Como respuesta a la impotencia de los familiares de desaparecidos, prospera una ola de videntes que en redes sociales venden falsa esperanza. Es uno de los últimos signos de la descomposición social en el país.
Antes del 19 de noviembre de 1994, María Elena Solís era una comerciante que vendía manteles y atendía un puesto de antojitos al sur de la Ciudad de México. Pero ese día su vida cambió, y desde entonces se dedica a buscar a niños desparecidos a lo largo del país, en ocasiones ocupando el vacío que dejan las autoridades del sistema de justicia.
Caminaron por todos los ministerios públicos en busca de sus familiares desaparecidos y entre ellas se encontraron. Pronto crearon lazos, hicieron grupos, organizaron búsquedas en campo y llevaron sus expedientes a todos lados, con sus propios medios y recursos. Quienes nutren las filas de los colectivos suelen ser, en su mayoría, mujeres atrapadas en la espiral de la ineficacia del sistema de justicia.
El 6 de abril de 2011, día en que se descubrieron las fosas de San Fernando, Tamaulipas, Sara Uribe comenzó a escribir este texto. Fue comisionado por la actriz y directora de teatro Sandra Muñoz, y publicado, en su segunda edición, por la editorial oaxaqueña Sur+ en 2012. Gatopardo decide republicar un fragmento debido a la ominosa vigencia que mantiene la desaparición forzada, de la que aún no se responsabiliza el Estado mexicano.
“Siempre estamos tristes, pero este mes más”.
El suyo fue el primer caso registrado como desaparición forzada en México.
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