Tiempo de lectura: 4 minutosEsta carta no la estamos escribiendo manualmente, con el teclado y frente a la pantalla. La estamos dictando a un algoritmo de reconocimiento de voz que convierte lo que decimos en texto. Aunque hay que detenerse a corregir la puntuación, tal vez haya que reescribir un poco aquí, además de hacer una necesaria revisión de estilo, artesanal, quizás. Eso sí, el algoritmo entiende de esdrújulas y más. Estamos viviendo, sin lugar a dudas, tiempos que corren con demasiada prisa. Punto y aparte.
Antes de que el coronavirus recorriera el mapa mundial, Roger Bartra escribía ya en Chamanes y robots (Anagrama, 2019) que la gran expansión de la inteligencia artificial eliminaría miles de empleos en un futuro cercano, sustituyendo a los trabajadores humanos por máquinas para que realizaran sus mismas tareas con mayor eficacia y rapidez. Alertaba entonces de una profunda revolución tecnológica. Tres años después, empresas estadounidenses registraron un récord de empleos automatizados: veintinueve mil robots y drones contratados en las industrias de logística y servicios. Nos preguntamos cómo podría estar incidiendo esto, lejos de todo romanticismo, después de una pandemia, en la fuerza laboral de los migrantes latinoamericanos. Así que decidimos mirar lo que ocurre ahí. La periodista venezolana Clavel Rangel Jiménez escribe, desde Doral, Florida, cómo los carteles que solicitan trabajadores se han vuelto un paisaje cotidiano en las calles comerciales del condado de Miami-Dade. Eso se debe a una escasez de personal provocada por los salarios bajos, por la imposibilidad de conseguir un ascenso e incluso porque los empleados se sienten maltratados. Así que las máquinas están entrando a granjas, restaurantes, hoteles y almacenes. Servi, Rita y Berry son apenas algunos de los modelos con los que se pretende evitar que una fresa, por ejemplo, sea un producto de lujo. ¿Qué pasará con los trabajadores latinos? Se requerirá más que disposición para reentrenar a la fuerza laboral. Los robots, escribe Rangel Jiménez, traerán lo mismo beneficios que tensiones.
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Durante la pandemia se consolidaron nuevas tecnologías. Las tuvimos de primera mano, resolviendo el meollo de la presencialidad. Los algoritmos nos escucharon, registraron lo que veíamos en pantalla, y cuánto lo veíamos, y determinaron el contenido que aparecería diariamente en nuestros feeds en las redes sociales. Tras el covid-19, esta transición se aceleró. Es en este contexto que nace esta edición monográfica dedicada a la tecnología, para la que invitamos a nuestros colaboradores a repensar juntos historias atravesadas por el paradigma. Textos e imágenes que pudieran dar cuenta de los tiempos que vivimos, a través de la mirada inagotable de todo periodista que acude a un territorio a indagar una posible historia. Solo que aquí la misión parecía mirar lo intangible. Así que el reto per se fue titánico.
Desmenuzamos el inminente arribo de la 5G, que permitirá, por ejemplo, que cirujanos puedan instruir cotidianamente a un equipo de médicos en una cirugía; reporteamos sobre los avances de algoritmos que, en la Comisión Nacional de Búsqueda, pronto serán capaces de documentar todo lo relacionado con los desaparecidos en México, analizar y realizar vínculos complejísimos, incluso de periodos oscuros como la Guerra Sucia. Hablamos de los mundos interconectados en tercera dimensión que podrían cobrar vida en el famoso metaverso; mapeamos ejemplos latinoamericanos de arte y literatura concebidos desde la tecnología, así como de los avances médicos en la lucha contra el cáncer. No podíamos obviar los proyectos espaciales que buscan la exploración lunar, siguiendo el viejo anhelo de las misiones Apolo por los viajes extraterrestres. Pero tampoco el desastre ambiental ocasionado por la minería de litio. Ninguno de estos temas son asuntos de ciencia ficción. Están ocurriendo. Con un paradigma tecnológico. Así lo consignaron en estas páginas Violeta Santiago, Carlos Antonio Sánchez, Luis Mendoza Ovando, Nadia Cortés, Roberto Cruz Arzabal, Carol Perelman, Sebastián López Brach y Elizabeth Ruiz Jaimes.
De entre todas las apps que hay actualmente a nuestro alcance —desde la del supermercado y la banca en línea hasta las de delivery—, el periodista José Luis Adriano llevaba tiempo interesado en lo que ocurría con cientos de denuncias relacionadas con aplicaciones fraudulentas que otorgan préstamos a emprendedores, pero también a aquellos abandonados por el sistema crediticio. En 2022 se reportaron 120 apps fraudulentas, incluidas las que incurren en delitos como el acoso y la cobranza indebida. Desde Texas, Adriano documentó el modus operandi de estas redes, cuyos algoritmos acceden a toda la información de los usuarios desde el celular, en un contexto de crecimiento de financiadoras tecnológicas al alcance de todos. Al cierre de esta edición, se realizó un operativo en un call-center en busca del desmantelamiento de estas apps, reportaron las autoridades de la Ciudad de México.
Juan Manuel Mannarino, desde Argentina, entrega también una crónica fabulosa, insertada en el furor de las criptomonedas en América Latina, ilegales en Bolivia, pero adoptadas en El Salvador. Esta es la historia de un grupo de nerds que, a sus veintipocos años, instalan “granjas de minería” caseras, con las cuales validan las transacciones de diferentes monedas digitales y reciben una ganancia extra que se traduce en dólares. Si bien existen corporaciones que realizan el minado a gran escala, cualquiera puede hacerlo por cuenta propia desde su casa, con conexión a internet y electricidad. Este es un nuevo oficio que se desarrolla sin bancos ni estados de por medio.
Finalmente, Ricardo Garza Lau regresa a estas páginas y lo hace explorando el fenómeno de los influencers. ¿Qué ha pasado con la primera generación que nació junto con las plataformas de video, aquella que promovía la idea de que todos teníamos algo valioso que decir, que podíamos volvernos virales y convertirnos en figuras públicas? Desde el primer video con millones de vistas de YouTube hasta los fenómenos recientes, como el auge de OnlyFans y TikTok, hoy cualquiera puede construir su propia imagen, monetizar fotos o videos en vivo y cobrar por todo lo que diga en sus redes sociales. ¿Hasta dónde estos creadores de contenido son libres?, ¿hasta dónde el sistema de estímulo-recompensa hará que la puerta de vivir del internet se vuelva cada vez más estrecha? Punto final.