Terror y género: excelente día para un exorcismo

Terror y género: excelente día para un exorcismo

¿Cómo sería el horror sin estar a la sombra del heteropatriarcado, sin recargarse en la maternidad o en la reproducción y sus tantos símbolos? ¿Cómo serían las historias de terror más famosas sin los componentes criminales o sobrenaturales? Veríamos historias de mujeres lastimadas.

Tiempo de lectura: 11 minutos

1.

Las mujeres protagonistas del terror tienen una larga, larguísima historia tanto en la ficción como en la realidad. Mujeres, adolescentes y niñas llevan las historias de terror al límite por el hecho de ser mujeres. La mayoría de las tragedias de Eurípides está protagonizada por mujeres que rompieron el orden patriarcal. O lo desordenaron al cometer un crimen, como asesinar a sus propios hijos. Aristóteles ya se quejaba entonces del acto demoniaco de Medea y cómo así que una mujer sale impune de ese crimen y la obra termina con ella escapando en el carro de fuego de Helios. Cuando las consecuencias no figuran en la ficción: es el horror. Cuando las consecuencias tampoco figuran en la mayoría de los casos en nuestra realidad: ése es también el horror.

Es la historia lo que interesa, no las consecuencias. Para desgracia de la realidad. En México el nivel de impunidad es tan alto, sumado a un sistema penal fallido, que en los penales de mujeres se concentran historias de terror. Como el caso de Magaly, que mató al asesino de su hija en un Estado feminicida. Me gustaría contar un poco sobre la prisión de donde proviene Magaly, con quien hablé en el nuevo penal de Monterrey. Ella estuvo en Topo Chico, el penal más peligroso de Latinoamérica, que operó más de 70 años y cerró en 2019. Era mixto y predominaban el cártel de los Zetas y el del Golfo. Adentro había una capilla a la Santa Muerte, un bar, una peluquería; se controlaban secuestros, traficaban drogas y operaba el crimen organizado. Entre los hombres le llamaban “el uber” a la manera en que transportaban regularmente a las mujeres, de un ala del penal a otra, para violarlas. Algunas estaban allí de manera indirecta, como, por ejemplo, por crímenes que habían cometido sus parejas, y otras habían cometido crímenes de manera directa, como Magaly. En el nuevo penal la apodan la Pocha, nació en Estados Unidos, tiene 26 años y habla alternando inglés y español. Le pregunté por el tatuaje que tiene en la cara, en forma de lágrima negra, sombreada con tinta rosa: “Sure, yo no me avergüenzo de mi tatuaje, lo porto con mucho orgullo en mi cara porque éste es el Zeta que mató a mi hija de año y medio: yo lo maté. A mí me violó un hombre de pelo largo cuando iba con mi baby girl en la stroller y ella se puso a llorar, y le tapó la boca a mi niña con el cobertor para que no hiciera ruidos. Cuando la vi tenía los labios azules mi baby girl and I took her to the hospital. Ya en el hospital me dijeron que no podía tocar a mi hija, que era propiedad de I don’t know what the fuck y me dijeron que estaba muerta, que yo estaba joven, que podía tener más hijos y eso me dio la rabia para poder hacer lo que hice. Yo primero no me podía levantar de la cama varias semanas, hasta que mi hermano me llevó un día por unos Doritos para que comiera algo y ahí en la tiendita que tenía una hielera con refrescos y un picahielos I saw him at a very short distance y agarro el picahielos y lo pico hasta que me duelen los brazos. Si el mi­nisterio no hizo justicia, now I take your life que está delineada en negro y está sombreada en rosita por mi baby girl. Yo lo maté, vengué la muerte de mi hija, jamás me arrepentiría y si tuviera que hacerlo otra vez, I would do it again”.

La escritora Mariana Enríquez dice: “El horror latinoamericano tiene que hablar de lo político, tiene que hablar de lo social, de lo cotidiano, porque es ahí donde opera. Creo que el terror no puede ser ya el de las casas embrujadas y los cementerios, tiene que incorporar una dimensión contemporánea”.

2.

¿Cómo se originan las historias de terror? Quizás sea una de las preguntas que responden la realidad y la ficción de diferentes maneras, con el paso del tiempo, en diferentes geografías. El terror no se origina en el mismo lugar para los antiguos griegos o para los europeos en la actualidad que para los latinoamericanos o los mexicanos. Por ejemplo, en Páradais, la novela más reciente de Fernanda Melchor, “aquéllos” son el terror, los miembros del narco que secuestran y reclutan al joven Milton y tuercen la historia: “aquéllos habían llegado con todo a Progreso, arrasando con medio mundo a su paso”. A propósito de los territorios y el terror, la escritora Mariana Enríquez en una entrevista dice: “Creo que el horror latinoamericano tiene que hablar de lo político, tiene que hablar de lo social, de lo cotidiano, porque es ahí donde opera. Creo que el terror no puede ser ya el terror de las casas embrujadas y los cementerios, tiene que incorporar una dimensión contemporánea”. El caso de Magaly ocurrió en México, en un contexto en el que diariamente asesinan a 11 mujeres y menores de edad sin que haya justicia. En México, donde los cuerpos de las mujeres también son territorios donde se ejerce la violencia. El caso de Magaly muestra el otro lado de los feminicidios: una mujer que toma la justicia en sus propias manos. Por no mencionar la violación de la que fue víctima, pues ese hecho pasa a segundo plano en su relato y es, en todo caso, lo que le impidió salvar a su hija. Pero ¿qué habría pasado si ese hombre hubiera ido a la cárcel antes que ella? ¿Qué hubieras hecho tú, qué hubiera hecho yo estando en su situación? Esta pregunta —qué hubiéramos hecho— es parte esencial de las historias de terror. Quizás pude haberlo hecho yo. Ése es también el horror. Proyectarnos en él, porque está adentro y no sólo afuera.

Rosemarys Baby– Mia Farrow, Ruth Gordon, (1968 Paramount Pictures)

En uno de los estudios más célebres sobre la maquinaria del horror, Freud la pensó ba­sándose en una historia de ficción. Para Freud lo ominoso, lo no familiar, en alemán lo unheimlich, es antónimo de lo familiar, lo heimlich. No hablo alemán, pero me parece importante traer aquí las dos palabras, porque fonéticamente una palabra contiene a la otra en sus opuestos, son dos caras de la misma moneda y, como una moneda, puede caer de un lado o de otro, dependiendo no del azar, sino del contexto. De estas dos palabras sin una traducción gemela al español resulta muy revelador detenerse en ¿qué es lo familiar?: ¿qué entendemos por familia? La respuesta es claramente heteropatriarcal, un dibujo infantil a crayola: padre, madre, hijos de ese padre y de esa madre. La norma, un circuito cerrado. Las palabras unheimlich y heimlich transparentan por qué el terror y el género están trenzados, por qué el terror tiene una inclinación por las protagonistas mujeres. Los penales en México, por ejemplo, aplican criterios distintos a las mujeres que a los hombres. Cambiaría la historia si el padre de la hija de Magaly hubiera matado al asesino, como otra sería la historia si Jasón hubiera matado a sus hijos en la tragedia de Medea. El papel que tiene una mujer en la familia es, sobre todas las cosas, el de madre. El heteropatriar­cado se encarga de romantizar la maternidad, que es —o debe ser— el evento más feliz en la vida de una mujer porque es el clímax reproductivo. El orden patriarcal así jerarquiza y también importa, desde luego, ser una buena madre. Para definir qué es una buena mujer o una buena madre están las leyes y la moral. Están también las malas palabras en lo coloquial, las groserías para señalar a las malas mujeres, a las malas madres, a las malas hijas. Que las mujeres vivan en apego a la moral y las leyes escritas por hombres. Que no aborten, que no tomen decisiones libres sobre su cuerpo. Que las mujeres hablen de lo inteligentes que son sus hijos, que cuenten anécdotas por aquí, que muestren fotos por allá, que den unos likes por acá, que compren esto y lo otro porque el valor de una mujer es ser madre. Pero Magaly, además, es asesina. Medea, además, es asesina. Y pese a las diferencias de sus crímenes, la distancia en siglos, contextos y la frontera entre ficción y realidad, ambas son mujeres. Sus historias tienen también esto en común: proyectan aquéllo que estaba destinado a permanecer oculto, eso que debía quedar en las sombras y salió a la luz.

3.

No sólo la maternidad, el paso de la infancia a la vida adulta también es clave para el horror, pues la adolescencia es el punto de partida de la edad reproductiva. Carrie, por ejemplo, es la historia de una adolescente que no encaja en el salón de clases, es la rara a quien todos molestan y que descubre, luego de su primera regla, que tiene poderes de telequinesis que se potencian cuando menstrúa. Constantemente la hostigan en la escuela, su madre también la jode y, para joderla aún más, sus compañeros la coronan como reina del prom. Cuando está en el escenario, sus compañeros vierten una cubeta de sangre de marrano sobre ella, lo que aumenta sus poderes y, harta de que la jodan una y otra vez, vuelca su rabia prendiendo todo en llamas. Alguna vez le preguntaron a Stephen King sobre Carrie, su primera novela: “Una de las razones del éxito, tanto del libro como de la película, creo que tiene que ver con que la venganza de Carrie es algo que ha fantaseado cualquier estudiante al que hayan molestado en la escuela”. King también habla de cómo esa historia tiene que ver con el miedo masculino a la sexualidad femenina. De ahí la importancia del símbolo de la sangre de marrano que le escurre del vestido, del cuerpo, y los poderes que gana con la sangre menstrual. Carrie White se da cuenta de los poderes que tiene como mujer a partir de la menstruación, la sangre que le anuncia cada ciclo la po­sibilidad de ser madre, pero que ella convierte en fuerza para incendiar y destruir todo. Eso es lo terrorífico.

Pero Magaly, además, es asesina. Medea, además, es asesina. Y pese a las diferencias de sus crímenes, a la distancia en siglos, contextos y la frontera entre ficción y realidad, ambas son mujeres.

Una de las películas de terror más vistas de todos los tiempos es El exorcista, cuya protagonista es —necesariamente— una adolescente. No importa si la hemos visto o no, tenemos la famosa escena instalada en nuestro imaginario. Regan, como Carrie, está en la entrada de la edad reproductiva. Tiene 12 años y las hormonas están a punto de explotarle. Hay sinopsis detalladas, útiles, pero ésta de Cinépolis me parece muy divertida: “Regan MacNeil es una niña de 12 años tan normal y encantadora como cualquier otra de su edad. Hija de padres divorciados, sin embargo, pasa por una depresión originada, en parte, por la ausencia de su padre y, en parte, por su falta de amigas, siempre detrás de su madre actriz, de un rodaje a otro. Esto desemboca en un estado nervioso que su madre achaca a algún tipo de enfermedad. Pero, una tras otra, todas las pruebas médicas dan negativo, siendo cada vez más patente que la niña no está enferma sino poseída; no necesita un médico, sino un exorcista de la Iglesia católica que la libre de las garras del Mal”. Como paréntesis, que tal vez agüite la fiesta como prendiendo las luces, ni Regan ni Carrie tienen un padre pre­sente y esto tiene un efecto en la historia. Cuánto determina en una historia el lugar que tiene un hombre con respecto a la protagonista, co-mo dependen los planetas de la distancia a la que orbitan del sol, tanto en la realidad como en la ficción. En el caso de Regan y Carrie, no tienen padres que puedan controlarlas: es la fuerza demoniaca la que las domina. Medea no tiene a Jasón cerca cuando mata a sus hijos; el padre de la hija de Magaly también estaba ausente. Regan, una vez poseída por el diablo, golpea a su madre, le desea la muerte, le agarra el pene a un psiquiatra, se masturba con un crucifijo. Las pulsiones sexuales salen a la luz dominadas por el mal, que sólo pueden controlar los varones, como los sacerdotes que entran a la habitación de la adolescente para salvarla. El primer parlamento de Regan en la película es: “Hola, mamá”. Al inicio es una niña buena, tierna. Su segunda frase es: “Sharon y yo jugamos en el patio trasero y fuimos de picnic al lado del río”. Es una niña inocente, cariñosa. En la escena de su transformación, la cama se mueve (la sexualidad a punto de estallar) y se pasa a la cama de su mamá (de vuelta a la infantilización). Cuando Regan está poseída y se transforma, su voz también cambia, deja de ser su voz: “Soy el diablo. Ahora desátame de la cama. […] Es un ex­celente día para un exorcismo”. Luego habla al revés, le da vueltas la cabeza, hay desorden lingüístico, descontrol físico, dice groserías, maldice a los sacerdotes y a su madre. En estas escenas, el director de la película tenía la intención de usar la voz de la actriz adolescente que interpreta el papel de Regan y pensaba manipularla electrónicamente para diferenciar la voz de la actriz de la voz demoniaca, pero finalmente en la película filmada en inglés, una mujer de voz grave y de mayor edad grabó la voz demoniaca en un estudio y el doblaje en español lo hizo un hombre. ¿Casualidad?

The Exorcist – Max von Sydow, Linda Blair (1973-Warner Brothers)

Lo terrorífico es contrario a lo bello, lo melodioso, lo frágil, lo blanco, lo prístino, lo luminoso, lo alegre, lo ordenado. El ideal occidental de lo que debe ser una mujer guarda mucha relación con estos adjetivos. El terror es lo oculto, el descontrol, lo prohibido, lo oscuro, lo negro, lo sanguinario, lo misterioso. Pero ¿en qué condiciones se manifiesta lo oculto?; ¿en qué condiciones Medea mata a sus dos hijos, Magaly mata al asesino de su hija, Carrie le prende fuego a la escuela y Regan empuja a un hombre por la ventana? ¿Qué pasaría si le quitáramos el componente criminal a estas historias?, ¿qué pasaría si borráramos el horror, lo sobrenatural, el crimen? Veríamos las historias de mujeres lastimadas, profundamente dolidas, desesperadas en su dolor, necesitadas de venganza. Y ¿qué pasaría si las protagonistas de estas historias fuesen varones? ¿Qué relación hay entre la muerte y lo femenino? ¿Por qué el terror se recarga tanto en la maternidad o en la reproducción y sus tantos símbolos, como la menstruación? ¿Por qué cambia el orden el que sean figuras dadoras de muerte? ¿Por qué las mujeres sólo pueden ser dadoras de vida? ¿Por qué lo terrorífico radica en subvertir ese orden heteropatriarcal? Mejor aun, ¿cómo sería el horror sin estar a la sombra del orden heteropatriarcal? ¿Dónde ubicaríamos el horror si la idea de familia fuese otra, tal vez una más elástica, más incluyente, más queer? y ¿dónde ubicaríamos las historias de terror si la idea de mujer también fuera más amplia, más trans, más muxe?

4.

El terror es lo oculto, el descontrol, lo prohibido, lo oscuro, lo sanguinario, lo misterioso. Pero ¿en qué condiciones se manifiesta?; ¿en qué condiciones Medea mata a sus dos hijos, Carrie le prende fuego a la escuela y Regan empuja a un hombre por la ventana?

Para la narrativa de la película de El exorcista era importante que la voz de Regan en la posesión demoniaca estuviera masculinizada en inglés y doblada al español por una voz masculina, grave. Para Magaly era importante tatuarse una lágrima, uno de los tatuajes comunes entre hombres dentro del crimen organizado, porque así queda expuesto, explícito, su crimen en la cara. El cruzado de símbolos y géneros le da mayor peso, más gravedad. Anne Carson, a propósito de la relación entre las voces agudas y el género femenino —y algunas de las implicaciones negativas que vienen de muy atrás—, dice: “Aristóteles se atreve a explicar el género del sonido fisionómicamente, pues termina por circunscribir el tono de voz más bajo del hombre con la tensión que existe en sus cuerdas vocales y sus testículos, cuyo funcionamiento explica como unas pesas que se levantan”. La voz aguda de las mujeres está asociada con lo débil. Los gritos agudos femeninos se asocian con la locura. Los gritos furiosos de las Furias, de donde viene la palabra que también significa violencia, vienen de las tres hermanas en la tradición griega que tienen voces agudas, insoportables a los oídos, que Esquilo compara con los sonidos de las personas torturadas en los infiernos. Muchas veces las Furias (o las pulsiones vengativas) son las que ponen en escena el terror. Ellas nacieron de la sangre derramada de los testículos que le cortaron a Urano y se caracterizan por estar necesitadas de venganza, como pasa con las protagonistas del terror tanto en la ficción como en la realidad. Las Furias están a la entrada de los infiernos y así las describe Ovidio: “Llama a las hermanas nacidas de la Noche, divinidades crueles e implacables. Delante de las cerradas puertas de acero de la prisión estaban sentadas, peinándose las negras serpientes de su cabellera. Cuando la reconocieron a través de la oscura niebla, las diosas se levantaron. Se llama este lugar Mansión del Crimen”. El penal o la Mansión del Crimen es donde probablemente a Aristóteles le hubiera gustado que Medea terminara el último acto, donde también podrían terminar las historias de Regan y Carrie, y donde está Magaly. Žižek dice que lo cómico de las caricaturas es que en ellas no hay dolor ni muerte. La caricatura más violenta y gore que he visto es una caricatura ficticia dentro de otra: en Los Simpson, Tommy es un gato negro con los ojos desorbitados y Daly es un ratón azul y dientón, y ambos siempre encuentran formas brutales de matarse el uno al otro. En los asesinatos, no hay dolor, no hay muerte; tampoco hay crimen ni castigo y esos aspectos aligeran el terror al punto más liviano y ahí es gracioso. Pero el más profundo miedo, el más profundo dolor lo proyectamos en el terror, en la tragedia, no en la risa. Si los tiempos cambian, si hoy cuestionamos la idea de familia y lo que es familiar, si cuestionamos el heteropatriar­cado, si nos cuestionamos qué es ser mujer, ¿no será buen momento para cuestionar también el horror protagonizado por mujeres, por madres, por adolescentes o tal vez, por una niña que aparece de la nada a la mitad de la noche? Tal vez sea un excelente día para un exorcismo.

COMPARTE
Lo más leído en Gatopardo
  • Recomendaciones Gatopardo

    Más historias que podrían interesarte.