La de Marruecos y España es la frontera más desigual del mundo. Allí, entre dos ciudades, Ceuta y Melilla, se vive un drama humanitario de enormes proporciones. La zona, que hasta hace poco era un laboratorio de convivencia cultural, se convirtió en un territorio de conflicto.
Aleksandr Lukashenko está en el poder desde 1995 en Bielorrusia. Ha disuelto el parlamento y anuló la separación de poderes. En el país se vive una tensión silenciosa. Hay represión, pocas libertades civiles y un ambiente dictatorial. Es el único país europeo que aplica pena de muerte en ejecuciones extraoficiales.
El ébola llegó a Sierra Leona en mayo de 2014. La enfermedad atacó al país africano con violencia y pronto se convirtió en una epidemia que salió del control de las autoridades. Se calcula que murieron cuatro mil personas, pero las víctimas podrían ser más.
La de Marruecos y España es la frontera más desigual del mundo. Allí, entre dos ciudades, Ceuta y Melilla, se vive un drama humanitario de enormes proporciones. La zona, que hasta hace poco era un laboratorio de convivencia cultural, se convirtió en un territorio en conflicto. En 1998, la Unión Europea instaló un muro —formado por dos vallas de seis metros de altura, con cámaras, redes, sensores y cuchillas— que es una trampa mortal para quienes intentan cruzar ilegalmente. Los africanos que buscan llegar a Europa van tras un sueño que, entre un país y otro, se transforma en pesadilla.
El genocidio de este país africano es uno de los capítulos más horribles del siglo XX. En cien días, entre abril y julio de 1994, unas 800 mil personas fueron asesinadas: 330 asesinatos por hora, cinco por minuto. Han pasado veinte años desde esa matanza y la versión oficial dice que el país está recuperado. Sin embargo, la realidad es más oscura. La información que circula es controlada y los habitantes temen hablar del pasado.