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Gatopardo #225: Crecer en resistencia

Gatopardo #225: Crecer en resistencia

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Fotografía de
Realización de
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Traducción de
18
.
05
.
23
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América Latina es una de las zonas donde más se vulneran los derechos de niños y adolescentes. También es una de las regiones con mayores necesidades para ellas y ellos. Esto nos impulsó a dedicar por primera vez en nuestra historia una edición a las infancias y adolescencias latinoamericanas.

Un video se hizo viral el pasado mes de abril. El dalái lama, líder espiritual tibetano, premio Nobel de la Paz, besó a un niño en la boca y le pidió que le chupara la lengua. Esto ocurrió frente a estudiantes, en un evento que se celebró en Dharamsala, en el norte de India, arriba de un estrado y rodeado por otros líderes budistas. La opinión pública internacional se indignó. Un acto inadmisible a todas luces. Aunque el dalái lama terminó ofreciendo disculpas, este hecho no dejó de ser un abuso a un menor de edad, en una relación de jerarquía y poder. Sucedió del otro lado del globo, pero no es un asunto aislado. Niñas, niños y adolescentes de nuestro país y de América Latina llevan tiempo viviendo violencia, en condiciones de pobreza y adversidad. Conforman una de las poblaciones más invisibilizadas y vulneradas de nuestra región, y eso nos ha impulsado a los editores a dedicar un número, por primera vez en la historia de Gatopardo, a la infancia y adolescencia latinoamericanas.

Como cada edición, convocamos a periodistas a repensar historias desde Estados Unidos hasta la Patagonia. El equipo seleccionado participó en un taller de asesoría y sensibilización por parte de Conexiones de BYDA, organización que promueve el respeto, la protección y la visibilización de niñas, niños y adolescentes. Los periodistas que participaron buscaron una representación digna y respetuosa de las historias de estos menores de edad; cada uno tuvo la oportunidad de rodearlos en una reportería extensa, minuciosa, con mucha observación de su alegría, su sorpresa, su curiosidad y su capacidad de asombro. El resultado son historias que dicen que seguimos siendo ese territorio empobrecido, menos estable, más desigual, con migraciones y violencia. Que no todos los niños y adolescentes tienen espacios para el esparcimiento, personas que procuren el cuidado y la crianza con ternura, un lugar donde dormir, comer, aprender y hacer la tarea. América Latina sigue siendo una de las regiones con mayores necesidades para ellos.

Ricardo Hernández Ruiz, recién ganador del primer lugar del Premio Breach/Valdez de Periodismo y Derechos Humanos, viajó a la frontera sur de México con Belice, en Quintana Roo, donde se encontró con la industria del azúcar, en un estado que produce anualmente cerca de dos millones de toneladas de caña de azúcar. Cada año, miles de campesinos se movilizan hasta ahí y llegan a una comunidad distinta, donde sea que se requiera su trabajo, de cultivo en cultivo, para ser partícipes de la zafra. Muchas veces sus hijos terminan trabajando en el corte de la caña, arriesgando la integridad y la salud. Lo hacen porque el salario del padre no es suficiente. Lo hacen porque necesitan aprender el oficio. No hay instituciones que estén midiendo con datos fidedignos cuántos niños, niñas y adolescentes se encuentran trabajando en la zona cañera. Pero Hernández Ruiz logró recorrer algunos cañaverales e ingenios de azúcar, platicar con niños y padres de familia, y seguir de cerca su jornada laboral. En estos mundos soterrados, la línea entre el trabajo y el abuso infantil es demasiado delgada, hasta invisible.

Daniel Melchor buscó la visibilización de otro tipo de infancias. Las institucionalizadas al interior de casas de asistencia y casas hogar. Centros que son el escaparate de las desigualdades de este país, donde las estadísticas demográficas se traducen en historias personales. Melchor recopiló, en la Ciudad de México, casos de niñas y niños en riesgo o en la orfandad, historias de padres ausentes, madres con dobles jornadas de trabajo, tías que no tienen espacio suficiente en casa, abuelas cansadas de vigilar que no se escapen las nietas, familias que viven hacinadas o menores de edad que corren peligro porque sus padres son violentos. Centros y albergues que se sienten abandonados por el organismo público encargado de proteger a la niñez en este país, el cual está rebasado por la burocracia institucional, protocolos que entorpecen los procesos de adopción y personal insuficiente o no capacitado para atender todo tipo de perfiles, como los niños que provienen de contextos violentos, con antecedentes criminales y adicciones.

Chile es el país latinoamericano que avanza en la discusión de las leyes de identidad de género para menores de edad. Desde 2019, cuando se aprobó una ley que reconoce y da protección, casi cuatrocientos chicos entre catorce y dieciocho años han rectificado su nombre y sexo registral. Y aunque hoy el Ministerio de Educación les garantiza la integración e inclusión, los colegios todavía presentan resistencias, discriminación y falta de capacitación. En medio de toda esta discusión, la reportera María Ignacia Pentz recorrió, en Santiago, los pasillos del primer colegio público que ha buscado impactar aún más al declararse “multigénero”. Niñas, niños, niñes han encontrado aquí un espacio para vivir sus transiciones con reconocimiento y respeto, y han podido reafirmar que los niños trans sí existen y son válidos. Pentz recopiló voces de chiques, padres y profesores que dan cuenta del proceso, intentando generar un cambio de paradigma en su país.

Este número incluye el trabajo documental de Natalia Favre, fotógrafa becada por la International Women’s Media Foundation, sobre los niños que ha dejado atrás el exilio cubano al cuidado de abuelas y tíos; Isela Xospa, quien adapta e ilustra un cuento para niños rescatado de la tradición oral de los pueblos indígenas de Milpa Alta; María Minera, quien reseña la exposición de Francis Alÿs en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, y Patricia Peñaloza, quien escribe una crónica sobre el movimiento sonoro que mueve a la generación Z y que ha llevado a ídolos hispanohablantes a cantar, en su idioma, en la cima del mundo.

El Salvador es la historia de portada de esta edición. El presidente Nayib Bukele ha buscado desmantelar las pandillas que durante años aterrorizaron a la población. Detenciones arbitrarias de jóvenes y menores de edad, torturas, celdas sobrepobladas, carencia de defensoría legal y muertes a golpes son las historias detrás de las cifras de cero homicidios. Es el fin de las temidas maras, dicen los videos oficiales en tono épico. Las zonas rurales, que nunca tuvieron pandillas, se han quedado solas y atemorizadas. John Gibler, periodista estadounidense, recorrió estas comunidades para contar el acoso del Estado. Se encontró con cientos de historias de madres que no han vuelto a saber nada de sus hijos, encarcelados, acusados de agrupación ilícita. En Guarjila, una población rural, los jóvenes tienen miedo de ser detenidos injustamente por la calle, rumbo al trabajo, yendo a la compra o mientras intentan conciliar el sueño.

Crecer en resistencia
Fotografía de Miguel Tovar.
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Gatopardo #225: Crecer en resistencia

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América Latina es una de las zonas donde más se vulneran los derechos de niños y adolescentes. También es una de las regiones con mayores necesidades para ellas y ellos. Esto nos impulsó a dedicar por primera vez en nuestra historia una edición a las infancias y adolescencias latinoamericanas.

Un video se hizo viral el pasado mes de abril. El dalái lama, líder espiritual tibetano, premio Nobel de la Paz, besó a un niño en la boca y le pidió que le chupara la lengua. Esto ocurrió frente a estudiantes, en un evento que se celebró en Dharamsala, en el norte de India, arriba de un estrado y rodeado por otros líderes budistas. La opinión pública internacional se indignó. Un acto inadmisible a todas luces. Aunque el dalái lama terminó ofreciendo disculpas, este hecho no dejó de ser un abuso a un menor de edad, en una relación de jerarquía y poder. Sucedió del otro lado del globo, pero no es un asunto aislado. Niñas, niños y adolescentes de nuestro país y de América Latina llevan tiempo viviendo violencia, en condiciones de pobreza y adversidad. Conforman una de las poblaciones más invisibilizadas y vulneradas de nuestra región, y eso nos ha impulsado a los editores a dedicar un número, por primera vez en la historia de Gatopardo, a la infancia y adolescencia latinoamericanas.

Como cada edición, convocamos a periodistas a repensar historias desde Estados Unidos hasta la Patagonia. El equipo seleccionado participó en un taller de asesoría y sensibilización por parte de Conexiones de BYDA, organización que promueve el respeto, la protección y la visibilización de niñas, niños y adolescentes. Los periodistas que participaron buscaron una representación digna y respetuosa de las historias de estos menores de edad; cada uno tuvo la oportunidad de rodearlos en una reportería extensa, minuciosa, con mucha observación de su alegría, su sorpresa, su curiosidad y su capacidad de asombro. El resultado son historias que dicen que seguimos siendo ese territorio empobrecido, menos estable, más desigual, con migraciones y violencia. Que no todos los niños y adolescentes tienen espacios para el esparcimiento, personas que procuren el cuidado y la crianza con ternura, un lugar donde dormir, comer, aprender y hacer la tarea. América Latina sigue siendo una de las regiones con mayores necesidades para ellos.

Ricardo Hernández Ruiz, recién ganador del primer lugar del Premio Breach/Valdez de Periodismo y Derechos Humanos, viajó a la frontera sur de México con Belice, en Quintana Roo, donde se encontró con la industria del azúcar, en un estado que produce anualmente cerca de dos millones de toneladas de caña de azúcar. Cada año, miles de campesinos se movilizan hasta ahí y llegan a una comunidad distinta, donde sea que se requiera su trabajo, de cultivo en cultivo, para ser partícipes de la zafra. Muchas veces sus hijos terminan trabajando en el corte de la caña, arriesgando la integridad y la salud. Lo hacen porque el salario del padre no es suficiente. Lo hacen porque necesitan aprender el oficio. No hay instituciones que estén midiendo con datos fidedignos cuántos niños, niñas y adolescentes se encuentran trabajando en la zona cañera. Pero Hernández Ruiz logró recorrer algunos cañaverales e ingenios de azúcar, platicar con niños y padres de familia, y seguir de cerca su jornada laboral. En estos mundos soterrados, la línea entre el trabajo y el abuso infantil es demasiado delgada, hasta invisible.

Daniel Melchor buscó la visibilización de otro tipo de infancias. Las institucionalizadas al interior de casas de asistencia y casas hogar. Centros que son el escaparate de las desigualdades de este país, donde las estadísticas demográficas se traducen en historias personales. Melchor recopiló, en la Ciudad de México, casos de niñas y niños en riesgo o en la orfandad, historias de padres ausentes, madres con dobles jornadas de trabajo, tías que no tienen espacio suficiente en casa, abuelas cansadas de vigilar que no se escapen las nietas, familias que viven hacinadas o menores de edad que corren peligro porque sus padres son violentos. Centros y albergues que se sienten abandonados por el organismo público encargado de proteger a la niñez en este país, el cual está rebasado por la burocracia institucional, protocolos que entorpecen los procesos de adopción y personal insuficiente o no capacitado para atender todo tipo de perfiles, como los niños que provienen de contextos violentos, con antecedentes criminales y adicciones.

Chile es el país latinoamericano que avanza en la discusión de las leyes de identidad de género para menores de edad. Desde 2019, cuando se aprobó una ley que reconoce y da protección, casi cuatrocientos chicos entre catorce y dieciocho años han rectificado su nombre y sexo registral. Y aunque hoy el Ministerio de Educación les garantiza la integración e inclusión, los colegios todavía presentan resistencias, discriminación y falta de capacitación. En medio de toda esta discusión, la reportera María Ignacia Pentz recorrió, en Santiago, los pasillos del primer colegio público que ha buscado impactar aún más al declararse “multigénero”. Niñas, niños, niñes han encontrado aquí un espacio para vivir sus transiciones con reconocimiento y respeto, y han podido reafirmar que los niños trans sí existen y son válidos. Pentz recopiló voces de chiques, padres y profesores que dan cuenta del proceso, intentando generar un cambio de paradigma en su país.

Este número incluye el trabajo documental de Natalia Favre, fotógrafa becada por la International Women’s Media Foundation, sobre los niños que ha dejado atrás el exilio cubano al cuidado de abuelas y tíos; Isela Xospa, quien adapta e ilustra un cuento para niños rescatado de la tradición oral de los pueblos indígenas de Milpa Alta; María Minera, quien reseña la exposición de Francis Alÿs en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, y Patricia Peñaloza, quien escribe una crónica sobre el movimiento sonoro que mueve a la generación Z y que ha llevado a ídolos hispanohablantes a cantar, en su idioma, en la cima del mundo.

El Salvador es la historia de portada de esta edición. El presidente Nayib Bukele ha buscado desmantelar las pandillas que durante años aterrorizaron a la población. Detenciones arbitrarias de jóvenes y menores de edad, torturas, celdas sobrepobladas, carencia de defensoría legal y muertes a golpes son las historias detrás de las cifras de cero homicidios. Es el fin de las temidas maras, dicen los videos oficiales en tono épico. Las zonas rurales, que nunca tuvieron pandillas, se han quedado solas y atemorizadas. John Gibler, periodista estadounidense, recorrió estas comunidades para contar el acoso del Estado. Se encontró con cientos de historias de madres que no han vuelto a saber nada de sus hijos, encarcelados, acusados de agrupación ilícita. En Guarjila, una población rural, los jóvenes tienen miedo de ser detenidos injustamente por la calle, rumbo al trabajo, yendo a la compra o mientras intentan conciliar el sueño.

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América Latina es una de las zonas donde más se vulneran los derechos de niños y adolescentes. También es una de las regiones con mayores necesidades para ellas y ellos. Esto nos impulsó a dedicar por primera vez en nuestra historia una edición a las infancias y adolescencias latinoamericanas.

Un video se hizo viral el pasado mes de abril. El dalái lama, líder espiritual tibetano, premio Nobel de la Paz, besó a un niño en la boca y le pidió que le chupara la lengua. Esto ocurrió frente a estudiantes, en un evento que se celebró en Dharamsala, en el norte de India, arriba de un estrado y rodeado por otros líderes budistas. La opinión pública internacional se indignó. Un acto inadmisible a todas luces. Aunque el dalái lama terminó ofreciendo disculpas, este hecho no dejó de ser un abuso a un menor de edad, en una relación de jerarquía y poder. Sucedió del otro lado del globo, pero no es un asunto aislado. Niñas, niños y adolescentes de nuestro país y de América Latina llevan tiempo viviendo violencia, en condiciones de pobreza y adversidad. Conforman una de las poblaciones más invisibilizadas y vulneradas de nuestra región, y eso nos ha impulsado a los editores a dedicar un número, por primera vez en la historia de Gatopardo, a la infancia y adolescencia latinoamericanas.

Como cada edición, convocamos a periodistas a repensar historias desde Estados Unidos hasta la Patagonia. El equipo seleccionado participó en un taller de asesoría y sensibilización por parte de Conexiones de BYDA, organización que promueve el respeto, la protección y la visibilización de niñas, niños y adolescentes. Los periodistas que participaron buscaron una representación digna y respetuosa de las historias de estos menores de edad; cada uno tuvo la oportunidad de rodearlos en una reportería extensa, minuciosa, con mucha observación de su alegría, su sorpresa, su curiosidad y su capacidad de asombro. El resultado son historias que dicen que seguimos siendo ese territorio empobrecido, menos estable, más desigual, con migraciones y violencia. Que no todos los niños y adolescentes tienen espacios para el esparcimiento, personas que procuren el cuidado y la crianza con ternura, un lugar donde dormir, comer, aprender y hacer la tarea. América Latina sigue siendo una de las regiones con mayores necesidades para ellos.

Ricardo Hernández Ruiz, recién ganador del primer lugar del Premio Breach/Valdez de Periodismo y Derechos Humanos, viajó a la frontera sur de México con Belice, en Quintana Roo, donde se encontró con la industria del azúcar, en un estado que produce anualmente cerca de dos millones de toneladas de caña de azúcar. Cada año, miles de campesinos se movilizan hasta ahí y llegan a una comunidad distinta, donde sea que se requiera su trabajo, de cultivo en cultivo, para ser partícipes de la zafra. Muchas veces sus hijos terminan trabajando en el corte de la caña, arriesgando la integridad y la salud. Lo hacen porque el salario del padre no es suficiente. Lo hacen porque necesitan aprender el oficio. No hay instituciones que estén midiendo con datos fidedignos cuántos niños, niñas y adolescentes se encuentran trabajando en la zona cañera. Pero Hernández Ruiz logró recorrer algunos cañaverales e ingenios de azúcar, platicar con niños y padres de familia, y seguir de cerca su jornada laboral. En estos mundos soterrados, la línea entre el trabajo y el abuso infantil es demasiado delgada, hasta invisible.

Daniel Melchor buscó la visibilización de otro tipo de infancias. Las institucionalizadas al interior de casas de asistencia y casas hogar. Centros que son el escaparate de las desigualdades de este país, donde las estadísticas demográficas se traducen en historias personales. Melchor recopiló, en la Ciudad de México, casos de niñas y niños en riesgo o en la orfandad, historias de padres ausentes, madres con dobles jornadas de trabajo, tías que no tienen espacio suficiente en casa, abuelas cansadas de vigilar que no se escapen las nietas, familias que viven hacinadas o menores de edad que corren peligro porque sus padres son violentos. Centros y albergues que se sienten abandonados por el organismo público encargado de proteger a la niñez en este país, el cual está rebasado por la burocracia institucional, protocolos que entorpecen los procesos de adopción y personal insuficiente o no capacitado para atender todo tipo de perfiles, como los niños que provienen de contextos violentos, con antecedentes criminales y adicciones.

Chile es el país latinoamericano que avanza en la discusión de las leyes de identidad de género para menores de edad. Desde 2019, cuando se aprobó una ley que reconoce y da protección, casi cuatrocientos chicos entre catorce y dieciocho años han rectificado su nombre y sexo registral. Y aunque hoy el Ministerio de Educación les garantiza la integración e inclusión, los colegios todavía presentan resistencias, discriminación y falta de capacitación. En medio de toda esta discusión, la reportera María Ignacia Pentz recorrió, en Santiago, los pasillos del primer colegio público que ha buscado impactar aún más al declararse “multigénero”. Niñas, niños, niñes han encontrado aquí un espacio para vivir sus transiciones con reconocimiento y respeto, y han podido reafirmar que los niños trans sí existen y son válidos. Pentz recopiló voces de chiques, padres y profesores que dan cuenta del proceso, intentando generar un cambio de paradigma en su país.

Este número incluye el trabajo documental de Natalia Favre, fotógrafa becada por la International Women’s Media Foundation, sobre los niños que ha dejado atrás el exilio cubano al cuidado de abuelas y tíos; Isela Xospa, quien adapta e ilustra un cuento para niños rescatado de la tradición oral de los pueblos indígenas de Milpa Alta; María Minera, quien reseña la exposición de Francis Alÿs en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, y Patricia Peñaloza, quien escribe una crónica sobre el movimiento sonoro que mueve a la generación Z y que ha llevado a ídolos hispanohablantes a cantar, en su idioma, en la cima del mundo.

El Salvador es la historia de portada de esta edición. El presidente Nayib Bukele ha buscado desmantelar las pandillas que durante años aterrorizaron a la población. Detenciones arbitrarias de jóvenes y menores de edad, torturas, celdas sobrepobladas, carencia de defensoría legal y muertes a golpes son las historias detrás de las cifras de cero homicidios. Es el fin de las temidas maras, dicen los videos oficiales en tono épico. Las zonas rurales, que nunca tuvieron pandillas, se han quedado solas y atemorizadas. John Gibler, periodista estadounidense, recorrió estas comunidades para contar el acoso del Estado. Se encontró con cientos de historias de madres que no han vuelto a saber nada de sus hijos, encarcelados, acusados de agrupación ilícita. En Guarjila, una población rural, los jóvenes tienen miedo de ser detenidos injustamente por la calle, rumbo al trabajo, yendo a la compra o mientras intentan conciliar el sueño.

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América Latina es una de las zonas donde más se vulneran los derechos de niños y adolescentes. También es una de las regiones con mayores necesidades para ellas y ellos. Esto nos impulsó a dedicar por primera vez en nuestra historia una edición a las infancias y adolescencias latinoamericanas.

Un video se hizo viral el pasado mes de abril. El dalái lama, líder espiritual tibetano, premio Nobel de la Paz, besó a un niño en la boca y le pidió que le chupara la lengua. Esto ocurrió frente a estudiantes, en un evento que se celebró en Dharamsala, en el norte de India, arriba de un estrado y rodeado por otros líderes budistas. La opinión pública internacional se indignó. Un acto inadmisible a todas luces. Aunque el dalái lama terminó ofreciendo disculpas, este hecho no dejó de ser un abuso a un menor de edad, en una relación de jerarquía y poder. Sucedió del otro lado del globo, pero no es un asunto aislado. Niñas, niños y adolescentes de nuestro país y de América Latina llevan tiempo viviendo violencia, en condiciones de pobreza y adversidad. Conforman una de las poblaciones más invisibilizadas y vulneradas de nuestra región, y eso nos ha impulsado a los editores a dedicar un número, por primera vez en la historia de Gatopardo, a la infancia y adolescencia latinoamericanas.

Como cada edición, convocamos a periodistas a repensar historias desde Estados Unidos hasta la Patagonia. El equipo seleccionado participó en un taller de asesoría y sensibilización por parte de Conexiones de BYDA, organización que promueve el respeto, la protección y la visibilización de niñas, niños y adolescentes. Los periodistas que participaron buscaron una representación digna y respetuosa de las historias de estos menores de edad; cada uno tuvo la oportunidad de rodearlos en una reportería extensa, minuciosa, con mucha observación de su alegría, su sorpresa, su curiosidad y su capacidad de asombro. El resultado son historias que dicen que seguimos siendo ese territorio empobrecido, menos estable, más desigual, con migraciones y violencia. Que no todos los niños y adolescentes tienen espacios para el esparcimiento, personas que procuren el cuidado y la crianza con ternura, un lugar donde dormir, comer, aprender y hacer la tarea. América Latina sigue siendo una de las regiones con mayores necesidades para ellos.

Ricardo Hernández Ruiz, recién ganador del primer lugar del Premio Breach/Valdez de Periodismo y Derechos Humanos, viajó a la frontera sur de México con Belice, en Quintana Roo, donde se encontró con la industria del azúcar, en un estado que produce anualmente cerca de dos millones de toneladas de caña de azúcar. Cada año, miles de campesinos se movilizan hasta ahí y llegan a una comunidad distinta, donde sea que se requiera su trabajo, de cultivo en cultivo, para ser partícipes de la zafra. Muchas veces sus hijos terminan trabajando en el corte de la caña, arriesgando la integridad y la salud. Lo hacen porque el salario del padre no es suficiente. Lo hacen porque necesitan aprender el oficio. No hay instituciones que estén midiendo con datos fidedignos cuántos niños, niñas y adolescentes se encuentran trabajando en la zona cañera. Pero Hernández Ruiz logró recorrer algunos cañaverales e ingenios de azúcar, platicar con niños y padres de familia, y seguir de cerca su jornada laboral. En estos mundos soterrados, la línea entre el trabajo y el abuso infantil es demasiado delgada, hasta invisible.

Daniel Melchor buscó la visibilización de otro tipo de infancias. Las institucionalizadas al interior de casas de asistencia y casas hogar. Centros que son el escaparate de las desigualdades de este país, donde las estadísticas demográficas se traducen en historias personales. Melchor recopiló, en la Ciudad de México, casos de niñas y niños en riesgo o en la orfandad, historias de padres ausentes, madres con dobles jornadas de trabajo, tías que no tienen espacio suficiente en casa, abuelas cansadas de vigilar que no se escapen las nietas, familias que viven hacinadas o menores de edad que corren peligro porque sus padres son violentos. Centros y albergues que se sienten abandonados por el organismo público encargado de proteger a la niñez en este país, el cual está rebasado por la burocracia institucional, protocolos que entorpecen los procesos de adopción y personal insuficiente o no capacitado para atender todo tipo de perfiles, como los niños que provienen de contextos violentos, con antecedentes criminales y adicciones.

Chile es el país latinoamericano que avanza en la discusión de las leyes de identidad de género para menores de edad. Desde 2019, cuando se aprobó una ley que reconoce y da protección, casi cuatrocientos chicos entre catorce y dieciocho años han rectificado su nombre y sexo registral. Y aunque hoy el Ministerio de Educación les garantiza la integración e inclusión, los colegios todavía presentan resistencias, discriminación y falta de capacitación. En medio de toda esta discusión, la reportera María Ignacia Pentz recorrió, en Santiago, los pasillos del primer colegio público que ha buscado impactar aún más al declararse “multigénero”. Niñas, niños, niñes han encontrado aquí un espacio para vivir sus transiciones con reconocimiento y respeto, y han podido reafirmar que los niños trans sí existen y son válidos. Pentz recopiló voces de chiques, padres y profesores que dan cuenta del proceso, intentando generar un cambio de paradigma en su país.

Este número incluye el trabajo documental de Natalia Favre, fotógrafa becada por la International Women’s Media Foundation, sobre los niños que ha dejado atrás el exilio cubano al cuidado de abuelas y tíos; Isela Xospa, quien adapta e ilustra un cuento para niños rescatado de la tradición oral de los pueblos indígenas de Milpa Alta; María Minera, quien reseña la exposición de Francis Alÿs en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, y Patricia Peñaloza, quien escribe una crónica sobre el movimiento sonoro que mueve a la generación Z y que ha llevado a ídolos hispanohablantes a cantar, en su idioma, en la cima del mundo.

El Salvador es la historia de portada de esta edición. El presidente Nayib Bukele ha buscado desmantelar las pandillas que durante años aterrorizaron a la población. Detenciones arbitrarias de jóvenes y menores de edad, torturas, celdas sobrepobladas, carencia de defensoría legal y muertes a golpes son las historias detrás de las cifras de cero homicidios. Es el fin de las temidas maras, dicen los videos oficiales en tono épico. Las zonas rurales, que nunca tuvieron pandillas, se han quedado solas y atemorizadas. John Gibler, periodista estadounidense, recorrió estas comunidades para contar el acoso del Estado. Se encontró con cientos de historias de madres que no han vuelto a saber nada de sus hijos, encarcelados, acusados de agrupación ilícita. En Guarjila, una población rural, los jóvenes tienen miedo de ser detenidos injustamente por la calle, rumbo al trabajo, yendo a la compra o mientras intentan conciliar el sueño.

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Un video se hizo viral el pasado mes de abril. El dalái lama, líder espiritual tibetano, premio Nobel de la Paz, besó a un niño en la boca y le pidió que le chupara la lengua. Esto ocurrió frente a estudiantes, en un evento que se celebró en Dharamsala, en el norte de India, arriba de un estrado y rodeado por otros líderes budistas. La opinión pública internacional se indignó. Un acto inadmisible a todas luces. Aunque el dalái lama terminó ofreciendo disculpas, este hecho no dejó de ser un abuso a un menor de edad, en una relación de jerarquía y poder. Sucedió del otro lado del globo, pero no es un asunto aislado. Niñas, niños y adolescentes de nuestro país y de América Latina llevan tiempo viviendo violencia, en condiciones de pobreza y adversidad. Conforman una de las poblaciones más invisibilizadas y vulneradas de nuestra región, y eso nos ha impulsado a los editores a dedicar un número, por primera vez en la historia de Gatopardo, a la infancia y adolescencia latinoamericanas.

Como cada edición, convocamos a periodistas a repensar historias desde Estados Unidos hasta la Patagonia. El equipo seleccionado participó en un taller de asesoría y sensibilización por parte de Conexiones de BYDA, organización que promueve el respeto, la protección y la visibilización de niñas, niños y adolescentes. Los periodistas que participaron buscaron una representación digna y respetuosa de las historias de estos menores de edad; cada uno tuvo la oportunidad de rodearlos en una reportería extensa, minuciosa, con mucha observación de su alegría, su sorpresa, su curiosidad y su capacidad de asombro. El resultado son historias que dicen que seguimos siendo ese territorio empobrecido, menos estable, más desigual, con migraciones y violencia. Que no todos los niños y adolescentes tienen espacios para el esparcimiento, personas que procuren el cuidado y la crianza con ternura, un lugar donde dormir, comer, aprender y hacer la tarea. América Latina sigue siendo una de las regiones con mayores necesidades para ellos.

Ricardo Hernández Ruiz, recién ganador del primer lugar del Premio Breach/Valdez de Periodismo y Derechos Humanos, viajó a la frontera sur de México con Belice, en Quintana Roo, donde se encontró con la industria del azúcar, en un estado que produce anualmente cerca de dos millones de toneladas de caña de azúcar. Cada año, miles de campesinos se movilizan hasta ahí y llegan a una comunidad distinta, donde sea que se requiera su trabajo, de cultivo en cultivo, para ser partícipes de la zafra. Muchas veces sus hijos terminan trabajando en el corte de la caña, arriesgando la integridad y la salud. Lo hacen porque el salario del padre no es suficiente. Lo hacen porque necesitan aprender el oficio. No hay instituciones que estén midiendo con datos fidedignos cuántos niños, niñas y adolescentes se encuentran trabajando en la zona cañera. Pero Hernández Ruiz logró recorrer algunos cañaverales e ingenios de azúcar, platicar con niños y padres de familia, y seguir de cerca su jornada laboral. En estos mundos soterrados, la línea entre el trabajo y el abuso infantil es demasiado delgada, hasta invisible.

Daniel Melchor buscó la visibilización de otro tipo de infancias. Las institucionalizadas al interior de casas de asistencia y casas hogar. Centros que son el escaparate de las desigualdades de este país, donde las estadísticas demográficas se traducen en historias personales. Melchor recopiló, en la Ciudad de México, casos de niñas y niños en riesgo o en la orfandad, historias de padres ausentes, madres con dobles jornadas de trabajo, tías que no tienen espacio suficiente en casa, abuelas cansadas de vigilar que no se escapen las nietas, familias que viven hacinadas o menores de edad que corren peligro porque sus padres son violentos. Centros y albergues que se sienten abandonados por el organismo público encargado de proteger a la niñez en este país, el cual está rebasado por la burocracia institucional, protocolos que entorpecen los procesos de adopción y personal insuficiente o no capacitado para atender todo tipo de perfiles, como los niños que provienen de contextos violentos, con antecedentes criminales y adicciones.

Chile es el país latinoamericano que avanza en la discusión de las leyes de identidad de género para menores de edad. Desde 2019, cuando se aprobó una ley que reconoce y da protección, casi cuatrocientos chicos entre catorce y dieciocho años han rectificado su nombre y sexo registral. Y aunque hoy el Ministerio de Educación les garantiza la integración e inclusión, los colegios todavía presentan resistencias, discriminación y falta de capacitación. En medio de toda esta discusión, la reportera María Ignacia Pentz recorrió, en Santiago, los pasillos del primer colegio público que ha buscado impactar aún más al declararse “multigénero”. Niñas, niños, niñes han encontrado aquí un espacio para vivir sus transiciones con reconocimiento y respeto, y han podido reafirmar que los niños trans sí existen y son válidos. Pentz recopiló voces de chiques, padres y profesores que dan cuenta del proceso, intentando generar un cambio de paradigma en su país.

Este número incluye el trabajo documental de Natalia Favre, fotógrafa becada por la International Women’s Media Foundation, sobre los niños que ha dejado atrás el exilio cubano al cuidado de abuelas y tíos; Isela Xospa, quien adapta e ilustra un cuento para niños rescatado de la tradición oral de los pueblos indígenas de Milpa Alta; María Minera, quien reseña la exposición de Francis Alÿs en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, y Patricia Peñaloza, quien escribe una crónica sobre el movimiento sonoro que mueve a la generación Z y que ha llevado a ídolos hispanohablantes a cantar, en su idioma, en la cima del mundo.

El Salvador es la historia de portada de esta edición. El presidente Nayib Bukele ha buscado desmantelar las pandillas que durante años aterrorizaron a la población. Detenciones arbitrarias de jóvenes y menores de edad, torturas, celdas sobrepobladas, carencia de defensoría legal y muertes a golpes son las historias detrás de las cifras de cero homicidios. Es el fin de las temidas maras, dicen los videos oficiales en tono épico. Las zonas rurales, que nunca tuvieron pandillas, se han quedado solas y atemorizadas. John Gibler, periodista estadounidense, recorrió estas comunidades para contar el acoso del Estado. Se encontró con cientos de historias de madres que no han vuelto a saber nada de sus hijos, encarcelados, acusados de agrupación ilícita. En Guarjila, una población rural, los jóvenes tienen miedo de ser detenidos injustamente por la calle, rumbo al trabajo, yendo a la compra o mientras intentan conciliar el sueño.

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