La normalidad de los que sufren - Una entrevista con Tatiana Huezo

La normalidad de los que sufren – Una entrevista con Tatiana Huezo

Tatiana Huezo habla de su primer película de ficción, Noche de fuego, ganadora de una mención honorífica en el Festival de Cannes. En ella, cuenta la historia de tres niñas que crecen rodeadas del crimen organizado que ha tomado el control de la sierra de Guerrero.

Tiempo de lectura: 7 minutos

Cae la lluvia sobre vacas impávidas, acostumbradas a estar. El plano se tambalea con el pulso de una cámara en mano. De pronto, algo suspende el hastío y las vacas se rebelan. Entran a una casa abandonada, se acuestan sobre la cama y marcan el espacio con estiércol.

Noche de fuego, la primera película de ficción de Tatiana Huezo, retrata la normalidad reapropiándose del territorio perdido, ante la violencia del narcotráfico. Las casas abandonadas por los levantados, por las familias de los desaparecidos, permanecen abiertas. La mesa puesta, comida que se pudre sobre el mantel, la ropa en el piso, la cama que ahora ocupan las vacas.

El guión de Huezo, basado en la novela de 2012, Prayers for the Stolen, de Jennifer Clement, cuenta la historia de tres niñas en un pueblo de la sierra de Guerrero, donde en temporada de cultivo de amapola, cuando están maduros los bulbos, los militares hacen acto de presencia. Queman algún plantío y riegan veneno, mientras la verdadera autoridad está en otra parte.

Los dueños del pueblo son los narcotraficantes. Cuando aparecen camionetas negras, ya todos saben lo que significa, y las tres niñas viven una normalidad que pende de un hilo, con la constante amenaza de que las secuestren, las prostituyan, o se deshagan de ellas como de tantas otras. Para protegerlas, sus madres les cortan el pelo. Les prohíben usar cualquier adorno que proyecte feminidad, todo rasgo performático de género. Cavan hoyos detrás de las casas para esconderlas, mientras ruegan por una oportunidad para mandarlas lejos.

Mientras crecen, las niñas se acostumbran a esconderse, normalizan las redes de complicidad entre los dueños del pueblo y las autoridades difusas de los uniformados. El mundo sigue su curso y Tatiana Huezo lo filma a cámara en mano.

Una entrevista con Tatiana Huezo sobre su más reciente película, Noche de fuego, ganadora de una mención honorífica en el festival de Cannes.

Still de la película Noche de fuego.

“Después de Tempestad empecé una nueva investigación sobre la infancia y la adolescencia. Estaba tratando de indagar qué significa crecer. En este proceso, Nicolás Celis (productor de la película) me mandó un libro a casa. Empecé a leer la novela y me enganché rápidamente. Me emocionaron mucho los personajes de la historia, el entorno en la sierra de Guerrero, y la investigación periodística sobre la siembra de amapola en México. Cuando le conté a Nico lo que pensaba, me dijo que escribiera un guion basado en la novela y que dirigiera la película. Él ya tenía los derechos y me propuso dejar todo lo que estaba haciendo, para que me pusiera a ello”.

El salto a la ficción, tras su vasta experiencia con el lenguaje cinematográfico de los documentales, es notable en su incorporación de actores profesionales y en el diálogo que reemplaza a la voz en off testimonial de El lugar más pequeño,  Ausencias y Tempestad. Son notables también el ritmo trepidante, las secuencias de acción, los efectos visuales, entre los que, al mismo tiempo, se aprecia el lujo de los detalles cotidianos, la sensación espesa del tiempo vivido, la normalidad de los que sufren.

“Tenía una enorme necesidad de llevar más lejos la experimentación de mis otras películas, que son documentales, pero tienen muchos mecanismos que se acercan a la ficción. Suelo poner en escena momentos montados y trabajar la estructura dramática antes de comenzar a rodar. Hay un trabajo formal, narrativo y sobre todo estético importante en esas películas, así que esto fue una oportunidad para llevar más lejos esa búsqueda. Pero le dije a Nico que la única forma en que yo podía aproximarme a esta historia, era a través de mi propia búsqueda, de mi investigación sobre la infancia y de mi experiencia como madre de una pequeña de nueve años a la que veo crecer cada día; que se hace muchas preguntas, y que empieza a tener muchos conflictos con el mundo. Él me dijo que sí a todo, que hiciera lo que necesitara hacer, que llevara la novela a donde la tuviera que llevar”.

La semana pasada, Noche de fuego se exhibió en la categoría de Un Certain Regard en el Festival de Cannes, donde ganó una mención honorífica, además de una ovación de diez minutos. Sin embargo, el proceso que la llevó hasta ahí fue largo y complejo.

“Siempre llego a los proyectos con los mismos mecanismos que empleo en los documentales. Así que antes de escribir el guion, tuve la necesidad de encontrar un lugar para filmar la película. Para mí el espacio cinematográfico donde van a habitar los personajes es fundamental, porque es parte de su esencia. Pero no era posible rodar en la sierra de Guerrero, porque está en guerra, una situación terrible que no ha cambiado en muchos años. Entonces me puse a buscar montañas que tuvieran la altura a la que la amapola crece, para que hubiera una coherencia. Recorrí varios lugares, como la sierra de Puebla y la sierra de Juárez, y luego llegué a la sierra gorda de Querétaro y me enamoré de ella. Es un lugar alucinante con desierto, con bosque, con trópico. Ahí encontré este pueblito de migrantes en medio de las montañas: Neblinas. Un sitio en medio de la nada, sin cobertura telefónica o internet. Cuando llegué ahí, todo estaba cubierto de niebla, vi esos helechos enormes, una vegetación extraordinaria. Bajé al río, y dije: “aquí es donde voy a hacer la película.”

Still de la película Noche de fuego.

Una vez que encontraron la locación, comenzó el trabajo de construcción de sets, con carpinteros, pintores, constructores de todo tipo y un enorme crew. Noche de fuego es, sin duda, la cinta más ambiciosa de Tatiana Huezo.

“El rodaje fue una aventura enorme, de nueve semanas, brutal. Teníamos un crew de cien personas, cuando yo llevo veinte años trabajando con equipos de ocho, que son mi familia, gente con la que llevo trabajando toda la vida, Nico entre ellos. La producción tuvo que habilitar más de veinte casas para que viviéramos; casas de migrantes que estaban abandonadas. Hubo que ponerles baños, camas y cocinas para poder vivir todos ahí. Fue una experiencia de vida, no nada más para mí, sino para mucha gente. El hecho de estar aislados, nos hizo concentrarnos y habitar profundamente el universo de la película.

El maquillaje, en particular, fue un reto enorme, porque había que grabar escenas con las tres protagonistas a los nueve años y luego transformar a base de maquillaje a otras tres niñas para interpretar los mismos personajes, pero de catorce años. Además, usamos efectos especiales, lluvia, viento, helicópteros, balazos, tormentas, y había que crearlo todo desde cero. El departamento de arte, comandado por Oscar Tello, fue increíble. Estéticamente me siento muy enamorada de esta película”.

En medio de este arduo recorrido, Tatiana Huezo se enfrentó al reto de trabajar con actrices infantiles, de apenas nueve años. Para lograr las actuaciones que necesitaba, les dio tres meses de entrenamiento, con resultados impresionantes, sobre todo en las actrices más jóvenes, que transitan con naturalidad entre sonrisas, lágrimas y terror sostenido.

“El casting duró un año, porque había que encontrar a estas tres niñas y a sus clones de catorce años. Fue muy difícil. Audicionaron 800 niñas para encontrar a nuestras seis protagonistas. Y yo estaba obsesionada con la idea de que uno de los retos más importantes, sobre todo viniendo del documental, era cargar de credibilidad a estos personajes, convertirlos en humanos complejos, con muchos claroscuros. Para empezar, tenían que ser niñas del campo, niñas que vinieran de un ámbito rural, y cuando las encontramos, las preparamos a lo largo de tres meses con una enorme maestra, chamana, incluso, que es Fátima Toledo. Ella ha trabajado en muchas películas, empezando por la más famosa, que es Ciudad de Dios (2002), donde entrenó en las favelas a los actores infantiles y adolescentes de esa película increíble.

Con las niñas,  hizo un entrenamiento físico y psicológico muy importante para que pudieran encarar un rodaje tan largo, de nueve semanas, con mecanismos que se acercaban más al juego que al ensayo, para no desgastarlas. No hubo lectura de guion, ningún actor, ni los profesionales, ni los no profesionales, accedieron a él antes de grabar. Trabajamos, más bien, una serie de mecanismos a partir de sus propias identidades, de sus historias de vida, para encontrar las motivaciones emocionales que íbamos a utilizar. Fue un proceso largo”.

Todo en la película habla de las experiencias previas de la directora. Está filmada bajo las reglas del realismo social, crudo y al mismo tiempo sensible. La realidad, que aquí no se narra a través de testigos, como en sus otras cintas, se entrega a una cámara inquisidora, curiosa, viva.

“Todo está filmado con cámara en mano y fue un reto para mí cambiar de fotógrafo, después de trabajar toda la vida con Ernesto Pardo. Decidí trabajar con Dariela Ludlow, porque es una operadora extraordinaria de cámara en mano.

Esta es una película con un pulso muy vital. La cámara respira y el reto era que se adaptara a los personajes, que los siguiera, que los escudriñara, y que no hubiera marcas de foco, porque iban a arruinarlo todo. Así que tuvimos que traer un gran foquista para lograrlo. El ritmo interno de la película nace desde la puesta en escena y luego el montaje respeta este ritmo también, un ritmo muy vital, como el que tienen estas niñas, muy tiernas, muy hermosas, con la magia de su mundo infantil, pero también rebeldes y contestatarias. En ningún momento quise mostrarlas como víctimas”.

Comparada a sus trabajos anteriores, la estructura narrativa de la película es mucho más cronológica, mucho más escrita, más cercana a una ficción tradicional. El sonido también cambia, al usar música original y un diseño sonoro que le da vida a la historia.

“La verdad es que fue un montaje impresionante de Miguel Schverdfinger, el montajista de Lucrecia Martel. Soy una gran admiradora de su trabajo. Él montó La mujer sin cabeza y muchas otras películas. Zama, tal vez La niña santa. La mujer sin cabeza, definitivamente sí y es mi película favorita de Lucrecia Martel.

Los diálogos fueron uno de los retos más grandes del guion y se acabaron de construir en la puesta en escena. Esta película tiene un universo sonoro muy sensorial, con mucho silencio, pero también con mucho viento, muchos bichos, muchas atmósferas increíbles; y con una música impresionante a cargo de Leonardo Heiblum y Jacobo Lieberman.”

Antes de terminar mi conversación con Tatiana Huezo, que estaba a punto de partir para Cannes a presentar su nuevo largometraje, me pregunto si puedo escabullir una última pregunta. Entonces pienso en el enorme esfuerzo que ha hecho, desde hace veinte años, para narrar lo indecible en México y Centroamérica. Su cuerpo de trabajo es un monumento testimonial al dolor de los desaparecidos, de las víctimas, de las prisiones injustas y de los mecanismos de poder que se ciernen sobre las mujeres en este país.

Le pregunto, como lo hago con muchos de mis entrevistados, si cree que el cine pueda cambiar al mundo.

“Qué difícil pregunta. Pero no, no creo. Al menos, no estoy segura de que el cine pueda cambiar al mundo, desgraciadamente. El cine, sin embargo, despierta las miradas y los pensamientos. El cine toca las almas. El cine, como el arte, provoca, acompaña, nos consuela, nos da esperanza, nos da vida. No sé si eso sea suficiente”.

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