Un año acarreando ovejas en una hacienda le bastó para tomar rumbo hacia Buenos Aires, donde la inercia lo mantuvo activo durante ocho meses hasta que enfermó y sus padres no tuvieron más opción que ir a buscarlo y traerlo de regreso. Ingresó en 1947 a estudiar letras inglesas en la Universidad de Chile, pero donde también su propia naturaleza lo hizo salir por la puerta de emergencia luego de dos años. “Soy una persona llena de titubeos, nunca sé bien para donde voy, no tengo la linea demasiada fija”, confesó en 1973 durante una entrevista concedida al periodista José Solar.
Donoso comenzó a acrecentar su idilio con la literatura inglesa cuando se fue becado a la Universidad de Princeton en Unidos. “Yo veía pasar a Einstein todos los días bajo mi ventana, acababa de irse Thomas Mann, todos los fines de semana iban compañías de Teatro de Nueva York. Era muy emocionante para un muchacho como yo que venía del fondo del mundo”, relató a Soler.
Ni la vocación por la medicina de su padre y hermanos, ni la procuración de la justicia de sus abuelos abogados lograron sembrarle a José Donoso un interés genuino por la gente.
Aquello más que un estímulo instantáneo fue el inicio de una carrera de cataclismo tardío en la literatura, porque Donoso había logrado publicar sus dos primeros cuentos escritos en inglés “The blue woman” y “The poisoned pastries” en MSS, una revista especializada de la universidad, y aunque aquellos cuentos le bastaban para autoproclamarse escritor, lo cierto era que no terminaba de convencerse a sí mismo, así que se propuso no pasar de los 30 años sin alguna publicación reveladora. Mientras tanto viajó por México y Centroamérica, quiso ser periodista pero él aseguraría en entrevistas posteriores que no le resultó, así que no tuvo más remedio que volver a Santiago a encerrarse en una casa a escribir, el resultado fue Veraneo y otros cuentos que apareció en 1955.
Para haber sido alguien que tuvo problemas con las matemáticas y la disciplina luego de ser expulsado de diez colegios, la fórmula ideada para conseguir el financiamiento y la distribución de su primera publicación fueron de más provechosas. “Ninguna editorial me lo quiso tomar pero yo le pedí a diez amigas que vendieran diez vales antes de la publicación, para pagar la cuota del libro, lo hicimos así y salieron los 100 ejemplares que después fuimos a vender en los tranvías y en las calles”, recordó.
Veraneo y otros cuentos si no satisfacía sus impulsos creativos al menos lo hizo acreedor del Premio Municipal de Santiago, aunque sería solo cuestión de tiempo para que su primera novela Coronación fuera publicada en 1957 mientras vivía con una familia de pescadores en Isla Negra. “Digamos que esta novela es un punto de partida, está estructurada matemáticamente. Se planteó el problema y la estructura antes de comenzar a escribir… y ahora sé que uno va buscando la estructura y el significado a través de la escritura. Habla sobre la burguesía y el lumpen chilenos, con el lazo intermedio de los sirvientes de la casa grande… Es el retrato de mi abuela materna con la cual vivimos, naturalmente la familia se puso furiosa porque cómo era posible que hubiera retratado a la abuela como una loca, había hecho pública la vergüenza de la familia…”, dijo durante aquella entrevista.
Después se fue a viajar por Europa donde puso a prueba su vena periodística escribiendo reportajes, volvió a Chile en 1960, se casó y empezó a escribir y escribir sin saber a dónde se dirigían sus manuscritos, pronto empezó a sentirse ahogado en Chile y supo que necesitaría nuevos aires cuando en 1964 lo invitaron a un congreso literario en Chichen Itza, así que partió a México cargando una maleta pequeñita, aunque después tuvieran que pasar 18 años peregrinando por tierras distintas para volver a su patria. “El exilio es un mito, porque uno jamás se exilia. Uno nunca se va, uno cree que es cosmopolita y no es cosmopolita para nada”, llegó a decir.
En México atestiguó que las imágenes profundas son aliadas de la memoria, pues a él no se le había borrado de la suya la tarde de 1959 cuando en una calle de Santiago vio a un chico deforme vestido de smoking en el asiento trasero de un auto de lujo al volante de un chofer privado. Escena que sembraría la más prolija de sus novelas, El obsceno pájaro de la noche, que no solo tardó años en fermentarse sino que literalmente lo condujo al delirio. En esta novela Donoso, al que no le gustaban los absolutos, sugiere la degeneración y la destrucción de la burguesía chilena que su cuna le permitió conocer de cerca y que años más adelante le estimularía la imagen de Humberto Peñaloza, “el mudito”, un hombre que es secretario de Jerónimo de Azcoitía, quien ha construido un país para su hijo deforme habitado por criaturas bizarras y monstruos de feria.
Quiso ser periodista pero él aseguraría en entrevistas posteriores que no le resultó, así que no tuvo más remedio que volver a Santiago a encerrarse en una casa a escribir, el resultado fue Veraneo y otros cuentos que apareció en 1955.
“Yo creo que en todo escritor hay, de hecho, un marginal. Si un escritor no tiene en sí las posibilidades de marginalización o una veta marginal, si no tiene una trizadura de algún tipo no puede nunca llegar a ser escritor. (…) Porque la marginalización tiene que buscar una metáfora, esa puede ser el chueco, el viejo, el niño, el marica de burdel, cualquier cosa”, dijo Donoso durante la entrevista de 1989.
La locura impresa en El obsceno pájaro de la noche no es casual si se contempla el calvario que representó su escritura. Incluso antes de que resultara en la novela exponencial que hoy es, Donoso publicó en 1966 otros dos títulos: Este domingo y El lugar sin límites, que fue adaptada por Arturo Ripsetin. “Esas eran novelas de una melodía fácil de seguir, pero el Obsceno era polifónica, con pretensiones de ser sinfónica. Estuve años sin saber por dónde salirme, tenía escritas cosas oníricas, modificaciones, exageraciones. Estaba ahogado, llevaba 6 años y siempre he sufrido de úlceras, úlceras que han estado conectadas con mi literatura”, recordó a Soler.
Harto hasta la médula de sus dolencias dijo que no escribiría más, y que se iría de profesor a Estados Unidos. Se encontraba en Colorado cuando los achaques se tornaron violentos. “El pájaro me estaba comiendo las tripas”, escribió. Lo internaron y en el quirófano no solo le sacaron la mitad del estómago, sino que le aplicaron morfina sin saber que era alérgico a ella. “Me produjo un episodio esquizofrénico de 15 días, y ese tiempo estuve gritando, abriéndome la herida, sacándome la sonda, gritándole a los enfermos del hospital que nos teníamos que ir porque nos querían volver locos, hasta que terminaban poniéndome una camisa de fuerza […] Luego regresé a Mallorca con la barba blanca, y en este regreso escribí El obsceno pájaro de la noche, en ocho meses, de principio a fin… Es en escritura como se traducen generalmente los problemas de los escritores”.
Fue así como aquel hombre al que le interesaban mucho más sus enfermedades que las de la sociedad se volvió infranqueable al tiempo desde su propia agonía. “Pájaros van a haber siempre, y entrañas van a haber siempre, pero espero conservar mis entrañas aunque se las devoren los pájaros”, llegó a decir.