La antesala de la desolación
Una reseña de la película Atardecer, de László Nemes.
László Nemes es un director formalmente temerario. Nativo de Hungría, su ópera prima El Hijo de Saúl, le ganó varios premios internacionales (incluyendo el Óscar a Mejor Película extranjera). La cinta es una historia intensa sobre un miembro del Sonderkommando en Auschwitz, una unidad de trabajo durante la Alemania nazi cuyo trabajo era sacar los cuerpos de las cámaras de gas.
La película transcurre con el protagonista en primer plano y el fondo casi siempre fuera de foco. La decisión de presentar así una historia ya terrible de origen, hace al espectador partícipe de una experiencia dolorosa e implacable.
Atardecer, su segundo largometraje, es un esfuerzo formalmente similar, aunque con una perspectiva muy diferente.
El arranque de la cinta es contundente: Irisz Leiter (protagonista de la película, interpretada por una increíble Juli Jakab) aparece en close-up mientras se prueba sombreros elegantes en una tienda. La atienden como si fuese una mujer de clase alta. Conforme la cámara se aleja lentamente, Irisz revela que no va a comprar nada, que acaba de llegar a la Budapest de 1914 y sólo busca trabajo en esa tienda de sombreros. Por si fuera poco, en los primeros minutos se revela también que es hija de los anteriores dueños de la tienda, quienes murieron trágicamente en un incendio.
Aunque imperceptible en un inicio, esto se vuelve muy claro si se observa con cuidado: su ropa no es tan buena como la de las otras trabajadoras, mucho menos como la de una compradora. Su sencillo sombrero esconde un cabello ligeramente desaliñado y luce fatigada de caminar por la calurosa ciudad.
A través de ese minúsculo ardid, László Nemes establece las reglas de la cinta: lo que se asume a partir de una primera mirada, se vuelve falso una vez que se mira más de cerca. Atardecer es una película de verdades a medias, traiciones y engaños, donde un misterio que nunca se aclara del todo está siempre presente, así como las amenazas y peligros que lo rodean.
Esta película es un thriller, sí, pero también es una exploración citadina, un análisis en el que la Budapest de 1914 es una metáfora de las ciudades contemporáneas: el epítome de su urbanidad y decadencia, una perfecta amalgama de putrefacción y alcurnia. La ciudad es un personaje más a seguir en esta historia, pues tiene una identidad muy específica y está atravesando cambios dramaticos.
El largometraje podrá estar ambientado a principios del siglo XX, pero sería un error pensar que no habla del mundo actual.
A pesar de su impecable diseño de producción, la intención de Nemes no es exaltar la estética de Budapest, sino evocar lo omnioso. En Atardecer, la hermosa ciudad plagada de finos vestidos y sombreros elegantes, está envuelta en una perturbadora conspiración, donde el asesinato, el tráfico de personas y la corrupción lo permean todo.
No es gratuito que la tienda de sombreros sea un sitio medular para la historia. Se trata de un espacio donde converge un sector rancio de una sociedad al acecho. En un lugar como ese, aristócratas y empresarios se presentan como aliados para tejer conspiraciones ruines. “El horror del mundo se esconde tras cosas infinitamente preciosas”, le dice uno de esos personajes a Irisz.
Esta conspiración adquiere un mayor poder gracias a las decisiones creativas de László Nemes. Como en El Hijo de Saúl, la cámara es terca y sigue a Irisz casi permanentemente. No hay una sola escena despojada de su presencia, y su perspectiva es la única que tenemos. A pesar de ser una clara limitación narrativa, Atardecer no se percibe como una historia constreñida a espacios o personas. Las sensaciones, emociones y descubrimientos de Irisz son lo suficientemente vívidos para construir tensión y magnetismo a través del seguimiento de su intimidad.
En un segundo plano, casi siempre fuera de foco, los personajes secundarios son en muchos casos siluetas fantasmales cuyos conflictos, lealtades y motivaciones se enredan y desenredan a un ritmo lento y confuso.
Resolver como espectador lo que plantea Atardecer es un ejercicio de estimulación y revisión constante. La trama nunca está completamente clara y uno debe unir las piezas con poca información a la mano.
Atardecer es una cinta de época que le habla directamente al futuro en su retrato de las élites opresoras y el trato que reciben las mujeres en una sociedad al borde del colapso.
No es coincidencia que Atardecer esté ambientada en Budapest de 1913, la Primera Guerra Mundial se encuentra a tan sólo unos meses, y con ella la caída del Imperio Austro-Húngaro. László Nemes se interesó por la antesala de la guerra para mostrar el desdén de un Imperio hacia su pueblo y la corrupción de un régimen insostenible. Si eso no habla de nuestra era, pocas historias lo harán.
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