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Los 10 mejores documentales de Martin Scorsese

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Traducción de
03
.
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19
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Consagrado en la ficción, el director es también un extraordinario documentalista.

Cuando pensamos en Martin Scorsese viene a la mente un maestro de la ficción, de la creación de personajes inmorales y violentos para la pantalla. Un director que sabe mover la cámara como nadie y usar la música con tanto estilo que es fácil identificar a quienes lo imitan. Es claro que nadie puede hacer películas como él, pero la aseveración no aplica sólo para sus largometrajes de gángsters y matones. Scorsese es un extraordinario, aunque tal vez menos conocido, director de documentales. Aún en sus ejercicios de género más diversos, es extremadamente fácil identificar el trabajo de Scorsese. Cada película que hace es fresca, emocionante y casi siempre renueva sus trucos, pero los rastros genéticos están firmemente arraigados en la identidad del director, así dirija horror, melodrama o alguna película de época. Sus documentales, sin embargo, son harina de otro costal, definitivamente menos conocidos y con ambiciones, influencias y curiosidades muy distintas. La no ficción siempre ha estado presente en su obra. Antes de Taxi Driver (1976), Scorsese ya tenía tres documentales en su filmografía, todos con un particular acercamiento a sus sujetos. El primero es New York City... Melting Pot, que fue un encargo institucional con fines informativos. Pero Street Scenes es quizá la más relevante de estas producciones, y la compone un recuento de dos protestas contra la guerra de Vietnam y otros conflictos sociales de los años setenta. A pesar de contar con pietaje único de los disturbios de Hard Hat en Nueva York y las protestas de Kent State en Washington (donde cuatro estudiantes fueron asesinados por militares), Street Scenes jamás ha conseguido un lanzamiento en plataformas de streaming o algún servicio de reproducción para el hogar.

Street Scenes

Un joven Harvey Keitel en Street Scenes (1970) de Martin Scorsese / Via mubi Otro trabajo de esta época es Italianamerican, un retrato cotidiano donde el director conversa con sus padres, dos inmigrantes italianos, durante una cena común y corriente. Los padres hablan directamente a la cámara sobre su vida como migrantes y las dificultades de desarrollo en ese contexto, todo con una cadencia fogosa similar a la de los personajes ficticios de Scorsese. A pesar de ser un trabajo muy poco llamativo, Italianamerican trazó el camino para para el Scorsese documentalista: un acercamiento de genuina curiosidad ante todas las historias. Italianamerican es simplemente una conversación que incluye en los créditos la receta de las albóndigas que cenaron. American Boy: a profile of Steven Prince cuenta la historia de un simpático exdrogadicto norteamericano con una habilidad extraordinaria contar historias. Más adelante Scorsese le ofreció un papel en Taxi Driver, donde interpretó a Easy Andy, el traficante de dorgas que también le vende armas al protagonista, Travis Bickle). Uno de esos personajes que es una historia en sí mismo. Inspirado en la seminal cinta Portrait of Jason de Shirley Clarke, Scorsese se aproximó a este trabajo con la idea de cuestionar qué es una película, y cómo se compone un largometraje. La eléctrica y vivaz personalidad de Steven Prince fue el eje principal y opaca cualquier otro elemento cinematográfico de forma o historia. Entre las anécdotas de Prince como drogadicto está aquella en la que le inyectó adrenalina directamente al corazón a un amiga con un paro cardiaco por sobredosis de heroína. Historia que Quentin Tarantino recuperó para Pulp Fiction.

American Boy

Martin Scorsese y Steven Prince en un still de American Boy: a profile of Steven Prince Pero la faceta documental de Scorsese no se limita a sus perfiles de carácter y anécdota, ésta es de hecho de sus fase con menor reconocimiento en la no ficción. Martin Scorsese es antes que nada un cinéfago, y sus documentales sobre cine son lecciones cinematográficas en sí mismas. Dos de estos documentales brillan particularmente por su honestidad y sencillez: Un viaje personal de Martin Scorsese por el cine americano y Mi viaje por el cine italiano. Los títulos son muy claros, en ellos Scorsese analiza —con una mezcla de objetividad y experiencia personal— qué tan significativas son las películas italianas y norteamericanas para el cine mundial, pero también para sí mismo. El director suele involucrar su historia en los documentales, y sumado a su forma tan elocuente de hablar del cine, es inevitable sentir también una conexión emocional con estos largometrajes. Su faceta más conocida dentro del género documental es la de retratista musical. Al poco tiempo de haber hecho Taxi Driver, Scorsese fue el encargado de dirigir The Last Waltz, un híbrido concierto-documental sobre la supuesta última presentación en vivo de The Band. Scorsese reclutó a los mejores cinematógrafos para operar cámara, y con una serie de invitados de lujo en el escenario (incluidos Joni Mitchell, Bob Dylan, Muddy Waters y muchos más) filmó uno de los conciertos más memorables de la música popular. Para un cineasta conocido por el estilo sonoro que derrochan sus películas, esta oportunidad fue un paso natural.

Bob Dylan tocando con The Band en The Last Waltz Sin embargo, Scorsese no tocaría el tema musical otra vez sino hasta 2005 con No Direction Home, el primero de sus documentales enfocados exclusivamente en la figura de Bob Dylan. El director estudió su carrera durante los años sesenta, incluyendo los factores que lo llevaron a su radical cambio del folk a rock. Para 2011, Scorsese dirigió George Harrison: living in the material world, sobre el músico inglés, haciendo particular énfasis en su faceta espiritual y su vínculo con el movimiento de Conciencia Krishna. El director dijo alguna vez dijo que “el cine es sobre lo que está en el cuadro y lo que está fuera del cuadro”, pero hay otro elemento que une a sus documentales, y se trata de la especificidad. Por más variados que sean sus trabajos de no ficción, Scorsese es experto en aislar a sus sujetos en una cualidad que él busca exaltar.

Rolling Thunder Revue

Bob Dylan en Rolling Thunder Revue Rolling Thunder Revue es un ejemplo muy claro de esto, enfocado en la gira del mismo nombre de Bob Dylan, es el más arriesgado e irreverente de sus experimentos documentales. Su más reciente trabajo, lanzado exclusivamente en la plataforma Netflix, es un retrato desinteresado entre la realidad y la ficción en el que el director está completamente entregado a contar una historia, a experimentar con el género y a hacer el retrato no sólo de un artista, sino de un país en constante cambio. Con la controvertida imagen de Bob Dylan, así como el mito que compuso durante esa época, Scorsese hizo un agudo retrato de una época a través de una impresionante y adictiva farsa. Sus documentales esquivan clasificaciones. A pesar de que éstos últimos tienen rasgos en común, cada uno tiene un estilo y una ambición que los hace incomparables. Cada entrega es inesperada y la forma puede ir de lo convencional a lo vanguardista en unos minutos. Curiosamente, uno de los cineastas vivos más exitosos para la ficción, es también uno de los documentalistas más interesantes.

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Consagrado en la ficción, el director es también un extraordinario documentalista.

Cuando pensamos en Martin Scorsese viene a la mente un maestro de la ficción, de la creación de personajes inmorales y violentos para la pantalla. Un director que sabe mover la cámara como nadie y usar la música con tanto estilo que es fácil identificar a quienes lo imitan. Es claro que nadie puede hacer películas como él, pero la aseveración no aplica sólo para sus largometrajes de gángsters y matones. Scorsese es un extraordinario, aunque tal vez menos conocido, director de documentales. Aún en sus ejercicios de género más diversos, es extremadamente fácil identificar el trabajo de Scorsese. Cada película que hace es fresca, emocionante y casi siempre renueva sus trucos, pero los rastros genéticos están firmemente arraigados en la identidad del director, así dirija horror, melodrama o alguna película de época. Sus documentales, sin embargo, son harina de otro costal, definitivamente menos conocidos y con ambiciones, influencias y curiosidades muy distintas. La no ficción siempre ha estado presente en su obra. Antes de Taxi Driver (1976), Scorsese ya tenía tres documentales en su filmografía, todos con un particular acercamiento a sus sujetos. El primero es New York City... Melting Pot, que fue un encargo institucional con fines informativos. Pero Street Scenes es quizá la más relevante de estas producciones, y la compone un recuento de dos protestas contra la guerra de Vietnam y otros conflictos sociales de los años setenta. A pesar de contar con pietaje único de los disturbios de Hard Hat en Nueva York y las protestas de Kent State en Washington (donde cuatro estudiantes fueron asesinados por militares), Street Scenes jamás ha conseguido un lanzamiento en plataformas de streaming o algún servicio de reproducción para el hogar.

Street Scenes

Un joven Harvey Keitel en Street Scenes (1970) de Martin Scorsese / Via mubi Otro trabajo de esta época es Italianamerican, un retrato cotidiano donde el director conversa con sus padres, dos inmigrantes italianos, durante una cena común y corriente. Los padres hablan directamente a la cámara sobre su vida como migrantes y las dificultades de desarrollo en ese contexto, todo con una cadencia fogosa similar a la de los personajes ficticios de Scorsese. A pesar de ser un trabajo muy poco llamativo, Italianamerican trazó el camino para para el Scorsese documentalista: un acercamiento de genuina curiosidad ante todas las historias. Italianamerican es simplemente una conversación que incluye en los créditos la receta de las albóndigas que cenaron. American Boy: a profile of Steven Prince cuenta la historia de un simpático exdrogadicto norteamericano con una habilidad extraordinaria contar historias. Más adelante Scorsese le ofreció un papel en Taxi Driver, donde interpretó a Easy Andy, el traficante de dorgas que también le vende armas al protagonista, Travis Bickle). Uno de esos personajes que es una historia en sí mismo. Inspirado en la seminal cinta Portrait of Jason de Shirley Clarke, Scorsese se aproximó a este trabajo con la idea de cuestionar qué es una película, y cómo se compone un largometraje. La eléctrica y vivaz personalidad de Steven Prince fue el eje principal y opaca cualquier otro elemento cinematográfico de forma o historia. Entre las anécdotas de Prince como drogadicto está aquella en la que le inyectó adrenalina directamente al corazón a un amiga con un paro cardiaco por sobredosis de heroína. Historia que Quentin Tarantino recuperó para Pulp Fiction.

American Boy

Martin Scorsese y Steven Prince en un still de American Boy: a profile of Steven Prince Pero la faceta documental de Scorsese no se limita a sus perfiles de carácter y anécdota, ésta es de hecho de sus fase con menor reconocimiento en la no ficción. Martin Scorsese es antes que nada un cinéfago, y sus documentales sobre cine son lecciones cinematográficas en sí mismas. Dos de estos documentales brillan particularmente por su honestidad y sencillez: Un viaje personal de Martin Scorsese por el cine americano y Mi viaje por el cine italiano. Los títulos son muy claros, en ellos Scorsese analiza —con una mezcla de objetividad y experiencia personal— qué tan significativas son las películas italianas y norteamericanas para el cine mundial, pero también para sí mismo. El director suele involucrar su historia en los documentales, y sumado a su forma tan elocuente de hablar del cine, es inevitable sentir también una conexión emocional con estos largometrajes. Su faceta más conocida dentro del género documental es la de retratista musical. Al poco tiempo de haber hecho Taxi Driver, Scorsese fue el encargado de dirigir The Last Waltz, un híbrido concierto-documental sobre la supuesta última presentación en vivo de The Band. Scorsese reclutó a los mejores cinematógrafos para operar cámara, y con una serie de invitados de lujo en el escenario (incluidos Joni Mitchell, Bob Dylan, Muddy Waters y muchos más) filmó uno de los conciertos más memorables de la música popular. Para un cineasta conocido por el estilo sonoro que derrochan sus películas, esta oportunidad fue un paso natural.

Bob Dylan tocando con The Band en The Last Waltz Sin embargo, Scorsese no tocaría el tema musical otra vez sino hasta 2005 con No Direction Home, el primero de sus documentales enfocados exclusivamente en la figura de Bob Dylan. El director estudió su carrera durante los años sesenta, incluyendo los factores que lo llevaron a su radical cambio del folk a rock. Para 2011, Scorsese dirigió George Harrison: living in the material world, sobre el músico inglés, haciendo particular énfasis en su faceta espiritual y su vínculo con el movimiento de Conciencia Krishna. El director dijo alguna vez dijo que “el cine es sobre lo que está en el cuadro y lo que está fuera del cuadro”, pero hay otro elemento que une a sus documentales, y se trata de la especificidad. Por más variados que sean sus trabajos de no ficción, Scorsese es experto en aislar a sus sujetos en una cualidad que él busca exaltar.

Rolling Thunder Revue

Bob Dylan en Rolling Thunder Revue Rolling Thunder Revue es un ejemplo muy claro de esto, enfocado en la gira del mismo nombre de Bob Dylan, es el más arriesgado e irreverente de sus experimentos documentales. Su más reciente trabajo, lanzado exclusivamente en la plataforma Netflix, es un retrato desinteresado entre la realidad y la ficción en el que el director está completamente entregado a contar una historia, a experimentar con el género y a hacer el retrato no sólo de un artista, sino de un país en constante cambio. Con la controvertida imagen de Bob Dylan, así como el mito que compuso durante esa época, Scorsese hizo un agudo retrato de una época a través de una impresionante y adictiva farsa. Sus documentales esquivan clasificaciones. A pesar de que éstos últimos tienen rasgos en común, cada uno tiene un estilo y una ambición que los hace incomparables. Cada entrega es inesperada y la forma puede ir de lo convencional a lo vanguardista en unos minutos. Curiosamente, uno de los cineastas vivos más exitosos para la ficción, es también uno de los documentalistas más interesantes.

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Consagrado en la ficción, el director es también un extraordinario documentalista.

Cuando pensamos en Martin Scorsese viene a la mente un maestro de la ficción, de la creación de personajes inmorales y violentos para la pantalla. Un director que sabe mover la cámara como nadie y usar la música con tanto estilo que es fácil identificar a quienes lo imitan. Es claro que nadie puede hacer películas como él, pero la aseveración no aplica sólo para sus largometrajes de gángsters y matones. Scorsese es un extraordinario, aunque tal vez menos conocido, director de documentales. Aún en sus ejercicios de género más diversos, es extremadamente fácil identificar el trabajo de Scorsese. Cada película que hace es fresca, emocionante y casi siempre renueva sus trucos, pero los rastros genéticos están firmemente arraigados en la identidad del director, así dirija horror, melodrama o alguna película de época. Sus documentales, sin embargo, son harina de otro costal, definitivamente menos conocidos y con ambiciones, influencias y curiosidades muy distintas. La no ficción siempre ha estado presente en su obra. Antes de Taxi Driver (1976), Scorsese ya tenía tres documentales en su filmografía, todos con un particular acercamiento a sus sujetos. El primero es New York City... Melting Pot, que fue un encargo institucional con fines informativos. Pero Street Scenes es quizá la más relevante de estas producciones, y la compone un recuento de dos protestas contra la guerra de Vietnam y otros conflictos sociales de los años setenta. A pesar de contar con pietaje único de los disturbios de Hard Hat en Nueva York y las protestas de Kent State en Washington (donde cuatro estudiantes fueron asesinados por militares), Street Scenes jamás ha conseguido un lanzamiento en plataformas de streaming o algún servicio de reproducción para el hogar.

Street Scenes

Un joven Harvey Keitel en Street Scenes (1970) de Martin Scorsese / Via mubi Otro trabajo de esta época es Italianamerican, un retrato cotidiano donde el director conversa con sus padres, dos inmigrantes italianos, durante una cena común y corriente. Los padres hablan directamente a la cámara sobre su vida como migrantes y las dificultades de desarrollo en ese contexto, todo con una cadencia fogosa similar a la de los personajes ficticios de Scorsese. A pesar de ser un trabajo muy poco llamativo, Italianamerican trazó el camino para para el Scorsese documentalista: un acercamiento de genuina curiosidad ante todas las historias. Italianamerican es simplemente una conversación que incluye en los créditos la receta de las albóndigas que cenaron. American Boy: a profile of Steven Prince cuenta la historia de un simpático exdrogadicto norteamericano con una habilidad extraordinaria contar historias. Más adelante Scorsese le ofreció un papel en Taxi Driver, donde interpretó a Easy Andy, el traficante de dorgas que también le vende armas al protagonista, Travis Bickle). Uno de esos personajes que es una historia en sí mismo. Inspirado en la seminal cinta Portrait of Jason de Shirley Clarke, Scorsese se aproximó a este trabajo con la idea de cuestionar qué es una película, y cómo se compone un largometraje. La eléctrica y vivaz personalidad de Steven Prince fue el eje principal y opaca cualquier otro elemento cinematográfico de forma o historia. Entre las anécdotas de Prince como drogadicto está aquella en la que le inyectó adrenalina directamente al corazón a un amiga con un paro cardiaco por sobredosis de heroína. Historia que Quentin Tarantino recuperó para Pulp Fiction.

American Boy

Martin Scorsese y Steven Prince en un still de American Boy: a profile of Steven Prince Pero la faceta documental de Scorsese no se limita a sus perfiles de carácter y anécdota, ésta es de hecho de sus fase con menor reconocimiento en la no ficción. Martin Scorsese es antes que nada un cinéfago, y sus documentales sobre cine son lecciones cinematográficas en sí mismas. Dos de estos documentales brillan particularmente por su honestidad y sencillez: Un viaje personal de Martin Scorsese por el cine americano y Mi viaje por el cine italiano. Los títulos son muy claros, en ellos Scorsese analiza —con una mezcla de objetividad y experiencia personal— qué tan significativas son las películas italianas y norteamericanas para el cine mundial, pero también para sí mismo. El director suele involucrar su historia en los documentales, y sumado a su forma tan elocuente de hablar del cine, es inevitable sentir también una conexión emocional con estos largometrajes. Su faceta más conocida dentro del género documental es la de retratista musical. Al poco tiempo de haber hecho Taxi Driver, Scorsese fue el encargado de dirigir The Last Waltz, un híbrido concierto-documental sobre la supuesta última presentación en vivo de The Band. Scorsese reclutó a los mejores cinematógrafos para operar cámara, y con una serie de invitados de lujo en el escenario (incluidos Joni Mitchell, Bob Dylan, Muddy Waters y muchos más) filmó uno de los conciertos más memorables de la música popular. Para un cineasta conocido por el estilo sonoro que derrochan sus películas, esta oportunidad fue un paso natural.

Bob Dylan tocando con The Band en The Last Waltz Sin embargo, Scorsese no tocaría el tema musical otra vez sino hasta 2005 con No Direction Home, el primero de sus documentales enfocados exclusivamente en la figura de Bob Dylan. El director estudió su carrera durante los años sesenta, incluyendo los factores que lo llevaron a su radical cambio del folk a rock. Para 2011, Scorsese dirigió George Harrison: living in the material world, sobre el músico inglés, haciendo particular énfasis en su faceta espiritual y su vínculo con el movimiento de Conciencia Krishna. El director dijo alguna vez dijo que “el cine es sobre lo que está en el cuadro y lo que está fuera del cuadro”, pero hay otro elemento que une a sus documentales, y se trata de la especificidad. Por más variados que sean sus trabajos de no ficción, Scorsese es experto en aislar a sus sujetos en una cualidad que él busca exaltar.

Rolling Thunder Revue

Bob Dylan en Rolling Thunder Revue Rolling Thunder Revue es un ejemplo muy claro de esto, enfocado en la gira del mismo nombre de Bob Dylan, es el más arriesgado e irreverente de sus experimentos documentales. Su más reciente trabajo, lanzado exclusivamente en la plataforma Netflix, es un retrato desinteresado entre la realidad y la ficción en el que el director está completamente entregado a contar una historia, a experimentar con el género y a hacer el retrato no sólo de un artista, sino de un país en constante cambio. Con la controvertida imagen de Bob Dylan, así como el mito que compuso durante esa época, Scorsese hizo un agudo retrato de una época a través de una impresionante y adictiva farsa. Sus documentales esquivan clasificaciones. A pesar de que éstos últimos tienen rasgos en común, cada uno tiene un estilo y una ambición que los hace incomparables. Cada entrega es inesperada y la forma puede ir de lo convencional a lo vanguardista en unos minutos. Curiosamente, uno de los cineastas vivos más exitosos para la ficción, es también uno de los documentalistas más interesantes.

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Consagrado en la ficción, el director es también un extraordinario documentalista.

Cuando pensamos en Martin Scorsese viene a la mente un maestro de la ficción, de la creación de personajes inmorales y violentos para la pantalla. Un director que sabe mover la cámara como nadie y usar la música con tanto estilo que es fácil identificar a quienes lo imitan. Es claro que nadie puede hacer películas como él, pero la aseveración no aplica sólo para sus largometrajes de gángsters y matones. Scorsese es un extraordinario, aunque tal vez menos conocido, director de documentales. Aún en sus ejercicios de género más diversos, es extremadamente fácil identificar el trabajo de Scorsese. Cada película que hace es fresca, emocionante y casi siempre renueva sus trucos, pero los rastros genéticos están firmemente arraigados en la identidad del director, así dirija horror, melodrama o alguna película de época. Sus documentales, sin embargo, son harina de otro costal, definitivamente menos conocidos y con ambiciones, influencias y curiosidades muy distintas. La no ficción siempre ha estado presente en su obra. Antes de Taxi Driver (1976), Scorsese ya tenía tres documentales en su filmografía, todos con un particular acercamiento a sus sujetos. El primero es New York City... Melting Pot, que fue un encargo institucional con fines informativos. Pero Street Scenes es quizá la más relevante de estas producciones, y la compone un recuento de dos protestas contra la guerra de Vietnam y otros conflictos sociales de los años setenta. A pesar de contar con pietaje único de los disturbios de Hard Hat en Nueva York y las protestas de Kent State en Washington (donde cuatro estudiantes fueron asesinados por militares), Street Scenes jamás ha conseguido un lanzamiento en plataformas de streaming o algún servicio de reproducción para el hogar.

Street Scenes

Un joven Harvey Keitel en Street Scenes (1970) de Martin Scorsese / Via mubi Otro trabajo de esta época es Italianamerican, un retrato cotidiano donde el director conversa con sus padres, dos inmigrantes italianos, durante una cena común y corriente. Los padres hablan directamente a la cámara sobre su vida como migrantes y las dificultades de desarrollo en ese contexto, todo con una cadencia fogosa similar a la de los personajes ficticios de Scorsese. A pesar de ser un trabajo muy poco llamativo, Italianamerican trazó el camino para para el Scorsese documentalista: un acercamiento de genuina curiosidad ante todas las historias. Italianamerican es simplemente una conversación que incluye en los créditos la receta de las albóndigas que cenaron. American Boy: a profile of Steven Prince cuenta la historia de un simpático exdrogadicto norteamericano con una habilidad extraordinaria contar historias. Más adelante Scorsese le ofreció un papel en Taxi Driver, donde interpretó a Easy Andy, el traficante de dorgas que también le vende armas al protagonista, Travis Bickle). Uno de esos personajes que es una historia en sí mismo. Inspirado en la seminal cinta Portrait of Jason de Shirley Clarke, Scorsese se aproximó a este trabajo con la idea de cuestionar qué es una película, y cómo se compone un largometraje. La eléctrica y vivaz personalidad de Steven Prince fue el eje principal y opaca cualquier otro elemento cinematográfico de forma o historia. Entre las anécdotas de Prince como drogadicto está aquella en la que le inyectó adrenalina directamente al corazón a un amiga con un paro cardiaco por sobredosis de heroína. Historia que Quentin Tarantino recuperó para Pulp Fiction.

American Boy

Martin Scorsese y Steven Prince en un still de American Boy: a profile of Steven Prince Pero la faceta documental de Scorsese no se limita a sus perfiles de carácter y anécdota, ésta es de hecho de sus fase con menor reconocimiento en la no ficción. Martin Scorsese es antes que nada un cinéfago, y sus documentales sobre cine son lecciones cinematográficas en sí mismas. Dos de estos documentales brillan particularmente por su honestidad y sencillez: Un viaje personal de Martin Scorsese por el cine americano y Mi viaje por el cine italiano. Los títulos son muy claros, en ellos Scorsese analiza —con una mezcla de objetividad y experiencia personal— qué tan significativas son las películas italianas y norteamericanas para el cine mundial, pero también para sí mismo. El director suele involucrar su historia en los documentales, y sumado a su forma tan elocuente de hablar del cine, es inevitable sentir también una conexión emocional con estos largometrajes. Su faceta más conocida dentro del género documental es la de retratista musical. Al poco tiempo de haber hecho Taxi Driver, Scorsese fue el encargado de dirigir The Last Waltz, un híbrido concierto-documental sobre la supuesta última presentación en vivo de The Band. Scorsese reclutó a los mejores cinematógrafos para operar cámara, y con una serie de invitados de lujo en el escenario (incluidos Joni Mitchell, Bob Dylan, Muddy Waters y muchos más) filmó uno de los conciertos más memorables de la música popular. Para un cineasta conocido por el estilo sonoro que derrochan sus películas, esta oportunidad fue un paso natural.

Bob Dylan tocando con The Band en The Last Waltz Sin embargo, Scorsese no tocaría el tema musical otra vez sino hasta 2005 con No Direction Home, el primero de sus documentales enfocados exclusivamente en la figura de Bob Dylan. El director estudió su carrera durante los años sesenta, incluyendo los factores que lo llevaron a su radical cambio del folk a rock. Para 2011, Scorsese dirigió George Harrison: living in the material world, sobre el músico inglés, haciendo particular énfasis en su faceta espiritual y su vínculo con el movimiento de Conciencia Krishna. El director dijo alguna vez dijo que “el cine es sobre lo que está en el cuadro y lo que está fuera del cuadro”, pero hay otro elemento que une a sus documentales, y se trata de la especificidad. Por más variados que sean sus trabajos de no ficción, Scorsese es experto en aislar a sus sujetos en una cualidad que él busca exaltar.

Rolling Thunder Revue

Bob Dylan en Rolling Thunder Revue Rolling Thunder Revue es un ejemplo muy claro de esto, enfocado en la gira del mismo nombre de Bob Dylan, es el más arriesgado e irreverente de sus experimentos documentales. Su más reciente trabajo, lanzado exclusivamente en la plataforma Netflix, es un retrato desinteresado entre la realidad y la ficción en el que el director está completamente entregado a contar una historia, a experimentar con el género y a hacer el retrato no sólo de un artista, sino de un país en constante cambio. Con la controvertida imagen de Bob Dylan, así como el mito que compuso durante esa época, Scorsese hizo un agudo retrato de una época a través de una impresionante y adictiva farsa. Sus documentales esquivan clasificaciones. A pesar de que éstos últimos tienen rasgos en común, cada uno tiene un estilo y una ambición que los hace incomparables. Cada entrega es inesperada y la forma puede ir de lo convencional a lo vanguardista en unos minutos. Curiosamente, uno de los cineastas vivos más exitosos para la ficción, es también uno de los documentalistas más interesantes.

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Cuando pensamos en Martin Scorsese viene a la mente un maestro de la ficción, de la creación de personajes inmorales y violentos para la pantalla. Un director que sabe mover la cámara como nadie y usar la música con tanto estilo que es fácil identificar a quienes lo imitan. Es claro que nadie puede hacer películas como él, pero la aseveración no aplica sólo para sus largometrajes de gángsters y matones. Scorsese es un extraordinario, aunque tal vez menos conocido, director de documentales. Aún en sus ejercicios de género más diversos, es extremadamente fácil identificar el trabajo de Scorsese. Cada película que hace es fresca, emocionante y casi siempre renueva sus trucos, pero los rastros genéticos están firmemente arraigados en la identidad del director, así dirija horror, melodrama o alguna película de época. Sus documentales, sin embargo, son harina de otro costal, definitivamente menos conocidos y con ambiciones, influencias y curiosidades muy distintas. La no ficción siempre ha estado presente en su obra. Antes de Taxi Driver (1976), Scorsese ya tenía tres documentales en su filmografía, todos con un particular acercamiento a sus sujetos. El primero es New York City... Melting Pot, que fue un encargo institucional con fines informativos. Pero Street Scenes es quizá la más relevante de estas producciones, y la compone un recuento de dos protestas contra la guerra de Vietnam y otros conflictos sociales de los años setenta. A pesar de contar con pietaje único de los disturbios de Hard Hat en Nueva York y las protestas de Kent State en Washington (donde cuatro estudiantes fueron asesinados por militares), Street Scenes jamás ha conseguido un lanzamiento en plataformas de streaming o algún servicio de reproducción para el hogar.

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American Boy

Martin Scorsese y Steven Prince en un still de American Boy: a profile of Steven Prince Pero la faceta documental de Scorsese no se limita a sus perfiles de carácter y anécdota, ésta es de hecho de sus fase con menor reconocimiento en la no ficción. Martin Scorsese es antes que nada un cinéfago, y sus documentales sobre cine son lecciones cinematográficas en sí mismas. Dos de estos documentales brillan particularmente por su honestidad y sencillez: Un viaje personal de Martin Scorsese por el cine americano y Mi viaje por el cine italiano. Los títulos son muy claros, en ellos Scorsese analiza —con una mezcla de objetividad y experiencia personal— qué tan significativas son las películas italianas y norteamericanas para el cine mundial, pero también para sí mismo. El director suele involucrar su historia en los documentales, y sumado a su forma tan elocuente de hablar del cine, es inevitable sentir también una conexión emocional con estos largometrajes. Su faceta más conocida dentro del género documental es la de retratista musical. Al poco tiempo de haber hecho Taxi Driver, Scorsese fue el encargado de dirigir The Last Waltz, un híbrido concierto-documental sobre la supuesta última presentación en vivo de The Band. Scorsese reclutó a los mejores cinematógrafos para operar cámara, y con una serie de invitados de lujo en el escenario (incluidos Joni Mitchell, Bob Dylan, Muddy Waters y muchos más) filmó uno de los conciertos más memorables de la música popular. Para un cineasta conocido por el estilo sonoro que derrochan sus películas, esta oportunidad fue un paso natural.

Bob Dylan tocando con The Band en The Last Waltz Sin embargo, Scorsese no tocaría el tema musical otra vez sino hasta 2005 con No Direction Home, el primero de sus documentales enfocados exclusivamente en la figura de Bob Dylan. El director estudió su carrera durante los años sesenta, incluyendo los factores que lo llevaron a su radical cambio del folk a rock. Para 2011, Scorsese dirigió George Harrison: living in the material world, sobre el músico inglés, haciendo particular énfasis en su faceta espiritual y su vínculo con el movimiento de Conciencia Krishna. El director dijo alguna vez dijo que “el cine es sobre lo que está en el cuadro y lo que está fuera del cuadro”, pero hay otro elemento que une a sus documentales, y se trata de la especificidad. Por más variados que sean sus trabajos de no ficción, Scorsese es experto en aislar a sus sujetos en una cualidad que él busca exaltar.

Rolling Thunder Revue

Bob Dylan en Rolling Thunder Revue Rolling Thunder Revue es un ejemplo muy claro de esto, enfocado en la gira del mismo nombre de Bob Dylan, es el más arriesgado e irreverente de sus experimentos documentales. Su más reciente trabajo, lanzado exclusivamente en la plataforma Netflix, es un retrato desinteresado entre la realidad y la ficción en el que el director está completamente entregado a contar una historia, a experimentar con el género y a hacer el retrato no sólo de un artista, sino de un país en constante cambio. Con la controvertida imagen de Bob Dylan, así como el mito que compuso durante esa época, Scorsese hizo un agudo retrato de una época a través de una impresionante y adictiva farsa. Sus documentales esquivan clasificaciones. A pesar de que éstos últimos tienen rasgos en común, cada uno tiene un estilo y una ambición que los hace incomparables. Cada entrega es inesperada y la forma puede ir de lo convencional a lo vanguardista en unos minutos. Curiosamente, uno de los cineastas vivos más exitosos para la ficción, es también uno de los documentalistas más interesantes.

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Los 10 mejores documentales de Martin Scorsese

Los 10 mejores documentales de Martin Scorsese

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Consagrado en la ficción, el director es también un extraordinario documentalista.

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Cuando pensamos en Martin Scorsese viene a la mente un maestro de la ficción, de la creación de personajes inmorales y violentos para la pantalla. Un director que sabe mover la cámara como nadie y usar la música con tanto estilo que es fácil identificar a quienes lo imitan. Es claro que nadie puede hacer películas como él, pero la aseveración no aplica sólo para sus largometrajes de gángsters y matones. Scorsese es un extraordinario, aunque tal vez menos conocido, director de documentales. Aún en sus ejercicios de género más diversos, es extremadamente fácil identificar el trabajo de Scorsese. Cada película que hace es fresca, emocionante y casi siempre renueva sus trucos, pero los rastros genéticos están firmemente arraigados en la identidad del director, así dirija horror, melodrama o alguna película de época. Sus documentales, sin embargo, son harina de otro costal, definitivamente menos conocidos y con ambiciones, influencias y curiosidades muy distintas. La no ficción siempre ha estado presente en su obra. Antes de Taxi Driver (1976), Scorsese ya tenía tres documentales en su filmografía, todos con un particular acercamiento a sus sujetos. El primero es New York City... Melting Pot, que fue un encargo institucional con fines informativos. Pero Street Scenes es quizá la más relevante de estas producciones, y la compone un recuento de dos protestas contra la guerra de Vietnam y otros conflictos sociales de los años setenta. A pesar de contar con pietaje único de los disturbios de Hard Hat en Nueva York y las protestas de Kent State en Washington (donde cuatro estudiantes fueron asesinados por militares), Street Scenes jamás ha conseguido un lanzamiento en plataformas de streaming o algún servicio de reproducción para el hogar.

Street Scenes

Un joven Harvey Keitel en Street Scenes (1970) de Martin Scorsese / Via mubi Otro trabajo de esta época es Italianamerican, un retrato cotidiano donde el director conversa con sus padres, dos inmigrantes italianos, durante una cena común y corriente. Los padres hablan directamente a la cámara sobre su vida como migrantes y las dificultades de desarrollo en ese contexto, todo con una cadencia fogosa similar a la de los personajes ficticios de Scorsese. A pesar de ser un trabajo muy poco llamativo, Italianamerican trazó el camino para para el Scorsese documentalista: un acercamiento de genuina curiosidad ante todas las historias. Italianamerican es simplemente una conversación que incluye en los créditos la receta de las albóndigas que cenaron. American Boy: a profile of Steven Prince cuenta la historia de un simpático exdrogadicto norteamericano con una habilidad extraordinaria contar historias. Más adelante Scorsese le ofreció un papel en Taxi Driver, donde interpretó a Easy Andy, el traficante de dorgas que también le vende armas al protagonista, Travis Bickle). Uno de esos personajes que es una historia en sí mismo. Inspirado en la seminal cinta Portrait of Jason de Shirley Clarke, Scorsese se aproximó a este trabajo con la idea de cuestionar qué es una película, y cómo se compone un largometraje. La eléctrica y vivaz personalidad de Steven Prince fue el eje principal y opaca cualquier otro elemento cinematográfico de forma o historia. Entre las anécdotas de Prince como drogadicto está aquella en la que le inyectó adrenalina directamente al corazón a un amiga con un paro cardiaco por sobredosis de heroína. Historia que Quentin Tarantino recuperó para Pulp Fiction.

American Boy

Martin Scorsese y Steven Prince en un still de American Boy: a profile of Steven Prince Pero la faceta documental de Scorsese no se limita a sus perfiles de carácter y anécdota, ésta es de hecho de sus fase con menor reconocimiento en la no ficción. Martin Scorsese es antes que nada un cinéfago, y sus documentales sobre cine son lecciones cinematográficas en sí mismas. Dos de estos documentales brillan particularmente por su honestidad y sencillez: Un viaje personal de Martin Scorsese por el cine americano y Mi viaje por el cine italiano. Los títulos son muy claros, en ellos Scorsese analiza —con una mezcla de objetividad y experiencia personal— qué tan significativas son las películas italianas y norteamericanas para el cine mundial, pero también para sí mismo. El director suele involucrar su historia en los documentales, y sumado a su forma tan elocuente de hablar del cine, es inevitable sentir también una conexión emocional con estos largometrajes. Su faceta más conocida dentro del género documental es la de retratista musical. Al poco tiempo de haber hecho Taxi Driver, Scorsese fue el encargado de dirigir The Last Waltz, un híbrido concierto-documental sobre la supuesta última presentación en vivo de The Band. Scorsese reclutó a los mejores cinematógrafos para operar cámara, y con una serie de invitados de lujo en el escenario (incluidos Joni Mitchell, Bob Dylan, Muddy Waters y muchos más) filmó uno de los conciertos más memorables de la música popular. Para un cineasta conocido por el estilo sonoro que derrochan sus películas, esta oportunidad fue un paso natural.

Bob Dylan tocando con The Band en The Last Waltz Sin embargo, Scorsese no tocaría el tema musical otra vez sino hasta 2005 con No Direction Home, el primero de sus documentales enfocados exclusivamente en la figura de Bob Dylan. El director estudió su carrera durante los años sesenta, incluyendo los factores que lo llevaron a su radical cambio del folk a rock. Para 2011, Scorsese dirigió George Harrison: living in the material world, sobre el músico inglés, haciendo particular énfasis en su faceta espiritual y su vínculo con el movimiento de Conciencia Krishna. El director dijo alguna vez dijo que “el cine es sobre lo que está en el cuadro y lo que está fuera del cuadro”, pero hay otro elemento que une a sus documentales, y se trata de la especificidad. Por más variados que sean sus trabajos de no ficción, Scorsese es experto en aislar a sus sujetos en una cualidad que él busca exaltar.

Rolling Thunder Revue

Bob Dylan en Rolling Thunder Revue Rolling Thunder Revue es un ejemplo muy claro de esto, enfocado en la gira del mismo nombre de Bob Dylan, es el más arriesgado e irreverente de sus experimentos documentales. Su más reciente trabajo, lanzado exclusivamente en la plataforma Netflix, es un retrato desinteresado entre la realidad y la ficción en el que el director está completamente entregado a contar una historia, a experimentar con el género y a hacer el retrato no sólo de un artista, sino de un país en constante cambio. Con la controvertida imagen de Bob Dylan, así como el mito que compuso durante esa época, Scorsese hizo un agudo retrato de una época a través de una impresionante y adictiva farsa. Sus documentales esquivan clasificaciones. A pesar de que éstos últimos tienen rasgos en común, cada uno tiene un estilo y una ambición que los hace incomparables. Cada entrega es inesperada y la forma puede ir de lo convencional a lo vanguardista en unos minutos. Curiosamente, uno de los cineastas vivos más exitosos para la ficción, es también uno de los documentalistas más interesantes.

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