La vida en el espacio-tiempo de Los Tigres del Norte

La vida en el espacio-tiempo de Los Tigres del Norte

Parecerían fuera de este mundo si su música no estuviera atada a la tierra en la que prosperaron y a la comunidad que se refleja con fidelidad en sus canciones. ¿Por qué sin Los Tigres del Norte no hay Peso Pluma ni Natanael Cano? La respuesta no es obvia.

Tiempo de lectura: 10 minutos

Me gusta andar por la sierra,

me crié entre los matorrales.

Ahí aprendí a hacer las cuentas

nomás contando costales.

Los Tigres del Norte, “Pacas de a kilo”

*

Los billetes no caen solitos.

Moviendo esos paquetes llenos de cuadritos.

Verdes dolaritos, puros Benjamines me hacen generar.

Peso Pluma, “Rubicón”

Este no es otro artículo de opinión sobre los corridos norteños. Demasiadas discusiones se han gastado tratando de dilucidar sus orígenes, su impacto en las conductas sociales de la juventud, el valor poético de sus letras y los récords que se han roto en su nombre desde plataformas de streaming.

No, no hacen falta más voces críticas que se lancen a atacar, defender o exaltar al que quizá sea uno de los géneros musicales mexicanos más rotundamente internacionalizados, que igual se puede escuchar en L.A., Nueva York, Chihuahua, Buenos Aires o Barcelona, y que trasciende los márgenes de la siempre creciente diáspora mexicana. Sin embargo, parece pertinente insistir en que este triunfo, además de mediático y numérico, es cultural. Tenemos un estilo de música rotundo que sonará para siempre en las calles, en las playlists y en las fiestas de nuestro país y más allá.

¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Cómo es que una música de carácter liminal, radicalmente mestiza, siempre abierta a influencias externas, pasó de ser la música “regional”, que alegraba reuniones familiares y que ayudaba a ponerle palabras a los sentimientos de la clase trabajadora rural y urbana fronteriza, a una tendencia musical de alcances globales?

Aquí nos proponemos demostrar que existe un espectro entre las canciones de Los Tigres del Norte, y de conjuntos norteños de principios y mediados de siglo, y la música de Peso Pluma, Junior H, Natanael Cano o Xavi, por mencionar algunos exponentes actuales.

Este “espectro norteño” parte de un concepto creado por el crítico musical inglés Simon Reynolds para explicar la incidencia de la música de baile inglesa más innovadora desde los setenta hasta los noventa. Mark Fisher explica en una defensa del concepto publicada en 2009 que Reynolds le llama hardcore continuum (que aquí nos atrevemos a traducir como “espectro”) a “una tradición musical o una subcultura que se ha logrado mantener en pie durante 20 años, negociando giros estilísticos drásticos y cambios significativos en la tecnología, las drogas y la composición social y racial de su propia población”.

Ese concepto le queda como anillo al dedo a las condiciones sociales de la frontera norte mexicana. Podemos ligar sin problemas la lejana música de la tejana Lydia Mendoza con Fuerza Regida, Herencia de Patrones o Chino Pacas, pasando por Los Alegres de Terán, Los Tornados del Norte y los Tigres del Norte.

En este espectro de la música norteña hay una banda que ocupa un lugar de excepción, por lo que significa para las generaciones actuales de cantantes de corridos tumbados o bélicos. Veamos.

* * *

Culiacán, capital sinaloense,

convirtiéndose en el mismo infierno,

fue testigo de tantas masacres…

Cuántos hombres valientes han muerto.

Los Tigres del Norte, “La mafia muere”

 

Luis Omar Montoya Arias recuerda en Letralia que los corridos nacen y funcionan en un contexto social determinado. Se transmiten de manera oral, de generación en generación, como parte vital del entramado cultural de una sociedad. Los protagonistas, eventos y temas de los corridos representan valores, creencias e historia del pueblo.

De la academia se desprenden dos vertientes que pretenden explicar su origen: la que defiende el origen ligado a la tradición española y la que lo asume completamente mexicano. Vicente T. Mendoza, citado por Montoya, dice que el corrido procede del romancero castellano, cuya épica deriva de la narración de hazañas guerreras y combates. Por otro lado, Rubén M. Campos defiende la tesis nacionalista y localiza el origen del corrido en la poesía indígena precortesiana de tradición náhuatl. Para Campos, además, el corrido popular asume todas las formas y comprende todos los géneros, desde el amatorio hasta el humorístico, no solo lo heroico.

Así los corridos narran los hechos desde los ojos que los vieron y vivieron, en las diversas etapas de la historia mexicana. Son más que memoria colectiva: el pasado, el presente y el futuro están latentes en el corrido.

Hay que mencionar que el corrido tiene un antes y un después de la Revolución Mexicana. A partir de ella las narrativas del corrido explotan y se derraman entre balas, héroes, villanos y muerte.

Con la lucha revolucionaria, el corrido se vuelve el instrumento ideal para acompañar las luchas de facciones —los corridos villistas o zapatistas dan testimonio de sus respectivas posiciones—, y, con el nacionalismo revolucionario, funciona para expresar las perspectivas de la lucha sindical, agraria y popular. Por otro lado, el corrido posee un matiz que Montoya expresa de forma insuperable: el corrido cuenta historias de personajes para los que está cerrado el libro de la historia oficial. Esas historias están bajo la protección y difusión del pueblo.

Pues bien, Los Tigres del Norte, más que nadie, han sabido sacar provecho de esa larga tradición, profesionalizando un oficio popular y convirtiéndolo en espectáculo para culminar en una carrera de 56 años de éxito rotundo.

Lo han hecho destilando un estilo que se volvió emblemático: un par de voces idiosincráticas —una rasposa, con gusto a tierra, y otra imposiblemente aguda y expresiva—, y con un acordeón que apunta melodías sencillas y familiares, un saxofón lleno de melancolía y una sección rítmica como máquina de disciplinada cadencia que genera un groove con muchísima personalidad, muy imitado, pero nunca igualado.

La música de Los Tigres es entrañable porque son individuos entrañables. Es una banda familiar, de origen humilde, que logró el éxito siguiendo sus propias reglas y jamás cediendo un ápice de su sonido, más bien adaptando tendencias al género que son en sí mismos.

Quizá la virtud más admirable de Los Tigres (y acaso la clave de su influencia directa o indirecta sobre los grupos y cantantes que podrían ser sus nietos) es que se sienten perfectamente cómodos fuera de su zona de confort.

Por ejemplo, tocaron en un Vive Latino cuando todavía se discutía la pertinencia del género regional en espacios que no fueran propios de su calaña. La era aplastante del corrido todavía se antojaba lejana, impensable siquiera. Hay que subrayarlo: la música norteña mexicana ha roto todos los parámetros posibles de la industria. Un caso destacado: Peso Pluma cuenta con el récord Guinness por ser el artista más visto en YouTube en 2023. Los Tigres, con su insólita manera de moverse en todo sitio, con todo público, aparecen, sí, como el antecedente más sólido, pero con no menos futuro que el de las generaciones más jóvenes (que han surgido en su estela). Apenas hace unos días Billboard consignó la vuelta al mando de Los Tigres en el chart regional, con cada vez más impresionantes números de escuchas y venta.

En efecto, Peso Pluma no se explica sin la conquista previa de Los Tigres, pero si a un extraterrestre con buen oído y gusto musical le ponen una canción del primero seguida de un tema de los segundos, es muy probable que sentenciara: “Creo que estos son los que van a pegar…”.

* * *

 

Rodeado de lujos y no materiales

Siempre buena vida me dieron mis padres.

El viejo, en el cielo, siempre ha de guiarme

Para que, en la vida, salgan bien los planes

Peso Pluma, “Nueva vida”

Este recorrido incansable, muestra de una gran ética de trabajo, los ha hecho conscientes de su responsabilidad ante el público. Se asumen como cronistas de una cruenta realidad más violenta cada año; saben que tienen que seguir cantando y narrando lo que el pueblo sufre y cómo es oprimido en tantos espacios de la vida.

Si partimos, también, de que la música es una de las razones prioritarias para no volarse la tapa de los sesos, y de que la vida del migrante es especialmente dura, se entiende entonces que ver a Los Tigres del Norte en directo es una experiencia mística, que le da sentido a la vida. Toda la gente que ha asistido a uno de sus bailes-conciertos saben que tienen hora de inicio, pero jamás de cierre. Hasta 12 horas han durado sus presentaciones, maratones que exudan un humor a prueba de balas colándose entre la nostalgia, el dolor, la muerte, la violencia y la injusticia.

En su libro Apuntes: corridos y cultura popular, José Manuel Valenzuela subraya que la alegría ritual compartida se expresa de forma contundente en la música, que es ejemplo perfecto para hablar del humor como transgresión absoluta del poder, como vehículo que desacraliza el ambiente casi de inmediato, mezclando “la ironía (…) con fugaces desplantes de dignidad nacionalista”.

Ritos compartidos, se dice. La primera vez que cobré conciencia de la importancia de lo que aquella banda narraba en vivo fue, curiosa y vergonzosamente, gracias a un pariente español que exigió verlos tan pronto como aterrizó en la Ciudad de México, hace buenos 20 años. Los vimos en Acapulco y aquella noche cambió la vida de nuestra familia para siempre. Volvimos hablando sin parar de la insólita experiencia. El sonido impoluto, monstruoso, en su escenario adornado, claro está, con enormes felinos; las luces, la repetición de las canciones favoritas. Era un fervor arrebatado el de aquella masa que acudió a sudar al puerto (mucho antes de que se volviera invivible). Tal cual: un baile inolvidable de sudor compartido. Mis primas más pequeñas construyeron un mito alrededor de la canción “Pedro y Pablo”, repartiéndose la interpretación de los tres papeles protagónicos del corrido; una sería Pedro, otra Pablo y una tercera, Leticia, la mujer en discordia. Durante tardes enteras repasaron la actuación del corrido hasta que lo presentaron en un escenario improvisado, frente a todos. Aquella canción jamás abandonará nuestros recuerdos.

 * * *

 

Soy emigrante que sufre

Al estar tan lejos

De mis padres y mi patria

Donde me vieron crecer.

Un día crucé la frontera

Buscando el triunfo.

Ay, Dios mío, cuánto sufro

Quién sabe si volveré

Los Tigres del Norte, “El emigrante”

Los Tigres del Norte han dedicado su carrera a cantar, principalmente, sobre el espectro de sentimientos que atraviesan los migrantes al salir de sus países y enfrentarse a condiciones durísimas durante el traslado y estancia en lugares hostiles, sin sus familias. También han compuesto piezas en honor a figuras como César Chávez, uno de los activistas más importantes de la defensa migrante y campesina, fundador, junto con Dolores Huerta, de la Asociación Nacional de Campesinos en 1962. Aunque tampoco precisamente escasean sus canciones de despecho, abandono infantil, borracheras torrenciales, soledad y amor romántico, que se asentaron en el repertorio de las fiestas de todo el país.

La música de Los Tigres es creadora de héroes, antihéroes, mitos y leyendas. Narcotraficantes y contrabandistas de todas clases desfilan por sus canciones —lo que toma forma ya como una especie de “tradición temática”—, pero también han interpretado piezas como “El celular” (voy con mi celular en la mano / parezco romano de la antigüedad) de 1992 o la historia de una chica influencer en pleno 2024 en “She is wow” (se toma una selfie muy arregladita / tiene las redes llenas de fans viendo qué publica / le ponen corazones y likes a la señorita), con una de las líneas de bajo con más groove del norteño moderno.

La censura, por supuesto, los ha tocado y amenazado con sacarlos de los espacios que ya habían ganado. La banda ha acusado a gobiernos priístas de censura directa a canciones como “La granja” —que habla sobre el partido y su relación con el narcotráfico, usando la metáfora de una perra salvaje— y “El circo” —que se refiere a los hermanos Salinas de Gortari—.

Fue precisamente el PRI quien, según Luis Omar Montoya, declaró una guerra de baja intensidad en contra del corrido nada exitosa: en 1989 Los Tigres del Norte —que Montoya llama “juglares del pueblo”— sacaron a la venta su disco Corridos prohibidos, dirigido por Paulino Vargas Jiménez. Es el segundo disco más vendido en la historia de la música regional mexicana; el primero es Jefe de jefes, también de Los Tigres.

Su historia se cuenta a golpe de hazañas. Tras 56 años de vida, es increíble comprobar el fervor que siembran en ciudades que no habían visitado antes, como Londres, donde hace un par de meses casi hacen colapsar el escenario con el peso del amor de su público.

¿Más hechos para fabricar la leyenda? Un par: en fábricas de maquila en estados como Chihuahua se suele planear el mes de trabajo según el calendario de bailes que Los Tigres ofrezcan, y son la única banda a la que se le ha permitido ingresar e interpretar sus canciones en la cárcel de Folsom, en obvio homenaje a los 50 años del concierto que Johnny Cash dio en ese mismo sitio —no extraña nada: la composición social del penal cambió en medio siglo; ahora la mayoría de los privados de la libertad son latinos—.

El espectro completo de éxitos no solo consolidó la reputación de Los Tigres. También (regresemos al inicio) estableció el estándar para una narrativa total. No lo duden: el corrido tradicional y los corridos tumbados comparten una profunda preocupación por la narrativa y la representación de la vida real.

Te recomendamos leer el ensayo de Luli Serrano: “Instrucciones para llorar cómodamente, según las dicta Shakira“.

Sin embargo, a partir de aquí las aguas se empiezan a separar entre el “clasicismo tigresco” y el corrido contemporáneo. Los Tigres no utilizan expresiones altisonantes en sus letras; no hay referencias directas al sexo ni explícitamente sanguinarias o vengativas. Es difícil encontrar entre sus canciones odas desvergonzadas a la opulencia y al exceso material. Ellos insisten, por ejemplo, en que “Contrabando y traición” no es un narcocorrido, sino una historia de amor. Sin embargo, también reconocen que hay personajes reales en sus canciones cuyos nombres verdaderos tienen que ocultar, por protección. Comprenden que no pueden tapar el sol con un dedo. Tampoco hacen fiestas particulares (o no como modelo abierto de negocio) porque su carrera se ha forjado a golpe de bailes y conciertos masivos.

¿Qué es lo que hacen Los Tigres, en resumidas cuentas? ¿Denuncia, mensaje? ¿Apología del delito, como argumentó la Secretaría de Gobernación en tiempos foxistas para prohibir su música en la radio? El Tigre mayor, Jorge Hernández, voz principal y acordeonista de la banda, no aclara el asunto, pero tampoco le saca la vuelta: en varias entrevistas ha dicho que él es un “realista”, y que no es posible negar lo que existe en tu terreno. Por su parte, Teodoro Bello, el compositor de una de sus canciones más emblemáticas, “Jefe de jefes”, dice que la escribió pensando en el mejor doctor, presidente, político; es decir, en el mejor en su ramo, el que sea. En todo caso, el jefe de jefes es Jorge Hernández, punto. A él se le cuadran todos por igual: políticos, guaruras, empresarios y hasta cocineras.

Otro aspecto que deja a Los Tigres en un lugar aparte tiene que ver con el hecho de que en este país los autores que provienen de clase obrera por lo general tardan muy poco en desclasarse. Y Los Tigres nunca han dejado de pertenecer al pueblo al que cantan. Desde luego que sus honorarios son jugosos y su vida hace décadas que dejó de ser la de unos rancheros apurados de Sinaloa, pero no podrían seguir siendo autores de una de las arqueologías emocionales más complejas, humildes y entrañables de todos los tiempos en este país si se hubieran metido en una burbuja.

Que estén todavía plantados en este plano terrenal implica que son capaces de verbalizar con palabras sencillas la melancolía, el peso del lugar de que se proviene, la carga, la culpa, la imposibilidad de soltar lastres. La música de Los Tigres afecta de una forma determinada, como un símbolo atávico que abre puertas de sentimientos ahogados por el tiempo o por la necesidad.

Más terrenalidad: ningún Tigre suele alargar las notas para realizar innecesarios despliegues de virtuosismo. Todos cultivan una delicadeza popular que deriva de la inteligencia, que no de la intelectualidad. Y en los bailes de los jefes de jefes se baila para hacer retroceder la marea de la tristeza, para usar el baile como redención y como arma, arma en contra de los maltratos diarios que sufren las personas trabajadoras, sean o no migrantes.

Dice el escritor Kiko Amat que toda la música inmensa debe tener ironía, ritmo bailable y alegría ante la catástrofe; todas características que hermanan a los padres, hijos y nietos del corrido, auspiciados por un legado —sí: espectro— de innovación, exploración y expansión de los horizontes del regional mexicano que ha contribuido a visibilizar la cultura y la experiencia multicolor de las personas hispanohablantes de todas edades.

En el estándar narrativo “dictado” por Los Tigres del Norte está la base sobre la cual los artistas contemporáneos han construido y han crecido. Ojalá lo sigan haciendo.

 


LULI SERRANO. Colabora en medios impresos y digitales como La Semana de FrenteViceNoiseyMarvin y Afterpop.


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