La guerra no tiene rostro de mujer. El diario de la premio Nobel.

La guerra no tiene rostro de mujer

Svetlana Alexiévich cubre, hace tres décadas, algunos de los eventos más dramáticos de la historia de la antigua Unión Soviética. En 1983, publicó La guerra no tiene rostro de mujer, donde recoge testimonios de mujeres soviéticas que combatieron durante la Segunda Guerra Mundial.

Tiempo de lectura: 16 minutos

Svetlana Alexiévich cubre, hace tres décadas, algunos de los eventos más dramáticos de la historia de la antigua Unión Soviética. En 1983, publicó “La guerra no tiene rostro de mujer“, donde recoge testimonios 
de mujeres soviéticas que combatieron durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora, Debate publica una reedición en español. Presentamos un fragmento del diario de Alexiévich en el que cuenta cómo se acercó a las mujeres combatientes.


1978 – 1985

Escribo sobre la guerra…
Yo, la que nunca quiso leer libros sobre guerras a pesar de que en la época de mi infancia y juventud fueran la lectura favorita. De todos mis coetáneos. No es sorprendente: éramos hijos de la Gran Victoria. Los hijos de los vencedores. ¿Que cuál es mi primer recuerdo de la guerra? Mi angustia infantil en medio de unas palabras incomprensibles y amenazantes. La guerra siempre estuvo presente: en la escuela, en la casa, en las bodas y en los bautizos, en las fiestas y en los funerales. Incluso en las conversaciones de los niños. Un día, mi vecinito me preguntó: “¿Qué hace la gente bajo tierra? ¿Cómo viven allí?”. Nosotros también que
ríamos descifrar el misterio de la guerra.

Entonces, por primera vez pensé en la muerte… Y ya nunca más he dejado de pensar en ella, para mí se ha convertido en el mayor misterio de la vida.

Para nosotros, todo se originaba en aquel mundo terrible y enigmático. En nuestra familia, el abuelo de Ucrania, el padre de mi madre, murió en el frente y fue enterrado en suelo húngaro; la abuela de Bielorrusia, la madre de mi padre, murió de tifus en un destacamento de partisanos; de sus hijos, dos marcharon con el ejército y desaparecieron en los primeros meses de guerra, el tercero fue el único que regresó a casa. Era mi padre. Los alemanes quemaron vivos a once de sus familiares lejanos junto a sus hijos: a unos en su casa, a otros en la iglesia de la aldea. Y así fue en cada familia. Sin excepciones.

Durante mucho tiempo jugar a “alemanes y rusos” fue una de las actividades favoritas de los niños de las aldeas. Gritaban en alemán: “Hände hoch!”, “Zurück!”, “Hitler kaput!”.

No conocíamos el mundo sin guerra, el mundo de la guerra era el único cercano, y la gente de la guerra era la única que conocíamos. Hasta ahora no conozco otro mundo, ni a otra gente. ¿Acaso existieron alguna vez?
La aldea de mi infancia era femenina. De mujeres. No recuerdo voces masculinas. Lo tengo muy presente: la guerra la relatan las mujeres. Lloran. Su canto es como el llanto.

Svetlana Alexievich libro

En la biblioteca escolar, la mitad de los libros era sobre la guerra. Lo mismo en la biblioteca del pueblo, y en la regional, adonde mi padre solía ir a buscar los libros. Ahora ya sé la respuesta a la pregunta “¿por qué?”. No era por casualidad. Siempre habíamos estado o combatiendo o preparándonos para la guerra. O recordábamos cómo habíamos combatido. Nunca hemos vivido de otra manera, debe ser que no sabemos hacerlo. No nos imaginamos cómo es vivir de otro modo, y nos llevará mucho tiempo aprenderlo.

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