Seguimos haciendo libros
Guillermo Sánchez Cervantes
Fotografía de Camilo Christen
Este año ha sido decisivo dentro de la industria editorial hispana; un año de concentraciones entre corporativos, fusiones de sellos y una crisis que viene padeciendo España. En este escenario, la interrogante es si cambiará realmente el mapa editorial latinoamericano.
En la esquina de las calles Miguel de Cervantes Saavedra con Presa Falcón se levanta un mundo. Desde ahí y por donde se mire, entre el Teatro Telmex, las colecciones de arte del Museo Soumaya y el Museo Jumex en la Ciudad de México, aparecen edificios nuevos en construcción, desarrollos inmobiliarios ávidos de grandes corporativos que están cambiando el rostro a la colonia Granada, antes un barrio de fábricas y bodegas. Muy cerca de ahí, en el número 301 de la avenida que lleva el nombre de este ícono de las letras, se elevan más de diez pisos de un edificio modernísimo de cristales. Casi todos están ocupados por la transnacional Nestlé, excepto por ese primer piso donde aparece el logotipo de Penguin Random House Grupo Editorial, el nuevo gigante en la industria editorial del mundo hispano.
–Nuestra nueva ubicación es como un símil literario. Con la adquisición de Ediciones Generales, necesitábamos un espacio más grande y más digno– dice Roberto Banchik, director general de esta subdivisión en México.
A mediados de 2013, Random House Inc. –grupo editorial que pertenece a la multimedia alemana Bertelsmann– anunció su fusión con la británica Penguin del grupo Pearson –que edita el Financial Times –. La fusión de Penguin y Random House crea el mayor grupo editorial mundial, publicó El País. Se creó así este conglomerado multinacional que en julio de este año finalizó la compra de los sellos de Santillana Ediciones Generales que marcaron un hito en el siglo XX (Taurus, Suma de Letras, Aguilar, Altea, Fontanar, Punto de Lectura y Alfaguara), con los que se propone ahora conquistar los territorios de habla española en el mundo. Sellos que pertenecían al Grupo Prisa, en complicadas finanzas tras el quiebre económico de España que condujo a una crisis editorial: ante el desempleo, han desaparecido librerías y editoriales no por la falta de lectores, sino de compradores. Las ventas de libros en 2013 bajaron un 9%, según la Federación de Gremios de Editores en España. En el último lustro, la caída ha sumado el 20 por ciento.
CONTINUAR LEYENDO–El gran reto que tenemos es mantener la identidad editorial de cada uno de los sellos. Queremos mantener talento y creatividad propios. Nuestro objetivo es seguir satisfaciendo los diferentes nichos de lectores. Porque ante los problemas en España, los agentes literarios van a comenzar a mirar a otros mercados. Puede ser una oportunidad de abrir espacios para la edición local– dice Banchik, una tarde de septiembre pasado, mientras recorre los pasillos en busca de un salón para atender esta entrevista.
Así, entre pisos alfombrados que huelen a nuevo, escritorios y cubículos distribuidos en todo un piso donde trabajan en silencio editores, diseñadores, correctores de estilo, formadores y administrativos, se extienden las oficinas de esta subdivisión que junto con Grupo Planeta se han convertido en los dos grandes jugadores de la industria. Penguin Random House Grupo Editorial ahora es dueña de 29 sellos que editan en español a Doris Lessing y Philip Larkin, a los superventas E. L. James y John Green; y ahora a los pesos pesados de apellidos Vargas Llosa, Fuentes, Saramago y Cortázar, que llegaron a través de Alfaguara.
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Para Pedro Huerta, director de Contenidos de Kindle Latinoamérica, que durante cinco años fue presidente de la entonces Random House Mondadori, Alfaguara era perfecta: »Si Jesús de Polanco –fundador de Santillana– escuchara que vendieron su sello, se daría la vuelta en la tumba. Prisa es un venture capital fund que tiene el corazón en la congeladora. Así es como todos en este año estamos viendo cómo quedamos ante el mundo digital, la crisis española, llámense agentes literarios, editoriales, distribuidores o libreros».
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«A los mexicanos, nos encanta decir que no leemos. Es una autoflagelación constante.»
–A los mexicanos, nos encanta decir que no leemos. Es una autoflagelación constante– dice Roberto Banchik.
Este hombre alto con el cabello cano de 48 años de edad, viste camisa azul, corbata y lentes de pasta que le dan ese aire intelectual. Ha puesto su iPhone sobre la mesa y juega con una pluma fuente en la mano de manera desinteresada.
–En el fondo, yo no tengo las suficientes evidencias para decir que no leemos. Leemos menos que los alemanes, como ganamos menos que ellos y tenemos menos niveles educativos… Somos un país que no lee a Borges, pero sí está leyendo a autores que no son parte de lo que otros han dictado como canon– dice, a pesar de la Encuesta Nacional de Lectura del año en curso que arrojó que México lee un promedio de 2.94 libros anuales, un país con un promedio 112 millones 336 mil habitantes y mil 500 librerías en existencia.
Banchik entró al medio editorial por cuestiones del azar. Su historia no es romántica. No viene de familia de editores ni libreros, pero sí de un abuelo que reunió una importante biblioteca donde jugaba ajedrez. Banchik trabajaba para la consultoría de estrategias de negocios McKinsey, tenía entonces una licenciatura en Relaciones Internacionales en California y una maestría en Políticas Públicas en Oxford cuando conoció al presidente de Grupo Planeta, René Solís, que lo invitó a trabajar con él hace doce años. Así arrancó su carrera al frente de grupos editoriales; seguirían McMillan Publishers y Ediciones Castillo. Desde entonces ha visto pasar por sus manos manuscritos que se convierten en éxitos editoriales. Banchik recuerda el caso de Tela de sevoya, la primera novela de Myriam Moscona. Luego de leer el manuscrito, lo pasó a dictaminar y terminó ganando el Premio Villaurrutia de Novela en 2013.
En doce años de carrera, asegura, no ha visto cambiar el debate de la industria, estaban y siguen estando las mismas necesidades: mejores programas de lectura, difusión y más librerías. La fusión de sellos, la compra de editoriales independientes ante la expansión de los grandes grupos, tampoco es nuevo. Ediciones Paidós, por ejemplo, una de las más importantes editoriales en psicología, la adquirió Grupo Planeta en 2003; lo mismo hizo con Editorial Joaquín Mortiz en 1985, Emecé Editores en 2001, Editorial Diana en 2006 y Editorial Tusquets en 2013. La prestigiosa Sudamericana terminó en manos de Random House en 2008. Y está el caso de Alianza, que en la década de los setenta tuvo una importante colección de libros de bolsillo y reunió casi dos mil títulos, entre literatura, ciencias sociales y humanidades; hoy es un sello más de Grupo Anaya, que a su vez pertenece al grupo francés Lagardère. Es un comportamiento conocido. Pero en esos movimientos, ¿cuántos títulos no se perdieron de los catálogos para no volverse a reeditar?
»Esto viene, claramente, a poner más competencia que reducirla– dice Nubia Macías, directora general de Grupo Planeta en México–. Muchas veces cuando las editoriales deciden vender es porque buscan que sus sellos sobrevivan, trasciendan, y no se pierda el trabajo de décadas. Es una manera de sobrevivir.»
–¿Qué es lo que está funcionando hoy en el mercado mexicano?
–Veo que la no ficción. Desde el sexenio de Felipe Calderón, donde el tema de la violencia y la lucha contra el crimen organizado y el narcotráfico tuvo tal relevancia en los medios que se reflejó en la industria editorial. La gente empezó a consumirlos. Son fenómenos editoriales. De pronto vienen estas sorpresas, así como los libros de autoayuda, espiritualidad y, sobre todo, de actualidad, política y crónica que están supliendo ese periodismo de poca profundidad que los lectores encuentran en los diarios nacionales . ¿Has leído Cincuenta sombras de Grey?
–No.
–Es una literatura que está creciendo, sobre todo entre los jóvenes. Y me entusiasma porque esos son los futuros lectores. Tal vez algo ha funcionado en lo que hemos hecho en los últimos quince años. Mi sensación es que los chicos están leyendo más que antes, mucha novela. Estamos apostando por los jóvenes. Muchos critican Cincuenta sombras, pero todos están hablando de este libro erótico para mamás, las chicas lo están comentando, las prácticas sexuales del señor Grey.
Banchik no está peleado con los superventas, sobre todo cuando sus catálogos cuentan con varios de ellos –y muchas veces subsidian otros títulos más riesgosos, como las jóvenes plumas que no garantizan éxito, que se pueden convertir en inesperadas promesas literarias pero también en fracasos editoriales–. Banchik recuerda que hace tiempo no hay un verdadero superventas mexicano, Fabrizio Mejía Madrid casi lo logra con sus novelas como Nación TV. Jorge Ibergüengoitia, de Grupo Planeta, es un autor que no ha dejado de vender, un longseller.
Para él, no hay libro malo que sea exitoso.
–Pero no hay fórmulas para encontrarlos. Si lo supiéramos, todos seríamos millonarios.
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«La industria editorial se enfrenta a los mismos retos desde los tiempos de Franz Kafka. Además del mal gusto en la selección de títulos o portadas, me preocupa la frecuencia con que algunas de las mejores editoriales son absorbidas por las transnacionales y la rapidez con que el fondo literario desaparece de las librerías. Me preocupa la frecuencia con que libros novedosos pasan inadvertidos, así como la constancia de algunos que se empeñan en desdeñar una literatura que provoca simpatía popular, o se aleja del canon. Por eso celebro que sobreviva Ediciones Era y no estemos preocupados porque la absorba una cadena de farmacias», dice Martín Solares, editor al frente de las colecciones de novela y cuento de Océano.
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–Desde hace quince años está la crítica de los editores privados hacia la enorme participación del Estado. Que si tenemos un Estado editor no puede haber las condiciones para que la industria privada crezca. Hace poco leí la polémica columna de Leo Zuckermann. Cuestionaba si se justificaba la existencia del Fondo de Cultura Económica (FCE). Me encanta que lo hayan puesto en la mesa. Puedes estar de acuerdo o no. Lo que no se vale es no debatirlo– dice Banchik.
Y se pregunta: ¿el Estado debe o no ayudar? ¿el Fondo de hoy es lo que la sociedad necesita? ¿Está recibiendo el subsidio? ¿Quién lo recibe?
»¿Debe el Estado subsidiar la edición, producción, distribución y venta de libros que sólo lee una pequeña minoría que pertenece sobre todo a la clase media?», se preguntó Zuckermann en Excélsior, sobre la editorial estatal que fundó Daniel Cosío Villegas en 1934, en un país que resentía los estragos de una revolución sangrienta. Comenzó con la tarea de proveer libros de Economía a los estudiantes de la UNAM, hasta extender su labor editorial a otros ámbitos. Reúne un catálogo histórico de 10 mil obras, de las cuales 5 mil 500 están disponibles en el mercado, y publica más de mil títulos anuales. Generaciones crecieron leyendo los libros del Fondo, en México y Latinoamérica. «A diferencia de 1934, hoy el mercado ofrece múltiples opciones para publicar libros. Ya no estamos en los tiempos de que si no era por el FCE no se podía leer a Weber», agregó Zuckermann. Lo cierto es que sin el Fondo, ¿qué editorial privada habría publicado los veintiséis tomos de Alfonso Reyes, o los diez de Octavio Paz, que circulan hoy en librerías? Junto con la Dirección de Publicaciones del Conaculta (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes) y la CONALITEG (Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos), son los tres jugadores estatales cuyos libros suman 57% de los títulos publicados en el país, según el Estudio de Producción y Comercio del Libro en México de 2013.
–El debate de la participación del sector público se daba hace quince años y se sigue dando ahora. El Estado debe participar menos. Debe dar las condiciones para que la industria editorial privada resurja. Es un debate que, lamentablemente, termina en otro ideológico como cuando discutes Pemex, que si eres de derecha o izquierda– dice Banchik.
Mientras que las becas a autores que entrega el gobierno mexicano son la envidia de los países hispanohablantes, ¿qué tanto se ve comprometida la relación del Estado con el sector intelectual? La intervención del Estado en la política editorial es delicada. Es peligrosa. El discurso editorial no deja de ser un discurso intelectual, señaló el editor español Malcom Otero, de Ediciones Malpaso, durante el pasado II Encuentro de Talento Editorial dentro del Hay Festival de Xalapa del año en curso.
»Es una falsa polémica», afirma Ricardo Cayuela, titular de la Dirección de Publicaciones del Conaculta. »Nosotros tenemos claro que no queremos competir con la industria privada sino apoyarla. No disputamos autores ni títulos. Hoy el mercado del libro se está rigiendo por las novedades. Si no se venden los libros, van para afuera de las librerías. Nosotros editamos cosas que el mercado no puede hacer. Que los clásicos del XIX, por ejemplo, estén editados decorosamente. Yo le preguntaría a un editor privado, ¿le vas a dar material de lectura a los habitantes de Tapachula o Piedras Negras donde no hay un mercado para el libro, y donde el precio del transporte lo hace inimaginable? Ahí entramos nosotros».
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Son las cinco de una tarde de septiembre. Diego Rabasa espera en una mesa del restaurante Delirio en la colonia Roma; un hombre de 33 años de edad que ha pedido un café americano. Lleva unos jeans desgastados y una playera gris con estampados, el cabello despeinado, la facha del editor independiente, el rebelde romántico en busca de descubrimientos editoriales. Lleva doce años en el negocio del libro, un ingeniero en electrónica que montó una editorial junto con su hermano Eduardo y Felipe Rosete en 2002, que habían estudiado Ciencias Políticas en la UNAM.
–Empezamos desde cero. Si vieras el primer libro que publicamos. Estaba pésimamente editado, con la portada chueca y pixelada. La caja era enorme y no podías tomar el libro sin mancharte los dedos de tinta.
Hoy ocupan una casa pequeña de dos pisos en la colonia Del Carmen, muy cerca del corredor de librerías de Miguel Ángel de Quevedo y Ciudad Universitaria. Cuenta con una bodega y su propia distribuidora. Tienen además un socio y una oficina en Madrid (desde 2008), con la que ha sido más fácil competir por los derechos de autor con agencias en España para conseguir títulos y traducirlos, como fue el caso de El paseante de cadáveres del escritor chino Liao Yiwu, que incorporaron a su catálogo en 2012.
–Es supervivencia– dice mientras bebe su café.
Rabasa se hizo editor en la calle, dice y repite, sin tener formación literaria. Con el tiempo, él y su hermano han construido la vocación de editores.
–Hemos dejado atrás esta cosa de niños desmadrosos que estaban ebrios en todas las ferias de libro. Eso no iba a ser suficiente para mantener un catálogo. Teníamos que aprender a tomarnos en serio. Ya hasta me parece estúpido contar el chiste, que empezamos poniéndole Sexto Piso a la editorial, porque si no nos salía el negocio, íbamos a terminar aventándonos de un sexto piso. Era una fantasía juvenil.
Sexto Piso es una de las ochenta editoriales independientes en la Ciudad de México, según el catálogo de la V Feria del Libro Independiente de este año que organiza la AEMI (Alianza de Editoriales Mexicanas Independientes), para las que publicar un libro es un triunfo per se. En 2013, publicó 45 títulos de novedades, colocándose entre los sellos que se han consolidado en los últimos años. En un escenario en que los corporativos están fusionándose, faltan librerías en el país, hay un bajo índice de lectura nacional y existen las prácticas monopólicas de cadenas y nuevos jugadores –como el caso de Amazon, que presionó a Hachette para que rebajara sus precios de 15 a 9.99 dólares y ante la negativa de ésta, escondió sus títulos o los puso en inexistencia en su tienda online–. Han adquirido fuerza los sellos independientes en busca de conquistar nuevos lectores con propuestas serias y buena calidad. Están los casos de Ediciones El Milagro, Tumbona Ediciones, Textofilia, Trilce, Almadía, Cal y Arena, entre muchos otros, que se niegan a responder a los criterios de mercadología, prefiriendo en cambio los contenidos impecables con propuestas sólidas, autores jóvenes, libros bellos, cuidados desde la tipografía hasta la manufactura. ¿Pero qué tan fácil están llegando estos libros al gran público?
Sexto Piso ha encontrado diferentes nichos qué cubrir con libros muy variopintos. El boom de la novela gráfica, por ejemplo, los ha llevado no sólo a explorar el género sino también a reeditar clásicos ahora ilustrados que ya no estaban en el mercado, o traducciones malísimas, plagadas de errores, como el caso de su edición de Moby Dick de Herman Melville. Mientras los grandes corporativos apuestan por las plumas consagradas que garantizan ventas, Sexto Piso ha apostado por colocar voces nuevas, jóvenes, con propuestas notables. Emiliano Monge, Daniel Saldaña Paris, Carlos Velázquez y Valeria Luiselli son cuatro autores que debutaron con ellos y han logrado posicionarse.
–Es iluso pensar que podemos competir contra un catálogo como el de Anagrama, que tiene dos mil títulos. Tienen a Roberto Bolaño, Paul Auster, Arundhati Roy, un catálogo bestial. Pero si no empiezas por algún lado a construir un catálogo, que cuando menos tenga esa ambición, va a ser complejo. Por ahí de repente puedes lograr que un lector prefiera comprar a Etgar Keret que a Raymond Kennedy, apostándole a un proyecto editorial.
–¿Cómo ha sido este año?
–Ha sido un año extremadamente difícil para todos los editores. El entorno económico es áspero, temeroso, no ha habido tanto gasto del gobierno, los apoyos están detenidos. Los programas se han retrasado, otros se han achicado. Hay que decirlo. No hay muchas librerías, y todas venden lo mismo. Llega la temporada de los libros de texto, ¡y todos vamos para afuera! Sobrevivimos trabajando con voluntad y no dejándote intimidar.
–¿Y la crisis en España? ¿Es una ventaja?
«Los editores españoles no buscaron afincarse en el país, si a caso tuvieron oficina de representación. Nunca tuvieron el interés por adaptarse y competir.»
–Los españoles han tenido cierto recelo para con nosotros, por malas experiencias en México: no se les paga puntualmente. Para ellos, el mercado español les cubría 80% de sus ventas y el latinoamericano, un 20 por ciento. Sé de editores que mandaban acá los libros que no vendían allá. Ni Anagrama ni Ciruela, por citar algunos, se afincaron en el país. Eso quiere decir que nunca tuvieron el interés de adaptarse, competir. A corto plazo nos van a llegar tirajes reducidos, menos títulos. Los libros mexicanos necesitarían viajar pero no hay los medios para hacerlo. Si los españoles no compraban libros mexicanos, ahora menos.
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«La crisis española debió representar una ventaja, debió haberlo sido, porque lleva cinco años. Porque resulta, además, que la segunda industria editorial en Latinoamérica es la argentina, que está atravesando la prohibición de libros importados. Entonces no hemos sabido aprovechar el momento. No para aventajarnos, sino en el sentido de que se ha producido un vacío de contenidos. Debimos haber ocupado el espacio, competir. Tenemos editoriales que producen contenido. La UNAM tiene 46 sellos editoriales. ¿Dónde están los libros de la UNAM en México, América Latina y el mundo? No critico los libros, sino que no hacemos las cosas para convertirnos en exportadores supliendo a quienes antes lo hacían», dice Ricardo Nudelman, Gerente General del FCE.
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En 2011, Consuelo Sáizar, entonces presidenta del Conaculta, auguraba que el libro electrónico era el futuro inmediato. Los números apuntan, sin embargo, que el futuro no está caminando tan de prisa. De acuerdo con Pedro Huerta, las participaciones digitales en Estados Unidos van por el 32 por ciento de las ventas totales de libros, en Alemania el 10, en España y Brasil 4, y en México el 2. Es la primera transformación digital a la que todas las editoriales tendrán que adaptarse. Para Huerta, esta batalla no la ganará el que más dinero tenga, sino el que más rápido lo haga. El sello independiente La Caja de Cerillos, por ejemplo, que cuenta sólo con 17 títulos en su catálogo, está por digitalizar sus primeros dos libros. En este escenario se han sumado nuevos jugadores como Apple y Google, ávidos de vender contenidos digitales. En México está el caso de Manuvo, empresa que desarrolla tecnología para editoriales; convirtió a Blanco de Octavio Paz en una aplicación para el Conaculta. Y plataformas como Novelistik, que autopublica textos inéditos de jóvenes escritores, sin el ojo ni el criterio de agentes ni editores.
»El lector ahora tendrá que buscar el contenido: quién lo esté firmando, qué medio digital lo esté publicando, bajo qué curaduría o quién lo esté contando lo mejor posible. Lo que no sume valor está condenado a desaparecer. Los intermediarios que no aporten, van a desaparecer. Las amenazas son todas, quizás la mayor sea que la gente deje de encontrar eso que los lleva una y otra vez a los libros», dice sobre el futuro de la industria la editora Marcela González, al frente de los sellos Alfaguara y Taurus, hoy también parte de Penguin Random House Grupo Editorial.
–El papel no va a desaparecer– dice Roberto Banchik, de Penguin Random House Grupo Editorial. Y asegura que se trata de un tema generacional: a las nuevas generaciones el tiempo quizás les demande leer más en digital. Cuando el libro electrónico esté a un click con la yema de los dedos, la discusión habrá acabado.
–Pero en México, se come poco, se lee poco
–Y por eso ha sido mínima la penetración del libro electrónico. Las ventas no son nada representativas. Veamos que pasa a largo plazo, dependerá del acceso a los dispositivos en el país. Sin ellos, nadie puede leerlos. En España, lo digital se ha frenado, la piratería es brutal. Mi impresión es que los mexicanos no estamos pagando por leer.
En la encuesta realizada por la Caniem (Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana) en 2013, entre 87 editoriales afiliadas que no incluyen a la gran mayoría de los editores independientes, se reveló que los costos de producción registraron un incremento de entre 3.2 y 4.3% respecto al 2012. ¿Qué tanto ha crecido la industria este año? El conteo de los números sigue corriendo. La mayoría de las editoriales están cerrando su producción, para la Feria del Libro de Guadalajara. Este año se tiene previsto que participen un promedio de 593 editoriales nacionales.
»Tenemos a muchísimos mexicanos viviendo bajo el umbral de la pobreza –dice Nubia Macías, de Grupo Planeta–. El Estado debería proveer a estas comunidades con librerías y salas de lectura accesibles donde la gente tenga motivadores y espacios recreativos para leer. Políticas que incidan en el resto del país. Yo creo que la gente que lee es porque encontró ese libro que estaba buscando. Hay que apostarle a ese lector que lee por placer, por diversión.»
–La industria editorial ha crecido. Lo digo como una creencia. Aún no tengo evidencia, más que lo que pasa en mi empresa. Pero percibo un crecimiento moderado y eso abre oportunidades a editores, a escritores. Sin eso, no podrían estar consolidándose propuestas editoriales independientes como Almadía o Sexto Piso. En el contexto de la crisis española, no habría manera de que sucediera. Algo bueno está pasando– concluye Banchik.
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