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Una catedral mutilada y las cicatrices del sismo

Una catedral mutilada y las cicatrices del sismo

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Un hombre lanza fuegos artificiales antes de un servicio religioso en la Catedral del Señor San José en Ciudad Guzmán el 18 de octubre de 2011. Fotografía de Andy Clark, Reuters.
18
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Tiempo de Lectura: 00 min

Hace 38 años el terremoto de 1985 tiró las torres de la catedral de Ciudad Guzmán, que cobró una extraña apariencia, haciendo difícil reconocer a simple vista que es una catedral. Los pobladores han asimilado sus cicatrices arquitectónicas como parte de la memoria histórica del lugar. Ahora el INAH aprobó su reconstrucción: ¿qué preferirá Ciudad Guzmán?, ¿devolverle su aspecto original o preservar sus cicatrices?

Cada vez que tiembla en México, como en el terremoto de 1985 o en el sismo de 2017, la capital del país acapara la atención de la mayor parte de la prensa —y ahora de las redes sociales—, robándose cámaras, comentarios y notas, aunque en otras ciudades la devastación sea peor en términos proporcionales. Uno de esos sitios es Ciudad Guzmán, Jalisco, donde el terremoto de 1985 destruyó el 60 % de las viviendas, de acuerdo con las cifras del gobierno de la cabecera municipal.

Las consecuencias en Ciudad Guzmán se extendieron a tal grado que el geógrafo Javier Delgadillo y el sociólogo y urbanista Mario Bassols aseguraron, a un año del terremoto de 1985, que “los daños producidos por el movimiento telúrico rebasaron los de la Ciudad de México”, en un sentido comparativo y respecto a la cantidad de habitantes, pues “de acuerdo con el propio municipio, prácticamente todas [las viviendas] quedaron ‘colapsadas’”, lo que agrava el número oficial disponible en el sitio web del municipio. Precisamente porque la capital del país succiona la atención, Delgadillo y Bassols titularon su artículo “Ciudad Guzmán, los damnificados marginales”, publicado en la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales.

A Ciudad Guzmán también se le conoce con el nombre de Zapotlán el Grande, y se ubica al sur de Jalisco, a casi setecientos kilómetros en carretera desde la Ciudad de México. Ciudad Guzmán es una de las localidades más importantes del estado, pues es un centro neurálgico regional para comercialización de insumos y productos ganaderos y agrícolas. Además de sus 112 mil habitantes, ahí se encuentra el volcán de Colima, el más activo del país. Pero si el lugar ha cobrado fama es, sobre todo, por los fuertes temblores que lo han sacudido; con ello, no solo hay que hacer referencia al terremoto de 1985 o al sismo de 2017, sino a los movimientos telúricos de los últimos siglos.

Terremoto de 1985 en Ciudad Guzmán
La catedral de Ciudad Guzmán, Jalisco, perdió sus torres en el terremoto de 1985.

Nada menos que seis fallas geológicas, de distinta longitud, atraviesan Ciudad Guzmán, destaca el periodista Cristian Rodríguez Pinto a partir de la información del Atlas de peligros naturales del municipio. La más extensa parte en dos a la ciudad con una diagonal, y sobre ella, de acuerdo con el mismo periodista, se han construido fraccionamientos que ponen en peligro a quienes los habitan. Estas fallas geológicas, relacionadas con la cercanía del volcán de Colima, provocan hundimientos que dan pie a microsismos constantes y a los temblores más fuertes que padece la localidad.

En 1806, por ejemplo, un sismo sepultó a dos mil personas que estaban reunidas en el Templo Mayor; un siglo más tarde, en 1911, ocurrió un terremoto catastrófico que destrozó la ciudad y tan solo dos años después el volcán hizo erupción.

Quizá lo más simbólico es que en el terremoto de 1985 la iglesia principal de Ciudad Guzmán perdió sus dos torres frontales, coronadas con cúpulas, y el edificio cobró una apariencia extraña; difícilmente podría adivinar, quien no esté enterado de su historia, que ese conjunto de bloques es una catedral. Durante el mismo terremoto, el santuario de la virgen de Guadalupe también sufrió daños irreparables, tanto que cuando ingenieros y arquitectos llegaron a evaluarlo concluyeron que, por razones económicas, era más fácil derribarlo y construir uno nuevo.

En Ciudad Guzmán la catedral de extraña apariencia no es lo más inusual que se ha de encontrar, lo más característico es el ímpetu de sus habitantes por defender sus edificaciones históricas: fueron ellos quienes se opusieron a la demolición y la reconstrucción del santuario, en cambio, prefirieron subsidiar su mantenimiento con su propio dinero. Además asimilaron y resignificaron la pérdida de las dos torres de la catedral y, con una mezcla de subsidios federales y aportaciones de los lugareños, han podido conservarla en pie hasta la actualidad.

El terremoto de 1985 en Ciudad Guzmán.
La catedral de Ciudad Guzmán, Jalisco, perdió sus torres en el terremoto de 1985. Enero 2011.

Si algo distingue a los pobladores de Ciudad Guzmán es que, tras los pocos recursos que les otorgaron después del terremoto de 1985 para reparar sus templos, han optado por una visión que les ha servido para sobrellevar la tragedia: han aprendido a aceptar el daño en sus edificaciones históricas, como en sus templos y fincas. Al respecto, el arquitecto y cronista Fernando González Castolo cuenta en entrevista para Gatopardo cómo Ciudad Guzmán se ha apropiado de la pérdida y la semidestrucción de sus recintos, asumiendo su identidad local de una manera inesperada.

“En algunas fincas se pueden observar las cicatrices del acontecimiento [el terremoto de 1985] porque los muros no fueron retirados completamente o, por ejemplo, en la parte ancha de las banquetas inmediatamente uno puede ver cuál es la banqueta original […]. Podemos ver todavía, por algunas arterias, buenos banquetones conformados en parte por la banqueta original, pues se observa el piso mosaico de las antiguas fincas que estaban ahí […] y que colapsaron sobre ciertas avenidas importantes”, explica González Castolo.

El cronista hace una precisión: reconoce que no han mantenido las edificaciones con daños a raíz de una elección totalmente libre, más bien, no han tenido el dinero “para resarcir todo lo que nos afectó el terremoto de 1985, [pero] el pueblo tiene un amor y un sentido de pertenencia hacia ciertos elementos icónicos de la representación arquitectónica en la ciudad”. En aquel terremoto de 1985 que en la Ciudad de México dejó un saldo que hasta la fecha no se ha podido contabilizar con exactitud, también arrasó con Ciudad Guzmán: muchos de sus templos quedaron gravemente afectados, y sus grietas remachadas se volvieron a abrir con el sismo de 2017.

El propio González Castolo es habitante de Ciudad Guzmán y comenta sobre el carácter del lugar: “Somos un pueblo antiguo o muy conservador, no únicamente en el aspecto ideológico [se refiere a la religión católica], sino también en el aspecto constructivo, y eso se puede ver en la ciudad, que está reconstruida a partir de los cimientos de viejas construcciones”. El fuerte arraigo del catolicismo, de acuerdo con el cronista, es algo que también motiva la preservación: “hay una necesidad de conservar los espacios porque son memoria”.

El arraigo religioso que moviliza su defensa por estas edificaciones tiene un precedente importante. De acuerdo con el artículo de Delgadillo y Bassols, durante el terremoto de 1985 fueron los grupos católicos asociados a la teoría de la liberación los que fungieron como organizadores sociales al crear una resistencia ante “los planes de remodelación urbana impulsados por el gobierno municipal de manera autoritaria” en aquellos años, por lo que “puede decirse que la organización de los pobladores surgió a raíz de la acción de la Iglesia en las colonias populares y los barrios de la ciudad”, en donde convergían los jesuitas, con gran influencia y trabajo en los barrios, y los pertenecientes a la diócesis.

Estos planes urbanos buscaban remodelar el centro histórico y desalojar ciertas colonias por considerarlas zonas de riesgo mediante un proceso opaco en el que a los propietarios no se les notificó cuánto recibirían de indemnización; esto, independientemente de la memoria colectiva y la falta de recursos, motivó la lucha por la vivienda y la defensa de sus iglesias.

El cronista González Castolo explica por qué el INAH, tras el terremoto de 1985, no intervino en la conservación del santuario de la virgen de Guadalupe y en la reconstrucción de las dos torres de la catedral, con sus cúpulas: “el [INAH] requería de todo un estudio analítico y a profundidad, donde se le presentaran los planos y las particularidades de la construcción, [como] dónde se encuentran los cimientos y qué tan profundos están. Para eso se tiene que hacer una serie de […] pruebas y esas pruebas tienen que pasar por un proceso químico y científico […]. Al INAH se le tiene que presentar todo […], no había dinero que alcanzara para poder sacar un proyecto de esas características”.

Así, los miembros de la zona que tenían recursos decidieron destinar parte de ellos al mantenimiento del santuario y de la catedral, sin que la diócesis los movilizara, sin embargo, según González Castolo, “el señor cura de esta parroquia tenía un carisma tremendo con su feligresía en todo el barrio, que históricamente ha sido un barrio de familias de muy buena estatura económica. Esto permitió, con el buen carisma del sacerdote, sacar antes los trabajos y los costos para poder dejar una iglesia bastante bien salvaguardada en su estructura”.

Estas aportaciones económicas únicamente han servido para que los centros religiosos subsistan tal como están, pero no es suficiente para repararlos o reconstruirlos a profundidad. Por lo tanto, la falta de recursos influyó en la resignificación de sus pérdidas, en asumir los daños de los templos de Ciudad Guzmán. El arraigo católico de esta población es incuestionable, así como la susceptibilidad del lugar a los temblores, tanto así que sus habitantes adoptaron un santo al que, según el mismo cronista, se le festeja con un juramento religioso y una gran fiesta patronal. El calendario católico oficial establece que la fiesta de dicho santo debe celebrarse en marzo, pero los pobladores la mudaron de mes:

“La imagen de san José llega a este pueblo de manera misteriosa, esto fue por el año de 1747, y se interpretó por la feligresía como un mensaje milagroso: el Santo Patriarca llegaba a Zapotlán el Grande para protegerlo de los temblores, que ya eran muy evidentes, y por supuesto también de las erupciones volcánicas. Una vez que san José se establece en una iglesia, se suscita un sismo muy fuerte el 22 de octubre de 1749, motivo por el cual se jura a san José como patrono de los temblores. De ahí que las fiestas anuales religiosas en Ciudad Guzmán no coincidan con las fiestas en que la Iglesia universal celebra a San José”, precisa el cronista.

Para muchos habitantes de otros lugares, la decisión de no demoler y reconstruir de cero lo que cayó o lo que quedó parcialmente dañado, como el santuario de la virgen de Guadalupe, puede resultar inexplicable. Al respecto, la historiadora del arte Veka Duncan ofrece una interpretación: “Preservar una obra no es solo preservarla como objeto, la preservación arquitectónica tiene que entenderse dentro de su contexto físico. Ahora ya no solo se habla de conservar un inmueble, sino del paisaje histórico. Ese inmueble convive y dialoga con una calle, con otros inmuebles, a veces con un paisaje natural, hay inmuebles que se encuentran dentro de espacios que tienen ciertas características geográficas o de biodiversidad. Es muy importante, entonces, pensar que los inmuebles históricos no existen en el vacío”.

En Ciudad Guzmán los edificios simbolizan su historia: la apariencia de esas edificaciones está relacionada con las fallas geológicas provocadas por el volcán de Colima. En palabras de Duncan, sus inmuebles están inscritos en un paisaje específico, en este caso, telúrico. Pero también representan la falta de inversión por parte del Estado y de las autoridades correspondientes, que han orillado al pueblo a tener que asumirlas.

De este modo, los edificios con sus cicatrices cobran sentido. La memoria, las experiencias y la identidad de los habitantes de Ciudad Guzmán están depositadas en esa catedral sin torres, en sus banquetas contradictorias, en los viejos cimientos de los que no se despojan completamente, ya sea tras el terremoto de 1985 o tras el sismo de 2017.

Sin embargo, a finales de enero de este año, el medio local UDGTV anunció que el INAH había dado “luz verde para la reconstrucción de las torres en la catedral de Zapotlán el Grande”. El periodista Rodríguez Pinto y el cronista González Castolo dan su opinión sobre esta noticia. ¿Ciudad Guzmán realmente preferirá conservar ambos recintos con daños? González Castolo, tras volver a enfatizar la manera en que la comunidad ha resignificado sus cicatrices arquitectónicas, resaltó lo maravilloso que podría ser ver de nuevo su histórica iglesia como la conocieron.

“Ver mutilada la catedral es un recordatorio constante para todos los zapotlenses de lo mal que la pasamos en el terremoto de 1985. Ahí es donde radica la verdadera cicatriz de los corazones de todo el pueblo […] Sin duda, habrá diálogos encontrados. Por un lado, ciertamente nos interesa salvaguardar el patrimonio arquitectónico como nos fue legado por nuestros ancestros, pero, por otro lado, la memoria histórica de la actual generación recuerda a la catedral con torres y, por lo mismo, es una necesidad constante querer reponerlas como la recordamos.”

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Hace 38 años el terremoto de 1985 tiró las torres de la catedral de Ciudad Guzmán, que cobró una extraña apariencia, haciendo difícil reconocer a simple vista que es una catedral. Los pobladores han asimilado sus cicatrices arquitectónicas como parte de la memoria histórica del lugar. Ahora el INAH aprobó su reconstrucción: ¿qué preferirá Ciudad Guzmán?, ¿devolverle su aspecto original o preservar sus cicatrices?

Cada vez que tiembla en México, como en el terremoto de 1985 o en el sismo de 2017, la capital del país acapara la atención de la mayor parte de la prensa —y ahora de las redes sociales—, robándose cámaras, comentarios y notas, aunque en otras ciudades la devastación sea peor en términos proporcionales. Uno de esos sitios es Ciudad Guzmán, Jalisco, donde el terremoto de 1985 destruyó el 60 % de las viviendas, de acuerdo con las cifras del gobierno de la cabecera municipal.

Las consecuencias en Ciudad Guzmán se extendieron a tal grado que el geógrafo Javier Delgadillo y el sociólogo y urbanista Mario Bassols aseguraron, a un año del terremoto de 1985, que “los daños producidos por el movimiento telúrico rebasaron los de la Ciudad de México”, en un sentido comparativo y respecto a la cantidad de habitantes, pues “de acuerdo con el propio municipio, prácticamente todas [las viviendas] quedaron ‘colapsadas’”, lo que agrava el número oficial disponible en el sitio web del municipio. Precisamente porque la capital del país succiona la atención, Delgadillo y Bassols titularon su artículo “Ciudad Guzmán, los damnificados marginales”, publicado en la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales.

A Ciudad Guzmán también se le conoce con el nombre de Zapotlán el Grande, y se ubica al sur de Jalisco, a casi setecientos kilómetros en carretera desde la Ciudad de México. Ciudad Guzmán es una de las localidades más importantes del estado, pues es un centro neurálgico regional para comercialización de insumos y productos ganaderos y agrícolas. Además de sus 112 mil habitantes, ahí se encuentra el volcán de Colima, el más activo del país. Pero si el lugar ha cobrado fama es, sobre todo, por los fuertes temblores que lo han sacudido; con ello, no solo hay que hacer referencia al terremoto de 1985 o al sismo de 2017, sino a los movimientos telúricos de los últimos siglos.

Terremoto de 1985 en Ciudad Guzmán
La catedral de Ciudad Guzmán, Jalisco, perdió sus torres en el terremoto de 1985.

Nada menos que seis fallas geológicas, de distinta longitud, atraviesan Ciudad Guzmán, destaca el periodista Cristian Rodríguez Pinto a partir de la información del Atlas de peligros naturales del municipio. La más extensa parte en dos a la ciudad con una diagonal, y sobre ella, de acuerdo con el mismo periodista, se han construido fraccionamientos que ponen en peligro a quienes los habitan. Estas fallas geológicas, relacionadas con la cercanía del volcán de Colima, provocan hundimientos que dan pie a microsismos constantes y a los temblores más fuertes que padece la localidad.

En 1806, por ejemplo, un sismo sepultó a dos mil personas que estaban reunidas en el Templo Mayor; un siglo más tarde, en 1911, ocurrió un terremoto catastrófico que destrozó la ciudad y tan solo dos años después el volcán hizo erupción.

Quizá lo más simbólico es que en el terremoto de 1985 la iglesia principal de Ciudad Guzmán perdió sus dos torres frontales, coronadas con cúpulas, y el edificio cobró una apariencia extraña; difícilmente podría adivinar, quien no esté enterado de su historia, que ese conjunto de bloques es una catedral. Durante el mismo terremoto, el santuario de la virgen de Guadalupe también sufrió daños irreparables, tanto que cuando ingenieros y arquitectos llegaron a evaluarlo concluyeron que, por razones económicas, era más fácil derribarlo y construir uno nuevo.

En Ciudad Guzmán la catedral de extraña apariencia no es lo más inusual que se ha de encontrar, lo más característico es el ímpetu de sus habitantes por defender sus edificaciones históricas: fueron ellos quienes se opusieron a la demolición y la reconstrucción del santuario, en cambio, prefirieron subsidiar su mantenimiento con su propio dinero. Además asimilaron y resignificaron la pérdida de las dos torres de la catedral y, con una mezcla de subsidios federales y aportaciones de los lugareños, han podido conservarla en pie hasta la actualidad.

El terremoto de 1985 en Ciudad Guzmán.
La catedral de Ciudad Guzmán, Jalisco, perdió sus torres en el terremoto de 1985. Enero 2011.

Si algo distingue a los pobladores de Ciudad Guzmán es que, tras los pocos recursos que les otorgaron después del terremoto de 1985 para reparar sus templos, han optado por una visión que les ha servido para sobrellevar la tragedia: han aprendido a aceptar el daño en sus edificaciones históricas, como en sus templos y fincas. Al respecto, el arquitecto y cronista Fernando González Castolo cuenta en entrevista para Gatopardo cómo Ciudad Guzmán se ha apropiado de la pérdida y la semidestrucción de sus recintos, asumiendo su identidad local de una manera inesperada.

“En algunas fincas se pueden observar las cicatrices del acontecimiento [el terremoto de 1985] porque los muros no fueron retirados completamente o, por ejemplo, en la parte ancha de las banquetas inmediatamente uno puede ver cuál es la banqueta original […]. Podemos ver todavía, por algunas arterias, buenos banquetones conformados en parte por la banqueta original, pues se observa el piso mosaico de las antiguas fincas que estaban ahí […] y que colapsaron sobre ciertas avenidas importantes”, explica González Castolo.

El cronista hace una precisión: reconoce que no han mantenido las edificaciones con daños a raíz de una elección totalmente libre, más bien, no han tenido el dinero “para resarcir todo lo que nos afectó el terremoto de 1985, [pero] el pueblo tiene un amor y un sentido de pertenencia hacia ciertos elementos icónicos de la representación arquitectónica en la ciudad”. En aquel terremoto de 1985 que en la Ciudad de México dejó un saldo que hasta la fecha no se ha podido contabilizar con exactitud, también arrasó con Ciudad Guzmán: muchos de sus templos quedaron gravemente afectados, y sus grietas remachadas se volvieron a abrir con el sismo de 2017.

El propio González Castolo es habitante de Ciudad Guzmán y comenta sobre el carácter del lugar: “Somos un pueblo antiguo o muy conservador, no únicamente en el aspecto ideológico [se refiere a la religión católica], sino también en el aspecto constructivo, y eso se puede ver en la ciudad, que está reconstruida a partir de los cimientos de viejas construcciones”. El fuerte arraigo del catolicismo, de acuerdo con el cronista, es algo que también motiva la preservación: “hay una necesidad de conservar los espacios porque son memoria”.

El arraigo religioso que moviliza su defensa por estas edificaciones tiene un precedente importante. De acuerdo con el artículo de Delgadillo y Bassols, durante el terremoto de 1985 fueron los grupos católicos asociados a la teoría de la liberación los que fungieron como organizadores sociales al crear una resistencia ante “los planes de remodelación urbana impulsados por el gobierno municipal de manera autoritaria” en aquellos años, por lo que “puede decirse que la organización de los pobladores surgió a raíz de la acción de la Iglesia en las colonias populares y los barrios de la ciudad”, en donde convergían los jesuitas, con gran influencia y trabajo en los barrios, y los pertenecientes a la diócesis.

Estos planes urbanos buscaban remodelar el centro histórico y desalojar ciertas colonias por considerarlas zonas de riesgo mediante un proceso opaco en el que a los propietarios no se les notificó cuánto recibirían de indemnización; esto, independientemente de la memoria colectiva y la falta de recursos, motivó la lucha por la vivienda y la defensa de sus iglesias.

El cronista González Castolo explica por qué el INAH, tras el terremoto de 1985, no intervino en la conservación del santuario de la virgen de Guadalupe y en la reconstrucción de las dos torres de la catedral, con sus cúpulas: “el [INAH] requería de todo un estudio analítico y a profundidad, donde se le presentaran los planos y las particularidades de la construcción, [como] dónde se encuentran los cimientos y qué tan profundos están. Para eso se tiene que hacer una serie de […] pruebas y esas pruebas tienen que pasar por un proceso químico y científico […]. Al INAH se le tiene que presentar todo […], no había dinero que alcanzara para poder sacar un proyecto de esas características”.

Así, los miembros de la zona que tenían recursos decidieron destinar parte de ellos al mantenimiento del santuario y de la catedral, sin que la diócesis los movilizara, sin embargo, según González Castolo, “el señor cura de esta parroquia tenía un carisma tremendo con su feligresía en todo el barrio, que históricamente ha sido un barrio de familias de muy buena estatura económica. Esto permitió, con el buen carisma del sacerdote, sacar antes los trabajos y los costos para poder dejar una iglesia bastante bien salvaguardada en su estructura”.

Estas aportaciones económicas únicamente han servido para que los centros religiosos subsistan tal como están, pero no es suficiente para repararlos o reconstruirlos a profundidad. Por lo tanto, la falta de recursos influyó en la resignificación de sus pérdidas, en asumir los daños de los templos de Ciudad Guzmán. El arraigo católico de esta población es incuestionable, así como la susceptibilidad del lugar a los temblores, tanto así que sus habitantes adoptaron un santo al que, según el mismo cronista, se le festeja con un juramento religioso y una gran fiesta patronal. El calendario católico oficial establece que la fiesta de dicho santo debe celebrarse en marzo, pero los pobladores la mudaron de mes:

“La imagen de san José llega a este pueblo de manera misteriosa, esto fue por el año de 1747, y se interpretó por la feligresía como un mensaje milagroso: el Santo Patriarca llegaba a Zapotlán el Grande para protegerlo de los temblores, que ya eran muy evidentes, y por supuesto también de las erupciones volcánicas. Una vez que san José se establece en una iglesia, se suscita un sismo muy fuerte el 22 de octubre de 1749, motivo por el cual se jura a san José como patrono de los temblores. De ahí que las fiestas anuales religiosas en Ciudad Guzmán no coincidan con las fiestas en que la Iglesia universal celebra a San José”, precisa el cronista.

Para muchos habitantes de otros lugares, la decisión de no demoler y reconstruir de cero lo que cayó o lo que quedó parcialmente dañado, como el santuario de la virgen de Guadalupe, puede resultar inexplicable. Al respecto, la historiadora del arte Veka Duncan ofrece una interpretación: “Preservar una obra no es solo preservarla como objeto, la preservación arquitectónica tiene que entenderse dentro de su contexto físico. Ahora ya no solo se habla de conservar un inmueble, sino del paisaje histórico. Ese inmueble convive y dialoga con una calle, con otros inmuebles, a veces con un paisaje natural, hay inmuebles que se encuentran dentro de espacios que tienen ciertas características geográficas o de biodiversidad. Es muy importante, entonces, pensar que los inmuebles históricos no existen en el vacío”.

En Ciudad Guzmán los edificios simbolizan su historia: la apariencia de esas edificaciones está relacionada con las fallas geológicas provocadas por el volcán de Colima. En palabras de Duncan, sus inmuebles están inscritos en un paisaje específico, en este caso, telúrico. Pero también representan la falta de inversión por parte del Estado y de las autoridades correspondientes, que han orillado al pueblo a tener que asumirlas.

De este modo, los edificios con sus cicatrices cobran sentido. La memoria, las experiencias y la identidad de los habitantes de Ciudad Guzmán están depositadas en esa catedral sin torres, en sus banquetas contradictorias, en los viejos cimientos de los que no se despojan completamente, ya sea tras el terremoto de 1985 o tras el sismo de 2017.

Sin embargo, a finales de enero de este año, el medio local UDGTV anunció que el INAH había dado “luz verde para la reconstrucción de las torres en la catedral de Zapotlán el Grande”. El periodista Rodríguez Pinto y el cronista González Castolo dan su opinión sobre esta noticia. ¿Ciudad Guzmán realmente preferirá conservar ambos recintos con daños? González Castolo, tras volver a enfatizar la manera en que la comunidad ha resignificado sus cicatrices arquitectónicas, resaltó lo maravilloso que podría ser ver de nuevo su histórica iglesia como la conocieron.

“Ver mutilada la catedral es un recordatorio constante para todos los zapotlenses de lo mal que la pasamos en el terremoto de 1985. Ahí es donde radica la verdadera cicatriz de los corazones de todo el pueblo […] Sin duda, habrá diálogos encontrados. Por un lado, ciertamente nos interesa salvaguardar el patrimonio arquitectónico como nos fue legado por nuestros ancestros, pero, por otro lado, la memoria histórica de la actual generación recuerda a la catedral con torres y, por lo mismo, es una necesidad constante querer reponerlas como la recordamos.”

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Un hombre lanza fuegos artificiales antes de un servicio religioso en la Catedral del Señor San José en Ciudad Guzmán el 18 de octubre de 2011. Fotografía de Andy Clark, Reuters.
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Tiempo de Lectura: 00 min

Hace 38 años el terremoto de 1985 tiró las torres de la catedral de Ciudad Guzmán, que cobró una extraña apariencia, haciendo difícil reconocer a simple vista que es una catedral. Los pobladores han asimilado sus cicatrices arquitectónicas como parte de la memoria histórica del lugar. Ahora el INAH aprobó su reconstrucción: ¿qué preferirá Ciudad Guzmán?, ¿devolverle su aspecto original o preservar sus cicatrices?

Cada vez que tiembla en México, como en el terremoto de 1985 o en el sismo de 2017, la capital del país acapara la atención de la mayor parte de la prensa —y ahora de las redes sociales—, robándose cámaras, comentarios y notas, aunque en otras ciudades la devastación sea peor en términos proporcionales. Uno de esos sitios es Ciudad Guzmán, Jalisco, donde el terremoto de 1985 destruyó el 60 % de las viviendas, de acuerdo con las cifras del gobierno de la cabecera municipal.

Las consecuencias en Ciudad Guzmán se extendieron a tal grado que el geógrafo Javier Delgadillo y el sociólogo y urbanista Mario Bassols aseguraron, a un año del terremoto de 1985, que “los daños producidos por el movimiento telúrico rebasaron los de la Ciudad de México”, en un sentido comparativo y respecto a la cantidad de habitantes, pues “de acuerdo con el propio municipio, prácticamente todas [las viviendas] quedaron ‘colapsadas’”, lo que agrava el número oficial disponible en el sitio web del municipio. Precisamente porque la capital del país succiona la atención, Delgadillo y Bassols titularon su artículo “Ciudad Guzmán, los damnificados marginales”, publicado en la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales.

A Ciudad Guzmán también se le conoce con el nombre de Zapotlán el Grande, y se ubica al sur de Jalisco, a casi setecientos kilómetros en carretera desde la Ciudad de México. Ciudad Guzmán es una de las localidades más importantes del estado, pues es un centro neurálgico regional para comercialización de insumos y productos ganaderos y agrícolas. Además de sus 112 mil habitantes, ahí se encuentra el volcán de Colima, el más activo del país. Pero si el lugar ha cobrado fama es, sobre todo, por los fuertes temblores que lo han sacudido; con ello, no solo hay que hacer referencia al terremoto de 1985 o al sismo de 2017, sino a los movimientos telúricos de los últimos siglos.

Terremoto de 1985 en Ciudad Guzmán
La catedral de Ciudad Guzmán, Jalisco, perdió sus torres en el terremoto de 1985.

Nada menos que seis fallas geológicas, de distinta longitud, atraviesan Ciudad Guzmán, destaca el periodista Cristian Rodríguez Pinto a partir de la información del Atlas de peligros naturales del municipio. La más extensa parte en dos a la ciudad con una diagonal, y sobre ella, de acuerdo con el mismo periodista, se han construido fraccionamientos que ponen en peligro a quienes los habitan. Estas fallas geológicas, relacionadas con la cercanía del volcán de Colima, provocan hundimientos que dan pie a microsismos constantes y a los temblores más fuertes que padece la localidad.

En 1806, por ejemplo, un sismo sepultó a dos mil personas que estaban reunidas en el Templo Mayor; un siglo más tarde, en 1911, ocurrió un terremoto catastrófico que destrozó la ciudad y tan solo dos años después el volcán hizo erupción.

Quizá lo más simbólico es que en el terremoto de 1985 la iglesia principal de Ciudad Guzmán perdió sus dos torres frontales, coronadas con cúpulas, y el edificio cobró una apariencia extraña; difícilmente podría adivinar, quien no esté enterado de su historia, que ese conjunto de bloques es una catedral. Durante el mismo terremoto, el santuario de la virgen de Guadalupe también sufrió daños irreparables, tanto que cuando ingenieros y arquitectos llegaron a evaluarlo concluyeron que, por razones económicas, era más fácil derribarlo y construir uno nuevo.

En Ciudad Guzmán la catedral de extraña apariencia no es lo más inusual que se ha de encontrar, lo más característico es el ímpetu de sus habitantes por defender sus edificaciones históricas: fueron ellos quienes se opusieron a la demolición y la reconstrucción del santuario, en cambio, prefirieron subsidiar su mantenimiento con su propio dinero. Además asimilaron y resignificaron la pérdida de las dos torres de la catedral y, con una mezcla de subsidios federales y aportaciones de los lugareños, han podido conservarla en pie hasta la actualidad.

El terremoto de 1985 en Ciudad Guzmán.
La catedral de Ciudad Guzmán, Jalisco, perdió sus torres en el terremoto de 1985. Enero 2011.

Si algo distingue a los pobladores de Ciudad Guzmán es que, tras los pocos recursos que les otorgaron después del terremoto de 1985 para reparar sus templos, han optado por una visión que les ha servido para sobrellevar la tragedia: han aprendido a aceptar el daño en sus edificaciones históricas, como en sus templos y fincas. Al respecto, el arquitecto y cronista Fernando González Castolo cuenta en entrevista para Gatopardo cómo Ciudad Guzmán se ha apropiado de la pérdida y la semidestrucción de sus recintos, asumiendo su identidad local de una manera inesperada.

“En algunas fincas se pueden observar las cicatrices del acontecimiento [el terremoto de 1985] porque los muros no fueron retirados completamente o, por ejemplo, en la parte ancha de las banquetas inmediatamente uno puede ver cuál es la banqueta original […]. Podemos ver todavía, por algunas arterias, buenos banquetones conformados en parte por la banqueta original, pues se observa el piso mosaico de las antiguas fincas que estaban ahí […] y que colapsaron sobre ciertas avenidas importantes”, explica González Castolo.

El cronista hace una precisión: reconoce que no han mantenido las edificaciones con daños a raíz de una elección totalmente libre, más bien, no han tenido el dinero “para resarcir todo lo que nos afectó el terremoto de 1985, [pero] el pueblo tiene un amor y un sentido de pertenencia hacia ciertos elementos icónicos de la representación arquitectónica en la ciudad”. En aquel terremoto de 1985 que en la Ciudad de México dejó un saldo que hasta la fecha no se ha podido contabilizar con exactitud, también arrasó con Ciudad Guzmán: muchos de sus templos quedaron gravemente afectados, y sus grietas remachadas se volvieron a abrir con el sismo de 2017.

El propio González Castolo es habitante de Ciudad Guzmán y comenta sobre el carácter del lugar: “Somos un pueblo antiguo o muy conservador, no únicamente en el aspecto ideológico [se refiere a la religión católica], sino también en el aspecto constructivo, y eso se puede ver en la ciudad, que está reconstruida a partir de los cimientos de viejas construcciones”. El fuerte arraigo del catolicismo, de acuerdo con el cronista, es algo que también motiva la preservación: “hay una necesidad de conservar los espacios porque son memoria”.

El arraigo religioso que moviliza su defensa por estas edificaciones tiene un precedente importante. De acuerdo con el artículo de Delgadillo y Bassols, durante el terremoto de 1985 fueron los grupos católicos asociados a la teoría de la liberación los que fungieron como organizadores sociales al crear una resistencia ante “los planes de remodelación urbana impulsados por el gobierno municipal de manera autoritaria” en aquellos años, por lo que “puede decirse que la organización de los pobladores surgió a raíz de la acción de la Iglesia en las colonias populares y los barrios de la ciudad”, en donde convergían los jesuitas, con gran influencia y trabajo en los barrios, y los pertenecientes a la diócesis.

Estos planes urbanos buscaban remodelar el centro histórico y desalojar ciertas colonias por considerarlas zonas de riesgo mediante un proceso opaco en el que a los propietarios no se les notificó cuánto recibirían de indemnización; esto, independientemente de la memoria colectiva y la falta de recursos, motivó la lucha por la vivienda y la defensa de sus iglesias.

El cronista González Castolo explica por qué el INAH, tras el terremoto de 1985, no intervino en la conservación del santuario de la virgen de Guadalupe y en la reconstrucción de las dos torres de la catedral, con sus cúpulas: “el [INAH] requería de todo un estudio analítico y a profundidad, donde se le presentaran los planos y las particularidades de la construcción, [como] dónde se encuentran los cimientos y qué tan profundos están. Para eso se tiene que hacer una serie de […] pruebas y esas pruebas tienen que pasar por un proceso químico y científico […]. Al INAH se le tiene que presentar todo […], no había dinero que alcanzara para poder sacar un proyecto de esas características”.

Así, los miembros de la zona que tenían recursos decidieron destinar parte de ellos al mantenimiento del santuario y de la catedral, sin que la diócesis los movilizara, sin embargo, según González Castolo, “el señor cura de esta parroquia tenía un carisma tremendo con su feligresía en todo el barrio, que históricamente ha sido un barrio de familias de muy buena estatura económica. Esto permitió, con el buen carisma del sacerdote, sacar antes los trabajos y los costos para poder dejar una iglesia bastante bien salvaguardada en su estructura”.

Estas aportaciones económicas únicamente han servido para que los centros religiosos subsistan tal como están, pero no es suficiente para repararlos o reconstruirlos a profundidad. Por lo tanto, la falta de recursos influyó en la resignificación de sus pérdidas, en asumir los daños de los templos de Ciudad Guzmán. El arraigo católico de esta población es incuestionable, así como la susceptibilidad del lugar a los temblores, tanto así que sus habitantes adoptaron un santo al que, según el mismo cronista, se le festeja con un juramento religioso y una gran fiesta patronal. El calendario católico oficial establece que la fiesta de dicho santo debe celebrarse en marzo, pero los pobladores la mudaron de mes:

“La imagen de san José llega a este pueblo de manera misteriosa, esto fue por el año de 1747, y se interpretó por la feligresía como un mensaje milagroso: el Santo Patriarca llegaba a Zapotlán el Grande para protegerlo de los temblores, que ya eran muy evidentes, y por supuesto también de las erupciones volcánicas. Una vez que san José se establece en una iglesia, se suscita un sismo muy fuerte el 22 de octubre de 1749, motivo por el cual se jura a san José como patrono de los temblores. De ahí que las fiestas anuales religiosas en Ciudad Guzmán no coincidan con las fiestas en que la Iglesia universal celebra a San José”, precisa el cronista.

Para muchos habitantes de otros lugares, la decisión de no demoler y reconstruir de cero lo que cayó o lo que quedó parcialmente dañado, como el santuario de la virgen de Guadalupe, puede resultar inexplicable. Al respecto, la historiadora del arte Veka Duncan ofrece una interpretación: “Preservar una obra no es solo preservarla como objeto, la preservación arquitectónica tiene que entenderse dentro de su contexto físico. Ahora ya no solo se habla de conservar un inmueble, sino del paisaje histórico. Ese inmueble convive y dialoga con una calle, con otros inmuebles, a veces con un paisaje natural, hay inmuebles que se encuentran dentro de espacios que tienen ciertas características geográficas o de biodiversidad. Es muy importante, entonces, pensar que los inmuebles históricos no existen en el vacío”.

En Ciudad Guzmán los edificios simbolizan su historia: la apariencia de esas edificaciones está relacionada con las fallas geológicas provocadas por el volcán de Colima. En palabras de Duncan, sus inmuebles están inscritos en un paisaje específico, en este caso, telúrico. Pero también representan la falta de inversión por parte del Estado y de las autoridades correspondientes, que han orillado al pueblo a tener que asumirlas.

De este modo, los edificios con sus cicatrices cobran sentido. La memoria, las experiencias y la identidad de los habitantes de Ciudad Guzmán están depositadas en esa catedral sin torres, en sus banquetas contradictorias, en los viejos cimientos de los que no se despojan completamente, ya sea tras el terremoto de 1985 o tras el sismo de 2017.

Sin embargo, a finales de enero de este año, el medio local UDGTV anunció que el INAH había dado “luz verde para la reconstrucción de las torres en la catedral de Zapotlán el Grande”. El periodista Rodríguez Pinto y el cronista González Castolo dan su opinión sobre esta noticia. ¿Ciudad Guzmán realmente preferirá conservar ambos recintos con daños? González Castolo, tras volver a enfatizar la manera en que la comunidad ha resignificado sus cicatrices arquitectónicas, resaltó lo maravilloso que podría ser ver de nuevo su histórica iglesia como la conocieron.

“Ver mutilada la catedral es un recordatorio constante para todos los zapotlenses de lo mal que la pasamos en el terremoto de 1985. Ahí es donde radica la verdadera cicatriz de los corazones de todo el pueblo […] Sin duda, habrá diálogos encontrados. Por un lado, ciertamente nos interesa salvaguardar el patrimonio arquitectónico como nos fue legado por nuestros ancestros, pero, por otro lado, la memoria histórica de la actual generación recuerda a la catedral con torres y, por lo mismo, es una necesidad constante querer reponerlas como la recordamos.”

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Una catedral mutilada y las cicatrices del sismo

Una catedral mutilada y las cicatrices del sismo

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23
2023
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Hace 38 años el terremoto de 1985 tiró las torres de la catedral de Ciudad Guzmán, que cobró una extraña apariencia, haciendo difícil reconocer a simple vista que es una catedral. Los pobladores han asimilado sus cicatrices arquitectónicas como parte de la memoria histórica del lugar. Ahora el INAH aprobó su reconstrucción: ¿qué preferirá Ciudad Guzmán?, ¿devolverle su aspecto original o preservar sus cicatrices?

Cada vez que tiembla en México, como en el terremoto de 1985 o en el sismo de 2017, la capital del país acapara la atención de la mayor parte de la prensa —y ahora de las redes sociales—, robándose cámaras, comentarios y notas, aunque en otras ciudades la devastación sea peor en términos proporcionales. Uno de esos sitios es Ciudad Guzmán, Jalisco, donde el terremoto de 1985 destruyó el 60 % de las viviendas, de acuerdo con las cifras del gobierno de la cabecera municipal.

Las consecuencias en Ciudad Guzmán se extendieron a tal grado que el geógrafo Javier Delgadillo y el sociólogo y urbanista Mario Bassols aseguraron, a un año del terremoto de 1985, que “los daños producidos por el movimiento telúrico rebasaron los de la Ciudad de México”, en un sentido comparativo y respecto a la cantidad de habitantes, pues “de acuerdo con el propio municipio, prácticamente todas [las viviendas] quedaron ‘colapsadas’”, lo que agrava el número oficial disponible en el sitio web del municipio. Precisamente porque la capital del país succiona la atención, Delgadillo y Bassols titularon su artículo “Ciudad Guzmán, los damnificados marginales”, publicado en la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales.

A Ciudad Guzmán también se le conoce con el nombre de Zapotlán el Grande, y se ubica al sur de Jalisco, a casi setecientos kilómetros en carretera desde la Ciudad de México. Ciudad Guzmán es una de las localidades más importantes del estado, pues es un centro neurálgico regional para comercialización de insumos y productos ganaderos y agrícolas. Además de sus 112 mil habitantes, ahí se encuentra el volcán de Colima, el más activo del país. Pero si el lugar ha cobrado fama es, sobre todo, por los fuertes temblores que lo han sacudido; con ello, no solo hay que hacer referencia al terremoto de 1985 o al sismo de 2017, sino a los movimientos telúricos de los últimos siglos.

Terremoto de 1985 en Ciudad Guzmán
La catedral de Ciudad Guzmán, Jalisco, perdió sus torres en el terremoto de 1985.

Nada menos que seis fallas geológicas, de distinta longitud, atraviesan Ciudad Guzmán, destaca el periodista Cristian Rodríguez Pinto a partir de la información del Atlas de peligros naturales del municipio. La más extensa parte en dos a la ciudad con una diagonal, y sobre ella, de acuerdo con el mismo periodista, se han construido fraccionamientos que ponen en peligro a quienes los habitan. Estas fallas geológicas, relacionadas con la cercanía del volcán de Colima, provocan hundimientos que dan pie a microsismos constantes y a los temblores más fuertes que padece la localidad.

En 1806, por ejemplo, un sismo sepultó a dos mil personas que estaban reunidas en el Templo Mayor; un siglo más tarde, en 1911, ocurrió un terremoto catastrófico que destrozó la ciudad y tan solo dos años después el volcán hizo erupción.

Quizá lo más simbólico es que en el terremoto de 1985 la iglesia principal de Ciudad Guzmán perdió sus dos torres frontales, coronadas con cúpulas, y el edificio cobró una apariencia extraña; difícilmente podría adivinar, quien no esté enterado de su historia, que ese conjunto de bloques es una catedral. Durante el mismo terremoto, el santuario de la virgen de Guadalupe también sufrió daños irreparables, tanto que cuando ingenieros y arquitectos llegaron a evaluarlo concluyeron que, por razones económicas, era más fácil derribarlo y construir uno nuevo.

En Ciudad Guzmán la catedral de extraña apariencia no es lo más inusual que se ha de encontrar, lo más característico es el ímpetu de sus habitantes por defender sus edificaciones históricas: fueron ellos quienes se opusieron a la demolición y la reconstrucción del santuario, en cambio, prefirieron subsidiar su mantenimiento con su propio dinero. Además asimilaron y resignificaron la pérdida de las dos torres de la catedral y, con una mezcla de subsidios federales y aportaciones de los lugareños, han podido conservarla en pie hasta la actualidad.

El terremoto de 1985 en Ciudad Guzmán.
La catedral de Ciudad Guzmán, Jalisco, perdió sus torres en el terremoto de 1985. Enero 2011.

Si algo distingue a los pobladores de Ciudad Guzmán es que, tras los pocos recursos que les otorgaron después del terremoto de 1985 para reparar sus templos, han optado por una visión que les ha servido para sobrellevar la tragedia: han aprendido a aceptar el daño en sus edificaciones históricas, como en sus templos y fincas. Al respecto, el arquitecto y cronista Fernando González Castolo cuenta en entrevista para Gatopardo cómo Ciudad Guzmán se ha apropiado de la pérdida y la semidestrucción de sus recintos, asumiendo su identidad local de una manera inesperada.

“En algunas fincas se pueden observar las cicatrices del acontecimiento [el terremoto de 1985] porque los muros no fueron retirados completamente o, por ejemplo, en la parte ancha de las banquetas inmediatamente uno puede ver cuál es la banqueta original […]. Podemos ver todavía, por algunas arterias, buenos banquetones conformados en parte por la banqueta original, pues se observa el piso mosaico de las antiguas fincas que estaban ahí […] y que colapsaron sobre ciertas avenidas importantes”, explica González Castolo.

El cronista hace una precisión: reconoce que no han mantenido las edificaciones con daños a raíz de una elección totalmente libre, más bien, no han tenido el dinero “para resarcir todo lo que nos afectó el terremoto de 1985, [pero] el pueblo tiene un amor y un sentido de pertenencia hacia ciertos elementos icónicos de la representación arquitectónica en la ciudad”. En aquel terremoto de 1985 que en la Ciudad de México dejó un saldo que hasta la fecha no se ha podido contabilizar con exactitud, también arrasó con Ciudad Guzmán: muchos de sus templos quedaron gravemente afectados, y sus grietas remachadas se volvieron a abrir con el sismo de 2017.

El propio González Castolo es habitante de Ciudad Guzmán y comenta sobre el carácter del lugar: “Somos un pueblo antiguo o muy conservador, no únicamente en el aspecto ideológico [se refiere a la religión católica], sino también en el aspecto constructivo, y eso se puede ver en la ciudad, que está reconstruida a partir de los cimientos de viejas construcciones”. El fuerte arraigo del catolicismo, de acuerdo con el cronista, es algo que también motiva la preservación: “hay una necesidad de conservar los espacios porque son memoria”.

El arraigo religioso que moviliza su defensa por estas edificaciones tiene un precedente importante. De acuerdo con el artículo de Delgadillo y Bassols, durante el terremoto de 1985 fueron los grupos católicos asociados a la teoría de la liberación los que fungieron como organizadores sociales al crear una resistencia ante “los planes de remodelación urbana impulsados por el gobierno municipal de manera autoritaria” en aquellos años, por lo que “puede decirse que la organización de los pobladores surgió a raíz de la acción de la Iglesia en las colonias populares y los barrios de la ciudad”, en donde convergían los jesuitas, con gran influencia y trabajo en los barrios, y los pertenecientes a la diócesis.

Estos planes urbanos buscaban remodelar el centro histórico y desalojar ciertas colonias por considerarlas zonas de riesgo mediante un proceso opaco en el que a los propietarios no se les notificó cuánto recibirían de indemnización; esto, independientemente de la memoria colectiva y la falta de recursos, motivó la lucha por la vivienda y la defensa de sus iglesias.

El cronista González Castolo explica por qué el INAH, tras el terremoto de 1985, no intervino en la conservación del santuario de la virgen de Guadalupe y en la reconstrucción de las dos torres de la catedral, con sus cúpulas: “el [INAH] requería de todo un estudio analítico y a profundidad, donde se le presentaran los planos y las particularidades de la construcción, [como] dónde se encuentran los cimientos y qué tan profundos están. Para eso se tiene que hacer una serie de […] pruebas y esas pruebas tienen que pasar por un proceso químico y científico […]. Al INAH se le tiene que presentar todo […], no había dinero que alcanzara para poder sacar un proyecto de esas características”.

Así, los miembros de la zona que tenían recursos decidieron destinar parte de ellos al mantenimiento del santuario y de la catedral, sin que la diócesis los movilizara, sin embargo, según González Castolo, “el señor cura de esta parroquia tenía un carisma tremendo con su feligresía en todo el barrio, que históricamente ha sido un barrio de familias de muy buena estatura económica. Esto permitió, con el buen carisma del sacerdote, sacar antes los trabajos y los costos para poder dejar una iglesia bastante bien salvaguardada en su estructura”.

Estas aportaciones económicas únicamente han servido para que los centros religiosos subsistan tal como están, pero no es suficiente para repararlos o reconstruirlos a profundidad. Por lo tanto, la falta de recursos influyó en la resignificación de sus pérdidas, en asumir los daños de los templos de Ciudad Guzmán. El arraigo católico de esta población es incuestionable, así como la susceptibilidad del lugar a los temblores, tanto así que sus habitantes adoptaron un santo al que, según el mismo cronista, se le festeja con un juramento religioso y una gran fiesta patronal. El calendario católico oficial establece que la fiesta de dicho santo debe celebrarse en marzo, pero los pobladores la mudaron de mes:

“La imagen de san José llega a este pueblo de manera misteriosa, esto fue por el año de 1747, y se interpretó por la feligresía como un mensaje milagroso: el Santo Patriarca llegaba a Zapotlán el Grande para protegerlo de los temblores, que ya eran muy evidentes, y por supuesto también de las erupciones volcánicas. Una vez que san José se establece en una iglesia, se suscita un sismo muy fuerte el 22 de octubre de 1749, motivo por el cual se jura a san José como patrono de los temblores. De ahí que las fiestas anuales religiosas en Ciudad Guzmán no coincidan con las fiestas en que la Iglesia universal celebra a San José”, precisa el cronista.

Para muchos habitantes de otros lugares, la decisión de no demoler y reconstruir de cero lo que cayó o lo que quedó parcialmente dañado, como el santuario de la virgen de Guadalupe, puede resultar inexplicable. Al respecto, la historiadora del arte Veka Duncan ofrece una interpretación: “Preservar una obra no es solo preservarla como objeto, la preservación arquitectónica tiene que entenderse dentro de su contexto físico. Ahora ya no solo se habla de conservar un inmueble, sino del paisaje histórico. Ese inmueble convive y dialoga con una calle, con otros inmuebles, a veces con un paisaje natural, hay inmuebles que se encuentran dentro de espacios que tienen ciertas características geográficas o de biodiversidad. Es muy importante, entonces, pensar que los inmuebles históricos no existen en el vacío”.

En Ciudad Guzmán los edificios simbolizan su historia: la apariencia de esas edificaciones está relacionada con las fallas geológicas provocadas por el volcán de Colima. En palabras de Duncan, sus inmuebles están inscritos en un paisaje específico, en este caso, telúrico. Pero también representan la falta de inversión por parte del Estado y de las autoridades correspondientes, que han orillado al pueblo a tener que asumirlas.

De este modo, los edificios con sus cicatrices cobran sentido. La memoria, las experiencias y la identidad de los habitantes de Ciudad Guzmán están depositadas en esa catedral sin torres, en sus banquetas contradictorias, en los viejos cimientos de los que no se despojan completamente, ya sea tras el terremoto de 1985 o tras el sismo de 2017.

Sin embargo, a finales de enero de este año, el medio local UDGTV anunció que el INAH había dado “luz verde para la reconstrucción de las torres en la catedral de Zapotlán el Grande”. El periodista Rodríguez Pinto y el cronista González Castolo dan su opinión sobre esta noticia. ¿Ciudad Guzmán realmente preferirá conservar ambos recintos con daños? González Castolo, tras volver a enfatizar la manera en que la comunidad ha resignificado sus cicatrices arquitectónicas, resaltó lo maravilloso que podría ser ver de nuevo su histórica iglesia como la conocieron.

“Ver mutilada la catedral es un recordatorio constante para todos los zapotlenses de lo mal que la pasamos en el terremoto de 1985. Ahí es donde radica la verdadera cicatriz de los corazones de todo el pueblo […] Sin duda, habrá diálogos encontrados. Por un lado, ciertamente nos interesa salvaguardar el patrimonio arquitectónico como nos fue legado por nuestros ancestros, pero, por otro lado, la memoria histórica de la actual generación recuerda a la catedral con torres y, por lo mismo, es una necesidad constante querer reponerlas como la recordamos.”

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Un hombre lanza fuegos artificiales antes de un servicio religioso en la Catedral del Señor San José en Ciudad Guzmán el 18 de octubre de 2011. Fotografía de Andy Clark, Reuters.

Una catedral mutilada y las cicatrices del sismo

Una catedral mutilada y las cicatrices del sismo

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Hace 38 años el terremoto de 1985 tiró las torres de la catedral de Ciudad Guzmán, que cobró una extraña apariencia, haciendo difícil reconocer a simple vista que es una catedral. Los pobladores han asimilado sus cicatrices arquitectónicas como parte de la memoria histórica del lugar. Ahora el INAH aprobó su reconstrucción: ¿qué preferirá Ciudad Guzmán?, ¿devolverle su aspecto original o preservar sus cicatrices?

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Realización de
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Traducción de

Cada vez que tiembla en México, como en el terremoto de 1985 o en el sismo de 2017, la capital del país acapara la atención de la mayor parte de la prensa —y ahora de las redes sociales—, robándose cámaras, comentarios y notas, aunque en otras ciudades la devastación sea peor en términos proporcionales. Uno de esos sitios es Ciudad Guzmán, Jalisco, donde el terremoto de 1985 destruyó el 60 % de las viviendas, de acuerdo con las cifras del gobierno de la cabecera municipal.

Las consecuencias en Ciudad Guzmán se extendieron a tal grado que el geógrafo Javier Delgadillo y el sociólogo y urbanista Mario Bassols aseguraron, a un año del terremoto de 1985, que “los daños producidos por el movimiento telúrico rebasaron los de la Ciudad de México”, en un sentido comparativo y respecto a la cantidad de habitantes, pues “de acuerdo con el propio municipio, prácticamente todas [las viviendas] quedaron ‘colapsadas’”, lo que agrava el número oficial disponible en el sitio web del municipio. Precisamente porque la capital del país succiona la atención, Delgadillo y Bassols titularon su artículo “Ciudad Guzmán, los damnificados marginales”, publicado en la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales.

A Ciudad Guzmán también se le conoce con el nombre de Zapotlán el Grande, y se ubica al sur de Jalisco, a casi setecientos kilómetros en carretera desde la Ciudad de México. Ciudad Guzmán es una de las localidades más importantes del estado, pues es un centro neurálgico regional para comercialización de insumos y productos ganaderos y agrícolas. Además de sus 112 mil habitantes, ahí se encuentra el volcán de Colima, el más activo del país. Pero si el lugar ha cobrado fama es, sobre todo, por los fuertes temblores que lo han sacudido; con ello, no solo hay que hacer referencia al terremoto de 1985 o al sismo de 2017, sino a los movimientos telúricos de los últimos siglos.

Terremoto de 1985 en Ciudad Guzmán
La catedral de Ciudad Guzmán, Jalisco, perdió sus torres en el terremoto de 1985.

Nada menos que seis fallas geológicas, de distinta longitud, atraviesan Ciudad Guzmán, destaca el periodista Cristian Rodríguez Pinto a partir de la información del Atlas de peligros naturales del municipio. La más extensa parte en dos a la ciudad con una diagonal, y sobre ella, de acuerdo con el mismo periodista, se han construido fraccionamientos que ponen en peligro a quienes los habitan. Estas fallas geológicas, relacionadas con la cercanía del volcán de Colima, provocan hundimientos que dan pie a microsismos constantes y a los temblores más fuertes que padece la localidad.

En 1806, por ejemplo, un sismo sepultó a dos mil personas que estaban reunidas en el Templo Mayor; un siglo más tarde, en 1911, ocurrió un terremoto catastrófico que destrozó la ciudad y tan solo dos años después el volcán hizo erupción.

Quizá lo más simbólico es que en el terremoto de 1985 la iglesia principal de Ciudad Guzmán perdió sus dos torres frontales, coronadas con cúpulas, y el edificio cobró una apariencia extraña; difícilmente podría adivinar, quien no esté enterado de su historia, que ese conjunto de bloques es una catedral. Durante el mismo terremoto, el santuario de la virgen de Guadalupe también sufrió daños irreparables, tanto que cuando ingenieros y arquitectos llegaron a evaluarlo concluyeron que, por razones económicas, era más fácil derribarlo y construir uno nuevo.

En Ciudad Guzmán la catedral de extraña apariencia no es lo más inusual que se ha de encontrar, lo más característico es el ímpetu de sus habitantes por defender sus edificaciones históricas: fueron ellos quienes se opusieron a la demolición y la reconstrucción del santuario, en cambio, prefirieron subsidiar su mantenimiento con su propio dinero. Además asimilaron y resignificaron la pérdida de las dos torres de la catedral y, con una mezcla de subsidios federales y aportaciones de los lugareños, han podido conservarla en pie hasta la actualidad.

El terremoto de 1985 en Ciudad Guzmán.
La catedral de Ciudad Guzmán, Jalisco, perdió sus torres en el terremoto de 1985. Enero 2011.

Si algo distingue a los pobladores de Ciudad Guzmán es que, tras los pocos recursos que les otorgaron después del terremoto de 1985 para reparar sus templos, han optado por una visión que les ha servido para sobrellevar la tragedia: han aprendido a aceptar el daño en sus edificaciones históricas, como en sus templos y fincas. Al respecto, el arquitecto y cronista Fernando González Castolo cuenta en entrevista para Gatopardo cómo Ciudad Guzmán se ha apropiado de la pérdida y la semidestrucción de sus recintos, asumiendo su identidad local de una manera inesperada.

“En algunas fincas se pueden observar las cicatrices del acontecimiento [el terremoto de 1985] porque los muros no fueron retirados completamente o, por ejemplo, en la parte ancha de las banquetas inmediatamente uno puede ver cuál es la banqueta original […]. Podemos ver todavía, por algunas arterias, buenos banquetones conformados en parte por la banqueta original, pues se observa el piso mosaico de las antiguas fincas que estaban ahí […] y que colapsaron sobre ciertas avenidas importantes”, explica González Castolo.

El cronista hace una precisión: reconoce que no han mantenido las edificaciones con daños a raíz de una elección totalmente libre, más bien, no han tenido el dinero “para resarcir todo lo que nos afectó el terremoto de 1985, [pero] el pueblo tiene un amor y un sentido de pertenencia hacia ciertos elementos icónicos de la representación arquitectónica en la ciudad”. En aquel terremoto de 1985 que en la Ciudad de México dejó un saldo que hasta la fecha no se ha podido contabilizar con exactitud, también arrasó con Ciudad Guzmán: muchos de sus templos quedaron gravemente afectados, y sus grietas remachadas se volvieron a abrir con el sismo de 2017.

El propio González Castolo es habitante de Ciudad Guzmán y comenta sobre el carácter del lugar: “Somos un pueblo antiguo o muy conservador, no únicamente en el aspecto ideológico [se refiere a la religión católica], sino también en el aspecto constructivo, y eso se puede ver en la ciudad, que está reconstruida a partir de los cimientos de viejas construcciones”. El fuerte arraigo del catolicismo, de acuerdo con el cronista, es algo que también motiva la preservación: “hay una necesidad de conservar los espacios porque son memoria”.

El arraigo religioso que moviliza su defensa por estas edificaciones tiene un precedente importante. De acuerdo con el artículo de Delgadillo y Bassols, durante el terremoto de 1985 fueron los grupos católicos asociados a la teoría de la liberación los que fungieron como organizadores sociales al crear una resistencia ante “los planes de remodelación urbana impulsados por el gobierno municipal de manera autoritaria” en aquellos años, por lo que “puede decirse que la organización de los pobladores surgió a raíz de la acción de la Iglesia en las colonias populares y los barrios de la ciudad”, en donde convergían los jesuitas, con gran influencia y trabajo en los barrios, y los pertenecientes a la diócesis.

Estos planes urbanos buscaban remodelar el centro histórico y desalojar ciertas colonias por considerarlas zonas de riesgo mediante un proceso opaco en el que a los propietarios no se les notificó cuánto recibirían de indemnización; esto, independientemente de la memoria colectiva y la falta de recursos, motivó la lucha por la vivienda y la defensa de sus iglesias.

El cronista González Castolo explica por qué el INAH, tras el terremoto de 1985, no intervino en la conservación del santuario de la virgen de Guadalupe y en la reconstrucción de las dos torres de la catedral, con sus cúpulas: “el [INAH] requería de todo un estudio analítico y a profundidad, donde se le presentaran los planos y las particularidades de la construcción, [como] dónde se encuentran los cimientos y qué tan profundos están. Para eso se tiene que hacer una serie de […] pruebas y esas pruebas tienen que pasar por un proceso químico y científico […]. Al INAH se le tiene que presentar todo […], no había dinero que alcanzara para poder sacar un proyecto de esas características”.

Así, los miembros de la zona que tenían recursos decidieron destinar parte de ellos al mantenimiento del santuario y de la catedral, sin que la diócesis los movilizara, sin embargo, según González Castolo, “el señor cura de esta parroquia tenía un carisma tremendo con su feligresía en todo el barrio, que históricamente ha sido un barrio de familias de muy buena estatura económica. Esto permitió, con el buen carisma del sacerdote, sacar antes los trabajos y los costos para poder dejar una iglesia bastante bien salvaguardada en su estructura”.

Estas aportaciones económicas únicamente han servido para que los centros religiosos subsistan tal como están, pero no es suficiente para repararlos o reconstruirlos a profundidad. Por lo tanto, la falta de recursos influyó en la resignificación de sus pérdidas, en asumir los daños de los templos de Ciudad Guzmán. El arraigo católico de esta población es incuestionable, así como la susceptibilidad del lugar a los temblores, tanto así que sus habitantes adoptaron un santo al que, según el mismo cronista, se le festeja con un juramento religioso y una gran fiesta patronal. El calendario católico oficial establece que la fiesta de dicho santo debe celebrarse en marzo, pero los pobladores la mudaron de mes:

“La imagen de san José llega a este pueblo de manera misteriosa, esto fue por el año de 1747, y se interpretó por la feligresía como un mensaje milagroso: el Santo Patriarca llegaba a Zapotlán el Grande para protegerlo de los temblores, que ya eran muy evidentes, y por supuesto también de las erupciones volcánicas. Una vez que san José se establece en una iglesia, se suscita un sismo muy fuerte el 22 de octubre de 1749, motivo por el cual se jura a san José como patrono de los temblores. De ahí que las fiestas anuales religiosas en Ciudad Guzmán no coincidan con las fiestas en que la Iglesia universal celebra a San José”, precisa el cronista.

Para muchos habitantes de otros lugares, la decisión de no demoler y reconstruir de cero lo que cayó o lo que quedó parcialmente dañado, como el santuario de la virgen de Guadalupe, puede resultar inexplicable. Al respecto, la historiadora del arte Veka Duncan ofrece una interpretación: “Preservar una obra no es solo preservarla como objeto, la preservación arquitectónica tiene que entenderse dentro de su contexto físico. Ahora ya no solo se habla de conservar un inmueble, sino del paisaje histórico. Ese inmueble convive y dialoga con una calle, con otros inmuebles, a veces con un paisaje natural, hay inmuebles que se encuentran dentro de espacios que tienen ciertas características geográficas o de biodiversidad. Es muy importante, entonces, pensar que los inmuebles históricos no existen en el vacío”.

En Ciudad Guzmán los edificios simbolizan su historia: la apariencia de esas edificaciones está relacionada con las fallas geológicas provocadas por el volcán de Colima. En palabras de Duncan, sus inmuebles están inscritos en un paisaje específico, en este caso, telúrico. Pero también representan la falta de inversión por parte del Estado y de las autoridades correspondientes, que han orillado al pueblo a tener que asumirlas.

De este modo, los edificios con sus cicatrices cobran sentido. La memoria, las experiencias y la identidad de los habitantes de Ciudad Guzmán están depositadas en esa catedral sin torres, en sus banquetas contradictorias, en los viejos cimientos de los que no se despojan completamente, ya sea tras el terremoto de 1985 o tras el sismo de 2017.

Sin embargo, a finales de enero de este año, el medio local UDGTV anunció que el INAH había dado “luz verde para la reconstrucción de las torres en la catedral de Zapotlán el Grande”. El periodista Rodríguez Pinto y el cronista González Castolo dan su opinión sobre esta noticia. ¿Ciudad Guzmán realmente preferirá conservar ambos recintos con daños? González Castolo, tras volver a enfatizar la manera en que la comunidad ha resignificado sus cicatrices arquitectónicas, resaltó lo maravilloso que podría ser ver de nuevo su histórica iglesia como la conocieron.

“Ver mutilada la catedral es un recordatorio constante para todos los zapotlenses de lo mal que la pasamos en el terremoto de 1985. Ahí es donde radica la verdadera cicatriz de los corazones de todo el pueblo […] Sin duda, habrá diálogos encontrados. Por un lado, ciertamente nos interesa salvaguardar el patrimonio arquitectónico como nos fue legado por nuestros ancestros, pero, por otro lado, la memoria histórica de la actual generación recuerda a la catedral con torres y, por lo mismo, es una necesidad constante querer reponerlas como la recordamos.”

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