura. Lo sabe Banderas, lo entienden Cecilia Roth y Penélope Cruz. A su manera lo entiende Victoria Abril y, por supuesto, Marisa Paredes.”
El mexicano Manolo Caro la invitó a México, en 2013, para participar en su ópera prima No sé si cortarme las venas o dejármelas largas. Gracias a la amistad que ambos tienen con Elena Anaya, también una chica Almodóvar, los presentó en el lobby del Hotel Urban de Madrid, hace varios años. Caro le dio los libretos, le contó que era una obra de teatro que había sido un fenómeno en taquilla y de la abierta admiración que tiene por el cine almodovariano. De Palma aceptó. Vino cinco días a la Ciudad de México, la vistieron a lo Frida Kahlo como una española enamorada de México. En el libreto incluyeron un guiño a Mujeres al borde de un ataque de nervios: su personaje, Manuela, prepara un gazpacho con tranquilizantes. Un año después, por el solo gusto de volver a trabajar juntos, hizo un cameo en su segunda película Amor de mis amores, hasta ahora sus únicas apariciones en el cine mexicano.
Desde 2015, De Palma presenta un espectáculo teatral, un monólogo surrealista que hizo en un principio para el Piccolo Teatro Milano, y que ya ha montado en Madrid con éxito. Se llama Resiliencia de amor. “Espectadores llenaron el aforo, tanto para ver este recital, como para celebrarla en un encuentro con el público. Quien vaya verá a una clown innata, una payasa de tomo y lomo que mezcla historias melancólicas con la diversión y la risa”, publicó el Huffingtonpost. Esta puesta es una mezcla de performance, danza y música. Espera llevarla a otros sitios donde no la han visto antes de guardarla para siempre.
—Es el poder terapéutico del arte como el cine. Es un solo con música, baile, una libertad escénica y cómica. Es un monólogo lindo y femenino. La gente se ríe y llora, se la pasa bien. Yo ahí cuento la metáfora de que cuando era pequeña abría todas las cosas intentando ver qué había dentro de ellas. Y descubría que no había nada. Mi padre me regañaba, que ya no me iba a comprar muñecas porque las rompía. Luego me di cuenta de que la vida es como una cebolla llena de capas, que no hay que apresurarse a pelarlas, porque al final no hay nada. Lo que queda es la humedad de las lágrimas que has ido vertiendo mientras las pelabas.
Cuando lo presentó en Madrid, dejó algunas partes en italiano, pues dice que le va muy bien al dadaísmo. De Palma diseñó el espectáculo entero, con el que saca a la cabaretera que lleva dentro.
—Soy más artista que actriz. Ser actriz es sólo una de mis paletas. Mi forma de trabajar es desaparecer. Yo soy virgo de horóscopo. Tengo esta cosa taoísta que tienes que hacer un vacío para que sea llenado. Yo desaparezco para que el personaje aparezca. Me evado, veo el resultado después. Soy tan espectadora de mí misma como ustedes. Me abandono y que la gente sienta, en la pantalla, que me va a tocar.
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